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domingo, 6 de enero de 2019

El Conde de Lhimoner (24)


El interior del gran templo estaba vacío, a excepción por algunos siervos que se afanaban en limpiar y poner nuevas velas ante los altares menores. No les salió ni un solo sacerdote, ni un guardia más. Pudieron recorrer el gran pasillo hasta el altar mayor. Beldek le señaló a Ulbahl lo que quería que fuera dibujando y el hombre empezó a sacar una plumilla, tinta y pergamino para llevar a cabo las órdenes del prefecto.

   -   Tengo una pregunta, prefecto -dijo Ahlssei-. Ulbahl apenas habla, solo le veo responder con la cabeza o mediante signos. ¿Es mudo?
   -   Casi, capitán -afirmó Beldek-. Ulbahl podría hablar, pero de joven enfermó y le impidió decir nada. Hervolk cree que es un asunto más de la mente que de la boca propiamente dicha, pero sin abrirle la garganta no puede precisar.
   -   Vaya -se limitó a decir Ahlssei.
   -   Pero no se preocupe, capitán, su mente funciona muy bien -aseguró Beldek-. Además lo más importante de Ulbahl son sus manos, como usa la pluma y la tinta. No sus ideas.

Ahlssei iba a decir algo, pero unos pasos fuertes se acercaban. Los dos hombres se giraron para ver quienes llegaban y Ahlssei no pudo evitar poner una mueca de sorpresa al ver que el sumo sacerdote llegaba acompañado otra vez de Bhilsso de Uahl. Sin duda el prefecto tenía razón en lo de considerar sospechoso la forma de actuar de ese sacerdote. Bhilsso iba unos pasos por detrás del sumo sacerdote.

   -   Pensaba que ya habían terminado sus indagaciones en el templo, prefecto -dijo Oljhal según estaba a una distancia cercana de los dos oficiales.
   -   Ya le advertí, sumo sacerdote, que podría ser que regresaramos a visitarlo -recordó ufano Beldek-. Veo que viene con su secretario otra vez, sumo sacerdote.
   -   El guardia no me ha indicado que hoy tuviera el paso prohibido las personas que no fueran yo -comentó con desprecio Oljhal-. Así que en ese caso Bhilsso puede venir conmigo.
   -   ¡Oh, no se preocupe! -exclamó Beldek-. No era una prohibición sumo sacerdote. Por mi se puede quedar él y todos los secretarios que quieran acompañarle. ¿Hemos identificado al cadáver del altar?
   -   ¡Eh, bien! -indicó Oljhal pillado por sorpresa por el cambio en la temática de la conversación-. ¿Y quién era?
   -   Una prostituta de La Sobhora -se limitó a contestar Beldek. El sumo sacerdote puso una cara de asco como si solo la mención del problemático barrio le fuera a contagiar algún mal.
   -   ¿Y cómo llegó hasta aquí esa… mujer? -inquirió Oljhal.
   -   Aun lo estamos investigando, pero pronto tendremos sospechosos a los que interrogar -afirmó Beldek-. Pero ahora ya son dos muertos. A falta de uno ya tenemos otro. También asesinado siguiendo un ritual de una religión arcana, olvidada prácticamente, excepto para nuestro asesino, claro.
   -   Siento en el alma que se le amontone el trabajo -Beldek notó que todas y cada una de las palabras que había dicho Oljhal eran falsas-. ¿Qué hace ese hombre de allí?

El dedo del sumo sacerdote señalaba a Ulbahl que estaba situado enfrente de los cuatro hombres, al otro lado del altar mayor. Ulbahl le miraba y luego apuntaba algo en los pergaminos que llevaba.

   -   ¡Oh! Es uno de mis artistas -dijo Beldek-. Requiero para la investigación de unos dibujos del altar, para hacerme una idea de cómo debería ser nuestro asesino para llevar él solo el cadáver hasta el altar. No le preste atención, sumo sacerdote.

Oljhal se dejó convencer por la explicación del prefecto, pero Bhilsso no parecía tener el mismo punto de vista que su superior y se dirigió hacia Ulbahl para ver qué se traía entre manos el artista. Beldek ya le había avisado a Ulbahl de que alguno de los dos con los que iban a hablar se acercaría a ver su obra. Por lo que debía ser rápido y tener a mano una perspectiva del altar. Cuando Bhilsso se puso a la espalda de Ulbahl sólo pudo ver un boceto del altar mayor, con un gran número de detalles y una gran aproximación a la realidad.

Beldek sonrió al ver la mueca de Bhilsso y siguió por un rato manteniendo una conversación teológica con el sumo sacerdote. Pero como Beldek ya suponía, Oljhal no conocía mucho sobre los ritos de religiones pérdidas o sometidas por el culto mayoritario del imperio. Bhilsso perdió el interés en el dibujo de Ulbahl y le dejó solo, retornando junto al sumo sacerdote. Ahlssei intervenía de vez en cuando en la conversación. Pero sus conocimientos no eran tan amplios como los del prefecto.  Pasado un rato largo, donde Oljhal y Beldek casi fueron los únicos que hablaban, Ulbahl le hizo un gesto a Beldek y este asintió.

   -   Bueno sumo sacerdote, aunque esta conversación es muy interesante, no puedo seguir demorando otros asuntos -indicó Beldek, mientras Ulbahl recogía sus utensilios y las hojas de pergamino usadas.
   -   Vuelva cuando quiera, prefecto, siempre es interesante una buena conversación para abrir la mente -por una vez, las palabras de Oljhal parecían sinceras, lo que dejó a Ahlssei sorprendido.

