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martes, 30 de noviembre de 2021

El dilema (104)

Alvho había dispuesto a sus guerreros a ambos lados del arco de la puerta, listos para formar un muro de escudos si el enemigo cruzaba el foso de alguna forma. Tras la barricada de piedras en semicírculo, esperaban escondidos una línea de guerreros y muchos arqueros. Los primeros defenderían con sus escudos a los segundos, que atacarían por el arco a los Fhanggar a tiro, antes de que el muro de escudos tapase el arco. Una vez que el muro de escudos cerrase el acceso, ya solo quedaba aguantar todo el tiempo que pudiesen. Tal vez podrían crear una barricada de Fhanggar muertos.

Estaba dando las últimas órdenes cuando se empezaron a escuchar murmullos y Alvho se volvió. Un hombre, vestido con una armadura de pequeñas escamas, que brillaban con el sol de la tarde, se acercaba a ellos. El casco era puntiagudo, tan brillante como el resto de la armadura, con protectores para los costados y la nariz, con filigranas. Del cinturón colgaba una vaina de cuero con incrustaciones de oro. Tenía piezas que le cubrían los hombros, los codos, las muñecas, las rodillas, y las espinillas. Las botas tenían pinta de ser cómodas y fuertes. 

-   ¿Qué pasa Alvho, nunca has visto a un soldado del ejército imperial? -preguntó Dhalnnar con cierto orgullo. 

-   Habías dicho arma, ¿que es el resto que llevas? -inquirió a su vez un atónito Alvho. 

-   Al igual que una espada, hace un tiempo me compré una armadura imperial -explicó Dhalnnar-. La tenía un mercader de tu gente, era la de un oficial importante, un botín de guerra, pero el mercader no conseguía venderla a nadie de los tuyos. Por lo visto no os gustan este tipo de armaduras. Se quería deshacer de ella, era un problema para él. Yo tenía el oro, intercambiamos una cosa por la otra. Yo la aprecio más que el mercader, me recuerda a mi reino. Y la he arreglado, limpiado, la he puesto en uso. Ahora la visto para luchar otra vez. 

-   Lucharemos en muro de escudos, ¿vas a poder? 

-   Me han enseñado vuestra forma de luchar y he creado mi forma híbrida -contestó Dhalnnar-. Aunque necesitaré unos de vuestros escudos redondos. Mi ejército usa otros con forma diferente. 

-   Aibber, consigue un escudo para Dhalnnar -gritó Alvho-. El muy cabrón quiere luchar junto a los grandes guerreros.

Aibber mandó a uno de los hombres a hacerse con un escudo. El enviado se cruzó con el canciller, que llegaba para ver los preparativos en la puerta y se llevó un susto al ver la armadura de Dhalnnar. 

-   ¿Qué es esto? ¿Un mensajero de los Fhanggar? -quiso saber Gherdhan. 

-   No mi señor, es un recluta de última hora -se rió Alvho, acercándose al canciller-. El lejano imperio del norte nos otorga un valiente para ayudarnos en la guerra. 

-   ¿De que sandeces hablas, therk? -inquirió Gherdhan. 

-   Soy yo, canciller, Dhalnnar -se presentó Dhalnnar. 

-   ¿El constructor? 

-   El mismo, canciller -aseguró Dhalnnar-. Antes de constructor fui soldado. Bueno más bien a la vez. Además ya no hay munición para las armas de asedio. Creo que se necesitan a todos los hombres en las defensas. 

-   Bueno, sí -asintió dubitativo Gherdhan que no estaba muy seguro si debía permitir que el maestro constructor de castillos muriese defendiendo la puerta-. Bueno si no es buen guerrero por lo menos lo que lleva puesto volverá locos a los Fhanggar. Alvho, ¿cómo van los preparativos?

Alvho le empezó a contar todo lo que había preparado y como iba a defender la puerta. Gherdhan escuchaba silencioso y observaba allí donde Alvho señalaba en su explicación. Gherdhan parecía estar contento con lo que había preparado el therk. 

-   Los centinelas y los arqueros están escondidos. Si tu teoría es acertada, therk, los Fhanggar creerán que no les tomamos en serio y se ofenderán -indicó Gherdhan cuando Alvho dejó de explicar sobre las defensas-. Espero que se pongan pronto en marcha, si esperan hasta la noche estaremos vendidos. 

-   Atacaran en breve, no os preocupéis -aseguró Alvho. 

-   Mejor que sea así, porque sino… -empezó a decir Gherdhan. 

-   ¡Movimiento enemigo! ¡Movimiento enemigo! -se empezó a escuchar en los puestos de los centinelas-. ¡Atacan en tropel! 

-   ¡A sus puestos! -gritó a su vez Gherdhan hacia todos los lados, para luego mirar a Alvho-. ¡Qué Ordhin siga protegiéndote!

Gherdhan y sus escoltas se marcharon con paso rápido, pues debían volver a donde habían dispuesto el estado mayor. Alvho se volvió hacia su posición, seguido por Dhalnnar y Aibber. Las órdenes eran esperar a que el enemigo se acercara lo más posible a las defensas antes de aparecer ante ellos. Que no pudieran volver atrás.

