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martes, 19 de julio de 2022

Dinero fácil (25)

Patrick regresó al puente tras un buen rato. Valerie estaba revisando todas las consolas. 

-   ¿Has encontrado algo de sabotaje? -preguntó Patrick. 

-   No, parecía que Victor pensaba que manteniendo a la niña de rehén le bastaba para su cometido -negó Valerie. 

-   En ese caso debemos ponernos en marcha -indicó Patrick-. Ya he lanzado la baliza al exterior. Ya no pueden seguirnos. Hay que saltar a nuestro siguiente destino. 

-   Tengo metidos los cálculos y la trayectoria -informó Valerie. 

-   Bien -asintió Patrick, que activó el comunicador-. ¿Halwok, motores listos para el salto? 

-   Todo listo, capitán -respondió Halwok al momento. 

-   Bien, nos ponemos en marcha hacia nuestro destino. Adelante, Valerie.

La Folkung empezó a moverse por el espacio, alejándose del baúl que Patrick había lanzado con ayuda de Milvvar. Cuando había recorrido una distancia óptima, para calentar la nave y sobre todo los motores, estos se iluminaron con fuerza y la nave saltó al hiperespacio, desapareciendo de la posición donde estaba.


Al mismo momento que la Folkung se iba, cerca, en el sector, llegó una nave. Mucho más grande que la Folkung. Esta recorría el espacio en dirección al baúl que habían dejado atrás. Estaban a punto de alcanzar la posición cuando empezaron a llegar más naves. Las había de todo tipo, más grandes y más pequeñas. La nave que había llegado primero abrió fuego contra las que habían llegado después. Pronto, ese sector del espacio abierto se convirtió en un campo de batalla. Las más grandes abrieron compuertas y aparecieron naves más pequeñas, cazas listos para hacerse con el botín.

Todos querían lo mismo, el baúl que orbitaba en medio de todo. La caja tenía una abertura, un cristal reforzado que era capaz de resistir el espacio, la falta total de todo. Y dentro, unos ojos observaban lo que había fuera. Unos ojos llenos de temor y que esperaban que uno de esos disparos lo destruyera. Una muerte rápida. Porque su antiguo capitán no había tenido esa consideración. Le había dejado allí, vivo.

Victor había sido el último espectador del retorno de Magnus Makelnord, el despiadado y miserable capitán de la Segadora, una de las temibles naves del escuadrón Kilmmer del imperio humano, en la última guerra. Ahora temía haber hecho volver a su antiguo capitán. No debería haber provocado ese cambio en la mente de Patrick. 

-   Deberías haber dejado al viejo Magnus en su retiro forzoso, Victor -había dicho Patrick, al tiempo que le hacía una seña a Milvvar-. Mete a nuestro traidor en el baúl. Y Milvvar trae un sistema de aire pequeño.

El gigantón ghinno se marchó, al tiempo que Patrick abrió una de las cajas de la carga. Tomó varias de las minas y las fue colocando rodeando a Victor. Este puso cara de terror, pero no pudo hacer nada, ya que estaba atado con ganas y encima, en baúl no le permitía moverse. Patrick fue activando una a una las minas, que fue conectando. 

-   Ya sabes, Victor, una detona todas -se había burlado Patrick-. Ellas no son traidoras, como otros.

Patrick colocó la caja que había traído consigo, que le había entregado Halwok, junto a los pies de Victor. Después aflojó el torniquete que mantenía más o menos estabilizada la pérdida de sangre por el muñón que era su mano. Milvvar regresó y le entregó a Patrick el sistema de respiración autónomo. Se lo colocó en el rostro a Victor. Después le indicó a Milvvar que fuera abajo, se pusiera el traje para el exterior y ahora le pasaría el baúl, Victor se iba. Milvvar se marchó presto a llevar a cabo su cometido. 

-   Bueno, Victor, como soy un hombre magnánimo -había iniciado su último discurso Patrick-. Te doy tres opciones para morir. La primera será rápida. Llegarán tus amigos y abrirán tu sarcófago. Estas minas acabarán rápido con tu sufrimiento. La segunda y la tercera son más apropiadas para un mierda como tú. O te ahogas o te desangras. Adiós, mi viejo camarada, hasta nunca traidor.

