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miércoles, 28 de noviembre de 2018

Lágrimas de hollín (42)


Les llevó un rato, pero al final, dieron con el bolsillo secreto donde Terbus llevaba su anillo. Era una pieza diferente a la de Oltar. Eran dos serpientes enroscadas una en la otra, pero en posiciones contrarias, con lo que las dos cabezas se miraban una a otra. En los ojos habían engarzado dos pequeñísimas esmeraldas. Fhin se puso el anillo en otro de los dedos y se dirigieron hacia la guarida de Phorto, esperando que el antiguo líder de los Carneros no hubiese sufrido un golpe de ambición.

La base de los Carneros era un antiguo edificio de tres plantas, cuya base eran unos inmensos sillares de piedra blanca, lo que daba a entender que en otra época fue una casa de alguien importante. Pero ahora, tras la creación de los barrios externos, La Cresta se había convertido en algo muy diferente. Bien lo sabían todos sus pobladores.

Para acceder a la casa, había que subir una pequeña escalinata y pasar una puerta. Está no cuadraba demasiado con el resto del conjunto arquitectónico. Era nueva, muy cuidada y como supuso Fhin, más gruesa de lo normal. Sin duda, Phorto se había hecho con un buen elemento para defender su guarida. Cualquier clan rival que intentara actuar contra ellos, se debería emplear a fondo para acceder allí. Además, las pocas ventanas que no habían sido tapiadas en la planta baja, habían sido reforzadas con rejas de hierro. Pero esa precaución era habitual en cualquier edificio del barrio.

Junto a la puerta, un mocetón les observaba acercarse. A Fhin no le parecía que fuera uno de los que habían acompañado a Phorto a la reunión fallida. Con lo que se preparó para alguna palabra malsonante.

   -   Soy Jockhel -se presentó Fhin, al tiempo que mostraba sus anillos.
   -   Adelante, mi señor -dijo el mocetón, al tiempo que miraba asombrado los anillos de Fhin y golpeaba la puerta con la mano derecha.

El puño del hombre sonó con fuerza y al poco la puerta, con el grosor que había vislumbrado Fhin, se abrió hacia adentro. Fhin, Bheldur y Usbhalo cruzaron el umbral y avanzaron un poco. Por dentro de abría un pequeño hall, con puertas a ambos lados y un arco frente a ellos. La puerta fue cerrada por un segundo muchacho que murmuró la palabra “líder” cuando miró a Fhin y agachó la cabeza. Luego les señaló que siguieran por el arco.

Tras el arco, recorrieron un pasillo no muy largo, con faroles y cuadros añejos como única decoración. Al final de este había otro arco abierto. Más allá se veía luz, que les cegaba, debido a la poca que había en el pasillo. Tras pasar bajo el arco, llegaron a un patio central. Estaba formado por dos partes. La primera era un pasillo formado por una columnata que cubría toda la cara externa del pasillo, adosado a la pared de la casa. Fhin miró hacia arriba y vio que el techo estaba formado por arcos que se cruzaban unos con otros. Allí donde varios se cruzaban habían colocado un disco de piedra con grabados de animales fantásticos o inventados. La segunda parte era el patio propiamente dicho, al otro lado de las columnas. Había un pequeño jardín y lo que parecía un pozo en el centro. Era allí donde le esperaba Phorto.

El antiguo líder de los Carneros, estaba de pie y jugaba con algo entre las manos. El objeto brillaba con la luz de los faroles que iluminaban el jardín. Había más miembros del clan rodeando el jardín. Fhin sabía que todas las miradas estaban puestas en él y sus amigos, pero eso no le amedrentó. Cruzó el espacio que le separaba con Phorto. Por un momento ambos se miraron y Fhin levantó la mano en la que llevaba los dos anillos. Los hombres ahí reunidos, tanto jóvenes como mayores observaron los dos anillos, lo que indicaba que Fhin era el líder de los Serpientes y de los Nutrias. Uno a uno de los presentes, fueron agachando la cabeza en señal de respeto.

Fhin alargó la mano, con la palma hacia arriba, ante Phorto. No dijo nada y sabía que no necesitaba hacerlo. Phorto dejó el objeto con el que había estado jugueteando sobre la palma de Fhin. Al retirar su mano Phorto, Fhin vio un collar, formado por una cadena de oro con un colgante formado por un disco circular de oro con una gema redonda, un rubí, donde se había grabado la cabeza de un carnero. Fhin se lo puso con toda la formalidad que pudo representar.

   -   ¡Larga vida al líder! -aclamó Phorto-. ¡Larga vida a Jockhel!

