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miércoles, 4 de diciembre de 2019

El mercenario (2)

La puerta de la vivienda se abrió como las que habían revelado el baño y la estancia grande. Fuera un largo pasillo lleno de esas puertas iguales y tristes. Según su puerta se cerró, giró hacia la derecha y empezó a recorrer el pasillo. No sé cruzó con nadie, por lo menos hasta que llegó a un hall circular. En el centro había cuatro puertas, más grandes que la vivienda. A parte de su pasillo, desde allí partían otros cinco. En esa zona había algunas personas, tanto hombres como mujeres, pero también alienígenas. Le pareció ver un tharkaniano, con una escoba, barriendo el suelo.

El hombre conocía demasiado bien a los tharkanianos. Eran una raza muy parecida a la humana. Y por ello se había adaptado muy bien a vivir con los humanos. Eran originarios del planeta Tharkan, aunque para muchos era conocido como el décimo sistema o el principio del fin. Esto último era porque al poco de comenzar a comerciar con los tharkanianos, los humanos se habían cruzado con un imperio, una raza que conquistaba a placer y aseguraba que eran los señores de los tharkanianos. Claramente, la democracia humana chocaba con esa idea imperial y la guerra llegó antes de lo esperado. Pero los humanos ganaron, contra todo pronóstico. Ahora y tras una segunda guerra contra el imperio, nacía una nueva federación de sistemas, más fuerte y más democrática. Aunque eso al hombre le importaba un bledo. Sus cicatrices se debían a la guerra y no se irían por mucho que se creará una federación de civilizaciones.

Por su parte los tharkanianos se habían empezado a expandir por las nuevas colonias y por los viejos sistemas de la federación. Viajaban de la mano con los humanos y en muchos casos como los soldados de sus ejércitos o milicias. Él había dirigido a muchos a la batalla y al contrario que otros suboficiales o mandos humanos, había apreciado mucho tenerlos junto a él. Incluso les honraba como a otros caídos, cuando brindaba por sus almas.

El hombre dejó de pensar en el tharkaniano cuando una de las puertas centrales se abrió y él entró. El espacio era pequeño, pero claro, era un ascensor, por lo que no podía ser grande. Tampoco había nadie dentro, con lo que pulsó la tecla que necesitaba usar y la puerta se cerró. El ascensor apenas parecía moverse, pero los números de una pequeña pantalla iban pasando a toda velocidad, hasta que se detuvieron en el que había seleccionado el hombre y la puerta se abrió.

Al otro lado, había un bulevar con vegetación y luces de neón que señalaban donde había locales de bebidas y de mujeres. También había tiendas de empeños y salones de juegos. Aparte de los neones había farolas, pero la mayoría o no funcionaban o las habían destrozado, por lo que la iluminación de toda la zona se limitaba a la poca luz que conseguía llegar hasta ahí abajo. Pero tampoco había muchos viandantes, pues en ese lugar eran las noches cuando se animaba y no a primera hora de la mañana. Aun así, vio a un par de muchachos un poco más adelante, que no sabían disimular y le miraban demasiado, por lo que el hombre se sonrió, pues siempre era bueno hacer ejercicio por las mañanas.

Pero los dos jóvenes no se las tenían todas con ellos, pues uno parecía reacio a acercarse al hombre, en cambio, el otro quería aproximarse, pero su amigo se lo impedía. El hombre simuló que buscaba su pistola bajo la casaca, lo que hizo empalidecer al cauto. El hombre pudo escuchar como éste le pedía a su amigo que se marcharan, que ese hombre era peligroso. Al final pudo la prudencia a la rebeldía y se marcharon por otro camino, veloces. El hombre se rio mientras sacaba la mano sin el arma, pero simulando que era su dedo índice un cañón y les tiroteaba. 

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