Lágrimas de hollín (107)

Tras el tiempo que había concedido al tercer cuerpo para prepararse para el avance, el general puso a la columna de nuevo en marcha. Según la vanguardia de Alback puso el pie fuera de la plaza, el enemigo empezó a atacar. No solo caían flechas y cascotes, sino que el suelo se abría dejando ver lanzas y estacas. Los soldados caían de improviso y morían lanceados como cochinillos. La marcha se fue haciendo cada vez más lenta, ya que las primeras líneas buscaban trampas ocultas en todas partes.

Pero no eran solo trampas cavadas en el suelo. También aparecieron troncos, trozos de edificios o casas enteras que se desplomaban sobre ellos. En una ocasión fueron tres casas las que se derrumbaron sobre la vanguardia y obligaron a la columna a detenerse por dos horas, mientras los imperiales limpiaban el paso de cascotes. 

-   Capitán Tyomol, informe a Alback que retire ya los restos, se nos hace tarde -gritó el general, harto de esperar. 

-   Mi general, el general Alback ha muerto -informó el capitán. 

-   ¿Como? 

-   Una flecha le ha impactado en el gaznate, señor -explicó Tyomol-. Le he advertido que no se subiera a un acumulo de restos, pero el general ha asegurado que no había problema alguno. El enemigo lo ha matado. 

-   Siempre es el enemigo el que mata a los soldados, capitán -aseguró el general-. Retiren el cuerpo del general y pon a uno de nuestros capitanes a las órdenes de la vanguardia. Ya haremos un funeral digno de su persona. 

-   Sí, general -asintió Tyomol.

Tyomol era un simple capitán y por tanto no era capaz de discernir los problemas que había entre los generales, pero él no sentía ninguna simpatía por Alback y no dudaba en echarle la culpa a su cuerpo muerto si la operación no salía como lo había proyectado En el imperio siempre había que conseguir a un chivo expiatorio, sobre todo si se estaba ante un desastre total. Si el capitán llegaba a alcanzar su posición, lo sentiría de primera mano.

El capitán puesto por Tyomol fue capaz de limpiar el camino suficiente para que el ejército pudiera seguir avanzando. Los ataques se fueron sucediendo cada vez más seguidos, lo que hizo suponer al general que se aproximaban a la posición enemiga y estaban cada vez más desesperados porque seguían siendo un número superior a los hombres de Jockhel. Pero seguía sin entender porque se habían entretenido atacando a la vanguardia y a la retaguardia. Cada poco el general Nerdack le pedía hombres para salvar a los heridos. Decía que no era capaz de proteger a todos. El general se había negado, ya que eso era exponer a sus hombres, el único cuerpo que no había sufrido demasiadas bajas. Nerdack debería aguantarse con lo que tenía.

Cuando empezaba a caer el sol, en dirección al ocaso, aunque aún era pronto, la vanguardia informó que habían encontrado una gran plaza creada artificialmente, ya que parecía que se habían derribado edificios, y en el centro había una fortificación, si es que se le podía llamar así, ya que parecía la verdadera plaza en la que habían levantado parapetos y empalizadas. Veían defensores en los muros de piedra y madera. El enemigo había desaparecido, ya no atacaba el avance de la vanguardia. 

-   Ese Jockhel no quiere que sus hombres luchen frente a frente con nuestros hombres -señaló el general-. Sabe que nuestros hombres son más superiores a los suyos. ¿Ante qué nos enfrentamos, Tyomol? 

-   Parece una empalizada hecha con las casas que han tirado abajo, para crear una plaza de armas o una zona de muerte -explicó Tyomol. 

-   Una zona de muerte -repitió el general-. Pero si no son los suficientes, parece un reducto demasiado grande de defender. 

-   Lo es, demasiado, señor -aseguró Tyomol-. Diría que nosotros necesitaríamos un regimiento o dos para defenderlo propiamente dicho. Pero desde aquí se ven centinelas, pero no los suficientes. 

-   ¿Podría ser una trampa? Puede tener más hombres escondidos tras los parapetos -indicó el general. 

-   Es posible, pero no previsible, general -dejó caer Tyomol. 

-   En ese caso, empieza a extender a nuestras fuerzas, que rodeen toda la fortificación enemiga -ordenó el general-. No podrán defender todo y eso nos ayudará. El cuerpo principal atacará contra la puerta principal. Tortuga y ariete. 

-   Sí, general -asintió Tyomol.

El general esperaba que hubiese pocos enemigos y con una serie de ataques simulados por todos lados, permitiera que el enemigo dejara la entrada principal libre de centinelas. un ariete haría el resto y tomarían el baluarte. Podría hacer prisionero a Jockhel y terminar de una vez con el reino, corto, pero perjudicial para el imperio del criminal de ese barrio temido por el Alto Magistrado. Aunque el general pensaba que ese individuo era un gallina importante. Por fin daría al gobernador la noticia que esperaba, la victoria sobre los levantiscos de la ciudad y recuperar el tesoro robado.

sábado, 27 de noviembre de 2021

El reverso de la verdad (54)

Por fin las risas de Markus se fueron sosegando y su rostro se fue relajando. 

-   Supongo que nos dirás que es lo que te ha hecho tanta gracia, camarada -inquirió Andrei, cuando Markus se calmó. 

-   Desde que Marie tuvo que morir, he estado investigando al grupo de Alexander -indicó Markus-. Hace unos días estaban todos como locos. Les habían hackeado, haciendo que uno de sus negocios de apuestas diera un resultado adverso para sus negocios. Pero mira por donde tengo al hacker delante. Alexander desconoce tu antigua vida, ¿verdad? 

-   Dudo que Sarah le contase sobre algo que desconocía -aseguró Andrei-. El día que Rochambeau dejó el ejército, murió y sus recuerdos se escondieron. 

-   Pues eso es lo que te ha salvado hasta ahora -afirmó Markus-. Por lo que sé los miembros de ese grupo no suelen ser piadosos. Y si te has convertido en su enemigo, en algún momento lo pagarás. 

-   ¿Eso quiere decir que Marie se convirtió en su enemiga? -preguntó Andrei. 

-   Murió antes de que eso ocurriera -contestó Markus-. Cuando ella vino a mi, justo tras la muerte de Sarah, no le permití que llegase a esa posibilidad. Para Alexander y su grupo Marie murió en un terrible accidente. Me parecía que Alexander lloraba en el funeral. Aunque igual lo hacía de felicidad, si es que estaba a punto de iniciar una serie de limpiezas de su organización oscura. Es algo que no llegará Marie a saber. 

-   ¿Qué más sabes de la organización? -quiso conocer Andrei. 

-   Sé que tiene el dinero y poder suficiente para levantar un ejército de matones -afirmó Markus-. Pero si quieres saber más, me gustaría que tuvieras un gesto. Tal vez tu promesa de que no le vas a hacer nada a Marie.

Andrei le miró y sonrió. Era una sonrisa perversa, pero Markus no pareció afectado por su visión. Podía ser que ya la hubiese visto antes. Se puso de pie, sacó de su bolsillo una navaja y liberó la hoja. Se acercó a Marie y levantó la navaja, hasta que quedó a la altura de la cara. 

-   ¡Por Dios, no lo hagas! -gritó Helene-. ¡Ya nos ha dado lo que querías! 

-   ¡Por favor! ¡Por favor! -repetía Marie, temiéndose lo peor.

Markus no dijo nada, solo observaba serio, sin mover un músculo de más. Andrei suspiró, hizo que Marie se girase y cortó la cinta de carrocero que aprisionaba sus manos. 

-   No puedo prometer que no le voy a hacer nada a un muerto, Guichen -negó Andrei-. No sé si piensas que soy tan macabro como tú. Aun me acuerdo lo que hacías con los cadáveres de los enemigos muertos. ¿Marie sabe de esos juegos que hacías? Seguro que no. Marie, se buena y desata a tu hermano.

Andrei le dio la navaja a Marie, para que cortase la cinta de sus pies y luego se encargase de Markus. Él regresó a la silla en la se había sentado. 

-   Supongo que es suficiente gesto de buenas intenciones, Guichen -murmuró Andrei, con una mezcla de cansancio y molestia. 

-   No me esperaba esto, Rochambeau -admitió Markus-. Sabes que soy más fuerte que tú. Podría dejarte inconsciente de un golpe. 

-   Me arriesgaré a que seas un buen anfitrión. 

-   ¿Desde cuándo hay que ser buen anfitrión de los que entran a robar? -inquirió Markus-. Podría incluso llamar a la policía. 

-   Podrías, pero no lo vas a hacer -negó Andrei-. Eso sería llamar la atención. Incluso algún policía vería a Marie y podría recordar las fotografías del accidente. Nunca se sabe donde hay una persona avispada. No, no te pondrás en contacto con la policía. Y además, como buen anfitrión nos vas a dejar dormir aquí a Helene y a mí. 

-   ¿Y eso por qué? -preguntó Markus, intrigado-. Una cosa es que me olvide de tu visita y otra que la quiera alargar. 

-   En primer lugar porque me debes una explicación ante lo que pronto me enfrentare. Un favor por información -indicó Andrei-. En segundo lugar porque hace mucho que no te ves con un viejo camarada y en último lugar, porque no quieres que me vaya enfadado y defraudado. Y me hagas jugarme todo a la carta de qué pasaría si a Alexander le llega la carta anónima indicando que una persona que creía muerta sigue por ahí. Como he dicho antes a un muerto no se le puede hacer nada, a menos que se le devuelva a la vida, ¿verdad Guichen? 

-   Eres un maldito perro viejo -espetó Markus, asintiendo con la cabeza. 

-   Solo aprendí mis malas maneras de mis viejos compañeros de armas -se burló Andrei.

Marie se levantó y le hizo un gesto a Helene para que le siguiese. Era el momento para que los dos hombres hablasen. No se dirían cosas hermosas y Marie no quería escucharlas. Por ello le indicó a Helene que la acompañase, no era lugar para las damas. Luego, mucho más tarde, ya regresarían. Cuando ambos hombres se hubiesen puesto al día.

