El timbre del despertador sonaba con una sonatina
pesada cuando una mano salió del barullo de sábanas y mantas que formaban la
cama. El brazo era fuerte y velloso. Un gruñido resonó en la habitación. Las
sábanas se retiraron y un hombre se levantó, desnudo. Las luces se encendieron
al momento. La habitación era pequeña, de paredes lisas y de un gris claro,
careciendo de más decoración que la cama, las puertas de un armario empotrado y
unas cortinas de un gris oscuro, casi negro. Casi todo el cuarto era
monocromático, pues las sábanas eran blancas, la manta gris, y las puertas del
armario en otro tono de gris, un poco más oscuro que las paredes.
El hombre rodeó la cama y se acercó a las cortinas.
Las corrió, dejando ver lo que había detrás. Un gran ventanal, por el que entró
una luz mortecina, reflejos del Sol que proyectaban hasta allí una serie de
ventanales de los edificios que rodeaban al suyo. Entre uno y otro, surcaban el
aire cientos de vehículos. El hombre no parecía importarle que cualquiera que
pasara ante su edificio le viese al completo. Sabía bien que ese tránsito era
continuo y que los que por allí viajaban no estaban atentos a lo que era
paisaje, sino a seguir su camino y no golpearse con otro vehículo.
El hombre era alto, musculado, con el pelo gris,
cortado al ras. Por toda su piel, ligeramente morena, había rastros de
combates, las cicatrices eran de todos los tipos conocidos, como las quemaduras
de los disparos, los cortes, las caídas, las reconstrucciones o las
operaciones. Pero era raro ver tantas y en ese estado, pues en la medicina
actual ya no se permitían dejar esos rastros. El hombre se dirigió a una de las
paredes, que desapareció cuando él estaba a punto de estrellarse con ella. Pasó
a una nueva estancia, más pequeña que la anterior, pero de un color ocre, de
suelo y paredes de azulejos. Se acercó a una especie de embudo empotrado en la
pared contraria a la entrada y meó hasta que se alivió lo suficiente. Después
abrió una mampara translúcida y se metió a un cubículo. Según cerró la mampara
del techo empezó a caer agua, agua con jabón, más agua y después una especie de
vapor con aire. Cuando el hombre volvió a abrir la mampara, no solo estaba
limpio, sino que también seco.
Regresó al dormitorio, donde deslizó la puerta
corredera del armario, tomó unas piezas de ropa, todas de color oscuro. Se las
fue poniendo una a una, ropa interior, una camisa, pantalones ajustados, una
especie de chaleco y una casaca amplia. Entonces se dirigió a otra pared,
frente al ventanal, donde apareció un nuevo pasadizo. Al otro lado, una
estancia algo más grande, con una decoración tan escasa como en el dormitorio.
Esta habitación era un conjunto de cocina, que estaba
a la izquierda del acceso al dormitorio, un comedor al centro, un salón a la
derecha y el hall de entrada, pasando el comedor. Pero carecía más decoración
que los escasos muebles que poseía. Se acercó a una de las dos columnas que
parecían mantener la viga que separaba la cocina del comedor. Puso su mano
derecha sobre una placa de vidrio que se iluminó al momento de tocarla.
Apareció la silueta de su palma y una serie de columnas de colores que subían y
bajaban. El hombre retiró la mano y la palma desapareció. En su lugar apareció
la cara de una mujer, joven, de piel cuidada, lisa, de pelo negro largo, pero
que llevaba una boina verde, de estilo militar. La imagen llegaba hasta los
hombros de la mujer y se intuía una camiseta del mismo color que la boina.
-
Buenos días, sargento, espero que haya dormido bien -dijo la
joven, con una voz ligeramente sensual- ¿Será lo de siempre?
- Déjate
de monsergas y ábrete -espetó el hombre.
La joven sonrió y desapareció. La placa se separó de
la pared, dejando ver un hueco que había detrás. Dentro el hombre tenía varias
cosas. Tomó dos de ellas. Una placa de metal, muy similar en tamaño y forma a
la de la policía, pero que no lo era, y una pistola en su sobaquera, que
rápidamente colocó debajo de su brazo y la casaca. De alguna forma la sobaquera
se pegó al chaleco, sin unir botones ni otros elementos de sujeción, pero
estaba bien adherida, ya que lo comprobó con uno tirones. Dentro del hueco se
quedaron algunos papeles y las fichas monetarias.
Cerró la placa de vidrio y comprobó que se encontraba
bien cerrada. Después se acercó a un armario de la cocina, donde tomó un vaso
alto de plástico. No tenía muchos útiles dentro del armario. Unos cuantos
vasos, unas cazuelas y otros utensilios. Colocó el vaso en un hueco que había
en una especie de máquina y pulsó en una serie de botones. Al momento de vertió
una especie de líquido espeso de color blanquecino humeante en el vaso.
Recuperó el vaso y se acercó a la encimera. De otro armario sacó una botella,
sin marcas y con un líquido incoloro, pero no parecía agua. Desenroscó el tapón
y se metió un trago, tras lo que vertió una buena cantidad en el vaso humeante.
Se bebió el vaso casi de un solo trago, tras guardar
la botella. Pasó el vaso por un chorro de agua en la pila y lo dejó dentro para
que se secase. Se dirigió hacia la puerta y allí tomó una segunda placa
metálica, pero está estaba en un llavero, de una repisa simulada.