Rhime y Mhista llevaron a cabo las órdenes de Ofthar
con una celeridad pasmosa. Mientras Rhime iba hablando con los tharns, therks y
otros capitanes, para ver cuáles eran sus números actuales, acompañado de
Otherk y Erbok, que hacían de sus asistentes y escoltas, Mhista había puesto en
funcionamiento a todos los guerreros ilesos. Podían estar cansados por la
batalla, pero no podían rechazar las órdenes de su senescal y sus ayudantes, que
cumplían la de su señor. Con Mhista se encontraban Orot, Ubbal, Ogbha, Lirnho,
Phyka, Shetol, Irnha y Hefta.
Varios therks habían sido destinados a patrullar las
inmediaciones con escuadras a caballo. Tenían las órdenes de no alejarse mucho
y si encontraban a enemigos no atacar. Les tenían que observar, dar aviso con
un correo y mantener sus ojos fijos en sus movimientos. Por otro lado, había
una línea defensiva alrededor del campamento. No solo habían preparado fogatas
para la noche, sino que habían levantado unos pequeños parapetos, incluso en
algunos sectores habían excavado unas zanjas rudimentarias, pero que podrían
provocar que un muro se rompiera o un caballo diera un traspiés.
Por último, brigadas de siervos junto escoltas armadas
saqueaban a los muertos rivales. Les quitaban las cotas de malla, las armas y
todo lo que pudiera ser considerado pertrecho de guerra. A pocos de esos
cadáveres les quedaba ni oro ni joya alguna, pues los guerreros ya les habían
limpiado tras la batalla. Más de uno de los hombres de Ofthar iba a regresar
rico de la guerra. Los cuerpos de los mercenarios iban siendo apilados en un
extremo del campo de batalla por los siervos. Aún no habían recibido ninguna
orden de Ofthar sobre lo que hacer con ellos, pero lo más seguro sería que se
abriera una fosa en el campo y se sepultaran todos los cuerpos juntos.
Algunos tharns observaban el trabajo de los siervos
con detenimiento desde el borde del campamento. Unos estaban heridos y se les
veían los vendajes, otros más ilesos parecían estar haciendo números sobre lo
que les tocaría de todo ese material de guerra. Entre los tharns se encontraba
Velery, que lucía un vendaje en uno de sus brazos, ahora al aire, mientras se
cubría con un manto oscuro, protegiéndose de la llovizna que había empezado a
caer. Cuando un siervo regresaba con una cota de malla pesada, hecha por un
buen armero y que sin duda habría valido unas buenas monedas de oro, le paró de
malas formas.
-
Tú, ven aquí -ordenó Velery, agarrando al siervo por un brazo-.
Llevas una buena pieza. Creo que es de mi talla. Déjala aquí.
-
He recibido órdenes de llevarla a… -empezó a decir el siervo, sin
mucha fuerza.
-
Eso da lo mismo -le cortó Velery, apretando con fuerza el brazo
del siervo, que puso una mueca de dolor en su rostro-. Cuando un tharn te da
una orden la cumples y listo. Deja la cota y lárgate.
-
Mejor que te vayas tú a cagar -espetó alguien a su espalda, por lo
que Velery se dio la vuelta y vio a Mhista, que le miraba con cara de pocos
amigos y le seguía un guerrero grandote con una cara horrenda que provocaba
temor en la gente que le miraba-. Suelta a nuestro siervo y vete a molestar a
otro.
-
No me dais miedo ninguno de los dos -dijo ufano Velery, aunque no
era verdad del todo-. Esa cota de malla es para mí. Me la merezco, es mi premio
por la batalla y…
-
¿Tu qué? -bufó Mhista con un tono alto-. Te lo aviso, Velery,
suelta al siervo, que tiene mucho trabajo o le pido a Orot que te ayude
amablemente a soltarlo -el hombretón aludido sonrió, lo que hizo que sus rasgos
se volvieran más horrorosos.
-
Tú no tienes derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer -se
quejó Velery, pero soltó el brazo del siervo, que puso pies en polvorosa,
llevándose la cota de malla, para disgusto de Velery-. Ves lo que has
conseguido, muchachito. Espero que me pagues…
-
Si tienes alguna queja sobre mi trato hacia ti puedes hacérsela a
mi señor Ofthar -le advirtió Mhista a Velery, que puso una mueca de disgusto-.
Por mi parte tengo mucho que hacer. Y espero no verte otra vez intentando
apropiarte de los bienes del señorío. Todo lo que no se ha saqueado ya
pertenece al señor de los ríos y a nadie más.
- Yo soy
el principal tharn de los prados -señaló Velery airado-. Será mejor que lo
recuerdes, muchachito. Esas armaduras, armas y demás están en suelo de los
prados, por lo que me pertenecen a mí y no a tu señor de los ríos. Estáis aquí
invitados, no sois los señores de los prados, no sé qué os creéis los Bhalonov.
Velery no se fijó, pero más de uno de los tharns que
le rodeaban, así como guerreros de guardia y otros heridos le miraron con
cierto enojo. Al igual que Mhista y Orot, allí había muchos Bhalonov, pero
también había miembros de los clanes Arnha, Irinat, Urtho y Fhesra. Todos ellos
estaban aliados con los Bhalonov por matrimonios y lo que era más, habían aceptado
el designio de Nardiok, aunque sus líderes no habían realizado el juramento a
Ofthar aún.
-
Velery de Isnark, te advierto que ya no estás hablando con Mhista
de Bhalonov, unos de los therks del señorío de los ríos, sino con el senescal
del señor Ofthar -indicó Mhista, dando unos pasos amenazadores hacia Velery,
que retrocedió instintivamente ante el tamaño de Mhista, más alto que él. Este
hecho provocó varias sonrisas entre los que les rodeaban-. Si vuelves a
llamarme muchachito, te abriré en canal y te sacaré las tripas, a ver si eres
tan gracioso.
Velery abrió la boca, pero no salió palabra alguna de
ella, por lo que la cerró al momento. Al ver que el tharn se había callado,
Mhista se dio la vuelta y se alejó con paso rápido. Orot por su parte, sin perder
su sonrisa, se aproximó a Velery y amagó con darle una bofetada. El tharn se
agazapó presa del miedo. Orot se dio la vuelta y se marchó burlándose de la
cobardía de Velery. Las carcajadas se alejaron con Orot, mientras que unas
sonrisas burlescas aparecieron en los rostros de todos los que rodeaban a
Velery. Incluso algunos guerreros que luchaban para él y que ahora empezaban a
despreciarle.
El tharn, herido en más de un sentido blasfemó y se
alejó de allí, en dirección a su tienda, al tiempo que su mente intentaba
elucubrar una forma de vengarse de la afrenta sufrida por los amigos del señor
Ofthar.