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domingo, 29 de diciembre de 2019

Ascenso (7)

Rhime y Mhista llevaron a cabo las órdenes de Ofthar con una celeridad pasmosa. Mientras Rhime iba hablando con los tharns, therks y otros capitanes, para ver cuáles eran sus números actuales, acompañado de Otherk y Erbok, que hacían de sus asistentes y escoltas, Mhista había puesto en funcionamiento a todos los guerreros ilesos. Podían estar cansados por la batalla, pero no podían rechazar las órdenes de su senescal y sus ayudantes, que cumplían la de su señor. Con Mhista se encontraban Orot, Ubbal, Ogbha, Lirnho, Phyka, Shetol, Irnha y Hefta.

Varios therks habían sido destinados a patrullar las inmediaciones con escuadras a caballo. Tenían las órdenes de no alejarse mucho y si encontraban a enemigos no atacar. Les tenían que observar, dar aviso con un correo y mantener sus ojos fijos en sus movimientos. Por otro lado, había una línea defensiva alrededor del campamento. No solo habían preparado fogatas para la noche, sino que habían levantado unos pequeños parapetos, incluso en algunos sectores habían excavado unas zanjas rudimentarias, pero que podrían provocar que un muro se rompiera o un caballo diera un traspiés.

Por último, brigadas de siervos junto escoltas armadas saqueaban a los muertos rivales. Les quitaban las cotas de malla, las armas y todo lo que pudiera ser considerado pertrecho de guerra. A pocos de esos cadáveres les quedaba ni oro ni joya alguna, pues los guerreros ya les habían limpiado tras la batalla. Más de uno de los hombres de Ofthar iba a regresar rico de la guerra. Los cuerpos de los mercenarios iban siendo apilados en un extremo del campo de batalla por los siervos. Aún no habían recibido ninguna orden de Ofthar sobre lo que hacer con ellos, pero lo más seguro sería que se abriera una fosa en el campo y se sepultaran todos los cuerpos juntos.

Algunos tharns observaban el trabajo de los siervos con detenimiento desde el borde del campamento. Unos estaban heridos y se les veían los vendajes, otros más ilesos parecían estar haciendo números sobre lo que les tocaría de todo ese material de guerra. Entre los tharns se encontraba Velery, que lucía un vendaje en uno de sus brazos, ahora al aire, mientras se cubría con un manto oscuro, protegiéndose de la llovizna que había empezado a caer. Cuando un siervo regresaba con una cota de malla pesada, hecha por un buen armero y que sin duda habría valido unas buenas monedas de oro, le paró de malas formas.

-       Tú, ven aquí -ordenó Velery, agarrando al siervo por un brazo-. Llevas una buena pieza. Creo que es de mi talla. Déjala aquí.
-       He recibido órdenes de llevarla a… -empezó a decir el siervo, sin mucha fuerza.
-       Eso da lo mismo -le cortó Velery, apretando con fuerza el brazo del siervo, que puso una mueca de dolor en su rostro-. Cuando un tharn te da una orden la cumples y listo. Deja la cota y lárgate.
-       Mejor que te vayas tú a cagar -espetó alguien a su espalda, por lo que Velery se dio la vuelta y vio a Mhista, que le miraba con cara de pocos amigos y le seguía un guerrero grandote con una cara horrenda que provocaba temor en la gente que le miraba-. Suelta a nuestro siervo y vete a molestar a otro.
-       No me dais miedo ninguno de los dos -dijo ufano Velery, aunque no era verdad del todo-. Esa cota de malla es para mí. Me la merezco, es mi premio por la batalla y…
-       ¿Tu qué? -bufó Mhista con un tono alto-. Te lo aviso, Velery, suelta al siervo, que tiene mucho trabajo o le pido a Orot que te ayude amablemente a soltarlo -el hombretón aludido sonrió, lo que hizo que sus rasgos se volvieran más horrorosos.
-       Tú no tienes derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer -se quejó Velery, pero soltó el brazo del siervo, que puso pies en polvorosa, llevándose la cota de malla, para disgusto de Velery-. Ves lo que has conseguido, muchachito. Espero que me pagues…
-       Si tienes alguna queja sobre mi trato hacia ti puedes hacérsela a mi señor Ofthar -le advirtió Mhista a Velery, que puso una mueca de disgusto-. Por mi parte tengo mucho que hacer. Y espero no verte otra vez intentando apropiarte de los bienes del señorío. Todo lo que no se ha saqueado ya pertenece al señor de los ríos y a nadie más. 
-   Yo soy el principal tharn de los prados -señaló Velery airado-. Será mejor que lo recuerdes, muchachito. Esas armaduras, armas y demás están en suelo de los prados, por lo que me pertenecen a mí y no a tu señor de los ríos. Estáis aquí invitados, no sois los señores de los prados, no sé qué os creéis los Bhalonov.

Velery no se fijó, pero más de uno de los tharns que le rodeaban, así como guerreros de guardia y otros heridos le miraron con cierto enojo. Al igual que Mhista y Orot, allí había muchos Bhalonov, pero también había miembros de los clanes Arnha, Irinat, Urtho y Fhesra. Todos ellos estaban aliados con los Bhalonov por matrimonios y lo que era más, habían aceptado el designio de Nardiok, aunque sus líderes no habían realizado el juramento a Ofthar aún.

-       Velery de Isnark, te advierto que ya no estás hablando con Mhista de Bhalonov, unos de los therks del señorío de los ríos, sino con el senescal del señor Ofthar -indicó Mhista, dando unos pasos amenazadores hacia Velery, que retrocedió instintivamente ante el tamaño de Mhista, más alto que él. Este hecho provocó varias sonrisas entre los que les rodeaban-. Si vuelves a llamarme muchachito, te abriré en canal y te sacaré las tripas, a ver si eres tan gracioso.

Velery abrió la boca, pero no salió palabra alguna de ella, por lo que la cerró al momento. Al ver que el tharn se había callado, Mhista se dio la vuelta y se alejó con paso rápido. Orot por su parte, sin perder su sonrisa, se aproximó a Velery y amagó con darle una bofetada. El tharn se agazapó presa del miedo. Orot se dio la vuelta y se marchó burlándose de la cobardía de Velery. Las carcajadas se alejaron con Orot, mientras que unas sonrisas burlescas aparecieron en los rostros de todos los que rodeaban a Velery. Incluso algunos guerreros que luchaban para él y que ahora empezaban a despreciarle.

El tharn, herido en más de un sentido blasfemó y se alejó de allí, en dirección a su tienda, al tiempo que su mente intentaba elucubrar una forma de vengarse de la afrenta sufrida por los amigos del señor Ofthar.