Ihmahl se
puso de pie, con cara de pocos amigos y se dirigió hacia la puerta, cuando vio
que alguien se acercaba. Reconoció enseguida el rostro ladino del duque de
Yhetu. Era más joven que él, pero sabía que era más listo y estaba ansioso
porque su conspiración tuviera éxito. Pero claro, necesitaba algo esencial para
que esta saliera bien, oro.
- Gobernador Ihmahl, me ha dicho el príncipe que vais a dar una
festín esta noche -indicó el duque, mientras le miraba con sus ojos, pequeños y
verdosos, fijamente, como escrutándole-. Supongo que eso quiere decir que tiene
al espía imperial.
- El espía imperial ya no nos va a dar más problemas, está muerto
-dijo Ihmahl, que no podía soportar la mirada, pero intentaría aguantar-.
Duque, será mejor que le digáis a Osbhahl que mejor que no se vaya presentando
por ahí como el príncipe heredero.
- Osbhahl lo hace sin pensar, es tal su ilusión de alzarse en el
trono, que no puede esperar -quitó hierro el duque, que regresó al primer
tema-. Me hubiera gustado hablar con el espía, saber cuánto sabe el emperador y
el canciller. De todas formas, quiero ver el cuerpo.
- Eso no va a poder ser, se lo comieron unas hienas, a él y a su
caballo -negó Ihmahl, que no creía que esa respuesta satisficiera al duque,
como ocurrió.
- Debería haber cazado a las hienas y haber abierto las panzas
-espetó indignado el duque.
- Shivahl, creo que desconocéis lo peligrosas que son las llanuras
-se quejó Ihmahl-. No solo la habitan bestias peligrosas, sino que en ocasiones
te encuentras con partidas de caza de grakans y no…
- ¿Partidas de caza de grakans? No me diga que le tiene miedo a esos
aborígenes -se burló Shivahl, pues ese era el nombre del duque-. Dudo que esos
cazadores sean superiores a nuestros soldados, lo mejor que el oro puede
comprar. No, Ihmahl, los grakans no son el problema, nunca lo han sido. Este
fallo ha sido suyo, gobernador. Y espero que no se repita.
- Duque, usted es un recién llegado en estos lares -le advirtió
Ihmahl que no le gustaba el tono de Shivahl-. Los grakan son muy peligrosos. No
tanto en las planicies, pero cuando entremos en sus selvas, no los veremos ni
oiremos. Caerán sobre nosotros como una aguacero, pero uno letal y cortante.
Hace veinte años yo…
- Sí, sí, ya me ha contado lo que le ocurrió en su expedición para
encontrar las ruinas hace veinte años, Ihmahl -asintió Shivahl-. Solo por su
experiencia en esas selvas sigue siendo valioso. Pero no se lo tome como algo
bueno, no alardee de ello. Todas las personas son reemplazables. Recuérdelo.
Hasta la noche.
El duque
no esperó a la contestación de Ihmahl, marchándose por donde había venido.
Ihmahl se le quedó mirando con asco y odio, pero también con algo de miedo. Si
Osbhahl se creía con poder, eso no era nada. Él que tenía todo bajo sus manos
era el duque. Ihmahl era gobernador, pero lo había designado el emperador.
Dudaba que Shivahl pudiera reemplazarlo, pero si podía hacer que lo mataran.
Y toda
esta conspiración había nacido por causa de su expedición de hacía veinte años.
Ihmahl la había montado con el dinero del emperador, comprando muchos
mercenarios y suministros. Había estudiado los libros de historia, así como biografías
y registros imperiales. Algunos eran códices de la época de la formación del
imperio, otros documentos de la casa de Thargan, registros que había tenido que
hacer que los copiaran de forma ilegal, pues los miembros de esa casa los
protegían con un celo tan primoroso como sus propios guardias su palacio. Pero
tras buscar y buscar, encontró lo que no se quería que se buscase. Una ciudad
de oro o así la nombraban. Una ciudad de los grakan que se enfrentaron al
príncipe dragón.
Pero su
expedición no encontró la rica ciudad. Durante meses estuvo dando palos de
ciego por la selva. Luchar contra los grakans no ocurrió en sí. Es verdad que
tomó muchos prisioneros y arrasaron varias aldeas, pero no hubo combates. Sus
suministros y el oro fueron menguando. Cuando las escaramuzas se volvieron
inasumibles por sus pérdidas y antes de que todo se convirtiera en un gran
desastre, se retiró. Sus ganancias fueron escasas y las suficientes para
ocultar a los auditores de la capital el gasto de oro del emperador para algo
propio. Los esclavos que se trajeron no sirvieron de mucho. Los hombres se
negaron a trabajar y murieron. Las mujeres sólo valieron para el goce de sus
mercenarios y pocas soportaron esa vida, antes de suicidarse.
Incluso
él tuvo que soportar un gran tormento, pues su único hijo murió en la
expedición. Alanceado como un cerdo por los aborígenes de los que hablaba el
duque. Shivahl quería encontrar la ciudad de oro y él quería vengarse de los
grakan por su hijo. Aun recordaba al hombre que lo mató, un grakan con una gran
cicatriz sobre un ojo. Lo encontraría y lo mataría tras torturarlo.