Seguidores

sábado, 13 de noviembre de 2021

Aguas patrias (62)

El Sol cegó a Eugenio cuando subía por la escala, para salir a la cubierta. Allí, el condestable con un buen número de marineros estaban limpiando la cubierta con agua y piedra arenisca. La llegada de su capitán hizo que la mayoría de ellos se detuviesen al instante, acercasen la mano a la cabeza y saludasen al capitán. Los infantes de marina de guardia se cuadraron. Eugenio devolvió el saludo con la misma solemnidad y le indicó que siguieran a lo suyo. No se percató de que alguno de los recién alistados no le saludaron, pero ya se encargó el condestable y su vara de avellano de hacerles ver su falta. Un escarmiento ligero pero que no se les volvería a olvidar nunca más.

Eugenio se dirigió con paso firme al alcázar, donde estaba el teniente Romonés mirándole con ojos cansados. 

-   Buenos días capitán -saludó Mariano, intentando cubrir su cansancio. 

-   Buenos días, teniente -devolvió el saludo Eugenio-. Veo que empieza a echar de menos al señor Salazar, ¿eh? 

-   No señor -negó con la cabeza Mariano. Dado que el antiguo primer teniente había sido ascendido a capitán y le habían dado el mando de una de las corbetas capturadas, él había pasado de segundo teniente a primero. Lo que quería decir que tenía más posibilidades de ascender a capitán por alguna acción o si le caía bien a un capitán como Eugenio, que le llevase de un mando a otro. Todo era según la ambición del teniente. Pero el ascenso llevaba consigo más responsabilidades y además en el combate habían perdido tenientes, y no habían sido aún reemplazados. Por lo tanto, tenía que realizar su trabajo con el contramaestre y el condestable solamente. los guardiamarinas no contaban, eran solo ayudantes para llevar órdenes, no para tomar parte de las decisiones. 

-   Bueno, espero que nos manden pronto nuevos tenientes -indicó Eugenio, que parecía haber leído las preocupaciones de Mariano-. Hablaré luego con el comodoro y el gobernador. Porque creo que pronto nos tendremos que hacer a la mar. 

-   Diría que el Vera Cruz aún necesita muchos días en el astillero -señaló Mariano. 

-   Bueno, pronto sabremos algo del gobernador y del comodoro -añadió Eugenio que había empezado a entender las palabras del capitán de la Osa. Tal vez la misión de acercarse a Cartagena para auxiliar a la ciudad ya no fuese a ocurrir. Podría ser cierto lo que habían obtenido en Antigua y la ciudad había caído o ocurría otro problema. Podría ser que el almirante desde La Habana estuviese presionando para recuperar sus navíos, que el gobernador de Santiago le ha escamoteado mediante alguna media verdad y ya se había percatado de ello. La política era muy liosa siempre y ellos eran solo marineros atados por los devenires de sus superiores. 

-   Claro, capitán -asintió Mariano, suponiendo que su capitán contaba con más información que él, pero que era secreta aún-. ¿Le informó de la guardia? 

-   Empiece teniente -ordenó Eugenio. 

-   Tres marineros no han regresado de tierra, del grupo que ha bajado esta noche -empezó con el informe Mariano-. El carpintero ha hecho una lista de cosas que necesitaríamos para poder hacernos a la mar y estar completos. De la santabárbara, han encontrado unos diez barriles de pólvora humedecidos y en mal estado. El resto de pañoles están completos y listos para hacerse a la mar. 

-   Bien, que se mande al condestable y a unos cuantos marineros fuertes y confiables a encontrar a nuestros díscolos, que busquen en los principales tugurios y burdeles -dijo Eugenio-. Manda la lista de astillas al almacén de la armada y si nos dan largas, probemos en los civiles. Tal vez haya que hablar también con el astillero. Lugar al que vais a devolver la pólvora mala y que nos la cambien o yo mismo iré a verlos. Por lo demás y la aguada, lo quiero todo listo para hacernos a la mar mañana mismo, teniente. 

-   Así se hará, capitán -afirmó Mariano. 

-   Una cosa más, el asunto del señor Gutiérrez y el señor López -comentó Eugenio-. Debido a su falta y a que el señor Alvarado les ha defendido, se les dará media docena de latigazos a cada uno el próximo domingo, tras la misa a bordo. Que el condestable preparé a la vieja Piedad.

Mariano asintió con la cabeza, haciendo un incómodo silencio, que Eugenio atribuyó al miedo y respeto que daba el nombre de la vieja Piedad. Era el látigo que mantenía bien guardado el condestable del barco. Solo se usaba para ocasiones como estás, para castigar a un marinero que había cometido una falta. Podría verse que no había piedad en los latigazos, pero la mayoría si creían que el látigo era la Piedad, pues normalmente los delitos en la mar iban unidos al castigo de pena capital, por lo que la piedad del capitán se veía en el uso del látigo a la horca. 

-   Bien, teniente, es hora de que vaya a tierra -dijo Eugenio, que ya había recibido el informe de Mariano y había dado las órdenes pertinentes a cada cuestión que le habían planteado. 

-  Sí, señor -asintió Mariano.

El teniente Romonés comenzó a dar órdenes, para que los marineros asignados a la falúa del capitán, se encargaran de izarla y bajarla por el costado. Mientras se llevaba a cabo la operación, pudo ver que en la Nuestra Señora de Begoña y la Centella estaban ocurriendo las mismas operaciones. Eso quería decir que podría ser que en el muelle se encontrase con los capitanes de la Osa y Heredia, lo que era una buena noticia, pues así podría compartir con ellos un carruaje, pero lo mejor es que no tendría que viajar con el capitán Trinquez que se estaba convirtiendo en un ser odioso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario