El niño
volvió en sí, recordaba la conversación, aunque fue más un monólogo por parte
del hombre de la barba gris, la calidez y el buen sabor de la sopa, pero luego
el sueño y ya no recordaba mucho más. Se había dormido y por primera vez en
mucho tiempo no le habían asaltado los sueños con los ojos de su madre en el
día que murió, ni la sangre del soldado, ni las noches de penurias y frío en
los rincones que elegía para pasar las noches durante los últimos años.
Seguía en
la cama y notó la respiración de dos personas. Se giró con cuidado y vio a dos
figuras sentadas en taburetes, junto a su lecho, mirándole. Uno era el hombre
del pelo blanco. El otro era su viejo amigo.
-
¡Gholma! -consiguió decir en un susurro, recordando con sorpresa
como era su voz.
El
hombretón le miró a los ojos y sonrió. Su gran manaza se acercó a su cabeza y jugueteó
con su pelo. Era una caricia muy simple, pero al niño le llenó de alegría.
-
Vale, parece que el niño te conoce -dijo el de la barba blanca-.
¿Pero quién es?
-
Es el hijo de Lhima -el niño se quedó sorprendido, pues desde
pequeño había pensado que Gholma o no sabía o no podía hablar. En el burdel
rara vez emitía nada más que gruñidos. El hombretón sonrió aún más al ver la
reacción del niño-. Cuando ella falleció, escapó del burdel. Ya no creía que
fuera a dar con él, pero supongo que Bhall siempre hace las cosas cuando él
decide.
-
Sabias palabras, mi viejo amigo -aseguró el del pelo gris, tras
mirar hacia el techo durante un ligero instante-. ¿Te lo llevarás de vuelta al
burdel?
-
No, no lo creo, doña Dhisva cada día está peor, sus ensoñaciones
con ser joven la están volviendo más loca y despótica -negó Gholma, lo que hizo
que el niño soltara el aire que había cogido al oír que debía volver al
burdel-. Lo más seguro que por un poco de oro más para otro de sus tratamientos
entregaría al muchacho como asesino del sargento. Y eso que ya ejecutaron a un
don nadie por ello. No, creo que es mejor para él que se quede aquí, contigo.
-
¿Conmigo? -repitió el hombre del pelo blanco sorprendido-. ¿Crees
que yo soy el mejor para cuidar de un infante? Ya no tengo edad, podría ser su
abuelo. Además enfadó a una de las bandas, y no quiero que…
-
A ti las bandas no te afectan, maestro -cortó Gholma, pero
haciéndolo como si le tratara con mucho respeto-. Tal vez no sea cuidar de un
infante, sino educar a un aprendiz. Además como ya has dicho, estas mayor y alguien
que te cuide no estaría mal. Alguien en la flor de la vida.
-
¿Y no me podrías haber traído una moza, no? -se quejó el hombre de
pelo blanco, que miró al niño y sonrió-. Está bien Gholma, cuidaré al niño por
ti.
El hombre
de pelo gris se puso de pie y volvió a mirar al hombretón.
-
Gholma, este niño tiene muchas cosas que preguntarte, así que me
vuelvo a la cocina, para preparar una cena en condiciones -comentó el hombre
mientras se acercaba a la puerta-. ¿Te quedarás a cenar?
Gholma
asintió con la cabeza y el hombre sonrió, marchándose de la habitación. Cerró
tras salir. La mirada del niño se quedó fija en la cara del hombretón. Parecía
más mayor que antes, también tenía alguna cicatriz nueva. Pero los ojos eran
los mismos, serios y duros, pero en el fondo amables. Pronto esos ojos se
cruzaron con los del niño, que no pudo aguantarlos y esquivó la mirada, mientras
la culpa empezó a florecer en su pecho.
-
Debo pedirte perdón, pequeño -comenzó a decir Gholma, mientras
agachaba la cerviz. El niño se quedó sobrecogido-. Le juré a tu madre que
cuidaría de ti, durante el tiempo que vivieras en el burdel, y tras su muerte,
pues ella estaba segura que llegaría antes de que te hicieras adulto. Ella te
quería, pero su enfermedad se la había llevado mucho antes de que ese
desgraciado imperial acabará con su cuerpo mortal.
-
Yo… yo… -era lo único que salía de la boca del niño, mientras las
lágrimas nacían en los bordes de sus ojos y reptaban por su rostro, hacía la
almohada, cuya tela protectora se iba mojando.
-
Tendría que haber supuesto lo que había pasado, en el mismo
momento que me cruce contigo, por la forma en que te acercaste a mí y huiste
cabizbajo -prosiguió Gholma-. Desapareciste, y mi misión había fracasado sin
llegar al final probable. Durante mis horas libres te estuve buscando por el
barrio, pedí la ayuda a viejos conocidos, como el maestro Fibius, pero nadie
había visto al niño que buscaba y al final, creía que mi fallo había sido
completo. Que no había sido capaz de llevar a cabo la promesa más sencilla de
las muchas que hice en el pasado.
El niño
miraba a Gholma, sin saber que decir, sin saber cómo hacer que el hombretón, su
único y verdadero amigo durante años, levantara la vista, dejara de mirar hacia
la sabana y le mirara a los ojos. Las lágrimas no se detenían, seguían saliendo
de su cuerpo. Las palabras se habían ahogado en su garganta y no parecía ser
capaz de hacerse escuchar por Gholma. Así que al final le vino una idea a la
cabeza. Movió uno de sus brazos, fue una proeza muy dolorosa, pero al final fue
capaz de poner su mano sobre la cabeza afeitada de Gholma y repetir la caricia
que el hombretón había hecho antes en la suya propia.