Todos los Carneros, junto a Bheldur y Usbhalo, repitieron la fórmula. Fhin se limitó a sonreír, tras lo que abrazó a Phorto, como señal de que el viejo líder estaba de acuerdo al traspaso de poder. Y por su parte, el nuevo líder le reconocía como un lugarteniente. Los Carneros no pudieron evitar mostrar su entusiasmo dando vivas a Jockhel y Phorto por igual.

Unión (48)


Los primeros hombres del ataque enemigo fueron recibidos por nuevas flechas, que venían de algún punto frente a ellos, pero no les hicieron nada, pues llevaban los escudos frente a ellos. Pero el primer paso que dieron fue lo que les indicó que algo no iba bien. Oloplha había indicado que ahí habría una ligera pendiente, siguiendo la ladera, para ascender hacia el patio de armas del cuartel, pero para su asombro, ocurrió lo contrario. Los hombres comenzaron a descender, una pendiente ligera. Y siguieron corriendo un trecho, en bajada hasta chocarse o más bien empalarse en una serie de puntas de lanzas que habían incrustado los defensores en una pared, un nuevo parapeto de varios metros de altura, sobre la que se encontraba Rhime y el resto de arqueros.


Las líneas de enemigos fueron entrando unas tras otras, sin darse cuenta de que se introducían hacia otra defensa. La primera línea pereció al chocar contra las lanzas y se quedaron allí enganchados, lo que ayudó a que de la segunda, solo algunos sucumbieran por el mismo problema. Una línea tras otra iba chocando con la de delante, mientras llegaba otra más. Una se estorbaba a otra e impedía que se pudieran mover. Desde arriba del segundo parapeto y desde los lados llovían flechas sin cesar. Los proyectiles iban bien dirigidos y rara vez fallaban. Oloplha había caído como el resto de sus hombres y estaba en el medio, buscando una forma de salir de allí, pero lo veía complicado. Hacia atrás sería difícil, pues seguían llegando hombres, entorpeciendo a los de delante. Entonces se dio cuenta de un nuevo problema.


Junto al segundo parapeto, en el espacio entre las defensas exteriores y la pared de reciente construcción había un par de huecos, para poder entrar o salir de la zona central. Pero ahora estaban ocupadas por dos muros de escudos, que habían comenzado a abrirse paso hacia el centro. Por la derecha estaba el grupo de Mhista y por la izquierda el de Ofthar. Ambos grupos avanzaba de igual forma. Daban un paso hacia delante, golpeando con sus escudos la línea enemiga, que dado el caos, se desmoronaba. Entonces un par de espadas o hachas lanzaban un golpe mortal contra el enemigo. En casos se veía la gran hacha de Orot destrozar una cabeza o un escudo. El proceso era lento, pero preciso. Los esclavos caían o intentaban recular, pero al hacerlo provocaban más desconcierto en su caótica formación.


Oloplha intentaba recomponer sus filas, pero no conseguía nada. Estaba apretujado entre sus hombres. Notaba en la espalda un escudo, así como la respiración de otro guerrero al costado. Sabía que había sido un necio, que sus sentimientos por su hija y el odio hacia el guerrero joven le habían hecho caer en una trampa tan simple. Notó que algo le salpicaba y vio como una flecha había alcanzado a un guerrero cercano en el cuello y la sangre salía sin control. El guerrero no podía hacer nada, pues como él se encontraba atascado en el inmenso lío que se había formado. Ordenó a sus hombres que regresaran hacia fuera, pero la maniobra estaba constando, pues los arqueros de los parapetos mantenían una lluvia constante. Habían caído varios que obstaculizaban la salida, que además se debía hacer en cuesta arriba. Oloplha no podía sino alabar en silencio la estrategia de su rival, que había sido mucho mejor que la suya. Pero aún no había perdido la batalla, aún podría dar la vuelta a todo.


El avance del grupo de Mhista y el de Ofthar era lento, pero se iban aproximando poco a poco y lo que era mejor, estaban cercando a un grupo de enemigos entre ellos. Pronto les sería imposible luchar contra ambos e intentarían agruparse. De se modo, los extremos de las dos formaciones, acabarían uniéndose y se lanzarían contra el enemigo, mientras Rhime les daba cobertura.