Aguas patrias (64)

Desgraciadamente Eugenio tuvo que escuchar algunas cosas más del capitán Trinquez, no solo su problema de faldas, sino que también pegaba a sus amantes y que bebía más de la cuenta. Solo el flujo de locuacidad del capitán de la Osa terminó cuando el carruaje se detuvo ante la entrada del palacio del gobernador. Los tres capitanes se apearon del vehículo y pagaron a medias al cochero. Eugenio le dio una propina, cuando los otros dos capitanes ya se alejaban. El cochero le sonrió y le hizo una despedida con el sombrero un poco exagerada.

Los tres capitanes cruzaron el arco de entrada, que estaba custodiado por cuatro soldados de la milicia de la ciudad y un sargento que les pidió sus credenciales. Los tres se las presentaron sin falta, aunque estaban seguros que el sargento sabía que se reunía otra vez el consejo de guerra naval. Cruzaron la explanada, una línea de piedra con palmeras en ambos lados. Mientras de la Osa entretenía a Heredia hablándole del cultivo de las palmeras, algo que por lo visto era uno de sus grandes placeres cuando estaba en tierra, ya que él poseía unas fincas al norte de la ciudad, Eugenio miraba hacia la derecha del camino, más allá de la línea de palmeras. Había una explanada empedrada, como una antigua plaza de armas. Allí había varios carros de presos y un buen número de soldados. Sin duda eran los reos que iban a juzgar. Por lo que creía recordar, los habían sacado del Vera Cruz y los habían llevado a la prisión de la ciudad. Por lo cual los habrían traído antes de que se formase el tribunal. 

-   Capitán Casas -escuchó la voz afable del capitán Menendez, por lo que volvió la mirada hacia donde provenía la voz-. Veo que sois un hombre madrugador. 

-   ¿Qué os trae al palacio a vos, capitán? -se interesó Eugenio, así se podía escapar un poco de la conversación de la Osa. 

-   Me han citado para contar mi encontronazo con uno de los reos -indicó el capitán Menendez-. Parece que asegura que él se rindió, pero que yo le seguía atacando. Dice que estaba sediento de sangre. Es para partirse de risa. Malditos traidores. 

-   No creo que el tribunal os haga hablar más de la cuenta -aseguró Eugenio-. Estos criminales están sentenciados desde el momento de su deserción. Pero creo que el gobernador quiere saber de qué barco se marcharon. Si fue de la antigua Nuestra Señora de Begoña, tal vez se cierre ese maldito capítulo. 

-   Ojala estés en lo cierto -afirmó Menendez. 

-   ¿Cómo está tu hijo? -inquirió Eugenio, intentando cambiar de tema por algo que fuera más alegre, pues les esperaba a ambos algo más triste, aunque algo le decía que le iba a sentar peor a él que al capitán. 

-   ¡Oh! Está mucho mejor -respondió el capitán, cambiándole la cara-. Mira que me dicen que una vez que nos hicimos a la mar ya estaba levantándose de la cama. Por lo visto era mi presencia la que le hacía estar postrado en el lecho. Lo que hay que oír. Un padre se desvive por su hijo y así te lo paga. 

-   Y tanto -añadió Eugenio afable.

En ese momento unos soldados le hicieron gestos al capitán, que se despidió de Eugenio, indicando que no se podía ser oficial allí, siempre le estaban requiriendo para todo. Tras una despedida amable y relajada, el capitán se marchó en dirección a los soldados. Eugenio vio que los capitanes Heredia y de la Osa ya habían entrado en el edificio, dejándole solo, mientras hablaba con el capitán Menendez. Sacó su reloj y miró la hora. Aún quedaban unos minutos para la hora señalada, por lo que se dirigió al palacio.

Una vez que entró por las puertas acristaladas, le preguntó a uno de los escribanos donde se iba a celebrar el segundo consejo de guerra. El siervo le guió de inmediato hacia el mismo lugar donde habían juzgado a Juan Manuel. Los capitanes de la Osa y Heredia se habían encontrado con el capitán Salazar, que parecía que había sido el primero en llegar. Faltaba el comodoro, el gobernador y el capitán Trinquez. 

-   Acérquese capitán Casas -le llamó el capitán de la Osa, con su afabilidad, que a Eugenio ya le empezaba a resultar pesada-. Parece que el capitán Trinquez no va a poder asistir al juicio. Por lo visto ayer se cayó por una de las escalas de su fragata. Un lamentable accidente. Estaba celebrando el resultado del juicio de ayer. 

-   ¿Cómo os habéis enterado de ese triste suceso? -quiso saber Eugenio, intentando parecer educado y neutral, pero a la vez quería saber si alguno de sus antiguos compañeros de tripulación empezaban a empaparse con las malas formas de este. 

-   El médico de abordo ha mandado a uno de los guardiamarinas con un mensaje firmado por el primer teniente -explicó de la Osa-. El capitán está estable, pero inconsciente. Claramente han avisado al gobernador lo antes posible. 

