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martes, 28 de julio de 2020

El dilema (35)

Para hacer tiempo y no poner demasiado en peligro a Selvho y Lhianne estuvo andando por la zona. No abandonó el área norte de las barriadas, para no dejar el territorio de Tharka. Comió en una taberna que le era totalmente desconocida y regresó a la posada, ya que pronto llegaría Tharka para llevarle hasta donde iba a ser la reunión de los jefes de clanes. Se encontró primero con Selvho, que parecía ligeramente asustado.

-    Por fin te encuentro -dijo como saludo Selvho-. Tharka pregunta por ti y no le gusta que le hagan esperar. Está en la taberna.

-   Voy para allá -indicó Alvho.

-   Mejor que te des prisa, a Tharka no se le puede hacer esperar.

En lo último dicho por Selvho había mucho de advertencia. Lo dijo con un tono de una persona realmente preocupada por otra. Pero Alvho no lo tomó muy en serio, pues dudaba que pudiera estar demasiado en los pensamientos del viejo guerrero.

-   Hombre, por fin apareces! -escuchó Alvho el vozarrón de Tharka-. Un poco más y me voy sin ti.

-   He tenido un mal encontronazo y estaba haciendo tiempo para que mis malos conocidos no te importunasen -respondió Alvho, como si no hubiese pasado nada.

-   ¡Hum! un mal encontronazo contigo suele ir relacionado con un par de cuerpos en lugares insospechados -se burló Tharka-. ¿Quieres que mis chicos los hagan desaparecer?

-   No te preocupes, esta vez no ha habido que hacer correr sangre -quitó hierro al asunto Alvho-. Creo que me querías llevar a algún lugar.

-   Sí, sí -asintió dubitativo Tharka-. Y como sigamos hablando llegaremos tarde. Vamos.

Tharka que había permanecido flexionado sobre la barra de la taberna, dejó la jarra de cerveza a medio terminar y se puso recto. Dos hombres que habían intentado hacerse parecer por dos parroquianos se movieron con prisas cuando Tharka se puso en marcha. Eran demasiado obvios como para pensar que alguno de ellos eran lo que querían aparentar. Alvho pensó que tal vez debería enseñar algunas cosas para pasar desapercibidos a los matones de Tharka.

El camino que Tharka empezó a recorrer les fue llevando hacia las puertas de la ciudad. Por un momento a Alvho se le pasó por la cabeza que las reuniones de los jefes de clanes se hacía dentro de las murallas de Thymok, pero eso tenía el problema de que si un día los señores de las Montañas se hartaban del poder de los clanes criminales de las barriadas, los podían cazar a todos juntos y eliminarlo a todos juntos. pero al final, Alvho respiró más tranquilo, ya que su destino fue una casucha cerca a las puertas. Tharka tuvo que golpear la puerta, para que tras susurrar una clave, les abrieran la puerta. Una mujer, que iba toda vestida de blanco les guió hasta unas escaleras que se hundían en el suelo. Tras recorrer un buen número de escalones, lo que a Alvho le pareció que se introducían en el infierno, otra mujer de blanco abrió una puerta que parecía proteger.

Tras las láminas, un gran salón, donde había muchos hombres y mujeres, pero ninguno se parecía a las descripciones de los líderes de los clanes que le había hecho Tharka. Por lo que supuso que estaban en una antesala, donde se quedarían los escoltas de todas las facciones, bebiendo y divirtiéndose. Alvho observó como Tharka estuvo discutiendo con su guía y sin duda era por su presencia. La mujer aseguraba que no era habitual su petición de entrar acompañado por un subalterno a la reunión, aunque no ilegal. Por lo visto Tharka se había empollado las normas de las reuniones de clanes o tal vez había sido Ulmay quien lo había hecho.

Al final, la mujer los guió hasta una puerta que estaba oculta tras un tapiz de grandes dimensiones. Un par de mujeres lo levantaron con unas varas de hierro y los dos hombres pudieron cruzar la puerta, que se cerró tras ellos. Al otro lado había una gran mesa y los líderes de los clanes les miraban con una mezcla de impaciencia, sorpresa e interés. Pero todos los ojos de los presentes estaban quietos en los de Alvho, que no se había acobardado ni un ápice ante los tan peligrosos individuos ante los que estaba.

El mercenario (36)

Un zumbido, una alerta que había puesto a su ojo, despertó a Jörhk. Sobre él dormía Diane con una paz que era completamente distinta a lo que había pasado durante la noche. Con cuidado, zarandeó un poco su cuerpo.

-   Diane, cariño, despierta -se escuchó Jörhk a si mismo decir y se sobresaltó de que pudiera ser tan amable con ella-. Hay que moverse, Diane.
-   Un minuto más, por favor -dijo Diane con una voz adormilada.
-   No hay tiempo, Diane -Jörhk volvió a zarandear a Diane ahora con más éxito.
-   Ya voy, ya voy -indicó Diane, despierta.

Diane se levantó y al darse cuenta que tenía la bata abierta se la cerró como si no quisiera que se viera nada. Se marchó correteando. A Jörhk le costó menos ponerse de pie. Durante un rato fue recuperando sus armas, la munición y todo sus juguetes. Cuando ya tenía todo lo suyo, esperó un poco observando la vista exterior por la ventana. Como ya había previsto, volvía a hacer niebla, aunque algunos residentes de Marte aseguraban que era la polución del planeta. Pronto escuchó los pasos a su espalda. Allí estaban Ulvinnar, Diana, y el profesor Trebellor llevando de la mano a la hermana de Ulvinnar.

