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domingo, 1 de diciembre de 2019

El conde de Lhimoner (26)

La puerta se abrió y les dejo ver a un hombre de una altura media, menos que Beldek, Ahlssei o el capitán. Claramente era de más edad que ellos. Beldek sabía que rondaba ya los sesenta y cinco años. Lucía el pelo y la barba blancos, frondosos en ambos casos. La cara era circular, al igual que el cuerpo. Los ojos eran verdosos y pequeños, que en ese momento miraban a Beldek con intensidad. Los separaba una nariz ancha pero pequeña. Tenía unos mofletes carnosos y la piel estaba ligeramente bronceada. Pero en ese momento parecía tomar tonos rojizos. El general de Ulveahl vestía con unos calzones y una casaca del mismo color. Sobre la casaca llevaba medallas, condecoraciones, un par de broches de oro con gemas engarzadas y una banda dorada. El general estaba de pie, ante su mesa, donde tenía aparte de papeles, útiles de escritura y varios cofres, unos guantes de cuero marrón, un sable de caballería y un bicornio negro emplumado.

-       El prefecto de Lhimoner, mi general -anunció el capitán al entrar en la habitación.
-       ¡Ya veo que es el prefecto, Fhinnahl! -gritó el general de Ulveahl, enfadado-. ¡Fhinnahl, váyase a tomar por culo un rato! ¿Dónde coño estaba, prefecto de Lhimoner? Le he mandado llamar hace dos horas. ¡Dos horas! ¿Me entiende, prefecto? Espero que tenga algo que decirme. Porque me importa una mierda su amistad con el emperador. Incluso me da lo mismo si es su amante, a mi no se me hace esperar, ¿lo entiende prefecto? -el general estaba claramente enfadado, pero en ese momento se dio cuenta de la presencia de Ahlssei que le miraba y enarcaba una ceja, como tomando nota de cada palabra que había dicho-. ¿Quién coño es ese hombre?
-       ¡Ah! No se le escapa nada, general -dijo Beldek, con una cara seria, pero con un tono que parecía más mordaz que otras veces. Por un momento a Ahlssei le pareció que Beldek se reía del general-. Es el capitán Ahlssei, de la guardia imperial. El emperador en persona me lo ha asignado para esta investigación y claro debe venir conm...
-       ¿De la guardia imperial? -repitió Shernahl sorprendido, pero no pareció que fuera a disculparse de sus palabras anteriores. Para Ahlssei le parecía que el general no era de los que se disculpara por sus arranques de ira-. ¿Dónde estaba, prefecto? ¿Por qué no podía localizarlo ni de lejos? ¡Hable ya prefecto!
-       Estaba siguiendo una línea de investigación, señor -respondió Beldek, lacónico. 
-    Una línea de investigación, muy bien, pero no podía decirle nada a sus sargentos, ¿no? Sobre todo cuando en la ciudad se está montando un lío de mil demonios, prefecto -prosiguió su queja el general-. Bien, mientras usted seguía su línea de investigación junto a este maniquí bruñido, en esta ciudad se ha desatado un caos sin igual. Una marabunta de desarrapados ha salido de La Sobhora y se ha extendido por los otros barrios. Piden justicia para una puta y un marinero. En el puerto, lo mismo. Ahora están muchos ante el ayuntamiento y el palacio de los cadíes. Quieren que se cace al criminal. Hemos tenido que mandar apoyo a las guarniciones de la milicia en los dos edificios, así como más unidades para acabar con los disturbios. Y sabe lo más curioso, yo no sé de qué hablan. Prefecto, puede explicarme qué diantres pasa. O debo esperar a uno de sus malditos informes.

Beldek suspiró y empezó a relatarle cómo iba el caso hasta ese momento. La cara del general iba poniendo todo tipo de muecas. Las había de disgusto, desprecio, asco, enfado y sorpresa. Cuando Beldek terminó de relatar todo, el general se le quedó mirando callado.

-       Vaya, usted cree que es un sacerdote el que está detrás de esas muertes -se limitó a decir el general-. Pues si es ese el caso, deténgalo, que se apliquen los muchachos y cuélguelo. Quiero rapidez en el caso.
-       ¿A qué se debe tanta urgencia? Como ya le he dicho esta investigación está ordenada por el emperador -quiso saber Beldek, que veía algo raro en la actitud del general-. Su altísima excelencia querrá todo atado y bien atado. 
-   Su sagrada majestad quedara conforme con lo que haga, prefecto, al fin y al cabo ustedes son demasiado amigos -espetó con un ligero rencor el general, que no se les pasó por alto ni a Beldek, que ya estaba acostumbrado, ni Ahlssei, que se apuntó en su mente sonsacar al prefecto qué relación mantenía con el emperador-. Pero yo tengo una rebelión en curso. Una a la que ya se ha unido el conde de Zornahl.

Beldek se quedó mirando al general. El conde de Zornahl. Eso explicaba la angustia del general. Ese maldito aristócrata advenedizo que siempre estaba molestando al general y a la milicia de la capital. Beldek aseguró que tendrían un culpable en poco tiempo, aunque no estaba seguro de conseguirlo, pero así aplacaría el malestar del general. Vio que Ahlssei parecía querer intervenir en la conversación, pero Beldek le hizo una seña para que se mantuviera en silencio. No tardaron mucho en salir del despacho y regresar hacia su cuartel.

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