Los guerreros del culto de Bheler intentaban contrarrestar la fuerza del muro de los defensores, que con una única línea iban haciéndoles recular. La línea enemiga intentó reformar su muro y dio un paso hacia delante, pero los de Ofthar, fueron más cautos y retrocedieron. Al no encontrarse nada se detuvieron confusos, lo que aprovecharon Ofthar y el resto para arremeter contra ellos. Los escudos chocaron con fuerza y las hachas golpearon desde arriba. Los gritos de dolor provenientes de detrás de los escudos de los esclavos se hicieron evidentes. Orot lanzó un nuevo ataque y un escudo fue quebrado, así como un hueco se abrió en la línea. Ofthar dio un paso y se adentró en él, lanzando su espada contra los costados. Dos esclavos cayeron, doliéndose y gritando. Los compañeros de Ofthar siguieron a su jefe por la rotura abierta y lo que quedaba de la línea enemiga se integró en la siguiente. Pero esta ya tenía a su espalda a Mhista y sucumbió de repente, al no poder luchar a dos frentes. Todos los amigos se unieron en una única línea, a la vez que lanzaban un clamor de victoria.


   -   ¡Vamos amigos, mandémoslos al infierno! -gritó Ofthar, que vio el rostro de Oloplha y añadió-. ¡Cobarde de las brumas negras! ¡Ven a enfrentar a un hijo de Ordhin! ¡O seguirás escondiéndote entre tus escudos!


Ofthar lanzó varios escupitajos contra la línea enemiga, para agrandar su insulto. Oloplha escuchó los gritos de Ofthar y reconoció la voz. Sabía que debía enfrentarle de una maldita vez. Sin ese vociferante señor de la guerra, la defensa de la puerta del cuartel se desharía. Se dio cuenta que la situación había cambiado. Habían caído el número suficiente de sus hombres como para formar una estructura más hermética a las flechas y para poder hacer frente al muro endeble de su enemigo. Quería tomar la cabeza del joven y avanzaría con todo. Oloplha sabía que solo uno de los dos podría sobrevivir y con ello ganaría la batalla.

domingo, 25 de noviembre de 2018

El conde de Lhimoner (18)


El encargado dio un paso hacia atrás cuando el prefecto levantó la cabeza y mostró la horrenda herida a los allí presentes. Chocó de lleno con el sargento y se quedó muy quieto.


   -   ¿Sabe quién es este hombre? -inquirió Beldek, retirando los cabellos de la cara del muerto.

   -   Yo no suelo encargarme de los clientes -negó el hombre.

   -   Y podría hacer que viniera la persona que se encarga de ello -pidió Beldek, ante un atemorizado encargado-. Fhahl, que vengan el estudioso y traigan la camilla. Que los hombres empiecen a hablar con todas las chicas. Quiero saber todo sobre la vida de Dherin.

   -   No puede… -empezó a decir el encargado, sabiendo lo que significaba tantos guardias por el burdel, su ruina.

   -   ¡Oh! Claro que puedo, por algo soy el conde de Lhimoner, prefecto de la guardia -aseguró Beldek, viendo que al oír su nombre el encargado empalidecía más incluso de lo que estaba. Por un momento le pareció que tenía un tono parecido con el muerto-. Y ahora baje y que venga quien se encarga de los clientes. Cuanto más me haga esperar peor será para usted.


El hombre asintió con la cabeza y salió raudo de allí. Fhahl le siguió. Ahlssei que hasta ahora había parecido una estatua entró en la habitación y la revisó por encima. No tenía mucho. Un armario alto y estrecho, una cama con un colchón de poca calidad, con una manta por encima. La cama parecía deshecha. La cuerda que mantenía en el aire al muerto estaba enganchada en la cama, pero habían colocado un gancho en el techo. Si alguien había clavado eso ahí, debería haber hecho ruido y haber atraído la atención del encargado. No había más decoración que una estufa apagada y una alfombra para los pies.


Beldek soltó la cabeza, tras investigar el corte, profundo, limpió. Le parecía que había llegado hasta el hueso. Se agachó bajo los pies del cadáver y observó varias gotas de sangre, pero poco más. Sí que le pareció ver otras en las paredes, pero no en suficiente cantidad para lo que tendría que haber sangrado con ese corte. Los rastros por su cuerpo desnudo no eran suficientes. Todo ello solo tenía una conclusión posible y le llevaba a otro interrogante más atroz. Quién podría querer llevarse la sangre de ese hombre y por qué.


Un rumor de pasos le hizo ponerse de pie. El encargado llegó con una dama de más edad como para ser una de las chicas, pero no para dirigirlas.


   -   ¿Sabe quién es este hombre? ¿Era uno de sus clientes? -volvió a preguntar Beldek, una vez que levantó la cabeza. La mujer puso una cara de asco e intentó desviar la mirada, pero el encargado la ordenó que mirará.