-   ¿Ya estáis listas? -preguntó Jörhk como si se estuviese quejando de que había tenido que esperar mucho para ello-. Pues tenemos que ponernos en marcha.
-   No hemos tardado tanto -murmuró Diane.
-   Vamos, no tenemos tiempo -indicó Jörhk al tiempo que le daba una mochila a Diane. La había cogido a uno de los miembros del LSH muertos y le había metido parte de su equipo y gran parte de las ganancias extras que había recogido de los muertos-. Lleva esta mochila, Diane. Ulvinnar si tienes o quieres llevarte algo, ahora es el momento. No creo que vuelvas por aquí.

La shirat negó con la cabeza y Jörhk asintió. Se dirigió a la consola de la puerta, quitando el bloqueo y abriendo la puerta. Jörhk sacó con cuidado la cabeza para comprobar que no había nadie. Entonces se pudieron poner en marcha. Jörhk guió todos hasta el hall y con la tarjeta maestra hizo llegar a un ascensor. Les hizo entrar y pulsó el botón del piso más alto de la torre.

-   ¿Por qué vamos a la azotea? -quiso saber Ulvinnar.
-   Ya te he dicho que yo tengo mi propia forma de salir -espetó Jörhk-. Tú has pensado en las formas de escapar más simples. Pero yo tengo la mia propia.
-   No lo entiendo, que puedes tener en la azotea… -empezó a decir Ulvinnar pero de pronto se calló.
-   Veo que empiezas a comprender -se burló Jörhk.
-   Tienes una nave -afirmó Diane, sonriente.
-   Muy bien, tengo un pequeño vehículo que nos va a llevar por el cielo -asintió Jörhk, poniendo su mano derecha sobre la cabeza de Diane y movió los dedos despeinándole-. Aunque vamos a tener que volar bajos, ya que este barrio está bajo cierre militar. No podré tomar altura hasta que nos alejemos del barrio. No me gustaría aparecer en los radares de la milicia y que nos manden naves a interceptarnos. Si mi información es buena, la milicia y el LSH están compinchados.
-   No dejaré que nos capturen vivas -aseguró Ulvinnar, mirando a su hermana.
-   Ten confianza en mí, nunca me han cazado estos idiotas de la milicia -quitó hierro Jörhk-. Yo soy un profesional. Pero no nos encontraremos con ellos a menos que tardemos mucho en ponernos en marcha. Si el LSH les avisa la hemos jodido.
-   Bien, pues habrá que darse prisa -espetó Ulvinnar, tan arisca como siempre.

El ascensor llegó hasta la última planta y Jörhk lo mandó vacío hasta la planta cuarenta. Desde una consola en ese piso bloqueó todos los ascensores. Tanto los de servicio como los públicos. Además, se encargó de que la mayoría de los accesos a las escaleras de servicio, que eran las únicas que llegaban hasta ahí arriba quedasen bloqueadas. Desde la consola, observó las cámaras de seguridad del edificio y sobre todo las que había hacia el exterior del edificio. Pudo ver cómo se reunían los miembros del LSH y una brigada de la milicia. Así que hasta ese punto llegaban las conexiones entre unos y otros. Malos tiempos se acercaban, se temió Jörhk. Para fastidiarles un poco más bloqueó las puertas y activó el cierre de seguridad. Pudo ver la cara de estupefacción de los que se reunían en la plaza, que debían estar observando como las medidas de seguridad cerraban el acceso al edificio. Necesitarían armas pesadas o explosivos para abrirlas. También les vendría bien un especialista informático, pues con ayuda de sus conocimientos y la tarjeta de seguridad estaba cambiando las claves y poniendo nuevos cortafuegos.

Cuando terminó con ello, se dirigió a sus compañeros de huida que se habían alejado de él y les llevó a la azotea donde había aterrizado. Cuando abrió la compuerta y salió, al darse la vuelta vio la cara de sorpresa de Ulvinnar y Diane.

sábado, 25 de julio de 2020

El conde de Lhimoner (60)

Cuando Shiahl regresó para informar que ninguno de los soldados de su grupo habían visto a nadie sospechoso cruzando su perímetro de seguridad, Beldek ya tenía un plan decidido para capturar de una vez por todas al peligroso asesino. Pero iba a necesitar la ayuda del emperador, pues necesitaba un cebo de gran importancia. Así que le entregó la hoja de papel a Shiahl para que la llevase a la ciudadela y la pusiese en el informe del caso y dividió su fuerza. Shiahl se volvía con el grupo principal y Él con Ahlssei, Fhahl y una escuadra de escolta irían al palacio imperial, pues quería llegar a una reunión.