-   Con razón lo han hecho, sin el capitán Trinquez no se puede formar el consejo de guerra -indicó entre molesto y aliviado Eugenio-. Habrá que esperar a que recupere la salud o llegue otro barco de guerra a puerto. 

-   Vaya -se limitó a decir de la Osa, que parecía que no se había percatado de ese problema, mientras se deleitaba con las nuevas.

Pero la realidad era que tal vez no hubiese el consejo de guerra y si Trinquez no se recuperaba y no llegaba otro capitán, el consejo contra los desertores quedase paralizado, o por lo menos, la escuadra se marchase a Cartagena antes de que se pudiera formar el juicio.

martes, 23 de noviembre de 2021

El dilema (103)

Mientras la mayoría de guerreros estaban comiendo, bebiendo y disfrutando de un descanso merecido, Alvho revisaba las líneas enemigas y mandaba informes detallados al canciller y el resto de los tharns. El enemigo se movía con cuidado, pero Alvho era capaz de distinguir cada uno de los pasos imperceptibles que daban. Había visto cómo se habían estado haciendo con madera. Estaban haciendo pasarelas o un nuevo puente para atravesar el foso y el arco de la puerta en construcción. 

-   Parece que el canciller va a llevar a cabo tu descarada petición -dijo Asbhul a la espalda de Alvho-. La idea de que estén construyendo pasarelas le ha convencido. Los hombres tienen la tripa llena y la moral por las nubes. Eso puede ser todo para no sucumbir aquí. 

-   ¿No hay posibilidades de que lleguen refuerzos por el puente, verdad? -preguntó Alvho. 

-   No hay trabajadores arreglándolo aún -indicó Asbhul. 

-   Nos toca seguir luchando solos, más para nosotros -se burló Alvho. 

-   Ese es el espíritu -afirmó Asbhul-. Parece que Gherdhan cree que Ordhin te ha tocado o algo parecido, incluso los guerreros piensan eso. Gherdhan te ha asignado proteger el arco de entrada. 

-   Hum, me toca la peor parte o donde va a estar todo más reñido -aseveró Alvho-. Encima ese Dhalnnar ha gastado todos los suministros que tenía. No puede lanzar nada que haga pupa a los Fhanggar. Creo que tienen una pasarela grande para salvar el foso ante la puerta. Nos van a lanzar todo a nosotros. Espero que los arqueros puedan aliviar al enemigo un poco. 

-   Haré todo lo que pueda -aseguró Asbhul. 

-   Te ha vuelto a poner al mando de los arqueros, por lo que veo -señaló Alvho-. ¿Y qué va a hacer nuestro buen canciller? 

-   Va a formar un muro de escudos tras el tuyo, la última línea de batalla -contestó Asbhul. 

-   ¿Y la torre del río? 

-   Se ha atrincherado Ulmay y sus partidarios, con suministros y mujeres -se rió Asbhul-. Aguantarán hasta la muerte o hasta que se queden sin agua, rodeados de enemigos. 

-   Pero ya están rodeados de enemigos, tharn -dijo Alvho-. Si sobrevivimos o morimos todos da lo mismo para ellos, nosotros y los Fhanggar somos sus enemigos. Pero prefiero ser su enemigo a estar muerto. Debo preparar a mis hombres y las defensas. 

-   Así sea, Alvho -asintió Asbhul, que se dio la vuelta para marcharse, pero tras dar un par de pasos se volvió-. Que esta no sea nuestra última batalla, therk. Espero grandes cosas de mi parte y de la tuya.

Alvho observó como el tharn se marchaba y repetía las últimas palabras de este, que eran una declaración de intenciones en toda regla. Alvho dejó su puesto de vigía y se dirigió a donde descansaban Aibber y el resto. 

-   Se acabó el descanso, el canciller quiere volver a la carga contra el enemigo, ahora mismo -informó Alvho a unos desganados hombres-. Se ha llenado de nuestro espíritu heroico. Nos ha premiado con la defensa de las puertas. Habrá que rubricar una pugna digna de Ordhin. ¡Moved a los hombres!

Aibber y el resto se pusieron en marcha, dejando a Alvho solo con Dhalnnar, que le miraba inexpresivo. 

-   Supongo que ya no te queda munición para ninguno de tus juguetes, ¿verdad? -inquirió Alvho. 

-   Me temo que ya no queda nada, a excepción de mi mano -negó Dhalnnar. 

-   ¿A qué te refieres? 

-   Que esperaba que me dieras la oportunidad de luchar a tu lado -indicó Dhalnnar-. Si voy a morir quiero hacerlo empuñando el acero y rodeado de amigos. ¿Es mucho pedir? 

-   ¿Ya sabes manejar un arma? -se burló Alvho, sin malicia-. Pensaba que los constructores no erais muy duchos en el uso de las espadas. Pero si quieres vamos a la armería y eliges una de las que hay. 