   -   Parece Olbhok -respondió con voz suave la mujer.

   -   ¿Olbhok? -repitió Beldek.

   -   Olbhok Vhiliger -aseguró la mujer, que al ver que le miraban los tres hombres añadió-. Es un cliente habitual, claro cuando está en la ciudad. Siempre quiere con Dherin. Es el contramaestre en un bricbarca que viaja por la costa del imperio llevando mercancías. El barco creo que se llama la “Nutria”. Es todo lo que sé de él.

   -   ¿Ha tenido algún problema con las otras chicas? ¿o con algún otro cliente? -quiso saber Beldek.

   -   No, no, era un hombre muy afable -negó la mujer-. Como ya le he dicho, solo quería a Dherin. Si estaba ocupada se marchaba y listo. Siempre pasaba por aquí un par de días mientras descargaban o cargaban su barco. La verdad es que tenemos un zagal en el puerto para avisarnos de los barcos que entran, para tener a las chicas listas para sus seguidores. Todas tienen un marinero propio. No lo decidimos nosotras, sino los clientes. por otro lado, Olbhok era muy amigable y no tenía líos con los otros. Espere, ahora que lo pienso sí que había un cliente, un hombre joven, que también tenía predilección por Dhiren y no se tomaba bien que esta no estuviera lista para él. Una vez se enganchó con el Olbhok. Pero no pasó nada.

   -   ¿Qué sabe de ese cliente, el joven?

   -   No mucho, no da su verdadero nombre, y viste muy corriente, siempre de oscuro -señaló la mujer-. Pero tiene algo raro, como si se las diera de culto. Sabe, me recuerda a estos sacerdotes envarados de hoy en día.

   -   Puede volver abajo, pues tal vez tenga que preguntarle algo -indicó Beldek-. Mi sargento le pedirá la lista de los últimos clientes de dherin, porque supongo que esta habitación solo la usa ella.


La mujer asintió con la cabeza. Beldek les hizo un gesto, al encargado y a la mujer para que se fueran. Justo en ese momento llegaron Fhahl, el estudioso y dos guardias con una camilla y una sábana. El prefecto le indicó que bajara y hablará con la mujer que ejercía de jefa de las chicas sobre los últimos clientes de Dherin. Suponía que uno sería el marinero. Pero quería saber si ha estado el otro, el joven culto. al estudioso le ordenó buscar cualquier prueba o pista antes de descolgarlo. También se llevarían la soga y cualquier cosa que encontrasen en la investigación. Quería un informe detallado. Salió al pasillo, por donde nuevos guardias iban molestando a las muchachas ocupadas en con los clientes. El estudioso se quedó en la habitación con uno de los guardias.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Lágrimas de hollín (41)


El estupor había aparecido en los ojos de Oliphe y Jhulius por igual. Mientras que el tabernero solo sentía sorpresa, Jhulius también tenía una mezcla de miedo, dolor, ira y total incomprensión. La hoja había atravesado la mano y se había clavado en la madera. Solo el roce con el metal le dolía demasiado.

   -   ¿Por qué? -consiguió decir Jhulius entre espasmos de dolor y lágrimas.
   -   Jhulius, no eres el único que sabe ser un actor -indicó Fhin-. Yo también me informo de la gente. Sabía cómo habías caído en las manos de Oltar y los Nutrias. Sabía que eras un ladrón. Y sabes lo peor de un ladrón, que nunca queda satisfecho con lo que roba. Además tu avaricia era memorable. Todos y cada uno de los Nutrias, desde que llegué me advirtieron de que tuviera cuidado contigo. Y no lo hacían porque fueras la concubina de Oltar, sino por tus malas artes. No te creas, me dedique a hablar con los pobladores del territorio y no estaban muy contentos con tus robos. No estoy a favor de molestar a los ciudadanos humildes del barrio. Oltar debería haberte ejecutado pero sus vicios podían con él y gracias a ellos le han llevado a la tumba.
   -   No lo entiendo -dijo Jhulius.
   -   ¡Oh, vamos! Como alguien de tu supuesto intelecto falla en lo obvio -se burló Fhin-. Es muy sencillo, no podía dejar que te fueras por ahí, listo para traicionarme por más oro. Los otros clanes aún no saben lo que pasa aquí y tardarán un par de días en hacerlo. Pero si te hubiera dejado irte, cuanto oro habrías sacado por tal información. La verdad es que no puedo creer que me tomaras por un hombre tan tonto.
   -   Yo no iba a hacer nada de eso -negó Jhulius, pero casi no se le escuchó pues su voz parecía un hilillo-. Yo no te he hecho nada, te he sido leal…
   -   ¡Cállate! -le cortó Fhin-. ¿No me has robado aprovechándote de mi buena fe? ¿No has tomado las tres bolsas del cofre en el cuarto de Oltar? Bheldur saca las pruebas.

