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domingo, 24 de noviembre de 2019

El conde de Lhimoner (25)


Dejar el gran templo y regresar a la ciudad fue relativamente fácil. Pero una vez que se encontraron en los barrios, descubrieron un ambiente bastante diferente al que habían dejado tras pasar por la biblioteca. Cuanto más se acercaban a su destino, la ciudadela de Ahlmarion, con más escuadras de la milicia se cruzaban. La mayoría eran grupos de infantería, pero también caballería. Cuando por fin se encontraron ante las puertas de la muralla, tuvieron que esperar a que un nutrido grupo de infantería, armado con los escudos cuadrados y curvos, así como largas alabardas pasasen bajo la arcada de la puerta con un trote rápido. El oficial que estaba al cargo de la puerta reconoció al prefecto y se acercó veloz.

-     Menos mal que ha aparecido, señor -dijo el oficial, un sargento de rostro juvenil, lo que indicaba que no llevaba mucho en ese puesto-. El general de Ulveahl lleva llamándole casi dos horas, señor.
-       ¿Qué ocurre, sargento? -preguntó Beldek, con cara seria.
-       ¿No se ha enterado? -inquirió sobresaltado el sargento-. Hay disturbios por La Sobhora y el puerto. Una masa enfurecida se ha plantado ante el palacio de los cadíes y ante el ayuntamiento. Desde ambos lugares, así como los puestos en los barrios afectados, han pedido apoyo. El general le buscaba porque los disturbios están ligados a una investigación de su destacamento. El último mensajero que ha pasado por aquí, en su busca ha comentado que el general está a punto de perder los estribos con su desaparición.
      -    Gracias, sargento -se despidió Beldek, al tiempo que espoleaba su caballo.

Ahlssei y Ulbahl le imitaron, cruzando hacia el interior de la ciudadela. El sargento les observó alejarse, pero pronto su atención regresó al siguiente batallón de la milicia que se disponía marcharse de allí.

Beldek refrenó su montura, mientras le hacía una seña a Ulbahl para que se acercase. Le dio una serie de instrucciones. En primer lugar debía volver a su cuartel y terminar o rehacer el retrato del sacerdote del templo que le había ordenado elaborar. Debía ser algo bueno, pues necesitaba que Fhahl se lo presentase a varios testigos. Una vez que lo tuviera terminado, debía llevarlo a su despacho. Ulbahl asentía con la cabeza.
 
Una vez que llegaron a la entrada de su cuartel, Ulbahl se introdujo por el arco, pero Beldek, seguido por Ahlssei siguieron hacia delante. Ellos se dirigieron a otro edificio, otro cuartel, rodeado de cipreses y bancales con flores. Al igual que en su cuartel, para acceder al interior, había que pasar por un arco largo y cruzar una plaza de armas. Allí, ante una pequeña escalinata esperaban dos sirvientes uniformados, que se hicieron con las riendas de los caballos y esperaron a que los dos oficiales descendieran antes de llevarse los animales.
Por la escalinata bajó un oficial, un capitán por las marcas en la pieza de tela verde que llevaba sobre una cota de malla de piezas circulares finamente elaboradas. El oficial llevaba un casco cónico, terminado en punta, con una multitud de plumas verdosas que salían de un cilindro pegado a uno de los laterales. El casco tenía unos anteojos con unas filigranas muy elaboradas. Del cinturón colgaba una espada curva, de caballería.
-       Prefecto de Lhimoner, menos mal que aparece -dijo el capitán, visiblemente aliviado-. El general se está subiendo por las paredes. Hace dos horas que lleva enviando mensajeros en su búsqueda. En su cuartel no sabían nada de usted.
-       ¿Está muy enfadado su excelencia? -inquirió Beldek, subiendo las escaleras, pero al ver la mirada del capitán hacia la presencia de Ahlssei, añadió-. Capitán, el guardia imperial está conmigo, órdenes del emperador.
-       Pero, señor, no es lo habitual… -empezó a musitar el capitán, sin saber muy bien que plantear.
-     Capitán, este hombre debe venir conmigo a todas horas -indicó Beldek-. Incluso debe meterse en mi lecho conyugal. Las órdenes de nuestro emperador no se pueden desobedecer por nada. Así, que ahora me acompañará a hablar con el general. Aunque si le quiere hacer esperar, yo… 
-   Está bien, está bien, síganme los dos -pidió el capitán, que por nada del mundo quería retener más al prefecto en las escalinatas, y menos cuando el general estaba a punto de estallar como un volcán. No sería él quien se quemara con la explosión.

El capitán les guió por un camino que Beldek conocía demasiado bien. El cuartel en el que se encontraban era el del estado mayor de la ciudadela. Allí no vivía ni un solo soldado, sino que se encontraban las dependencias de todos los ordenanzas y administrativos de la milicia, así como los oficiales de mayor grado, incluido el oficial al mando de todos ellos, el general Shernahl de Ulveahl. El capitán sería uno de los edecanes del general. Beldek no conocía a todos ellos, pero si alguno. Este podría ser uno de los recién llegados, por la apariencia y el temor al viejo general, un hombre demasiado recto y demasiado arisco. 

El capitán les llevó ante la puerta del despacho, donde golpeó con los nudillos y esperó a que una voz ronca les diera el adelante.

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