Después de eso Patrick había colocado un par de minas más en el interior de la tapa del baúl y lo había sellado. Había llevado el baúl abajo y Milvvar le había lanzado fuera. Para ser mecido por la nada. Para ser el único testigo de una batalla que nadie recordaría. Rezando para que un disparo hiciera detonar su sarcófago.

martes, 12 de julio de 2022

Dinero fácil (24)

A Victor le había costado recuperarse de la sorpresa de que Patrick conociese a su nuevo patrón. Aun así, Patrick siempre había sido muy listo para llevar la delantera en todo lo que se proponía. Victor había pensado que esta vez iba a pillar a su capitán en un aprieto, pero parecía que no. 

-   Bueno, sabes lo de Landdiuss -afirmó por fin Victor-. Pero eso no cambia nada ahora. Yo tengo a la niña y tú no tienes nada para evitar esta situación. Así que dejemos esta conversación estéril. Ahora me vais a permitir que me acerque a la esclusa de atraque y cuando llegue Landdiuss me iré con la niña y con ella.

Victor apuntó con la pistola a Eleanor, regresando al momento el cañón hasta el costado de la niña. 

-   ¡Eres un traidor de mierda! -espetó Valerie. 

-   ¿Un traidor? -repitió Victor, sonriente-. No, Valerie, yo soy un superviviente. No soy un iluso de principios blindados como sois todos los aquí presentes. Seguid al buen capitán y un día moriréis todos. Más gente para la libreta negra del capitán. Seguro que aún sus fantasmas se le aparecen por las noches, ¿es así, capitán?

Patrick le siguió mirando fijamente, sin hacer ninguna mueca o gesto extra. Solo le observaba, calculando sus posibilidades. Sabía que debía actuar ya, estaban perdiendo un tiempo precioso. Sabía lo que debía hacer. 

-   Te lo he pedido y te he avisado, Victor -dijo Patrick-. No me has escuchado y te has reído. Ahora hablas de los fantasmas del pasado. Sin duda quieres ser uno de ellos. 

-   Creo recordarte que tengo a la niña para protegerme y…

Las palabras de Victor se silenciaron debido al ruido de la pistola de Patrick al disparar. Patrick había apuntado con poco tiempo y el rayo que salió de su arma recorrió la distancia que le separaba de Victor a toda velocidad. Lo siguiente que Victor pronunció fue un alarido. Patrick había elegido la mano de Victor que sostenía la pistola, que ahora se había prácticamente volatilizado, junto al arma del hombre. Victor siempre había tenido la manía de gesticular demasiado con las manos cuando hablaba, un vicio que no era capaz de evitar, ni cuando mantenía a un rehén apuntado con su arma. Cuando había hecho uno de sus aspavientos, Patrick había disparado.

Halwok y Valerie se habían lanzado sobre Victor, según este liberó a la niña, para agarrarse el muñón sanguinolento de lo que antes era su mano derecha. Eleanor había tomado del brazo de la niña, que parecía no comprender nada de lo que pasaba y había tirado de ella para atraerla hacia su seguridad. 

-   Halwok, Valerie atadle bien -ordenó Patrick-. Eleanor, llévate a la niña a tu camarote.

Los ayudantes de Halwok trajeron elementos para atarle y Valerie se echó a un lado. Patrick le dijo que fuera al puente y revisase todo, por si Victor había provocado algún sabotaje en la nave. Cuando Victor estuvo perfectamente atado, Halwok y Dherek regresaron a la sala de máquinas, para preparar a la nave para su huida. Milvvar mantenía a Victor tirado en el suelo, pisándole con una de sus piernas, haciendo la suficiente fuerza para que no se moviese, pero no le matase. Patrick se dirigió a la sala de máquinas, tras hablar con Halwok, regresó portando una caja que le había entregado Halwok. 

-   Milvvar coge al traidor y ven conmigo -ordenó Patrick.

Milvvar no tuvo problemas en levantar a Victor y llevarle como si fuera una caja de mercancía. Milvvar era muy fuerte, casi como una mula de carga. Patrick se dirigió a la cubierta inferior. Milvvar dejó caer a Victor por la escotilla, sin ningún remordimiento. Ni Patrick le afeó en su comportamiento. La raza de Milvvar, los ghinno, odiaban a los traidores, los trataban peor que a los criminales, creían que no debían existir. Pasaron por delante de Dhalzo que los miraba interesados. Milvvar volvió a dejar caer a Victor en el suelo de la cubierta de carga. 

-   Milvvar trae un baúl Clix -pidió Patrick, señalando hacia la esclusa inferior. 

-   Me has disparado -murmuró Victor, que se había mantenido silencioso durante el trayecto. 

-   No me has dejado otra opción, Victor -indicó Patrick. 

-   ¿Qué va a pasar ahora? 

-   En verdad lo preguntas, Victor -dijo Patrick, como sorprendido-. No me digas que quieres al capitán bueno y piadoso. No Victor, has hecho volver al capitán malvado, el que tiene fantasmas a su espalda. El que no tenía moral y sí mucha imaginación. 

-   Si lo que vas a hacer es matarme, hazlo rápido -rogó con chulería Victor. 

-   No, para nada -negó Patrick. 

-   ¡Quieres sangre! Lo veo en tu mirada -comentó Victor, como si estuviese viendo un espejismo o un recuerdo. 

-   Sí, pero no ahora, ya la obtendré -aseguró Patrick-. Ahora te devolveré con Landdiuss. A ver si él es tan comprensivo como lo he sido yo contigo.

Victor no dijo nada, pero sabía que Landdiuss lo mataría, no soportaba los fallos y tampoco se iba a quedar con un lisiado. Patrick tal vez no lo mataría, pero si el otro. Entonces vio llegar a Milvvar con el baúl que le había requerido Patrick. Empezó a intuir cómo le iba a entregar, si es que Landdiuss daba con él. Si no moriría en el espacio cuando se quedase sin aire.

sábado, 9 de julio de 2022

Falsas visiones (22)

El tribuno Craso al ver que tanto los dos auxiliares como sus compañeros de cabalgada se estaban poniendo nerviosos, hizo que su caballo diese un par de pasos hacia atrás, y un gesto hacía el centurión más cercano. Que con rapidez de reflejos hizo que sus legionarios rodeasen a los recién llegados. Rufo a su vez estaba intentando asimilar las últimas palabras del oficial. No estaba la Victrix. La falta de la legión indicaba que su tío podía no estar allí. Pero si eso era verdad, como su padre le había mandado allí, a sabiendas que no estaba su hermano. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Tal vez su padre ya sabía que su tío no estaba en Legio, pero para salvarle le había engañado, imponiéndole una misión y de esa forma convencerle de que se marchase. Eso quería decir que su padre sabía que su presencia en la villa era lo mismo que la muerte. 

-   Eso no puede ser -negó Rufo, demasiado conmocionado por la noticia-. El tribuno Livio me ha mandado con noticias urgentes para su hermano. 

-   ¿El tribuno Albus Livio Cano? -repitió Craso, totalmente alarmado, pues sabía que ese tribuno estaba retirado y sabía que era el hermano del prefecto-. Dejad vuestras armas. Tengo órdenes del prefecto de guardia de llevaros ante su persona, en el cuartel del campamento. 

-   Está bien -indicó Rufo.

Pero aceptar dejar sus armas le fue sencillo a él y a Varo. Lutenia y los partos de su guardia no aceptaron de tan buen grado tal propuesta. Solo la proximidad de las puntas de los pila acabaron por convencerlos de imitar a Rufo. Una vez sin armas, los siete, siguieron al tribuno, rodeados por los legionarios que les impedían abandonar el cuadro formado. Los metros que recorrieron, atravesando toda la calle interior, hasta el centro de la ciudadela, rodeados por los legionarios, para algunos fueron una verdadera ofensa. Para Rufo fue una verdadera odisea. En su fuero interno creía que sin saberlo, acatando las órdenes de su padre, lo había abandonado a su suerte, dejándolo morir solo.

Cuando llegaron a la plaza central, donde se erigía un edificio mucho más grande que las casuchas que habían visto tras cruzar las puertas, se les ordenó descabalgar. era un edificio de piedra, por lo menos los primeros pisos. El tribuno, con la ayuda de los legionarios los hicieron adentrarse en la edificación, llevándolos hasta una gran sala, en la planta baja. Parecía un salón de reuniones o una especie de corte de justicia. Allí les esperaban más legionarios, más mayores, por lo tanto más veteranos que los que habían visto hasta ese momento. También había centuriones, o eso es lo que suponía Rufo, por el característico casco y las armaduras que les diferenciaban del resto de legionarios. Pero había un hombre que les miraba, llevaba otro tipo de armadura y no tenía casco.

Desde que Rufo entró en la sala, ese oficial parecía estar observándole con una atención que rayaba lo obsceno. Entonces, antes que el tribuno Craso se dignase en hablar, cruzó la estancia, puso sus manos sobre los hombros de Rufo. 

-   ¡Aulo Livio Rufo! -exclamó el oficial, sin retirar las manos-. ¿Qué mensaje llevas contigo? 

-   ¿Me conoces? -consiguió preguntar Rufo, tan sorprendido con lo ocurrido como el resto. Incluso el tribuno Craso fue incapaz de ocultar su incredulidad. 

-   Eres la viva imagen de Albus -indicó el oficial, como quitando hierro a la pregunta de Rufo-. Y tú has llegado asegurando que tienes un mensaje para mi. Así que entiendo que mi hermano Albus te ha mandado con algo de gran importancia. Yo soy Quinto, tu tío. ¿Qué quiere de mi hermano?

Rufo, totalmente sorprendido por el cambio de la situación, creyó que era todo una trampa y no reaccionó. 

-   Soy Quinto Livio Arvino, antiguo prefecto de la legión Victrix y actual prefecto de la legión Gemina -se presentó Quinto, al ver que su sobrino parecía dudar, incluso temer ser engañado. Por una parte eso era algo digno de mencionar, pero si en verdad le había enviado un mensaje, era hora de que lo mostrase-. Tu padre, Albus, era tribuno en la Victrix, hasta que se casó con tu madre y se instaló a varios días al norte. Hace ya tiempo que no le iba a visitar, aquí los días han sido muy movidos. Pero entiendo que Albus no te ha hecho viajar hasta aquí como un auxiliar de caballería por aburrimiento. Entregame su mensaje.

Esas últimas palabras hicieron reaccionar a Rufo, que buscó en su mochila y entregó las tablillas que había protegido hasta entonces. Se las entregó a su tío. Quinto las tomó y las leyó. Su cara se fue entristeciendo y poniéndose dura. Rufo en ningún momento las había leído porque su padre le había enseñado que no era bueno hacer tal cosa con lo que no iba a uno. Era la mejor forma de mantener la cabeza sobre los hombros en esa vida. 

-   Tribuno Craso, estos hombres y mujer son invitados de la legión -anunció Quinto, tras leer las tablillas-. Debo informar al legado. Que les traigan bebidas de refrigerio y algunas viandas. Que sean bien tratados hasta mi regreso. 

-   Sí prefecto -asintió Craso.

Quinto se marchó dando amplias zancadas, espoleado por lo que su hermano hubiera escrito en esas tablillas, pero a opinión de Rufo era lo suficientemente grave para cambiar el humor de Quinto al instante de leerlo.

martes, 5 de julio de 2022

Dinero fácil (23)

Patrick revisó los sensores de forma rutinaria, para pasar al contador. Quedaban pocos segundos, lo que quería decir que estaban a punto de alcanzar su destino. Las luces en movimiento, formadas por la velocidad que llevaban al surcar el universo, se fueron desacelerando, hasta formar el tapiz negro con cientos de puntos y formas de diversos colores. 

-   Halwok reduce la potencia del reactor principal, hemos llegado al destino -Patrick avisó a la sala de máquinas por el comunicador de su consola de mando. Luego añadió tras pulsar otro botón-. Victor al puente. Tripulación a sus puestos. No es un simulacro, repito no es un simulacro. 

-   ¡Reduciendo fuerza en el reactor! -respondió Halwok-. Todo sigue en los niveles óptimos. He separado la baliza. 

-   Voy ahora mismo -anunció Patrick-. Victor al puente.

Por la consola de mando, pulsando en los botones fue pasando de una cámara a otra de la nave. Pudo ver que los trillizos estaban en sus torretas de defensa. Halwok, sus ayudantes y la niña en la sala de máquinas, y parecía que la habían reactivado. Dhalzo en su celda, con su cara neutra, ni feliz ni triste. Valerie había ido a por Eleanor, sin duda la iba a llevar con la niña. Pero no daba con Victor.

Lanzó un exabrupto y se dirigió a la cubierta inferior. Tenía un mal presentimiento. Mientras descendía por la escala, le quitó la cinta de seguridad a su pistolera. El ruido de un grito, un golpe seco y unas quejas le hicieron darse cuenta que su temor se había cumplido. Se dirigió hacia la sala de máquinas.

Valerie y Eleanor ocupaban el pasillo delante de él. Tras ellas, creía ver a la niña y a alguien que la abrazaba por la espalda, mientras blandía una pistola. Más allá, en la sala de máquinas, Halwok estaba sentado en el suelo. Sus ayudantes estaban paralizados. Patrick desenfundó y se hizo un hueco entre las dos mujeres. 

-   No des ni un paso más capitán -Victor era quien blandía la pistola, usando a la niña como escudo, bueno lo que conseguía tapar debido a su pequeño tamaño. 

-   ¿Hoy es el día que todos os ha dado por apuntarme con armas? -espetó Patrick, con un tono jocoso-. Vamos, Victor, deja de hacer el tonto. Suelta a la niña y nos olvidamos de este pequeño incidente. Borrón y cuenta nueva. 

-   Eso no es posible, capitán -dijo Victor, sonriendo con pena-. Te he seguido en muchas cosas, pero ahora no es el caso. Ellas valen mucho, una riqueza. No podemos vivir solo de aire, capitán. 

-   Victor, nosotros somos algo más que adoradores del dinero, creo que… 

-   Tu palabrería barata puede servir con el resto de idiotas de esta nave, pero no conmigo -cortó Victor, apretando el cuerpo de la niña contra el suyo-. Te conozco desde hace mucho y sé cómo eres en verdad. Deja ya de actuar como el buen benefactor, el capitán bondadoso. Ya has olvidado los viejos tiempos, cuando buscabas la sangre y te reías de la muerte. Yo lo recuerdo como si fuera ayer. 

-   Bien, si a eso hemos llegado, Victor, ya no voy a ser tan magnánimo -le advirtió Patrick, cambiando su semblante a uno frío, duro-. Suelta a la niña y puede que sea piadoso contigo. 

-   Este es el verdadero Magnus -se burló Victor, aunque nadie sabía a quién se refería con el nombre de Magnus, todos le observaban con sorpresa, a excepción de Patrick-. Pero aun así, tus palabras son bravatas sin fuerza. Yo soy quien tiene la sartén por el mango, no tú, capitán. Lo que vamos a hacer ahora es esperar a que vengan a recoger a las pasajeras y a mí. 

-   Así que era eso, ya has hecho un trato, ¿eh? -inquirió Patrick-. A ver si acierto. Esperas que venga Landdiuss y su nave a por ti, ¿verdad?

Esta vez fue la cara de Victor la que se sorprendió. Creía haber llevado toda su operación en secreto. Llevaba ya un tiempo trabajando para Landdiuss, otro líder cazarrecompensas y de mercenarios. Landdiuss era un ser ladino y muy peligroso. Además no solía permitir fallos a sus subordinados. Victor había caído en sus manos debido a unas deudas en el juego. Para pagar a Landdiuss, se encargaba de pasar los movimientos de Patrick y su grupo al otro líder. De esa forma, en los últimos meses, el grupo de Landdiuss les habían arrebatado algunas presas. Dhalzo era demasiado poca cosa como para que su nuevo jefe se hubiera acercado, pero la niña y su madre, eso le haría pagar su deuda y unirse al otro cazarrecompensas.

sábado, 2 de julio de 2022

Falsas visiones (21)

Rufo, al encabezar la cabalgada, era el que tenía mejor visión de lo que tenían por delante. Desde que las murallas de Legio dejaron de ser una parte más del paisaje y empezó a ver las almenas, los soldados de guardia, había repetido los gestos que le había enseñado su padre, rezando a los dioses porque en esas murallas hubiera alguien que entendiese su maniobra. Pero cuando escuchó los golpes de los mazos contra las campanas de bronce, supo que algo había conseguido, aunque tal vez los miembros de la legión los había catalogado como amenazas y les esperaba una lluvia de pilum si se aproximaban demasiado.

Cuando vio que las aun lejanas puertas se abrían y los legionarios salían a la carrera, para colocarse a ambos lados del camino, estuvo seguro que por lo menos alguien le había observado y había entendido su mensaje. 

-   La legión nos espera, ha mandado hombres para proteger nuestra llegada -gritó Rufo, contento porque habían entendido su mensaje, que no podía dejar de repetir una y otra vez-. Apretad y cansad las monturas, que la salvación está ante nosotros.

Ni Varo, ni Lutenia, ni los partos dijeron nada, pero parecía que todos habían respirado más tranquilos cuando había hecho ese llamamiento Rufo. No espolearon demasiado las monturas, ya que estaban demasiado cansadas por la carrera que llevaban, pero aun así, todos esperaban que volasen como aves, para llevarles a la tranquilidad y la paz que tendrían dentro de las murallas.

Rufo no echó ni una sola mirada de soslayo hacia los que les seguían, estaba intentando que el miedo a esos cántabros que estaban tras sus pasos no le hiciera mella y pudiera provocar un fallo que les llevase todos a la perdición. Solo una piedra podría provocar que su montura tropezase y todas las que le seguían a la carrera cayesen detrás. Su salvación estaba tan cerca, que temía poder no llegar, por lo que estaba atento al camino que tenía por delante y solo tenía ojos para guiar a su montura de los posibles problemas de la calzada. Si hubiera mirado atrás se hubiera dado cuenta que sus perseguidores habían decidido que su pellejo valía más que mantener el secreto de sus acciones y se habían dado la vuelta.

El grupo llegó a la puerta, cruzó entre los dos bloques de legionarios que cerraron el hueco según les pasaron, para retornar tras los caballos hacia el interior de la muralla. Dentro, se había formado un cuadro. Los legionarios impedían que los caballo pasasen más allá de unos metros y el grupo tuvo que refrenar a sus caballos, para evitar clavarse los pilum que mantenían apuntados contra ellos. 

-   ¡Por Júpiter! ¡Alto en nombre del legado! -gritó el tribuno Craso, que permanecía montado en un caballo. 

-   ¡Mensaje urgente para el prefecto Quinto Livio Arvino! -gritó Rufo, tal y como esperaba que gritase un mensajero imperial. 

-   ¿Qué? -preguntó sobresaltado y pillado por sorpresa el tribuno Craso, que no se esperaba ese anuncio-. No, no, quedáis todos arrestados por orden de mis superiores. Dejad vuestras armas y seguidme al cuartel general. 

-   Traigo un mensaje importante para el prefecto de la cuarta cohorte de la Legión Victrix, Quinto Livio Arvino -repitió Rufo, dándose aun más notoriedad que antes, ya que no podía dejarse arrestar-. Es de vida o muerte que el prefecto reciba este mensaje. Llevadme ante él.

El joven tribuno le miró con unos ojos que no sabían que hacer. Por un lado, tenía las órdenes del propio prefecto Quinto para llevarles ante él, que al final es lo que solicitaba el jinete. Por otro lado, estaba el asunto que el mensajero parecía creer que tenía más nivel que él, un tribuno, y que podía darle órdenes. No soportaba que le hicieran de menos. Y oara nada que un simple auxiliar provinciano le tratase como un igual o inferior. Él había nacido en Roma. A saber dónde había nacido el jinete. 

-   La legión Victrix ya no se encuentra aquí -anunció el tribuno Craso, esperando que el mensajero cambiase de actitud.

Y lo consiguió, pues pudo ver que la respuesta turbaba al mensajero, que parecía no saber que decir. Era el momento de dar un escarmiento al subido auxiliar, o por lo menos eso es lo que pensó el tribuno.

martes, 28 de junio de 2022

Dinero fácil (22)

Patrick había intentado relajarse en su camarote, pero no lo conseguía. Necesitaba saber que lo que estaba haciendo Halwok iba bien, pero no quería molestar. Su ingeniero era de los que preferían trabajar a su manera y se enfadaba seriamente con quien le molestase cuando tenía algo muy importante entre las manos. Sacar la baliza del cuerpo de la niña era de tal gravedad que Patrick entendía que Halwok se irritaría mucho si él se ponía molestarle. Al final, decidió que lo mejor que podía hacer era sustituir a Victor en el puente.

Salió de su camarote, subió por la escala y entró en el puente. Victor parecía entretenido en algo que había en su consola, pero al entrar Patrick la había apagado. 

-    Victor, creo que es buen momento para que te vayas a descansar -indicó Patrick, dejándose caer sobre la silla de mando. 

-   No estoy cansado, capitán -dijo Victor-. Puedo quedarme aquí más tiempo, si así lo deseas. 

-   Estamos aún viajando -señaló Patrick las luces que iluminaban sus rostros, provenientes del exterior de la nave-. Creo que es buena idea que descanses un rato. Te necesitaré en plenas condiciones cuando lleguemos a nuestro destino. 

-   ¿Pero no vamos a ninguna parte, no? -preguntó Victor, como si temiese que le habían mentido con algo. 

-   Unas coordenadas en medio de la nada, sí -afirmó Patrick. 

-   Entonces para ello ya estoy listo, capitán -aseguró Victor. 

-   Sigo pensando que es mejor que descanses -volvió a decir Patrick, pero esta vez con un tono más inflexible.

Victor que se dio cuenta que ya no podía seguir estirando la cordialidad de su capitán, que parecía estar impacientando. Se levantó, se despidió y se marchó del puente. Patrick observó la marcha de Victor, intentando elucubrar el porqué de la reticencia de éste por abandonar el puente. Sabía que hasta hace no mucho le era absolutamente leal. No se hubiera mostrado así, cuestionando la orden de su capitán. Algo había empezado a cambiar en el hombre, algo que le estaba molestando a Patrick. La amistad con Victor venía de muy largo y no quería perderla, pero la actitud de Victor empezaba a molestarle. Tendría que hablar de una vez con él, de hombre a hombre. 

