Las premoniciones de Rhennast no se cumplieron y tras varios días
de viaje, siempre atentos al camino ya recorrido, quedó claro que ya no les seguía
nadie. En todo ese tiempo, Rhennast fue contribuyendo a ganarse la confianza de
sus compañeros de viaje, hasta que Ofhar le devolvió su espada. No tuvo que
arrepentirse de ello, pues el gran guerrero juró por su alma que defendería al
último señor legítimo de los pantanos, un hombre por el que fluía la sangre del
gran rey Naradhar III, pues Ofthar era bisnieto del viejo monarca.
Mientras cruzaban el territorio del señorío de los pastos, Ofthar
pudo comprobar que era un pueblo pobre, con un ejército débil y unas
poblaciones deficientemente defendidas. El ataque por parte de Whaon estaría
más cerca en los años que lejos.
Por fin cruzaron el río Yhandu entrando en el señorío de los ríos,
su destino. Ofhar pudo retomar su verdadera identidad. Tras pasar el puente,
cuyos arcos eran de piedra y la plataforma de madera, pues la antigua se había
desmoronado hacía ya demasiado tiempo, había una pequeña fortaleza, un reducto
lleno de soldados. Su oficial se cuadró ante Ofhar y le dio la bienvenida,
mientras observaba con cautela a Rhennast y a Ofthar. Pero las palabras de
Ofhar bastaron para que las dudas del oficial se desmoronaran.
De allí, viajaron hacia el norte, hacia la ribera del gran
Nerviuss, donde estaba erigida la ciudadela del señor Nardiok. Tras varios días
de viaje, descansando en granjas, donde la llegada del canciller Ofhar obligaba
a recibimientos y banquetes nocturnos opíparos. Los granjeros, muchos del
propio clan que Ofhar, no podían hacer otra cosa que agasajar a su líder. Y lo
normal es que la carne y la cerveza corrieran. Cualquier otra cosa, sería una
deshonra que no se podría olvidar. Ofthar pudo ver que pocos sabían que el
canciller había estado de viaje, más aún pensaban que su visita era para poner
a prueba su lealtad, y eso que todos eran de la misma familia, ya fuera por
nacimiento, por casamiento o por ascenso.
Fue en lo alto de una colina, cuando Ofthar observó por primera
vez al gran Nerviuss, el ancho río que separaba los señoríos del reino norteño
de Tharkanda, con quién en más de una vez habían tenido guerras. Pharakhe, la
ciudadela y capital del señorío, era una serie de empalizadas de madera,
concéntricas, en cuyo centro se encontraba la gran casa de Nardiok, rodeada de
casuchas, cuarteles y establos. No parecía gran cosa, pero la verdad es que era
un buen castillo, por lo menos entre las poblaciones de los reinos sureños,
aunque tal vez sus vecinos norteños se rieran por ello. En los señoríos nunca
habían necesitado labrar la piedra, pues sus territorios no eran tan apetecibles
como otros más cálidos.
Con Ofhar a la cabeza no fue tan difícil llegar hasta el reducto
interior. Allí, les esperaban guerreros, siervos, pero sobretodo un hombre que
irradiaba dignidad. Pero el primero en adelantarse fue un hombre de pelo
encanecido, con cicatrices y arrugas. Ofhar les ordenó que se apeasen de sus
cabalgaduras. Los siervos se hicieron cargo de los caballos rápidamente y los
alejaron de allí. El guerrero mayor se dirigió directo a Ofhar y le abrazó.
-
¡Gracias a Ordhin por devolverte a mi lado de una pieza! -dijo el
guerrero, sin soltar a Ofhar-. Tu aventura estaba abocada al fracaso y a tu
pérdida, pero mis ruegos han sido escuchados.
-
Padre, por favor, déjame presentarte a alguien -rogó Ofhar al
guerrero para que le soltara.
-
Compañeros de viaje -murmuró el guerrero, que se quedó mudo al ver
a Ofthar, veía los rasgos de su propio padre en ese muchacho y los ojos de
Güit.
-
Padre, te presento a Ofthar, mi hijo y tu nieto -Ofhar se mostró
solemne-. Ofthar, este es tu abuelo, Ofha.
Ofha se quedó un poco inmóvil por la emoción y luego dio los pasos
suficientes para abrazar a su nieto y futuro de su clan. Ofthar recibió las
muestras de afecto, llenándose de una felicidad que no sentía desde que su
madre vivía.
-
No veo a la dama Güit, por lo que temo porque ya no se encuentra
entre nosotros, pero has retornado como padre, lo que quiere decir que ella te
dejó su mayor tesoro -dijo el hombre que había estado en silencio junto a Ofha,
que no vestía como una guerrero, sino con ropas más livianas, pero se cubría con
un manto hecho con la piel de un gran oso de los hielos, blanco como la nieve-.
Bienvenido seas a mis tierras, Ofthar, hijo de Ofhar.
Ofhar, Ofha y Rhennast hicieron una reverencia ligera. Ofthar les
imitó, pues al final estaba ante el señor Nardiok, que le parecía de similar
edad que su padre o tal vez algo mayor. Entonces, Nardiok señaló a Rhennast.
-
Este guerrero es Rhennast, hijo de Rhen del clan Irnt, nos ayudó
al final de nuestro viaje -presentó rápidamente Ofhar-. Nos ha acompañado ya
que le prometí que le daría una buena vida, no como la de los pantanos.
-
Me acuerdo del capitán Rhen, siempre tan leal a su señor -evocó
Nardiok-. ¿Serías capaz de servirme a mí como tu padre lo fue con mi tío
Galanenon?
Rhennast asintió con la cabeza. Ofthar que escuchó las palabras de
Nardiok se dio cuenta por primera vez que él y el señor Nardiok eran familia,
pues ambos eran descendientes del último monarca. Nardiok era nieto y él
bisnieto.
-
En ese caso, entrad todos a mi hogar, que hay mucho que celebrar,
pues mi canciller ha vuelto, junto con su hijo y un guerrero interesante
-proclamó Nardiok, dándose la vuelta y caminando hacia su palacio.
Ofha, Ofhar, Ofthar y Rhennast le siguieron un par de pasos más
atrás, todos contentos y preparados para afrontar lo que el destino les
deparase.
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