Los dos guerreros de la guardia de Davert
esperaban al otro lado de la puerta y cuando llegó Orbish, guiando el caballo
de Alvaras le hicieron una seña. Orbish les lanzó la cuerda, que uno cogió en
el aire. Mantuvo el caballo, mientras el otro empujó a Alvaras que se cayó de
lado y chocó contra el suelo. Obbort tomó el pomo de su espada
involuntariamente, pero Orbish, le impidió que intentara desenvainar. Eso
podría haber sido un error que les matara a todos.
Los dos escoltas levantaron a Alvaras y se
lo llevaron a empellones hacia la casa que había cerca de la casona y era la
residencia de Davert. No era muy grande, pero tampoco pequeña. Había otros dos
hombres en la puerta exterior. Al entrar, se encontró con una sala amplia,
donde estaba encendido un lar y había una mesa, con un par de bancos, que en
ese momento estaban ocupados por varios guerreros. A parte de la puerta al
exterior, había otras dos. En el hueco de una de ellas había un guerrero y pudo
ver tras él una serie de catres, por lo que supuso que sería el cuarto de los
guardias de Davert. A Alvaras le hicieron cruzar por la otra puerta, que llevó
a una segunda habitación, con un fuego, un catre y una mesa pequeña. En una
esquina había una armadura colocada en un maniquí de madera. Davert permanecía
de pie en el centro de la habitación y señalaba una silla, donde los dos
guardias dejaron caer a Alvaras. Uno de los guardias cerró la puerta y se quedó
ante ella.
Sivarias descendió de la plataforma seguido
por su criado y se acercó a donde se encontraban Orbish y los mercenarios que
había traído.
- Davert puede que te haya permitido entrar,
pero yo no me fio de ti, Orbish -indicó Sivarias-. Te estaré vigilando de
cerca, traidor.
Orbish le sonrió pero no le respondió, por
lo que el asesor se marchó farfullando hacia una casa pequeña, algo alejada de
la casona y de la de Davert y más cerca de las cuadras y la puerta. Ahora ya
sabía dónde estaría Sivarias esa noche, ya que raro era verlo en las fiestas de
la casona. Les hizo un gesto a sus hombres y se marcharon a llevar a las
monturas a las cuadras.
Davert observaba a Alvaras, sentado en la
silla, que le miraba serio, pero sin decir palabra alguna.
- Tenía unas ganas importantes de conocerte,
therk Alvaras, sobre todo por los quebraderos de cabeza que me has causado
-dijo Davert, sonriente-. Me has obligado tener que aliarme con esos odiosos de
la casa Pharna para conseguir lo que por derecho me pertenece.
- ¿Querrás decir que le pertenece a tu
hermano mayor? -intervino Alvaras.
- ¡Dagalon es un estúpido! - gruñó Davert-.
No sabría llevar el territorio sin que algún buen noble le diera su ayuda. No
es ni un buen guerrero. Como nos defenderá de los asaltos de los cuervos.
- La paz con los cuervos es duradera -indicó
Alvaras-. Sus ancianos pasaron de tus palabras.
- Pero no sobrevivirán a mi acero -se mofó
Davert, al tiempo que le hacía una seña a uno de sus guardias.
El guardia se acercó a Alvaras y le
propinó un puñetazo, que siendo cualquier otra persona le había tirado de la
silla, pero Alvaras se mantuvo firme y no lo movió. Alvaras escupió y la saliva
enrojecida dio en una bota de Davert, quien miró la mancha con mala cara.
- Ya sabe tu aliado Sivarias que planeas
organizar una guerra a gran escala contra los pacíficos cuervos negros
-aventuró a decir Alvaras, a lo que Davert miró con una mezcla de sorpresa y de
odio.
- Sivarias y la casa Pharna son unos
aficionados que no saben cómo es el juego -espetó Davert.
- Eso quiere decir que cuando te hagan
tharn, lo más seguro es que no les apoyes en su traición. Serás un traidor por
partida doble -indagó Alvaras-. Dudo mucho que los Pharna se lo tomen muy bien,
la verdad.
- ¿Y quién se lo va a decir, tú? -se burló
Davert-. Creo que no.
Davert le hizo una nueva seña al guardia,
pero esta vez algo distinta. El guerrero empezó a golpear una serie de
puñetazos, todos en la cara de Alvaras, quien los recibía sin poder defenderse,
ya que seguía con las manos atadas.
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