Seguidores

miércoles, 28 de marzo de 2018

Lágrimas de hollín (7)


El niño volvió en sí, recordaba la conversación, aunque fue más un monólogo por parte del hombre de la barba gris, la calidez y el buen sabor de la sopa, pero luego el sueño y ya no recordaba mucho más. Se había dormido y por primera vez en mucho tiempo no le habían asaltado los sueños con los ojos de su madre en el día que murió, ni la sangre del soldado, ni las noches de penurias y frío en los rincones que elegía para pasar las noches durante los últimos años.

Seguía en la cama y notó la respiración de dos personas. Se giró con cuidado y vio a dos figuras sentadas en taburetes, junto a su lecho, mirándole. Uno era el hombre del pelo blanco. El otro era su viejo amigo.

-       ¡Gholma! -consiguió decir en un susurro, recordando con sorpresa como era su voz.

El hombretón le miró a los ojos y sonrió. Su gran manaza se acercó a su cabeza y jugueteó con su pelo. Era una caricia muy simple, pero al niño le llenó de alegría.

-       Vale, parece que el niño te conoce -dijo el de la barba blanca-. ¿Pero quién es?
-       Es el hijo de Lhima -el niño se quedó sorprendido, pues desde pequeño había pensado que Gholma o no sabía o no podía hablar. En el burdel rara vez emitía nada más que gruñidos. El hombretón sonrió aún más al ver la reacción del niño-. Cuando ella falleció, escapó del burdel. Ya no creía que fuera a dar con él, pero supongo que Bhall siempre hace las cosas cuando él decide.
-       Sabias palabras, mi viejo amigo -aseguró el del pelo gris, tras mirar hacia el techo durante un ligero instante-. ¿Te lo llevarás de vuelta al burdel?
-       No, no lo creo, doña Dhisva cada día está peor, sus ensoñaciones con ser joven la están volviendo más loca y despótica -negó Gholma, lo que hizo que el niño soltara el aire que había cogido al oír que debía volver al burdel-. Lo más seguro que por un poco de oro más para otro de sus tratamientos entregaría al muchacho como asesino del sargento. Y eso que ya ejecutaron a un don nadie por ello. No, creo que es mejor para él que se quede aquí, contigo.
-       ¿Conmigo? -repitió el hombre del pelo blanco sorprendido-. ¿Crees que yo soy el mejor para cuidar de un infante? Ya no tengo edad, podría ser su abuelo. Además enfadó a una de las bandas, y no quiero que…
-       A ti las bandas no te afectan, maestro -cortó Gholma, pero haciéndolo como si le tratara con mucho respeto-. Tal vez no sea cuidar de un infante, sino educar a un aprendiz. Además como ya has dicho, estas mayor y alguien que te cuide no estaría mal. Alguien en la flor de la vida.
-       ¿Y no me podrías haber traído una moza, no? -se quejó el hombre de pelo blanco, que miró al niño y sonrió-. Está bien Gholma, cuidaré al niño por ti.

El hombre de pelo gris se puso de pie y volvió a mirar al hombretón.

-       Gholma, este niño tiene muchas cosas que preguntarte, así que me vuelvo a la cocina, para preparar una cena en condiciones -comentó el hombre mientras se acercaba a la puerta-. ¿Te quedarás a cenar?

Gholma asintió con la cabeza y el hombre sonrió, marchándose de la habitación. Cerró tras salir. La mirada del niño se quedó fija en la cara del hombretón. Parecía más mayor que antes, también tenía alguna cicatriz nueva. Pero los ojos eran los mismos, serios y duros, pero en el fondo amables. Pronto esos ojos se cruzaron con los del niño, que no pudo aguantarlos y esquivó la mirada, mientras la culpa empezó a florecer en su pecho.

-       Debo pedirte perdón, pequeño -comenzó a decir Gholma, mientras agachaba la cerviz. El niño se quedó sobrecogido-. Le juré a tu madre que cuidaría de ti, durante el tiempo que vivieras en el burdel, y tras su muerte, pues ella estaba segura que llegaría antes de que te hicieras adulto. Ella te quería, pero su enfermedad se la había llevado mucho antes de que ese desgraciado imperial acabará con su cuerpo mortal.
-       Yo… yo… -era lo único que salía de la boca del niño, mientras las lágrimas nacían en los bordes de sus ojos y reptaban por su rostro, hacía la almohada, cuya tela protectora se iba mojando.
-       Tendría que haber supuesto lo que había pasado, en el mismo momento que me cruce contigo, por la forma en que te acercaste a mí y huiste cabizbajo -prosiguió Gholma-. Desapareciste, y mi misión había fracasado sin llegar al final probable. Durante mis horas libres te estuve buscando por el barrio, pedí la ayuda a viejos conocidos, como el maestro Fibius, pero nadie había visto al niño que buscaba y al final, creía que mi fallo había sido completo. Que no había sido capaz de llevar a cabo la promesa más sencilla de las muchas que hice en el pasado.

El niño miraba a Gholma, sin saber que decir, sin saber cómo hacer que el hombretón, su único y verdadero amigo durante años, levantara la vista, dejara de mirar hacia la sabana y le mirara a los ojos. Las lágrimas no se detenían, seguían saliendo de su cuerpo. Las palabras se habían ahogado en su garganta y no parecía ser capaz de hacerse escuchar por Gholma. Así que al final le vino una idea a la cabeza. Movió uno de sus brazos, fue una proeza muy dolorosa, pero al final fue capaz de poner su mano sobre la cabeza afeitada de Gholma y repetir la caricia que el hombretón había hecho antes en la suya propia.