-   ¿Capitán Ahlssei, aun estamos a tiempo de llegar a la reunión del emperador con el sumo sacerdote Oljhal? -le preguntó Beldek al capitán cuando bajaban por las escaleras.
-   ¡Eh, sí! -asintió Ahlssei, pillado por sorpresa-. El sumo sacerdote tenía que dirigir los rezos matinales. Aun estará con ellos, a juzgar por la hora. Pero no sé si el canciller le parecerá bien que usted se auto invite.
-   No creo que Thimort se queje, si con ello resolvemos de una vez por todas este problema, capitán -indicó Beldek al llegar a la calle, donde esperó que unos soldados trajesen su caballo.
-   No sabría que responderle a eso coronel -murmuró Ahlssei, al montarse en su cabalgadura.
-   Pronto lo comprobaremos, capitán -aseguró Beldek, que se volvió a Shiahl-. Cuando haya hablado con el emperador y si aceptan mi propuesta, enviaré un mensajero al cuartel. Sargento esté preparado para ello. Y si el general pide explicaciones o como esta la investigación, dígale que esta noche tendremos al criminal.

Los dos grupos se pusieron en marcha y se separaron al poco, pues ambos caminos eran diferentes. El grupo encabezado por el coronel se cruzó con muchos grupos de personas, así como de miembros de la milicia de la ciudad. En cada puesto de guardia por el que pasaban, Beldek pedía informe de situación. Por lo que los oficiales le indicaban, el lío estaba cerca de la puerta al barrio alto. En las almenas del recinto imperial se habían visto más centinelas de la guardia imperial y se estaba empezando a correr el rumor que el emperador había decidido enviar un regimiento de su guardia a calmar los ánimos.

La guardia imperial no había tenido que salir a apaciguar a la población de la capital desde hacía más de cien años y fue durante una guerra civil. Si que los regimientos de la guardia habían salido en ocasiones, pero para seguir a su señor a la guerra, a aquellas que había ido personalmente, algo que tampoco era ya habitual.

Por lo demás el general Shernahl había movido a muchos soldados y se decía que había muchos protegiendo la parte exterior de la puerta del barrio alto. También había alborotadores y ciudadanos quejándose. Otros aseguraban llorar al pobre conde Yhurino y la gran mayoría pedía la cabeza del sumo sacerdote, al que hacían responsable de la muerte del conde. Pero esta manifestación de disgusto y duelo no había cruzado la línea de la violencia, pues la mayoría de ellos recordaban lo que había ocurrido hacía demasiado poco, la carga del coronel y no querían recibir el mismo trato por las cada vez más numerosas tropas de la milicia, que parecían ansiosas por entrar en acción.

Llegar hasta las puertas del barrio alto fue más fácil de lo que habían esperado y la presencia de Ahlssei les franqueó la entrada en el barrio. Parecía que ningún guardia imperial quería negarle nada al capitán, lo que Beldek aludió a la sombra de los lobos del emperador, que eran respetados al igual que temidos por el esto de los guerreros de la guardia imperial. Por ello cruzar la puerta de la muralla del palacio imperial no provocó que perdieran demasiado tiempo.

Rhissue, el gran chambelán, les esperaba ante el pórtico de entrada del palacio, junto con un gran grupo de siervos y los hombres de la guardia que no les quitaban un ojo de encima.

-   No recuerdo que estuviese citado hoy con nadie de palacio, coronel -le dijo Rhissue, tras hacer una reverencia respetuosa.
-   Y no lo estoy -respondió ufano Beldek-. Pero sé que el emperador va a reunirse con el sumo sacerdote Oljhal y debo asistir. Creo que tengo la llave para resolver lo que ocurre y de paso hacer que el pueblo vuelva a querer al sumo sacerdote.
-   Creo que es una reunión privada -indicó Rhissue, pensativo-. Y acaba de empezar, coronel. Tal vez lo mejor sea que pida una cita y…
-   Así que llego tarde -Beldek se bajó de su silla y empezó a andar hacia el pórtico, con Ahlssei detrás-. Vamos, vamos Rhissue, llevanos ante el emperador. ¿Están en la sala de audiencias?
-   Pero coronel, no puede -comenzó a decir Rhissue, sin demasiada fuerza, siguiendo a Beldek.

Los guardias del pórtico cruzaron sus lanzas y empezaron a mirar con preocupación a Beldek que se aproximaba a ellos a paso firme, como si no pasaba nada, con el farfullante chambelán pisándole los talones. Entonces Ahlssei les hizo un gesto y se tranquilizaron, levantando las lanzas, regresando a su posición de espera. Los tres hombres cruzaron en pórtico, entrando en el palacio.

Ascenso (37)

Los guerreros de los Mares tardaron un poco más de lo que Ofthar había calculado en cruzar la aldea. Esto fue porque las mujeres que había ordenado soltar estuvieron molestando a los recién llegados por sus halagos. Los guerreros con caras de asombro y asco se las tenían que quitárselas de encima con empujones y hasta golpes. Desde su posición, Ofthar, pudo ver como un guerrero enorme mandó a una de ellas al suelo de un golpe preciso en la cabeza con una de sus manazas. La mujer no pareció moverse. Por un lado Ofthar estaba indignado, pero por el otro pensó que tal vez ese era un mejor tratamiento a su locura.

El grupo de guerreros cruzó la puerta de la aldea y se dirigió a toda prisa hacia la de la fortaleza, temerosos de que les siguieran las mujeres, pero estas fueron regresando a sus chozas. La que había caído al suelo, allí seguía, sin moverse. Ninguna de las otras hizo nada por ella. En la arco de entrada de la puerta había colocados dos guerreros, que se hicieron a un lado cuando pasaban los de los Mares. Maynn, también se quedó a un lado de la puerta, indicando que cruzasen.