-   No hace falta, tengo mi propia arma -sonrió Dhalnnar-. Llevo ya muchos años en el sur y hace mucho que soy un constructor libre, no un esclavo. Me contrató tu canciller para esta construcción, no he venido obligado. En mi celda de la torre tengo todo lo que necesito. Vuelvo enseguida.

Alvho le hizo un gesto y le vio marcharse dando saltitos. Parecía que Dhalnnar estaba ansioso por entrar en batalla. Podría ser que fuese un buen guerrero además de constructor. Pronto lo descubriría. Se puso en marcha hacía la puerta, donde había una vorágine de hombres moviéndose a cada lado. Se acercaba la hora de la verdad. En poco tiempo los Fhanggar atacarían, estaba seguro. El canciller había empezado a retirar a los centinelas, mientras llegaban agachados arqueros y otros guerreros. La idea de Alvho estaba empezando a tomar fuerza.

Lágrimas de hollín (106)

Había pasado el mediodía y ya se adentraba la tarde cuando el primer contingente alcanzó la plaza donde descansaba el grupo del general. Como había previsto estaban muy diezmados. Traían consigo muchos heridos, algunos ya muertos. El general al mando se acercó al general líder. Este le miró con asco. 

-   Te has dejado engañar por el enemigo, ¿verdad? -dijo como saludo el general-. ¿Qué efectivos te quedan? 

-   Un cuarto de los hombres, pero la mitad están perdidos por el barrio -aseguró el recién llegado. 

-   Esos hombres están muertos en las callejuelas, idiota -espetó el general-. Que descansen tus hombres. Cuando llegue el otro cuerpo, dirigirás la vanguardia de mi grupo. 

-   ¿La vanguardia? Me tratas como uno de tus mandos, soy un general -se quejó el hombre. 

-   Eres un idiota que se ha dejado engañar por unos pordioseros -aseguró el general-. No mereces ser general. Por ello, ahora actuarás de capitán y dirigirás la vanguardia. Pero si tienes alguna queja, le mando un mensaje al gobernador.

El hombre se puso blanco y negó con la cabeza. Se marchó lanzando maldiciones y se unió a sus hombres, para colocarse en lo que sería la vanguardia de la columna. Pero por lo menos pudieron descansar, porque el tercer cuerpo llegó aun más tarde. Todos los de este cuerpo estaban cansados, demasiado. Traían consigo muchos heridos, lo que molestó aun más al general. Su líder se presentó ante él según le indicaron donde estaba el estado mayor. 

-   Pensaba que lo de Alback había sido un descalabro, pero lo tuyo es peor, Nerdack -gritó el general según el mando del tercer cuerpo llegó ante él-. Tienes demasiados heridos entre tus filas. Te has dejado engañar más o menos como Alback. 

-   He visto tus fuerzas y no están mejores que las mías -se quejó Nerdack. 

-   Creo que te has fijado en las de Alback, Nerdack, le he hecho formar a sus supervivientes como mi vanguardia -le advirtió el general-. Y tú, junto tus hombres y los heridos os encargareis de la retaguardia. 

-   No eres quien para hablarme así, soy un general y no tengo que escuchar tus palabras idiotas, solo tengo que… -empezó a decir Nerdack.

El general le miró con una cara de enfado, deseándole decir algo, pero al contrario que Alback, Nerdack era un noble, y él no. Este era el gran problema del ejército imperial, estaba lleno de nobles. Un grupo de infectos hijos de sus padres, nacidos en lo más cómodo de una cuna agradable. Podían ser los segundos, terceros o hasta cuartos hijos de un noble. No heredarían los títulos de su padre, pero sí que habían heredado las malas formas y la prepotencia de una sangre elevada. El general era un caballero, pero había ascendido en el ejército por su valía, no por el dinero de un padre, que no era noble pero sí rico, un mercader provinciano. 

-   General Nerdack, has perdido a muchos hombres ante una banda de seres inferiores -le recordó el general-. No creo que el gobernador y menos aún el emperador acepte la pérdida de tantos hombres de su ejército ante unos civiles. Si nos enfrentásemos a los grandes enemigos de nuestro emperador la cosa sería otra. Pero si no estás de acuerdo a mis designios, puedes elevar una queja formal al gobernador, que es el máximo representante del emperador. Pero recuerda que deberás explicar cómo y dónde has perdido a tus hombres.

Y ante esa puntualización, el general solo pudo sonreír para sus adentros. El gran problema o temor de los generales del imperio y de los nobles era quedar mal ante el emperador o sus representantes. Si se quejaba al gobernador del mal trato del general, tendría que indicar que había caído inútilmente en una trampa enemiga, que había permitido a sus hombres perseguir a los enemigos y caer en sus trampas. Pocos habían sobrevivido ilesos y tenía demasiados heridos. 

-   Me encargo de la retaguardia y protejo a los heridos mientras avanzamos -repitió Nerdack, ante la sonrisa del general, que le sentó como una patada en el culo. 

-   Eso es -asintió el general-. E intenta no perder más hombres. 

-   Así se hará.

