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miércoles, 27 de diciembre de 2017

Encuentro (20, Fin)



Las premoniciones de Rhennast no se cumplieron y tras varios días de viaje, siempre atentos al camino ya recorrido, quedó claro que ya no les seguía nadie. En todo ese tiempo, Rhennast fue contribuyendo a ganarse la confianza de sus compañeros de viaje, hasta que Ofhar le devolvió su espada. No tuvo que arrepentirse de ello, pues el gran guerrero juró por su alma que defendería al último señor legítimo de los pantanos, un hombre por el que fluía la sangre del gran rey Naradhar III, pues Ofthar era bisnieto del viejo monarca.
Mientras cruzaban el territorio del señorío de los pastos, Ofthar pudo comprobar que era un pueblo pobre, con un ejército débil y unas poblaciones deficientemente defendidas. El ataque por parte de Whaon estaría más cerca en los años que lejos.
Por fin cruzaron el río Yhandu entrando en el señorío de los ríos, su destino. Ofhar pudo retomar su verdadera identidad. Tras pasar el puente, cuyos arcos eran de piedra y la plataforma de madera, pues la antigua se había desmoronado hacía ya demasiado tiempo, había una pequeña fortaleza, un reducto lleno de soldados. Su oficial se cuadró ante Ofhar y le dio la bienvenida, mientras observaba con cautela a Rhennast y a Ofthar. Pero las palabras de Ofhar bastaron para que las dudas del oficial se desmoronaran.
De allí, viajaron hacia el norte, hacia la ribera del gran Nerviuss, donde estaba erigida la ciudadela del señor Nardiok. Tras varios días de viaje, descansando en granjas, donde la llegada del canciller Ofhar obligaba a recibimientos y banquetes nocturnos opíparos. Los granjeros, muchos del propio clan que Ofhar, no podían hacer otra cosa que agasajar a su líder. Y lo normal es que la carne y la cerveza corrieran. Cualquier otra cosa, sería una deshonra que no se podría olvidar. Ofthar pudo ver que pocos sabían que el canciller había estado de viaje, más aún pensaban que su visita era para poner a prueba su lealtad, y eso que todos eran de la misma familia, ya fuera por nacimiento, por casamiento o por ascenso.
Fue en lo alto de una colina, cuando Ofthar observó por primera vez al gran Nerviuss, el ancho río que separaba los señoríos del reino norteño de Tharkanda, con quién en más de una vez habían tenido guerras. Pharakhe, la ciudadela y capital del señorío, era una serie de empalizadas de madera, concéntricas, en cuyo centro se encontraba la gran casa de Nardiok, rodeada de casuchas, cuarteles y establos. No parecía gran cosa, pero la verdad es que era un buen castillo, por lo menos entre las poblaciones de los reinos sureños, aunque tal vez sus vecinos norteños se rieran por ello. En los señoríos nunca habían necesitado labrar la piedra, pues sus territorios no eran tan apetecibles como otros más cálidos.
Con Ofhar a la cabeza no fue tan difícil llegar hasta el reducto interior. Allí, les esperaban guerreros, siervos, pero sobretodo un hombre que irradiaba dignidad. Pero el primero en adelantarse fue un hombre de pelo encanecido, con cicatrices y arrugas. Ofhar les ordenó que se apeasen de sus cabalgaduras. Los siervos se hicieron cargo de los caballos rápidamente y los alejaron de allí. El guerrero mayor se dirigió directo a Ofhar y le abrazó.
-       ¡Gracias a Ordhin por devolverte a mi lado de una pieza! -dijo el guerrero, sin soltar a Ofhar-. Tu aventura estaba abocada al fracaso y a tu pérdida, pero mis ruegos han sido escuchados.
-       Padre, por favor, déjame presentarte a alguien -rogó Ofhar al guerrero para que le soltara.
-       Compañeros de viaje -murmuró el guerrero, que se quedó mudo al ver a Ofthar, veía los rasgos de su propio padre en ese muchacho y los ojos de Güit.
-       Padre, te presento a Ofthar, mi hijo y tu nieto -Ofhar se mostró solemne-. Ofthar, este es tu abuelo, Ofha.
Ofha se quedó un poco inmóvil por la emoción y luego dio los pasos suficientes para abrazar a su nieto y futuro de su clan. Ofthar recibió las muestras de afecto, llenándose de una felicidad que no sentía desde que su madre vivía.
-       No veo a la dama Güit, por lo que temo porque ya no se encuentra entre nosotros, pero has retornado como padre, lo que quiere decir que ella te dejó su mayor tesoro -dijo el hombre que había estado en silencio junto a Ofha, que no vestía como una guerrero, sino con ropas más livianas, pero se cubría con un manto hecho con la piel de un gran oso de los hielos, blanco como la nieve-. Bienvenido seas a mis tierras, Ofthar, hijo de Ofhar.
Ofhar, Ofha y Rhennast hicieron una reverencia ligera. Ofthar les imitó, pues al final estaba ante el señor Nardiok, que le parecía de similar edad que su padre o tal vez algo mayor. Entonces, Nardiok señaló a Rhennast.
-       Este guerrero es Rhennast, hijo de Rhen del clan Irnt, nos ayudó al final de nuestro viaje -presentó rápidamente Ofhar-. Nos ha acompañado ya que le prometí que le daría una buena vida, no como la de los pantanos.
-       Me acuerdo del capitán Rhen, siempre tan leal a su señor -evocó Nardiok-. ¿Serías capaz de servirme a mí como tu padre lo fue con mi tío Galanenon?
Rhennast asintió con la cabeza. Ofthar que escuchó las palabras de Nardiok se dio cuenta por primera vez que él y el señor Nardiok eran familia, pues ambos eran descendientes del último monarca. Nardiok era nieto y él bisnieto.
-       En ese caso, entrad todos a mi hogar, que hay mucho que celebrar, pues mi canciller ha vuelto, junto con su hijo y un guerrero interesante -proclamó Nardiok, dándose la vuelta y caminando hacia su palacio.
Ofha, Ofhar, Ofthar y Rhennast le siguieron un par de pasos más atrás, todos contentos y preparados para afrontar lo que el destino les deparase.

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