Ofthar llamó a sus principales líderes, mientras el
ejército se aproximaba a Isma. A Elthyn y Elthero, con todo el primer cuerpo,
debían comenzar a tomar el camino al sur de Isma, para alcanzar la puerta sur,
ante la que debían situar el campamento y su puesto de vigilancia, desde el que
no podían permitir escapar a ni un solo enemigo. Ofthar con el cuerpo
principal, marcharía en dirección a la puerta de los pantanos, por el norte de
la ciudad. El contingente del señorío de las Llanuras se situaría ante la
puerta del Orgha.
Debían ponerse en un lugar cercano a la ciudad, pero
fuera de las flechas del enemigo y debían hacerlo en oscuridad, pues ya estaba
atardeciendo cuando los tharns se alejaban de la posición donde se movía el
caballo de Ofthar para llevar a cabo sus órdenes. A su lado cabalgaban Mhista y
Rhime.
-
Va a ser duro tomar las murallas de Isma, sobre todo al carecer de
material de asedio -murmuró Rhime, mientras hacía cálculos-. Posiblemente hayan
robado suficiente comida para aguantar dentro por meses. Nosotros tendremos que
traer comida de nuestro señorío, o lo pasaremos mal en invierno aquí.
-
El thyr tendrá que marcharse para llevar a cabo la cosecha -indicó
Mhista, apesadumbrado. El thyr era el ejército de arqueros siervos. Se había
levantado a todo hombre valioso, dejando a las mujeres y los niños en las
granjas y aldeas. Como aún estaban en primavera, no había problema. Pero cuando
llegara el verano tendrían que volver para aunarse en la siega. Se requería
todo el grano que se pudiera cosechar, para ayudar al señorío de los Prados, a
los cuales Whaon y sus hombres habían quemado los cultivos-. Sin los arqueros,
nos será más difícil doblegar a nuestro enemigo.
- Si
controlamos el exterior, imposibilitando sus salidas de Isma, al final se
rendirán -señaló Ofthar, muy seguro de su teoría. Aunque era fácil llegar a
ella, porque ahora tenían a lo que quedaba del ejército de los Pantanos
encerrados en esa ciudad. Había perdido a tantos súbditos en la batalla, que
Ofthar dudaba que los pantanos pudieran soportar el invierno siguiente sin
ayuda. Su thyr había sido masacrado junto a los hombres libres. Solo le quedaba
una ínfima parte de ellos. Tenía algún mercenario aún, pero dudaba que estos
estuvieran en los pantanos durante el invierno.
Estaba Rhime haciendo alguna observación, pero algo le
había llamado la atención a Ofthar. Con la escasa luz que aún quedaba en el
cielo, un brillo en la ciudad le hizo mirar hacia ese punto.
-
¿Qué ocurre en la ciudad? -preguntó Ofthar señalando el lugar
donde se veía la luz, rojiza anaranjada. Rhime dejó de hablar y junto a Mhista
miraron lo que les indicaba Ofthar.
-
Parece un incendio, o más bien varios. Cerca de las puertas del
Orgha y del sur, mi señor -dijo Rhime, tras ponerse de pie en la silla de su
caballo y aguzar la vista para verlo bien.
-
Sí, sí, tienes razón, es fuego -asintió Mhista, sorprendido.
-
Incendios… -repitió Ofthar, rascándose la cabeza, como si eso le
dijera algo-. ¿Veis alguno cerca de la puerta de los pantanos?
-
No lo sé, sólo distingo los que están al sur de la ciudad -afirmó
Rhime, intentando comprobar si había alguno más al norte-. Pues ya tienen mala
suerte los habitantes de la ciudad, primero los invaden los de los pantanos y
ahora se quema la ciudad. No va a quedar nada que conquistar, y eso que…
- Rhime,
enlaza con Elthyn y con Rheynnal, que envíen sus tropas a caballo hacia las
puertas, inmediatamente. Elthyn a la del sur, Rheynnal a la de los pantanos. Si
están abiertas que las tomen hasta la llegada del ejército. Deben hacer señas
con antorchas para sus destacamentos, que les estarán siguiendo -cortó Ofthar a
su amigo, pues había comprendido lo que eran esos fuegos-. Mhista, toma a
nuestra caballería y toma la puerta del Orgha. Date prisa. Ya no vamos a montar
campamentos, esta noche dormiremos en Isma.
Tanto Rhime como Mhista se marcharon raudos a cumplir
las órdenes de su señor. Ofthar observaba las llamas, cada vez más seguro de lo
que significaban. Eran otro fracaso o la victoria total sobre los pantanos.
Debía aprovechar el regalo que los dioses o más bien, los habitantes de Isma le
otorgaban. No podía demorarse en las acciones a tomar. Desde su posición vio
como los correos y el propio Mhista, con el escuadrón de caballería, salían al
galope, dejando el ejército principal.
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