Fueron entrando y llegando al patio de armas. Mientras entraban, cansados de llevar su equipo en la espalda, con su escudo y sus armas, lo iban dejando caer sobre el adoquinado de tierra apelmazada. Su líder se fijó en la figura que les miraba sobre la puerta interior.

-   ¡Eh, amigo! -gritó el líder del grupo.
-   ¿Te refieres a mi? -le preguntó Ofthar, sin subir demasiado la voz, por lo que el de abajo no le escuchó nada aunque le vio mover los labios. Ofthar solo esperaba ganar tiempo, para que entrasen todos los enemigos.
-   ¡Eh, amigo! ¡No he entendido nada de lo que has dicho! -saludó de nuevo el hombre, haciendo aspavientos con las manos-. ¿Por qué está cerrada la puerta?
-   Seguridad -respondió Ofthar al ver que entraba el último de ellos, al tiempo que hacía un gesto a Mhista-. No puedo abrirte por seguridad, órdenes de mi señor.
-   ¡Somos amigos! ¿Eres el therk Thabba? Creía que era un hombre más fuerte -aseguró risueño el hombre, mientras simulaba con sus manos las anchuras de un hombre gordo-. Tú no pareces igual de fuerte. ¿Quién eres?

Ofthar respondió algo, pero el chirrido y el golpe de las puertas al cerrarse lo silenciaron. Mhista había hecho su parte. Antes habían clavado unos ganchos por la cara exterior de las puertas de madera y habían atado unas cadenas. Cuando el último enemigo había entrado, Mhista y los suyos habían tirado de las cadenas y habían cerrado las puertas desde fuera. Ahora estarían tirando de ellas para mantenerlas cerradas. La trampa se había finalizado y los enemigos estaban dentro.

-   ¡¿Qué coño es esto?! ¡Somos amigos, joder! -gritó alarmado el líder de los guerreros.
-   No, no lo somos, al igual que yo no soy el therk Thabba -negó Ofthar-. Su tumba está en un campo cercano, junto a su guarnición. Pero no te preocupes, pronto te reunirás con él. Yo soy el señor Ofthar. ¡Matadlos!
-   ¡No, no, espera, podemos…! -rogó el líder, pero empezó a ver los arqueros levantándose en las almenas.

Los arqueros rodeaban a los guerreros de los Mares, se pusieron de pie, con los arcos listos y las flechas en las cuerdas. Las dispararon según tuvieron dianas, aunque eso era fácil pues todos los enemigos estaban paralizados de miedo y juntos. Fue todo muy rápido. Las flechas surcaron el aire y se clavaron con facilidad en los cuerpos sin defensas. Los guerreros enemigos caían al suelo con varios dardos en sus cuerpos. Hacían diana en cualquier parte, torso, cabeza, brazos, piernas.

Cuando se abrieron las puertas interiores y salieron Orot y sus hombres, los arqueros ya habían eliminado a todos. Algunos aún se movían por el suelo, moribundos, llorando o blasfemando. Los hombres de Orot se encargaron de rematarlos, cortando sus cabezas. Orot iba pasando de cuerpo en cuerpo cercenando los cuellos, pues tenía orden de Ofthar de hacerlo, quería las cabezas de esos hombres. Tenía una idea de qué hacer con ellas. Cuando Orot se aproximó al cuerpo del líder, este se movió y miró con una sonrisa ensangrentada a su verdugo. Le escupió cuando Orot levantó su hacha.

-   ¡No, Orot, a ese no! -gritó desde la almena Ofthar-. ¡Aprésadle y traedle a la torre!
-   ¡Mátame, cabrón! -ordenó el hombre a Orot-. ¡Mátame, montón de mierda de jabalí!
-   Mi señor te quiere vivo y así será -murmuró Orot, serio, que se volvió a sus hombres-. Este tiene que llegar vivo ante el señor Ofthar. Sus cosas son del señor, llevarlas a la armería de la torre. Si pillo a alguno con algo de ellos, acabará como ellos, en una zanja.

Los hombres parecían temer a ese hombre, o eso pensó el líder de los guerreros de los Mares. Incluso él tenía cierto temor a ese hombretón. Unos cuantos hombres le ataron las manos y las piernas, al tiempo que observaban sus heridas. Lo alzaron y se lo llevaron al interior de la fortaleza. También vio cómo tomaban su estandarte del suelo.

martes, 21 de julio de 2020

El dilema (34)

Cuando Alvho regresaba a la taberna se encontró de lleno con Selvho que tenía la cara preocupada.

-   ¿Qué tal has visto a Lhianne? ¿Su enfermedad no parecía natural? -le avasalló el viejo guerrero, algo vehemente-. Yo creo que había algo oscuro tras esa inexplicable enfermedad. Por la mañana había estado lozana como siempre.
-   Me parece que ha sido únicamente cansancio acumulado y alguna de esos males que solo tienen las mujeres -mintió Alvho.
-   ¿Los males de las mujeres? ¿Tú crees? -inquirió sorprendido Selvho, que no parecía haber pensado en esa posibilidad. Entonces puso cara de recordar algo y sacó un trozo de papel doblado de uno de los bolsillos de su mandil-. Ha llegado esta misiva para ti.
-   Gracias -dijo Alvho tomando el trozo de papel de la mano de Selvho-. ¿Como va el asunto de mi ventana?
-   ¿Tú ventana? -repitió Selvho, molesto y olvidándose de la misiva que acababa de entregar-. Querrás decir mi ventana. Estará cuando tenga que estar. Porque pases unas noches más frescas no te va a pasar nada.
-   Podrías dejarme otra habitación -indicó Alvho.