-    Pensaba que debía cambiar a Victor -dijo la voz de Valerie, a la espalda de Patrick-. Es raro verte por aquí, capitán. 

-   ¿Es raro? -repitió la pregunta Patrick-. Hubiera jurado que esta nave era mía. Parece que mis órdenes se pueden criticar o ignorar impunemente. 

-   Claro que es tuya, capitán -afirmó Valerie, sentándose en su asiento habitual, mirando a Patrick-. Aunque con lo mal que la diriges, cualquiera podría pensar que solo eres un bufón. 

-   Que graciosa eres, Valerie -aseguró Patrick, frunciendo el ceño. 

-   Sabes que estoy de broma, capitán -indicó Valerie-. Todos aquí te respetamos como el líder que eres. Siempre te encargas de nuestra seguridad y nuestro porvenir. 

-    Pues cualquiera diría que Victor ya no opina lo mismo que tú -espetó Patrick, no tanto porque estuviera asqueado, sino porque esperaba que Valerie le contase o le asesorase con él. 

-   Dudo que Victor no te tenga lealtad plena, al fin y al cabo te ha seguido a esta vida -comentó Valerie-. Victor es el primero que se te unió, ¿no? No lo hubiese hecho si no creyese en ti. 

-   Puede ser -dudó Patrick. Claramente por antigüedad, Victor llevaba mucho tiempo con él. Fue el primero que se enroló en la Folkung cuando se hizo con ella. Ambos la sacaron del astillero donde la iban a despedazar. Luego llegaron el resto de los tripulantes, en diversas fases de sus vidas. Pero aun así, estaba seguro que algo había cambiado en Victor. Estaba esquivo y con un carácter totalmente distinto al antiguo-. Puede ser, pero hay algo que me hace estar alerta con él. 

-   Si crees que debes estar alerta, sigue así -murmuró Valerie, que pensó que debía actuar más como Patrick y echar un ojo a Victor-. De todas formas te quería decir que Halwok parece haber descubierto la forma de sacar el juguete marcador sin romper el resto. 

-   Ya sabía que venías con buenas noticias -Valerie observó como la cara de preocupación de Patrick se difuminaba, incluso casi desapareciendo-. Deberías ir a llevar esa noticia a la madre. 

-   No es la madre, y además… 

-   Qué le vamos a hacer, no todo es perfecto, Valerie -le cortó Patrick-. Ve a descansar o lo que quieras hacer. Yo me quedo de guardia hasta que alcancemos nuestro destino. 

-   Como quieras -Valerie se despidió, levantándose y marchándose.

En el tiempo que aún les quedaba de viaje, Patrick estaba seguro que sacaría la baliza de la niña. Cuando llegasen al destino que habían decidido, la dejarían allí. Los otros cazarrecompensas se encontrarían con nada cuando llegasen allí. Incluso había pensado dejar la baliza dentro de algo con el tamaño suficiente para simular que la niña estaba dentro. Si llegaban varias naves de cazarrecompensas, se atacarían entre ellos para hacerse con el valioso botín. Le hubiera gustado estar allí viendo como unos luchaban contra otros, pero lo más seguro para ellos era dejar la zona antes de que nadie llegase. Por fin la suerte regresaba a la Folkung.

martes, 21 de junio de 2022

Falsas visiones (20)

Cuando el tribuno de guardia alcanzó la almena sobre la puerta, ya no solo estaban allí Lucrio y Lauco, sino que una línea de legionarios se encontraba formando junto a las protecciones exteriores. Habían dejado huecos para que el centurión pudiera ver lo que había hacia el exterior. Lucrio respiró al ver al tribuno, que aunque era mucho más joven que él, ostentaba más mando, podría quitarse de encima la carga que era la alarma que había lanzado. Pero la respiración se le cortó al ver quien iba detrás del tribuno. El prefecto Quinto estaba de guardia. Quinto era más mayor, más serio y más concienzudo. Le conocía demasiado bien, pues ambos habían estado en la Victrix y como Lucrio se había quedado para instruir a los jóvenes reclutas. 

-   ¿Centurión Lucrio, por qué ha llamado a las armas? -preguntó el tribuno. 

-   Dos grupos de jinetes se acercan por el camino norte, señor -informó Lucrio señalando hacía algún lugar al otro lado de la muralla. 

