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martes, 30 de noviembre de 2021

El dilema (104)

Alvho había dispuesto a sus guerreros a ambos lados del arco de la puerta, listos para formar un muro de escudos si el enemigo cruzaba el foso de alguna forma. Tras la barricada de piedras en semicírculo, esperaban escondidos una línea de guerreros y muchos arqueros. Los primeros defenderían con sus escudos a los segundos, que atacarían por el arco a los Fhanggar a tiro, antes de que el muro de escudos tapase el arco. Una vez que el muro de escudos cerrase el acceso, ya solo quedaba aguantar todo el tiempo que pudiesen. Tal vez podrían crear una barricada de Fhanggar muertos.

Estaba dando las últimas órdenes cuando se empezaron a escuchar murmullos y Alvho se volvió. Un hombre, vestido con una armadura de pequeñas escamas, que brillaban con el sol de la tarde, se acercaba a ellos. El casco era puntiagudo, tan brillante como el resto de la armadura, con protectores para los costados y la nariz, con filigranas. Del cinturón colgaba una vaina de cuero con incrustaciones de oro. Tenía piezas que le cubrían los hombros, los codos, las muñecas, las rodillas, y las espinillas. Las botas tenían pinta de ser cómodas y fuertes. 

-   ¿Qué pasa Alvho, nunca has visto a un soldado del ejército imperial? -preguntó Dhalnnar con cierto orgullo. 

-   Habías dicho arma, ¿que es el resto que llevas? -inquirió a su vez un atónito Alvho. 

-   Al igual que una espada, hace un tiempo me compré una armadura imperial -explicó Dhalnnar-. La tenía un mercader de tu gente, era la de un oficial importante, un botín de guerra, pero el mercader no conseguía venderla a nadie de los tuyos. Por lo visto no os gustan este tipo de armaduras. Se quería deshacer de ella, era un problema para él. Yo tenía el oro, intercambiamos una cosa por la otra. Yo la aprecio más que el mercader, me recuerda a mi reino. Y la he arreglado, limpiado, la he puesto en uso. Ahora la visto para luchar otra vez. 

-   Lucharemos en muro de escudos, ¿vas a poder? 

-   Me han enseñado vuestra forma de luchar y he creado mi forma híbrida -contestó Dhalnnar-. Aunque necesitaré unos de vuestros escudos redondos. Mi ejército usa otros con forma diferente. 

-   Aibber, consigue un escudo para Dhalnnar -gritó Alvho-. El muy cabrón quiere luchar junto a los grandes guerreros.

Aibber mandó a uno de los hombres a hacerse con un escudo. El enviado se cruzó con el canciller, que llegaba para ver los preparativos en la puerta y se llevó un susto al ver la armadura de Dhalnnar. 

-   ¿Qué es esto? ¿Un mensajero de los Fhanggar? -quiso saber Gherdhan. 

-   No mi señor, es un recluta de última hora -se rió Alvho, acercándose al canciller-. El lejano imperio del norte nos otorga un valiente para ayudarnos en la guerra. 

-   ¿De que sandeces hablas, therk? -inquirió Gherdhan. 

-   Soy yo, canciller, Dhalnnar -se presentó Dhalnnar. 

-   ¿El constructor? 

-   El mismo, canciller -aseguró Dhalnnar-. Antes de constructor fui soldado. Bueno más bien a la vez. Además ya no hay munición para las armas de asedio. Creo que se necesitan a todos los hombres en las defensas. 

-   Bueno, sí -asintió dubitativo Gherdhan que no estaba muy seguro si debía permitir que el maestro constructor de castillos muriese defendiendo la puerta-. Bueno si no es buen guerrero por lo menos lo que lleva puesto volverá locos a los Fhanggar. Alvho, ¿cómo van los preparativos?

Alvho le empezó a contar todo lo que había preparado y como iba a defender la puerta. Gherdhan escuchaba silencioso y observaba allí donde Alvho señalaba en su explicación. Gherdhan parecía estar contento con lo que había preparado el therk. 

-   Los centinelas y los arqueros están escondidos. Si tu teoría es acertada, therk, los Fhanggar creerán que no les tomamos en serio y se ofenderán -indicó Gherdhan cuando Alvho dejó de explicar sobre las defensas-. Espero que se pongan pronto en marcha, si esperan hasta la noche estaremos vendidos. 

-   Atacaran en breve, no os preocupéis -aseguró Alvho. 

-   Mejor que sea así, porque sino… -empezó a decir Gherdhan. 

-   ¡Movimiento enemigo! ¡Movimiento enemigo! -se empezó a escuchar en los puestos de los centinelas-. ¡Atacan en tropel! 

-   ¡A sus puestos! -gritó a su vez Gherdhan hacia todos los lados, para luego mirar a Alvho-. ¡Qué Ordhin siga protegiéndote!

Gherdhan y sus escoltas se marcharon con paso rápido, pues debían volver a donde habían dispuesto el estado mayor. Alvho se volvió hacia su posición, seguido por Dhalnnar y Aibber. Las órdenes eran esperar a que el enemigo se acercara lo más posible a las defensas antes de aparecer ante ellos. Que no pudieran volver atrás.

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