Selvho lanzó un gruñido de insatisfacción y negó con la cabeza. Alvho ya sabía que esa iba a ser su única respuesta. No iba a poner otra habitación en buen estado en las manos de Alvho, que podría provocar otro desperfecto. El tabernero se marchó lanzando improperios. Cuando Selvho hubo desaparecido, Alvho buscó un lugar tranquilo y revisó la misiva. Estaba lacrada por un sello, con el símbolo de los arghayns. Rompió el lacre y leyó su contenido. Era un párrafo corto, de tres líneas en el que le indicaban que uno de sus hermanos quería reunirse con él en el establo de la posada. Si la nota estaba en lo cierto, ya debía estar esperando allí desde hacía rato. Era la primera vez que veía que sus patronos se ponían en contacto con él durante el propio trabajo. Debían estar totalmente desesperados para dejarse ver así.

Alvho se dirigió al establo, teniendo mucho cuidado. En el interior, había un hombre, joven, de unos veinte años, sacudiendo el pelo de un caballo. Alvho sólo entró en el establo cuando no percibió a nadie más que el falso mozo de cuadras, ya que Selvho no tenía a ninguno contratado. Tenía los dedos de la mano derecha rozando la empuñadura de una de sus dagas.

-   No he venido con ganas de pelea, hermano -dijo el falso mozo de cuadras, sin dejar de cepillar al animal-. Attay no estaba a favor de esta reunión, pero las cosas se están poniendo complicadas con el objetivo. Hace nada un noble perdió a cuatro asesinos extranjeros que había contratado en una arboleda cercana.
-   Attay sigue el código, como yo -afirmó Alvho, haciéndose el ofendido.
-   Attay es un viejo idiota que no ve la realidad -espetó el joven-. Pero yo sí. Las viejas formas y las tradiciones solo llevan a nuestra noble hermandad a la muerte. Una curiosa coincidencia, ¿verdad? -el joven esperó un poco pensando que Alvho iba a añadir algo, pero al no hacerlo prosiguió su parlamento-. Nuestros clientes quieren eficiencia y no podemos estar viendo pasar el tiempo. U otro se nos adelantará.
-   Pero tú tienes un plan infalible -intervino Alvho.
-   Solo quiero una alianza -afirmó el joven-. Ya he llegado a un acuerdo con otro de nuestros hermanos. Contigo podríamos cazar a nuestro objetivo y repartirnos la recompensa. Da perfectamente para tres.
-   Nuestro código nos obliga a actuar solos, ya deberías saberlo, muchacho -le recordó Alvho-. Y por ello, si te pillo intentando levantarme la pieza no seré muy paciente.
-   Eso quiere decir que somos enemigos -dijo el joven.
-   Eso dice que te aviso de lo que podría pasar si te pillo cruzándote en mi camino -repitió Alvho-. Seguir el código nos hace ser hombres honorables. El código nos hace ser lo que somos y…
-   ¡Por Ordhin! -le cortó el joven-. Hablas igual que Attay y los viejos. ¡Por Ordhin, somos asesinos! ¡No somos gente honorable! Matamos para vivir.
-   Te equivocas, los asesinos matan en cualquier momento -explicó Alvho, dolido por la forma de hablar del muchacho-. A nosotros nos contratan por hacer una labor, quitar a alguien de circulación. No siempre hay que matarlo.
-   ¡Ja! Da lo mismo como lo quieras llamar, hermano -negó el joven-. Estoy harto de nuestra falsa honra y de las palabras del anciano. Ya me has dado tu respuesta. No te unes a nosotros y por ello eres un enemigo. Y si eres mi enemigo, lo mejor es que no seas nada…

El joven se volvió con una ballesta corta en el regazo, apuntando al espacio donde había estado Alvho, pero este se había marchado. Desde fuera, tras unos baúles, Alvho pudo escuchar el grito de rabia del joven, que salió a la calle, pero no pudo encontrar a su presa. Alvho se quedó con los rasgos físicos del joven pues sabía que antes o después debería tratar con él, de una forma sangrienta, se temía.

El mercenario (35)

Los rostros de todos aquellos que habían muerto o había matado él directamente se aparecían en su mente, mientras intentaba dormir o tal vez lo había conseguido y esas personas eran parte de sus sueños. Fantasmas de un pasado lejano y de un presente más cercano. Las muertes en las guerras que había llevado eran una pesada carga para los momentos de descanso de Jörhk y por ello siempre los mitigaba con grandes cantidades de alcohol. Pero en una misión no podía beber, pues debía estar alerta y por ello, tenía que sufrir.

