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domingo, 1 de julio de 2018

La leona (6)


Yholet permanecía sentado mientras la boca se le hacía agua, debido a los vapores que emitía la carne al hacerse. Pero Kounia no parecía sentir el mismo deseo. Tal vez la mujer, pensó Yholet, había comido algo antes, como otro mono. Pero él llevaba mucho cabalgando, desde que abandonó Hussear. Tenía bastante hambre.

-   Pronto estará listo -dijo de improviso Kounia, que había interpretado la expresión de Yholet, recordándole a los niños ansiosos de la aldea-. Debes esperar un poco más. Puedes hablarme de por qué uno de los tuyos vagaba por la llanura. Tierras peligrosas, tanto o más que la selva. Las hienas iban tras tus pasos, pero se contentaron con tu caballo. Ni yo podría haberte salvado de ellas.
-   ¿Hienas? -repitió Yholet sorprendido. No sabía si era buena idea hablar de lo que le había traído hasta allí, pero veía que la mujer quería oír algo-. Huía de un tipo muy poco recomendable. Él y sus secuaces son peligrosos, tanto como las bestias, pero es mejor que no te encontraras con él.
-   No le temo a los de tu raza -dijo Kounia muy segura-. Nosotros contamos con la protección del gran Gharakan. Él no permitiría que los tuyos crucen sus tierras y vivan lo suficiente para contarlo. Estas son las tierras de nuestro pueblo, sagradas para los tuyos.


Yholet escuchó en silencio a la mujer. No quiso sacarla de su error, pues no quería desilusionarla. Pero el imperio podía arrasar su selva, sin que su Dios pudiera hacer nada. La suerte que tenían era que el sumo emperador no tenía interés alguno en esas tierras, ya que controlaba el país más grande y poderoso del mundo conocido. Pero si alguna vez, el emperador pusiera sus ojos en esos territorios los grakan sólo tendrían dos opciones, rendirse y asumir un puesto en el gran imperio o morir ante las legiones imperiales. El padre de Yholet ya le había aleccionado que era mejor que los ojos del emperador se fijaran en otras cosas, como los reinos del sur. Las luchas con los grakan serían costosas para los dos bandos, como ya lo sabía su familia con creces. Pero eso eran historias del pasado y no quería entrar en esos recuerdos, que su padre le había enseñado.

-   La cena ya está lista -dijo Kounia al creer que tal vez había ofendido a su acompañante al ser tan tajante con el poderío de su pueblo.
-   ¿Cómo sabes que es ya de noche? -preguntó Yholet, que alargaba una mano para recibir un trozo del mono, que la mujer estaba troceando sobre una hoja grande y gruesa-. A mí me parece que seguimos en la misma oscuridad.


Kounia observó el claro y entendió a qué se refería el hombre. Yholet se había despertado durante el atardecer y la luz que llegaba hasta allí era más bien escasa, ya que la frondosidad de la selva lo tapaba todo y le daba una luz verdosa, muy mortecina.

-   Los insectos ya han empezado a cantar -respondió Kounia-. Solo cuando la primera luna va aparecer. Ellos las llaman con sus cánticos. Gharakan les enseñó cómo hacerlo y de esa forma la luna se asoma para ellos. Así luego la imitan bailando y emitiendo luz. Entonces son los sapos y las ranas quienes entonan su propia canción, para que venga la segunda venga a iluminar sus charcas y a sus parejas.
-   Una bonita historia -indicó Yholet, tras dar un bocado al mono. La carne estaba blanda y era sabrosa. Le entraba sola, ya fuera porque tenía hambre o por el sabor.
-   No historia -se quejó Kounia, enfadada-. Ser verdad. No los oyes, yo sí.


Yholet aguzó un poco el oído y escuchó una serie chirridos, pero no le pareció un verdadero canto. Iba a decirle que sí a la mujer, para no contrariarla, cuando escuchó un ligero lamento. Miró a la mujer, pero esta no movía los labios, pues al principio pensó que era una jugarreta de Kounia. Los lamentos se fueron uniendo, formando una melodía. No se podía decir que fuera un cántico, pero sí que era hermoso. Yholet se limitó a asentir con la cabeza, pues no quería hablar para no perderse si una sola nota.

De esa forma los dos se fueron comiendo el mono, mientras escuchaban la sonatina de los insectos, mientras la noche llegaba con su oscuridad y el frescor que esta lleva asociada. Yholet no se dio cuenta que el tiempo había pasado hasta que se terminó el espectáculo. Y tal como había contado Kounia, toda la charca se llenó de insectos voladores que tenían alguna parte de su cuerpo que emitía luz.

-   Ya es hora de dormir -dijo Kounia.
-   ¿Cómo? ¿Aquí? ¿Juntos? -inquirió Yholet sorprendido, pues no esperaba esa petición de la mujer.
-   Claro, tú junto a mí -asintió Kounia, sin saber a qué venía la sorpresa del hombre. En su cabaña ella había dormido siempre junto a sus hermanos. No entendía el problema-. Yo siempre dormir con hombres. Unos junto a otros, aguanta mejor el calor. Noches en selva frías.
-   ¡Ah! Ya comprendo -murmuró Yholet al darse cuenta de lo que quería la mujer. Claramente no era lo que se había pensado en un principio-. Sí, uno junto a otro.

Kounia fue la primera en tumbarse sobre el lecho de hojas. Yholet la miró y esperó un poco, pues quería que se durmiese. Le daba un poco de miedo yacer con esa mujer, que vestía tan poca ropa. Pero los párpados le pesaban y al final se dio cuenta que el sueño era superior a sus reticencias. Echó unos cuantos palos sobre el fuego y se levantó. Se arrodilló junto a la mujer y se tumbó junto a ella. La notó respirar, era una sensación agradable, de alguien que no temía nada. La piel era brillante y parecía suave. Pero se controló y se dio la vuelta. En el último momento, la tapó con su capa de viaje y cerró los ojos.

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