Beldek y Ahlssei se marcharon, tras hacer una despedida formal al sumo sacerdote, como marcaban las normas de educación entre miembros del mismo rango social. Ulbahl les siguió a pocos pasos de distancia con un paso rápido, sin mirar a ninguno de los sacerdotes a la cara.

miércoles, 2 de enero de 2019

Ascenso (1)


Ofthar aún se encontraba como sumido en una ilusión y todo había comenzado desde que se había acercado a él, el capitán Rhennast, jefe de la guardia del señor Nardiok. Conocía demasiado bien a Rhennast, ya que se había convertido en un buen amigo de su padre. Había conocido a Rhennast cuando regresaban su padre y él del territorio del señorío de los mares, cruzando otros territorios en un viaje peligroso para su padre. Una vez en casa, Ofhar le había propuesto ante su señor como guardia de su escolta. El señor Nardiok no se opuso a los deseos de su canciller. No había tenido problema para ascender desde la tropa. De joven había sido soldado del clan Irnt, por ello había podido prosperar con el tiempo. Su mayor logro al ser designado como capitán de la guardia del señor Nardiok, fue que le daba un status de nobleza y de persona importante en el clan Irinat. Esta era la única forma que tenía Nardiok en aumentar el poder de su clan, que desde su origen era exiguo. Rhennast podía ser considerado un primo lejano de Nardiok. Aunque también era un familiar de Ofhar, ya que Rhennast se había casado con una mujer del clan Bhalonov, lo que había posicionado al capitán de la guardia entre los dos clanes más poderosos del señorío.
Recordaba que Rhennast se había quedado de pie, en silencio, solo había agachado su cabeza durante unos segundos ante Ofthar antes de parecer una estatua. El capitán sabía cuál era su lugar y cuál era la forma de respeto que tenía que tener con Ofthar, que ya había alcanzado los treinta y siete años de edad. Aunque de normal solía tratar a Ofthar con cordialidad y eso que era una persona muy influyente. Ofthar estaba casado con Arnyana, señora de las llanuras, por lo que aun siendo un señor consorte, era alguien a quien tener respeto.
-       Mi señor Ofthar, el señor Nardiok le llama, le pide que os acerquéis a su tienda -había anunciado por fin Rhennast, cuando le pareció que había dado un tiempo suficiente.
Ofthar había observado los ojos de Rhennast, intentando distinguir algo que no encontró. Había oído a los hombres al final de la batalla, se decía que el señor Nardiok había sido herido o muerto. Pero parecía que era un error. Pues un muerto no podía hacer llamar a nadie. Ofthar se había puesto de pie y había esperado a que el capitán abandonase su tienda para seguirle. Había andado mecánicamente, con cuidado, para no pisar a ninguno de los muchísimos heridos que se agolpaban entre las tiendas del campamento. También había habido muertos, en gran número, entre ellos su propio padre, el general Ofhar. Habían ganado la batalla pero a un alto coste.
Todo había empezado meses atrás, cuando el señor de los pantanos había atacado e invadido el pequeño señorío de los prados, un señorío de escasa extensión, pero muy rico debido a sus tierras fértiles. Esas tierras eran por lo que el señor de los pantanos había movido ficha. El territorio del señorío de los pantanos, tal como decía su nombre era una tierra cenagosa, un inmenso pantano, donde la única zona capaz de albergar cultivos eran una serie de islas de pequeño tamaño, entre las cuales se encontraba donde se erigía la ciudad del señor, o más bien la aldea amurallada. Aún así, el señorío de los pantanos no era del todo pobre, pues los pantanos estaban llenos de peces y otros animales. De todas formas, no era suficiente y el señor de los pantanos ambicionaba las tierras de sus vecinos. Al este lindaban las tierras del señor de los mares, actualmente demasiado poderoso. Por el oeste el señorío de los prados era más accesible, pero se encontraba aliado con el señorío de las ríos, poderoso en sí mismo y el de las llanuras, que aunque más modesto era peligroso. El gran problema en los tres señoríos al oeste del de los pantanos era el clan Bhalonov, que se extendía por los tres, convertido en la familia más poderosa de esos lares, con el resto de los clanes unidos con ellos mediante pactos de familia o casamientos.
Pero aun así, el señor de los pantanos atacó a su vecino y lo que tenía que pasar ocurrió. El invasor fue más rápido de lo que habían predicho los estrategas como el general Ofhar y dio un golpe rápido tomando la ciudad amurallada de Isma, asesinando al señor de los prados y a toda su familia. Para cuando los ejércitos combinados del señorío de los ríos y de las llanuras comenzaron a avanzar hacia su enemigo, el señor de los pantanos parecía ser el nuevo conquistador de los prados.
De todas formas, el señor de los pantanos no era verdaderamente un experto en estrategia y se había hinchado de orgullo por su rápida conquista. Así que no escuchó a sus consejeros ni a los enviados del señor de los mares, con el que se había aliado en secreto. Salió de Isma con su ejército, con el convencimiento de que iba a conseguir otra victoria que le iba a dar otra corona de laureles. Así fue como se dice que partió de la ciudad conquistada a caballo, con una armadura de escamas muy bruñida, y una corona de laureles sobre su cabeza. Su orgullo fue tal que le nubló la mente y los ojos, hasta tal punto que expulsó a los asesores militares del señor de los mares, que tanto le habían ayudado en la conquista del señor de los prados, conquista que se había creído propia.