Entonces sus ojos se abrieron de sopetón, pues había notado un rumor de aire y luego una presión sobre su cintura. Sus ojos se tuvieron que adaptar a la penumbra que reinaba en la habitación. Solo la luz de los neones del exterior del edificio iluminaban ligeramente el salón. Sobre su cintura estaba sentada Diane. Vestía una bata de gasa algo transparente. La llevaba abierta. Los ojos de Jörhk podían ver la piel de Diane, sus pechos, sus curvas ligeramente infantiles, pero agradables a la vista. No llevaba ropa interior y podía ver todos sus encantos adolescentes. La piel estaba sudorosa, marcada por las cicatrices del pasado y perlada de gotas brillantes. Sus ojos estaban fijos en los suyos pero se notaba un toque de temor.

Poco a poco, Jörhk se fue dando cuenta de la situación. Su mano izquierda tenía agarrado el cuello de Diane y en la derecha, asía con fuerza su cuchillo, cuyo filo estaba rozando la piel de Diane. Apagó el filo láser y colocó el cuchillo sobre la mesa. Sus movimientos eran lentos, como si se lo estuviera pensando. Cuando hubo dejado el arma, soltó el agarre del cuello de la muchacha. Aun con la poca luz pudo ver cómo había dejado sus dedos marcados en la piel del cuello de Diane.

Al librarse de la mano de Jörhk, Diane se dejó caer, posando su cuerpo sobre el del viejo soldado, clavándose botones, tiras de cuero y todo lo que llevaba el hombre sobre su pecho. Pero no pareció quejarse, sino que acercó su rostro y besó en los labios a Jörhk, que seguía impávido. La lengua de Diane intentó superar los labios del hombre pero estos no se movieron, ni con ninguna de las caricias que había aprendido con los años en el tugurio que había sido su escuela y vivienda. No llevaba ni unos minutos sobre Jörhk, cuando notó las manos de este en sus hombros. Creyó que iba a quitarle la bata, pero se vio levantada, sus labios se alejaron de los de Jörhk, que sacó su lengua y se la pasó por sus labios.

-   ¿Qué crees que estás haciendo? -preguntó Jörhk, serio, con un rostro falto de sentimientos.
-   Agradecerte todo lo que estás haciendo por nosotras… por mi.
-   Creo que estas malinterpretando las cosas, Diane -indicó Jörhk-. Y tapate, vas a coger frío.
-   Yo creía que tú… -murmuró Diane, poniéndose colorada, bueno lo que le permitía su tono de piel-. Yo… yo sentía que…
-   No sé lo que sentías o creías sentir, pero lo que buscas no va a pasar -le cortó Jörhk que ya se temía cuales eran los supuestos sentimientos que parecía tener Diane hacia él. Lo había visto en muchas ocasiones en la guerra. Las personas a las que salvaban, por miedo a ser abandonadas y quedarse de nuevo solas y en la miseria se intentaban juntar a los soldados, de todas formas que conocían-. No te voy a dejar, no hasta que te saque de aquí.
-   ¿Y después? -inquirió angustiada y temerosa Diane-. No me puedes dejar, no puedes abandonarme. Yo no lo soportaré, me moriré. Te juro que si te vas sin mi me mataré.
-   No digas cosas que no vas a hacer -le reprendió Jörhk-. Cuando esto pase ya veremos lo que hacer. De todas formas tengo amigos, buenas personas que se podrían hacer cargo de ti y…
-   No -exclamó Diane, con lágrimas en los ojos e intentó sacudirse de las manos de Jörhk para tomar el cuchillo que había dejado sobre la mesa-. No me volverán a dejar.
-   Ya basta -ordenó Jörhk, que al ver que Diane no dejaba de zarandear su cuerpo, le propinó un bofetón.

Diane se detuvo por el golpe que no esperaba. Los ojos llorosos de la muchacha se cruzaron con los de Jörhk. Este suspiró, cerró como pudo la bata y tiró de Diane hasta hacer que volviera a tumbarse sobre él. Tomó del suelo el abrigo que Diane le había quitado y tapó a los dos cuerpos con él. Con la calidez del cuerpo de Diane sobre el suyo y el abrigo, decidió que se podía dormir mejor. Le susurró a Diane que por ahora solo quería dormir y que mañana tendrían que levantarse pronto. Diane dejó de llorar y asintió. no intentó volver a besarle, pues tener el cuerpo del hombre pegado al suyo le bastaba. Se durmió esperando que Jörhk se quedase con ella por siempre.

domingo, 19 de julio de 2020

Ascenso (36)