-   Centurión, que lleguen jinetes y carros a Legio no es algo como para poner a toda la guarnición en pie de guerra -habló el prefecto Quinto acercándose a un hueco de la formación para ver esos grupos de jinetes. 

-   Los del primer grupo piden ayuda, mi prefecto -añadió Lucrio, colocándose al otro lado del legionario, que se cuadró los más que pudo, ya que tenía al centurión por un costado y al prefecto por el otro. 

-   ¿Piden ayuda, como es eso, centurión? -inquirió el prefecto Quinto con un ligero tono de guasa. 

-   Uno de los jinetes, que parece un auxiliar de nuestra caballería, sobre un caballo inmenso, hace unos gestos especiales, es un código, señor -dijo Lucrio-. Es antiguo pero lo he reconocido. 

-   ¿Un código? -repitió el prefecto Quinto, sin creerse nada de lo que decía Lucrio.

El prefecto Quinto creía conocer al centurión Lucrio. Era uno de esos hombres que no podía estar viviendo en los periodos de paz. Ya había sido toda una catástrofe el asunto del gobernador Galba y la Victrix, que actualmente estaba retornando a la provincia, pero estaba demasiado lejos. Por las noticias que le habían llegado, el emperador Galba había sido asesinado en Roma, por sus propios pretorianos y ahora su líder, un tal Otón se había hecho con la toga imperial. Pero ya se hablaba que iba a durar poco, pues el gobernador militar de Germania, Vitelio se había proclamado emperador, y junto a tres legiones descendía hacia Roma. Si Otón era inteligente lo mejor que podía hacer era coger sus riquezas y huir de allí. De todas formas, pronto llegaría algún legado imperial que les haría jurar lealtad por uno o por el otro. Ojala no llegase ni el de Otón, ni el de Vitelio. Tal vez Lucrio si tendría su guerra, aunque fuera una civil.

Aun así, Quinto decidió echar un ojo, ya que lo del código, jinetes auxiliares y todo lo demás, era incluso rebuscado para el centurión. Y pronto dió con los dos grupos de jinetes. Estaban cerca de Legio, demasiado y ninguno de los dos parecía querer aflojar la marcha. Los más lejanos parecían ser lugareños, sin duda, los de alguna tribu o aldea cercana. Los que estaban más cerca eran los más curiosos. Una dama, dos auxiliares romanos y cuatro jinetes partos. Lo que hacía de todo ello un poco estrafalario. Se fijó en el auxiliar que le había indicado el centurión. Los movimientos de la lanza que portaba no eran normales, en eso no se equivocaba el centurión y el caballo era inmenso, era único. 

-   Tribuno Craso que abran de inmediato las puertas y que dos centurias formen a ambos lados del camino -ordenó el prefecto Quinto, para sorpresa de todos-. Quiero a los arqueros aquí, listos para abatir a los perseguidores si intentan acercarse a nuestro castro. Me vuelvo al cuartel general. Tribuno, una vez que los del primer grupo estén dentro de la fortificación, que las cohortes regresen a la seguridad y que los recién llegados sean escoltados al cuartel, les guste o no. ¿Entendido, tribuno? 

-   Sí, prefecto -asintió el tribuno Craso con cara de miedo. 

-   Centurión Lucrio, bien visto, se ve que sigue estando en las mejores condiciones, mi enhorabuena -indicó Quinto, que se dio la vuelta para regresar por donde había venido, pero escuchó los golpes de las botas del centurión a su espalda-. ¿Quiere algo más, centurión? 

-   No, yo, la verdad… -Lucrio no sabía qué decir. 

-   Supongo que creía que no me iba a convencer con lo del código y que le iba a meter un castigo, ¿no? -inquirió el prefecto Quinto, que le hizo un gesto para dejar sitio a los que estaban dando órdenes. 

-   Yo… 

-   Bueno, pues solo le puedo decir que ya había visto ese código antes y también el caballo del jinete -añadió el prefecto Quinto, marchándose.

El centurión le observó, sin caer en la cuenta sobre lo que le había hablado el prefecto. ël debía volver a su posición, para ayudar al tribuno y al resto de los centuriones, en lo que fuera necesario para ello. Las puertas se abrieron y los legionarios salieron a la carrera formando a ambos lados de la calzada, con los escudos y las puntas de sus pilum por delante, para impedir que nadie se aproximara. Arriba los arqueros se extendieron tras los legionarios de la primera línea. Ya solo quedaba ver lo que pasaría con los grupos de los jinetes. El primero no parecía flaquear, pero el segundo sí que se había percatado de que los romanos les esperaban.