Jhulius se quedó mudo. No sabía cómo se había enterado Jockhel de lo que había tomado en la alcoba de Oltar. Estaba seguro de que nadie le había visto. Bheldur empezó a palpar el cuerpo de Jhulius. Rápidamente fue dando con cada una de las bolsas. Pero para obtenerlas no se anduvo con contemplaciones. Uso un puñal para abrirse paso entre las vestiduras de Jhulius. Hizo todos los jirones que necesitó hasta tener las tres bolsas sobre la barra de madera. Ante la incredulidad de Oliphe. Jhulius lloraba y pedía clemencia.

   -   Yo pensaba que te había pagado lo suficiente, pero no siempre es así, no para ti -dijo Fhin-. Lo que había aquí era mío desde el mismo momento que mate a Oltar, pues me convertí en el señor de los Nutrias, aunque ya queden pocos. ¿No es así, Oliphe?

El tabernero asintió con la cabeza. En su fuero interno le estaba gustando la forma de proceder de Jockhel, pues él en ningún momento se fiaba demasiado de Jhulius. Nunca le había gustado nada.

   -   Jhulius, entenderás que debo hacer justicia, por una parte ante el pueblo que está bajo mi protección y también dar un aviso a aquellos que me sirven -prosiguió Fhin-. No puedo dejar impune este robo. Si no cualquiera podría ocurrírsele hacer lo mismo. No creas que es algo personal.
   -   Por favor… por favor… por favoggg… -las palabras de Jhulius se perdieron en el silencio.

Bheldur le había clavado su estoque desde la espalda, atravesándole el corazón. Jhulius se quedó un poco de pie, pero cuando Bheldur retiró su arma, las piernas flaquearon. Los ojos se pusieron en blanco y se quedó colgando de la barra, ya que tenía la mano clavada por la daga. Fhin la retiró y el cuerpo cayó al suelo en forma de ovillo.

   -   Es una pena que el chico no se quedara con lo que le ofrecimos -murmuró Bheldur, que se había agachado y limpiaba su estoque con las ropas de Jhulius-. ¿Cómo sabías que iba a intentar robar algo?
   -   Oliphe lo ha dicho, era un avaricioso -indicó Fhin-. Si le pones un cofre, lo abrirá, importándole poco las consecuencias. Al ver las bolsas, ya no había vuelta atrás. La verdad es que me hubiera llevado una sorpresa si no hubiera robado nada. Pero la gente no sabe cambiar o le da pereza. Oltar no quería cambiar, hubiera huido, pero con su vicio. Terbus hubiera seguido envolviéndose de hombres que usaría hasta las últimas consecuencias. Pero yo no soy así. Si debo dar ejemplo con mis actos, no lo dudaré. Si no hago lo mismo que mis subordinados, ninguno me seguirá.
   -   Puede ser -asintió Bheldur, pensando en las palabras de Fhin.
   -   Oliphe, siento dejarte tanto que limpiar -dijo Fhin-. Pero no creo que tengas problemas en deshacerte de los muertos. Ahora debo encargarme de un asunto. Debo mover mis tropas, para que ningún otro clan se pase de listo. Hay que hablar con Phorto. En un futuro, Phorto será quien se ponga en contacto contigo o tal vez algún subordinado. Si tienes algún problema, búscale.
   -   Como deseéis, mi señor -afirmó Oliphe-. Y no os preocupéis por los muertos. Pero antes de iros, esperad.

Oliphe se movió y salió de detrás de la barra. Se acercó al cadáver de Oltar y buscó algo en los bolsillos del gabán. Al volver junto a Fhin le mostró un anillo. Era una pieza única. Era de oro con una gema en la que habían grabado una nutria.

   -   Todos los jefes de clan tienen una joya con el dibujo de su animal -dijo Oliphe-. Este es el de Oltar. Ahora eres tú el dueño del territorio de los Nutrias y por ello deberás llevarlo encima.

Fhin tomó el anillo y se lo puso en un dedo. Tras lo que se despidió de Oliphe y se marchó seguido de Bheldur y Usbhalo. Tendrían que retornar a la plaza, pues quería recuperar la joya de Terbus.