Tal como había decidido Ofthar, los miembros de la guarnición con el therk Thabba a la cabeza fueron enterrados en un campo alejado del canal, lejos de las miradas de los del otro lado. La mayor parte de los guerreros de Ofthar permanecían escondidos en la fortaleza o en la aldea, donde los siervos supervivientes habían sido mandados a los campos a cuidarlos, pues allí, los hombres de Whaon no habían quemado los cultivos, ni matado al ganado. Las siervas usadas como putas, fueron recluidas hasta que recobrarán la cordura, pues se acercaban a los hombres de Ofthar pidiendo sus favores. Su visión quebraba el espíritu de los hombres, tanto guerreros como miembros del thyr, querían venganza.
A su vez, había enviado a Elther con una escolta y la mayoría de las monturas, con orden de encontrar al ejército y traer a arqueros del thyr, así como suministros y haces de flechas. Con un poco de suerte, podría aumentar el número de arqueros en las empalizadas, cuando fueran realmente necesarios. También hizo funcionar las forjas de la ciudadela con ahínco. Transformaron las espadas del enemigo y el metal que había en abrojos. Por las noches los fueron diseminando camuflados por el puente. Maynn se sonreía cuando los hombres de Ofthar los distribuían. Maynn hizo una afirmación y Ofthar le espetó que si algo servía al enemigo, también a él. Maynn prefirió dejarlo ahí, pues temía que Ofthar se enfadase con ella.
Elther regresó con los arqueros la misma mañana que se divisaron los primeros barcos de la flota de los Mares. Un vigía avisó de la presencia de los barcos. Ofthar y su estado mayor subieron a las almenas de la torre para ver la flota. Eran barcos de fondo bajo, con un la popa y la proa terminadas en unas quillas anchas, con unos mascarones que se elevaban hacia arriba. El la proa se podían ver ojos pintados y en la parte superior ponían unas cabezas metálicas que simulaban a las de los animales. La mayoría eran de dragones y serpientes marinas. En la popa, se dibujaban colas de los animales. En el centro había un palo alto, del que colgaba una única vela. Pero que al navegar por los canales del pantano, habían sido recogidas y sus dotaciones usaban remos para impulsarse. De las bordas colgaban escudos de colores, con las enseñas de sus clanes o sus patrones. Eran naves alargadas y estilizadas, hechas para navegar por lugares mejores que esos pantanos.
Uno a uno, los barcos se fueron apartando de la fortaleza, para entrar en una especie de bahía o cala resguardada, donde estaba erigido el campamento del ejército del señor Whaon. Desde su posición, Ofthar podía ver como los barcos iban fondeando unos junto a otros. Los primeros los acercaron mucho a la costa, enterrando sus quillas en el lodo del fondo. El resto se iban pegando a los anteriores, como si fueran muelles flotantes. Dos en cambio se separaron del resto y se dirigieron hacia la cala de la aldea.
Ofthar dio órdenes a sus hombres, que debían cumplirse con rapidez. Los guerreros que había en la aldea debían moverse a la fortaleza. Los siervos normales debían ir a los campos y no regresar a la aldea hasta que él lo permitiera, hombres, los pocos que había, mujeres y niños. Debían dejar libres a las prostitutas. Elthyn se quejó que luego les iba a costar mucho volver a encerrarlas. Ofthar no dio su brazo a torcer. El enemigo debía pensar que nada había cambiado en la aldea, que Thabba seguía al mando. Maynn con un par de hombres iría a recibirles al puerto. Mhista se presentó voluntario, pero Ofthar no se lo permitió, iría con Elther y otro de sus hombres.
Los arqueros del thyr se dispondrían en las empalizadas exteriores e interiores, rodeando la zona entre las dos puertas. Orot dirigiría a los guerreros tras las puertas interiores, por si había que salir a masacrarlos. Todos se marcharon a cumplir sus órdenes, mientras él seguía con la vista a los barcos, surcando los canales que les llevarían hasta su aldea. Esos hombres remaban hacia su muerte y no lo sabían, le dio un poco de pena, pues parecían buenos hombres, bravos guerreros. Cuando le pareció que ya estaban muy cerca comenzó a descender, pues debía recibirlos en la puerta interior. Llamó a Mhista y le dio una orden, que pareció satisfacerlo y se marchó a la carrera.
Cuando alcanzó la posición que el quería, sobre las almenas de la puerta interior, comprobó que ya estaban allí los arqueros, de cuclillas, para que no los vieran los del otro lado. Se hizo el silencio cuando él llegó, pero les hizo un gesto para que siguieran hablando, que su presencia no les importara. Los arqueros siguieron hablando pero bajito. A parte de Ofthar, solo había dos guerreros dejándose ver. Se acercó a una de las esquinas, por la que podía ver el patio de armas y la aldea.
Pronto localizó a Maynn, Elther y otro guerrero, de pie junto al muelle de la aldea. Los barcos estaban amarrando. Empezaron a descender más y más hombres. Hizo un cálculo aproximado, serían entre sesenta o setenta guerreros. No parecían ir vestidos con sus armaduras, sino que llevaban ropas de viaje, de cuero, pero sin mucha defensa para las flechas. Ese comportamiento era el de aquellos que seguían creyendo que estaban en suelo aliado. El que parecía el líder se saludó con Maynn y esta le indicó que les siguiera. Los guerreros de los barcos formaron unas filas y se pusieron a caminar unos tras otros, siguiendo los pasos de Maynn. Elther y el otro guerrero se pusieron al final de todos.
Ofthar miró hacia abajo y le hizo una seña a Mhista que estaba allí con diez guerreros, listos para cerrar la trampa. Este le sonrió e hizo que sus hombres se desplegaran.

sábado, 18 de julio de 2020

El conde de Lhimoner (59)

Cuando consiguieron llegar hasta una de las barriadas cercanas a La Sobhora, pero no en ese barrio, donde esperaban Shiahl y su escuadra, este informó que tenía el lugar vigilado y no le había parecido que el sujeto hubiera entrado en la casa de pisos, ni que hubiera salido.

