Yholet
permanecía sentado mientras la boca se le hacía agua, debido a los vapores que
emitía la carne al hacerse. Pero Kounia no parecía sentir el mismo deseo. Tal
vez la mujer, pensó Yholet, había comido algo antes, como otro mono. Pero él
llevaba mucho cabalgando, desde que abandonó Hussear. Tenía bastante hambre.
- Pronto estará listo -dijo de improviso Kounia, que había
interpretado la expresión de Yholet, recordándole a los niños ansiosos de la
aldea-. Debes esperar un poco más. Puedes hablarme de por qué uno de los tuyos
vagaba por la llanura. Tierras peligrosas, tanto o más que la selva. Las hienas
iban tras tus pasos, pero se contentaron con tu caballo. Ni yo podría haberte
salvado de ellas.
- ¿Hienas? -repitió Yholet sorprendido. No sabía si era buena idea
hablar de lo que le había traído hasta allí, pero veía que la mujer quería oír
algo-. Huía de un tipo muy poco recomendable. Él y sus secuaces son peligrosos,
tanto como las bestias, pero es mejor que no te encontraras con él.
- No le temo a los de tu raza -dijo Kounia muy segura-. Nosotros
contamos con la protección del gran Gharakan. Él no permitiría que los tuyos
crucen sus tierras y vivan lo suficiente para contarlo. Estas son las tierras
de nuestro pueblo, sagradas para los tuyos.
Yholet
escuchó en silencio a la mujer. No quiso sacarla de su error, pues no quería
desilusionarla. Pero el imperio podía arrasar su selva, sin que su Dios pudiera
hacer nada. La suerte que tenían era que el sumo emperador no tenía interés
alguno en esas tierras, ya que controlaba el país más grande y poderoso del
mundo conocido. Pero si alguna vez, el emperador pusiera sus ojos en esos
territorios los grakan sólo tendrían dos opciones, rendirse y asumir un puesto
en el gran imperio o morir ante las legiones imperiales. El padre de Yholet ya
le había aleccionado que era mejor que los ojos del emperador se fijaran en
otras cosas, como los reinos del sur. Las luchas con los grakan serían costosas
para los dos bandos, como ya lo sabía su familia con creces. Pero eso eran
historias del pasado y no quería entrar en esos recuerdos, que su padre le
había enseñado.
- La cena ya está lista -dijo Kounia al creer que tal vez había
ofendido a su acompañante al ser tan tajante con el poderío de su pueblo.
- ¿Cómo sabes que es ya de noche? -preguntó Yholet, que alargaba una
mano para recibir un trozo del mono, que la mujer estaba troceando sobre una
hoja grande y gruesa-. A mí me parece que seguimos en la misma oscuridad.
Kounia
observó el claro y entendió a qué se refería el hombre. Yholet se había
despertado durante el atardecer y la luz que llegaba hasta allí era más bien
escasa, ya que la frondosidad de la selva lo tapaba todo y le daba una luz
verdosa, muy mortecina.
- Los insectos ya han empezado a cantar -respondió Kounia-. Solo
cuando la primera luna va aparecer. Ellos las llaman con sus cánticos. Gharakan
les enseñó cómo hacerlo y de esa forma la luna se asoma para ellos. Así luego
la imitan bailando y emitiendo luz. Entonces son los sapos y las ranas quienes
entonan su propia canción, para que venga la segunda venga a iluminar sus
charcas y a sus parejas.
- Una bonita historia -indicó Yholet, tras dar un bocado al mono. La
carne estaba blanda y era sabrosa. Le entraba sola, ya fuera porque tenía
hambre o por el sabor.
- No historia -se quejó Kounia, enfadada-. Ser verdad. No los oyes,
yo sí.
Yholet
aguzó un poco el oído y escuchó una serie chirridos, pero no le pareció un
verdadero canto. Iba a decirle que sí a la mujer, para no contrariarla, cuando
escuchó un ligero lamento. Miró a la mujer, pero esta no movía los labios, pues
al principio pensó que era una jugarreta de Kounia. Los lamentos se fueron
uniendo, formando una melodía. No se podía decir que fuera un cántico, pero sí
que era hermoso. Yholet se limitó a asentir con la cabeza, pues no quería
hablar para no perderse si una sola nota.
De esa
forma los dos se fueron comiendo el mono, mientras escuchaban la sonatina de
los insectos, mientras la noche llegaba con su oscuridad y el frescor que esta
lleva asociada. Yholet no se dio cuenta que el tiempo había pasado hasta que se
terminó el espectáculo. Y tal como había contado Kounia, toda la charca se
llenó de insectos voladores que tenían alguna parte de su cuerpo que emitía luz.
- Ya es hora de dormir -dijo Kounia.
- ¿Cómo? ¿Aquí? ¿Juntos? -inquirió Yholet sorprendido, pues no
esperaba esa petición de la mujer.
- Claro, tú junto a mí -asintió Kounia, sin saber a qué venía la
sorpresa del hombre. En su cabaña ella había dormido siempre junto a sus
hermanos. No entendía el problema-. Yo siempre dormir con hombres. Unos junto a
otros, aguanta mejor el calor. Noches en selva frías.
- ¡Ah! Ya comprendo -murmuró Yholet al darse cuenta de lo que quería
la mujer. Claramente no era lo que se había pensado en un principio-. Sí, uno
junto a otro.
Kounia
fue la primera en tumbarse sobre el lecho de hojas. Yholet la miró y esperó un
poco, pues quería que se durmiese. Le daba un poco de miedo yacer con esa
mujer, que vestía tan poca ropa. Pero los párpados le pesaban y al final se dio
cuenta que el sueño era superior a sus reticencias. Echó unos cuantos palos
sobre el fuego y se levantó. Se arrodilló junto a la mujer y se tumbó junto a
ella. La notó respirar, era una sensación agradable, de alguien que no temía
nada. La piel era brillante y parecía suave. Pero se controló y se dio la
vuelta. En el último momento, la tapó con su capa de viaje y cerró los ojos.
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