Lybhinnia se despertó entre sueños
imposibles, había visto destrucción, como nunca había presenciado, una muerte
llena de odio y con unas ganas de venganza indescriptibles. Se sentó sobre su
lecho y notó que tenía todo el cuerpo sudoroso, se pasó la mano por la piel y
fue quitando las gotas tibias. Ella recordaba que desde niña había tenido
sueños erráticos, fuera de lugar y raramente bonitos. Había hablado mucho de
ello con Armhiin, que había achacado todo a su sangre y a la situación de su
madre, que en su día fue un chamán de arboleda. Lybhinnia no recordaba a su
progenitora, pues había muerto cuando ella era muy joven. Le había preguntado
en muchas ocasiones al anciano por su madre, como era, como murió, pero Armhiin
siempre respondía con evasivas, con elocuencia y palabras enigmáticas. Nunca
era claro.
Miró hacia la ventana de su cabaña, que no
compartía con nadie, aunque ya había recibido varias peticiones para
convertirse en compañera de varios vecinos. La última había sido por parte de
Gynthar. Con los otros el rechazo había sido más fácil, pero con el guerrero la
cosa había sido otra. A sus ojos, Gynthar era guapo, bien formado y un miembro
capaz dentro de su sociedad, pero había algo que la obligó a rechazarle, algo
que no sabía que era, ni como describirlo, pero que no estaba bien. Un ligero
toque de prepotencia. Y parecía que el guerrero no se había tomado bien su
negativa, o por lo menos últimamente era muy cortante y agresivo con ella.
Los primeros rayos de luz comenzaban a
cruzar la capa de hojas, lo que indicaba que la mañana ya había comenzado hacía
rato. Se levantó de un salto, retirando con el impulso la sabana que tapaba su
desnudez. Se acercó a una jofaina de madera llena de agua, fría y pura como
debía ser, para poder limpiarse y quitarse el sudor y el olor de la noche y el
sueño. Una vez que estuvo lista, se vistió, se puso una blusa ajustada de color
ocre, unos calzones blanquecinos. Sobre todo ellos una túnica larga, de un
tejido más fino que las prendas inferiores, que ciñó a su cuerpo con su
cinturón. Por último se colocó las piezas de su armadura ligera de cuero
reforzado. Esta armadura consistía en un peto completo, unas hombreras, unas
muñequeras, unas rodilleras y unas protecciones sobre las botas altas y ceñidas
que usaba, de cuero oscurecido, casi negro.
Antes de salir de su cabaña, se encargó de
recoger su pelo, en un moño circular, enganchado con unas horquillas hechas en
hueso de ciervo, talladas a conciencia por el maestro tallador de la arboleda.
El pelo de los costados, al no poder quedarse retenido por el moño, lo
introdujo en unos cilindros también decorados, para evitar que le molestaran.
En el cinturón colgó un nuevo puñal, se colocó su carcaj, vacío, a la espalda y
salió. En la arboleda no estaba permitido llevar más que pequeños puñales para
ayudarse en las labores. Las espadas y arcos permanecían ocultos en la cabaña
del maestro armero, que los mantenía en perfectas condiciones. Los proyectiles
también se debían quedar allí.
Lybhinnia se dirigió primero al gran
comedor, donde las cocineras ya estarían preparando algo de desayunar, algún
cocido de hierbas, con poca carne, ya que sin nada que cazar, las reservas de
carne habían menguado mucho y se reservaban para los infantes. Comió rápido y
dio las gracias a las cocineras, por su gran arte. No quiso quedarse mucho,
porque las miradas que emanaban de los otros que estaban allí no eran buenas,
claramente la hacían responsable por la falta de carne en el menú, de su fallo
como líder de los cazadores.
Desde el comedor se trasladó hasta el
santuario, donde aparte de Armhiin, ya se habían reunido varios miembros. Allí
se encontraban el maestro armero, que en verdad era un maestro herrero,
Dhearryn, la maestra sanadora, Ulynhia, y el cuidador de la arboleda, Vyridher.
Todos ellos le saludaron y siguieron con su disertación o de lo que estuvieran
hablando.
Dhearryn era robusto y musculoso, una
peculiaridad que le hacía diferente a sus compañeros, como el pelo oscuro, muy
raro en la raza. Algunos aseguraban que ese color sólo podía entenderse si la
familia del herrero se había mezclado alguna vez con sangre enana, algo que era
aún más raro o improbable. Era buena persona, afable, estaba unido con una de
las cocineras y tenían un hijo en común. Ulynhia, era más mayor, no tanto como
Armhiin, pero los rasgos de una edad larga comenzaban a aparecer, su pelo era
una mezcla entre rubio y blanco, mientras que las primeras manchas en su piel
empezaban a nacer. Lybhinnia no había tenido que visitar a la sanadora tanto
como a Dhearryn, pero le parecía alguien amistosa y le caía bien porque había
decidido aceptar compartir su vida con Armhiin, aunque Ulynhia ya hubiera
tenido otra familia, pero ya habían fallecido todos, su compañero y sus hijos. Vyridher
era otro caso aparte, como cuidador de la arboleda, sobre sus hombros pesaba
todo el trabajo de cuidado de los árboles milenarios, así como de tener listos
los campos interiores. Ella había chocado en un par de veces cuando se
encargaba de instruir a los cazadores.
Lybhinnia se sentó en el suelo, para
esperar a que llegaran el resto de los miembros del consejo y ver de qué quería
hablar Armhiin, aunque ella esperaba que se tratara de la crisis que se
acercaba.