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miércoles, 29 de abril de 2020

El dilema (22)

La vivienda en la que entraron era una construcción de tres pisos, era circular, pero en gran parte de su perímetro habían adosado casuchas o pequeños almacenes, por lo que su forma era irregular. Por dentro había una laberinto de pasillos y escaleras. Las habitaciones estaban distribuidas de forma irregular. Las puertas aparecían sin ningún orden o concierto en las paredes que delimitaban los pasillos. El suelo de la primera planta era de losas de piedra y ascendían un metro en las paredes, tras lo que se transformaba en madera. En el techo, enormes vigas de madera oscurecida mantenían el siguiente piso.

Los escoltas de Tharka habían desaparecido una vez que ambos habían cruzado el gran portal de acceso. Sin duda el matón no se esperaba que allí nadie le pusiera atacar, y menos Alvho que iba detrás de él. Se cruzaron con varios siervos. Todos le hicieron inclinaciones de cabeza, mostrando su total respeto hacia su persona. También había varios druidas auxiliares, que casi ignoraron al hombretón al cruzarse con él. Cuando se aproximaron a una puerta, Tharka se detuvo de improviso.

-       Espera un momento, y quédate callado -ordenó Tharka, mientras golpeaba la puerta con su mano.
-       ¿Qué quieres? -preguntó una voz que Alvho reconoció al momento, Ireanna, al mismo tiempo que se abrió la puerta y salió la mujer-. ¿Qué hace aquí este?
-       Él lo ha llamado -respondió Tharka, con voz neutra, pero a Alvho no se le pasó un ligero deje de malestar. Seguramente no le gustaba que esa mujer le tratase como un don nadie-. Lo que él manda se hace, ya lo sabes.
-       ¿Él lo ha llamado? -repitió Ireanna dudándolo por un segundo, pero al ver el rostro serio de Tharka se convenció-. Lo que manda se hace. 
-    En ese caso acompáñale ante su presencia, Ireanna -ordenó Tharka, como vengándose de ella.

La mujer puso mala cara por la orden de Tharka, pero no dijo nada. Alvho desde su posición tomaba nota de todo. Pues en un futuro podría usar esas desavenencias entre ambas personas para librarse de alguno de ellos. Todo lo que pudiera usar para llevar a cabo sus planes le venía bien saber. 

-       Ya has oído a Tharka, sígueme Alvho -espetó Ireanna, mientras Tharka se marchaba por el pasillo.
-       Voy.
-       No sé por qué Ulmay quiere verte, pero no creas que este es tu momento para acabar con él -dijo Ireanna, con cierto desdén-. Siempre le tenemos controlado y hay escoltas que no lo parecen.
-       ¿Cómo tú? -preguntó Alvho, al cruzar la puerta.
-       Yo solo soy una ayudante del maestro -murmuró Ireanna, simulando piedad y humildad.
-       Seguramente, aunque las sacerdotisas de Frigha tienen más rango que una simple ayudante -dejó caer Alvho. Podría haber usado esa información en cualquier momento. La podría haber usado o no, pero creyó que ese era el mejor momento para revelar que sabía más de lo que parecía.
-       Veo que te has informado sobre mí -señaló Ireanna, cerrando la puerta-. Yo lo he intentado, pero parece que nadie en esta ciudad sabe nada de ti y eso no me gusta. Lo que quiere decir que es mejor no perderte de vista. Si fueras de Thymok la cosa sería más fácil, tendrías a alguien que te importaba y no querrías represalias, ¿verdad? Aunque en verdad si tienes a alguien, ¿no? esa chica que comparte tu lecho.
-       ¿Me hablas de la puta? -preguntó Alvho, haciéndose el sorprendido.
-       ¡Hum! Yo creo que sí que es algo más que una puta, Alvho -prosiguió Ireanna-. Según Tharka es más que una profesional y Tharka sabe mucho de ello. Pero si no eres capaz de reconocerlo es tu problema. De todas formas, esa chica le cae bien a Tharka, será una de sus agentes, así que no puedo hacerla nada, por mucho que me interese para controlarte.
-       Todos no podemos hacer todo -indicó Alvho. 
-    Puede ser, pero Ulmay te espera, pasa por esas cortinas, ahí te espera. Yo no puedo pasar -Ireanna se dejó caer sobre un sillón acolchado-. Pero como oiga algo fuera de lugar, iré a ayudar a Ulmay.

Alvho asintió con la cabeza y se dirigió hacia las cortinas. La habitación en el lado de Ireanna estaba escasamente iluminada, mientras que al otro lado, parecía que el mismísimo sol se encontraba allí. Sin saber lo que le esperaba, cruzó las telas hacia la luz.