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domingo, 29 de julio de 2018

La leona (10)


Ihmahl se puso de pie, con cara de pocos amigos y se dirigió hacia la puerta, cuando vio que alguien se acercaba. Reconoció enseguida el rostro ladino del duque de Yhetu. Era más joven que él, pero sabía que era más listo y estaba ansioso porque su conspiración tuviera éxito. Pero claro, necesitaba algo esencial para que esta saliera bien, oro.

-   Gobernador Ihmahl, me ha dicho el príncipe que vais a dar una festín esta noche -indicó el duque, mientras le miraba con sus ojos, pequeños y verdosos, fijamente, como escrutándole-. Supongo que eso quiere decir que tiene al espía imperial.
-   El espía imperial ya no nos va a dar más problemas, está muerto -dijo Ihmahl, que no podía soportar la mirada, pero intentaría aguantar-. Duque, será mejor que le digáis a Osbhahl que mejor que no se vaya presentando por ahí como el príncipe heredero.
-   Osbhahl lo hace sin pensar, es tal su ilusión de alzarse en el trono, que no puede esperar -quitó hierro el duque, que regresó al primer tema-. Me hubiera gustado hablar con el espía, saber cuánto sabe el emperador y el canciller. De todas formas, quiero ver el cuerpo.
-   Eso no va a poder ser, se lo comieron unas hienas, a él y a su caballo -negó Ihmahl, que no creía que esa respuesta satisficiera al duque, como ocurrió.
-   Debería haber cazado a las hienas y haber abierto las panzas -espetó indignado el duque.
-   Shivahl, creo que desconocéis lo peligrosas que son las llanuras -se quejó Ihmahl-. No solo la habitan bestias peligrosas, sino que en ocasiones te encuentras con partidas de caza de grakans y no…
-   ¿Partidas de caza de grakans? No me diga que le tiene miedo a esos aborígenes -se burló Shivahl, pues ese era el nombre del duque-. Dudo que esos cazadores sean superiores a nuestros soldados, lo mejor que el oro puede comprar. No, Ihmahl, los grakans no son el problema, nunca lo han sido. Este fallo ha sido suyo, gobernador. Y espero que no se repita.
-   Duque, usted es un recién llegado en estos lares -le advirtió Ihmahl que no le gustaba el tono de Shivahl-. Los grakan son muy peligrosos. No tanto en las planicies, pero cuando entremos en sus selvas, no los veremos ni oiremos. Caerán sobre nosotros como una aguacero, pero uno letal y cortante. Hace veinte años yo…
-   Sí, sí, ya me ha contado lo que le ocurrió en su expedición para encontrar las ruinas hace veinte años, Ihmahl -asintió Shivahl-. Solo por su experiencia en esas selvas sigue siendo valioso. Pero no se lo tome como algo bueno, no alardee de ello. Todas las personas son reemplazables. Recuérdelo. Hasta la noche.


El duque no esperó a la contestación de Ihmahl, marchándose por donde había venido. Ihmahl se le quedó mirando con asco y odio, pero también con algo de miedo. Si Osbhahl se creía con poder, eso no era nada. Él que tenía todo bajo sus manos era el duque. Ihmahl era gobernador, pero lo había designado el emperador. Dudaba que Shivahl pudiera reemplazarlo, pero si podía hacer que lo mataran.

Y toda esta conspiración había nacido por causa de su expedición de hacía veinte años. Ihmahl la había montado con el dinero del emperador, comprando muchos mercenarios y suministros. Había estudiado los libros de historia, así como biografías y registros imperiales. Algunos eran códices de la época de la formación del imperio, otros documentos de la casa de Thargan, registros que había tenido que hacer que los copiaran de forma ilegal, pues los miembros de esa casa los protegían con un celo tan primoroso como sus propios guardias su palacio. Pero tras buscar y buscar, encontró lo que no se quería que se buscase. Una ciudad de oro o así la nombraban. Una ciudad de los grakan que se enfrentaron al príncipe dragón.

Pero su expedición no encontró la rica ciudad. Durante meses estuvo dando palos de ciego por la selva. Luchar contra los grakans no ocurrió en sí. Es verdad que tomó muchos prisioneros y arrasaron varias aldeas, pero no hubo combates. Sus suministros y el oro fueron menguando. Cuando las escaramuzas se volvieron inasumibles por sus pérdidas y antes de que todo se convirtiera en un gran desastre, se retiró. Sus ganancias fueron escasas y las suficientes para ocultar a los auditores de la capital el gasto de oro del emperador para algo propio. Los esclavos que se trajeron no sirvieron de mucho. Los hombres se negaron a trabajar y murieron. Las mujeres sólo valieron para el goce de sus mercenarios y pocas soportaron esa vida, antes de suicidarse.

Incluso él tuvo que soportar un gran tormento, pues su único hijo murió en la expedición. Alanceado como un cerdo por los aborígenes de los que hablaba el duque. Shivahl quería encontrar la ciudad de oro y él quería vengarse de los grakan por su hijo. Aun recordaba al hombre que lo mató, un grakan con una gran cicatriz sobre un ojo. Lo encontraría y lo mataría tras torturarlo.