La última frase sin duda era una puñalada trapera por parte del general, indicando que había ganado la discusión. Le dio una media hora para recomponer sus fuerzas y estar listo para seguir la marcha. Nerdack le pidió más tiempo, pero el general lo negó, indicando que ya había perdido demasiado de él, haciendo tonterías en el barrio. Nerdack se marchó hecho una furia, molesto por el general y sus formas.

sábado, 20 de noviembre de 2021

El reverso de la verdad

Marie notó que Andrei no la creía o por lo menos no estaba de acuerdo con lo que había dicho, por lo que le miró con ojos desafiantes, algo que provocó un estallido de rabia en Andrei. 

-   Has dicho que ojalá nunca te hubiera llegado la petición -espetó Andrei-. Que ahora estás escondida. Parece que lo cuentas como si no mereciera la pena la vida que tienes. Pero tal vez deberías verlo con otros ojos o desde otro punto de vista. Tú aún tienes una vida. Algo que ya no tiene Sarah. Nadie avisó de lo peligroso que era quien manejaba los hilos. Un nombre que espero que pronto me reveles. Pero volviendo a tu pobre situación, sin duda es una gran pena que tengas que estar escondida. Una vida penosa. 

-   Yo no quería decir eso -intentó arreglar Marie su metedura de pata, pero sabía que ya era imposible-. Yo… 

-   Tú, tú, tú, como no solo tú -ironizó con desprecio Andrei-. Dejate de intentar dar lastima o que sienta pena. Tú aceptaste la oferta porque querías tu parte del pastel, poco te importaban las mujeres, las jóvenes que querían ser actrices o debutar en la productora. Las habéis usado y no sois más diferentes de hombres que tu hermano y yo mismo hemos eliminado. Guichen te ha ayudado a esconderte, porque es bueno para ello, pero solo has huido, con los bolsillos llenos y las manos manchadas. Ahora deja toda esta payasada y dime quien es mi enemigo. Dime la verdad.

Los ojos de Andrei refulgían de odio. Marie tenía por seguro que ya no había tiempo para zalamerías. Andrei solo quería una cosa, un nombre. 

-   ¿En verdad me estas diciendo que no sabes quien es la persona que está detrás de todo? -prosiguió Marie, con un tono de burla-. Solo una persona podría orquestar todo y quedar impune. Si Sarah lo llegó a saber seguro que le destrozó el corazón. ¿Cómo fueron sus últimos días? ¿Estaba triste? ¿O llena de irá? 

-   Primero buscas que te tenga pena y ahora te dedicas a burlarte de mí -espetó Andrei, acercándose a Marie-. Que seas hermanastra de Guichen no te libra de que me vuelva violento. Incluso él lo entenderá. Nunca me han gustado las burlas o las bromas. 

-   Estoy seguro que hace mucho has paladeado un nombre en tu cerebro -dijo Marie, haciendo caso omiso a las amenazas de Andrei-. La pieza que falta siempre ha estado en tu cerebro. ¿Quién es el más beneficiado con la desaparición de Sarah? ¿Quién tiene las manos libres para actuar sin nuevos obstáculos? ¿Quién es el amo y señor de la productora? ¿No te ha hecho una oferta aún para comprarte la parte de Sarah? 

-   Alexander. 

-   Muy bien, has ganado el premio gordo -afirmó Marie. 

-   ¿Pero cómo? -inquirió Andrei, casi sin creérselo-. Eran muy amigos. Lo crearon todo juntos. Era su confidente. Bueno hasta que llegue yo. 

-   Tal vez esto nunca lo llegó a saber Sarah, pero Alexander fue el que primero te echó el ojo -comentó Marie-. Ya sabes de los gustos de Alexander. Nunca le perdonó que Sarah le levantase la presa. Aunque claro, él jamás te hubiera cazado, ya que tus gustos y los suyos no son los mismos. Creo que en el fondo para Alexander, la productora era tanto de Sarah como suya, incluso creo que en los últimos tiempos se creía él su único señor y odiaba a Sarah por ser ella la cabeza pública. Alexander ama los actos públicos. 

-   No me lo puedo creer -negó Andrei, dejándose caer en una silla. 

-   Que te lo creas o no, es tu problema -indicó Marie-. Pero Alexander es tu enemigo. Es el hombre que ordenó que se hicieran con el ordenador de Sarah y provocó su muerte. Es la persona que ha creado un imperio de prostitución y juego. Aunque su negocio principal es el blanqueo de dinero. Importantes grupos mafiosos de todo el mundo le contactan para ello. Por ello, debía parar la investigación de Sarah y por ello, yo me escondí. Va a limpiar todos los cabos sueltos. Y a la larga tú serás uno, junto a esta chica. Ya sabe que la has metido en un camino que va a ninguna parte. 

-   La codicia es la que metió a esta chica en el camino -explicó Andrei-. Si se hubiese mantenido alejada del dinero, ahora seguiría en su casa. Pero no ha sido así. 

-   Si tú no le hubieras buscado las vueltas a los organizadores, el cupón no hubiera estado marcado y yo tampoco -se quejo Helene.