-   El capataz del matadero del Clavo Rojo, Rhiahl, nuestro hombre se llama Dhasvel y era un buen trabajador -informó Shiahl, señalando a una casa de piedra rojiza y cuatro alturas-. Tiene alquilado un piso cochambroso en ese edificio rojizo. Un par de habitaciones. Rhiahl asegura que Dhasvel no faltaba nunca a su trabajo, era eficiente y poco hablador. No recuerda que se fuera con otros compañeros del turno a tomar nada. También es un hombre fuerte y de más de cuarenta años.
-   Bien hecho, Shiahl, vamos a desplegar a los hombres -afirmó Beldek-. No quiero que el pichón se escape. Recordad que es un hombre peligroso y que seguramente él ha matado con sus propias manos a todas las víctimas. A parte del juguetito para el cuello, no dudo que esté armado con algo más cortante. Shiahl, encárgate de todo. Fhahl conmigo y con el capitán Ahlssei. Cuando esté todo listo, manda un mensajero.
-   Sí, señor -se limitó a responder Shiahl, taconeando al suelo.

Shiahl se alejó llevándose a la mayoría de los soldados con él. La gente del barrio observaba cómo los soldados se iban desperdigado por la zona, sabían que algo se traían entre manos y que iba a haber un poco de espectáculo. Era una barriada de clase pobre, pero por lo menos no era La Sobhora, ya que allí no se habían acercado aún los representantes de la población como se hacían llamar los miembros de las bandas criminales que dirigían el barrio. Aquí, las madres se llevaban a sus hijos de las calles y poco a poco los comercios y talleres se empezaron a detener su actividad.

Cuando el cerco al edificio de piedra rojiza se cerró, un mensajero le avisó a Beldek que el sargento Shiahl le esperaba ante el portal de este. Fhahl, junto a Beldek, Ahlssei y dos soldados se encaminaron a encontrarse con Shiahl y otros cuatro hombres. Beldek le hizo una seña a Shiahl que dio un gruñido y entró a la carrera con sus cuatro acompañantes. Desde abajo Beldek pudo escuchar los pisotones de las botas de los soldados, al subir los escalones con prisa. Al poco se oyeron los golpes de Shiahl y sus gritos en la puerta de la habitación de este. Como parecía que no respondían a las llamadas del sargento se procedió a tirar abajo la puerta, así que los estruendos de los golpes de los de arriba se notaban claramente abajo, hasta que esta cedió.

No pasó mucho hasta que Shiahl bajo de nuevo hasta el portal, su cara era seria y Beldek ya supuso lo que iba a pasar.

-   El sospechoso no se encuentra en la vivienda, coronel -informó por fin Shiahl.
-   Revise el perímetro y pregunte a los hombres si han visto al sospechoso -ordenó Beldek-. Shiahl estaré arriba.
-   Sí, señor -asintió Shiahl, marchándose a la carrera.
-   Ustedes dos quédense en el portal -Beldek se dirigió a los dos soldados que les acompañaban-. Nadie puede entrar o salir, a excepción de nosotros. Si hay algún problema, que se me avise. Fhahl, Alhessei, síganme por favor.
-   ¿Cómo es posible que se haya escapado? -preguntó Ahlssei mientras subían las escaleras.
-   Yo creo que lleva tiempo sin pasar por aquí -indicó Beldek-. Ese hombre a parte de un vil asesino es muy precavido. Estoy seguro que ya se ha movido de lugar desde que decidió eliminar a Yhurino. Lo cual nos lleva a un nuevo punto muerto.
-   Creo que habrá que hablar seriamente con el padre Ghahl -añadió Ahlssei.
-   Capitán ya le he dicho que por ese camino no vamos a llegar a nada -comentó Beldek-. El padre Ghahl no sabe nada más de lo que ya nos ha revelado. No va a saber ni una palabra más. Aunque usted use con él sus métodos, no hablará. Preferirá el martirio.
-   No puede estar tan seguro de ello -se quejó Ahlssei.

Pero Beldek no respondió porque estaban ante la puerta que sus hombres habían reventado. Los cuatro soldados que habían acompañado a Shiahl le esperaban en el rellano. Beldek entró el primero y fue observando la vivienda. Era un lugar sencillo y pobre. Solo tenía dos habitaciones, ninguna demasiado grande. Había visto habitaciones en burdeles más grandes que ese lugar. Aún por la sencillez, el lugar estaba limpio y ordenado, con el escaso mobiliario bien cuidado. Tenía una cama hecha, un armario vacío, una cómoda igual que el armario, lo que indicaba que ya no vivía nadie ahí, aunque Beldek suponía que su enemigo no había tenido nunca demasiada ropa. Dio orden de rebuscar por toda la vivienda, pero a cada momento que pasaba quedaba claro que allí no había absolutamente nada.

Al mover el armario, apareció una hoja detrás del mueble. Ahlssei la tomó y se la llevó a Beldek. Este la cogió y la leyó. Eran frases escritas por alguien con buena letra, pero que denotaban que la persona estaba loca o algo parecido. En la hoja había deseos de muerte y venganza contra el sumo sacerdote Oljhal y dejaban claro que el asesino no vería consumado su trabajo hasta que el sumo sacerdote estuviese muerto. No le iba a servir solo la destitución de Oljhal al frente de la Iglesia.