En ese momento, Markus se empezó a reír lo que hizo que todos los presentes se volviesen hacia él, que se había mantenido en silencio, ya que se lo había pedido Marie. El rostro del hombretón se empezó a poner rojo y Marie se preocupó pensando que le iba a dar algo. Estaba seguro que era propenso a lo que había matado al padre y el abuelo de Markus. Aun así, no era la única que le estaba prestando atención. Andrei estaba interesado por saber que le hacía tanta gracia a su viejo camarada de armas.

Aguas patrias (63)

Al final, lo que deberían haber sido tres maniobras bien ejecutadas, se habían convertido en una competición entre los barcos, culminando en un trayecto a remo fuerte, como si las tres falúas fueran a tomar al asalto un barco enemigo. Fue la falúa de Eugenio la primera en llegar al muelle y con ella, los laureles para la Sirena. Eugenio bajó a tierra serio, sin mostrar ninguno de sus sentimientos, en parte felicidad porque su barco había ganado, pensando en ordenar a Romonés cuando regresase que les diera un vaso de más de ron aguado como premio, pero también pena porque el guardiamarina de su falúa había espoleado a los marineros como si estuviese en una carrera de caballos y su apuesta fuese perdiendo. Cuando volviera al barco, ese guardiamarina iba a recibir una charla suya y de la vara del condestable. Un futuro oficial no podía hacer ese tipo de cosas indecorosas para su estatus.

Mientras esperaba a que llegasen los otros dos capitanes, le hizo una seña a un carruaje que esperaba ahí cerca. El cochero le preguntó a donde les debía llevar y Eugenio indicó que él y los otros capitanes iban al palacio del gobernador. El cochero asintió y esperó la llegada de los capitanes. Eugenio no subió a la caja hasta que Heredia y de la Osa no hubieron subido antes que él. 

-   Al palacio del gobernador -le recordó Eugenio al cochero, cuando este se subió, cerró la portezuela y sacó el cuerpo por la ventanilla. Luego se dejó caer junto al capitán Heredia, antes de que el carruaje se pusiera en marcha con un golpe seco. 

-   Espero que haya tenido una buena noche -dijo el capitán de la Osa, intentando ser afable, aunque al ver que se había expresado en singular, añadió-. Espero que ambos. 

-   Una noche calmada -afirmó Eugenio, mientras que Marcos, mucho más tímido, ya que él era un recién llegado al puesto que los otros dos ya ocupaban desde hacía más, solo movió la cabeza. 

-   Supongo que es la paz de estar fondeado en un puerto o que se tiene una tripulación poco escandalosa -indicó de la Osa, guiñándoles un ojo a ambos. 

-   Si no me puedo quejar de mi tripulación -se rio Eugenio, que no estaba muy interesado en hablar de sus hombres con alguien que dirigía otro barco-. Yo espero que el tribunal de hoy no se demore demasiado, las pruebas son irrefutables y los delitos execrables. Aun así, es una responsabilidad profunda por nuestra parte. Ya fue duro lo de ayer. 

-   Sin añadir las incorrecciones del capitán Trinquez -dejo caer de la Osa.

Esa última afirmación dejó intranquilo a Eugenio. Era la primera vez que alguien hablaba mal abiertamente del capitán Trinquez. Es verdad que él mismo pensaba que la actuación del día anterior del capitán había sido cuanto menos poco caballerosa. Pero no iba a empezar a hablar mal de alguien ante dos capitanes que acababa de conocer. Por ello, miró, escrutador, el rostro del capitán de la Osa. Parecía cansado, tal vez había dormido mal y eso es lo que le había hecho pecar de hablador. 

-   Un capitán debería guardarse sus opiniones personales de otro capitán -aventuró decir Eugenio, esperando que de la Osa se percatara de la indirecta-. No es de un caballero ir por ahí aireando los trapos sucios y las medias verdades que corren por la cabeza de uno. 

-   Una gran verdad, capitán Casas -asintió eufórico de la Osa-. Es lo que digo yo siempre, si tienes tantos muertos en tu armario como el que criticas deberías guardar silencio. Sabéis, el capitán Trinquez no es ni ha sido uno de los caballeros más notables de este puesto. En un tiempo era un don Juan como el antiguo capitán de Rivera y Ortiz. Y por lo que sé, su enemistad se debe a una mujer. Las faldas son siempre lo peor en un hombre. Mejor la castidad. 

-   Puede ser -se limitó a decir Eugenio, asombrado del giro que estaba dando la conversación. 

-   Una vez llegue a saber que el capitán Trinquez tiene más de un hijo bastardo en La Habana -prosiguió de la Osa con sus indiscreciones.

La cara de Eugenio se había quedado impasible, ya que no esperaba que el capitán de Osa fuera tan hablador y contase con tan lujo de detalles los secretos de otras personas. Su prudencia le dijo que no debería emborracharse nunca junto al capitán de la Osa o sus secretos más terribles serían parte de las conversaciones que parecían triviales por parte del capitán. Así que se recolocó mejor en el asiento acolchado, miró a un sorprendido Heredia y suspiró. Empezó a calcular cuánto les quedaría de viaje hasta el palacio del gobernador y cuántas nuevas indiscreciones tendría que escuchar.