Lybhinnia
abrió los ojos y se encontró en el interior de una estancia, de paredes
blancas, iluminadas, pero sin saber cómo. En el centro del extraño lugar había
dos sillas, una vacía y otra ocupada. Unos ojos rojizos estaban fijos en los
suyos. Una elfa, de pelo blanco, que caía sobre unas ropas ocres, una túnica
con rayas verticales, permanecía en silencio, con las manos unidas por las
palmas, como si orase. Aparte de las dos sillas y la extraña elfa, no había
nada más en el resto de la sala. Se acercó a la anciana, cuyos ojos la siguieron,
siendo este el único movimiento que realizó. Lybhinnia sin saber qué hacer, se
dejó caer en la silla libre, frustrada.
-
¿Quién eres, joven? -preguntó la elfa anciana, pero Lybhinnia no
percibió movimiento en sus labios.
-
¿Eres Shiymia? La chamán de la arboleda de Lyhm -inquirió a su vez
Lybhinnia.
-
Aquí la que preguntó soy yo, niña -espetó la anciana-. ¿Quién
eres? ¿Qué quieres? ¿Cuál es tu propósito? ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo has
llegado? ¿Y quién es el mocetón de la espada?
-
¿Gynthar? -la última pregunta de la anciana le había
desconcertado, así que se le había escapado el nombre de su compañero.
-
Así que Gynthar, no me suena, no lo conozco, pero solo me has
respondido a esa pregunta, y mi paciencia tiene un límite, niña -la voz de la
anciana parecía enfadada, como si el no recibir la información que pedía no le
gustara demasiado.
-
Me llamo Lybhinnia, vengo de la arboleda de Fhyin, por petición
del mhilderein Armhiin, soy la líder de los cazadores -se presentó Lybhinnia,
segura que era mejor dar a la anciana lo que pedía-. Él es Gynthar, guardián de
Fhyin y…
-
¡Un guardián! ¡Has traído a un guardián ante mi presencia! Después
de lo que ha hecho, después de lo que ha perpetrado uno de los suyos -la voz
enojada de la anciana golpeó la mente de Lybhinnia, como si fuera un viento
alocado-. ¡Debe morir! ¡Morirá!
-
¡No! Él es bueno, él no ha hecho nada, él me cuida y protege, no
le hagas nada, Shiymia -rogó Lybhinnia, temerosa de lo que la chamán pudiera
hacer a Gynthar.
La
anciana la miró, la estudió y sonrió. Levantó la mano para que se calmara y
siguió la conversación.
-
Está bien, Lybhinnia de Fhyin, cuéntame porqué la líder de los
cazadores y su acompañante se encuentran en mis dominios, en la arboleda de
Lhym -pidió la anciana.
-
¿Tú eres Shiymia? -fue lo primero que dijo Lybhinnia, a lo que la
anciana asintió, entonces prosiguió-. Nuestro mhilderein nos mandó para hablar
contigo de una situación rara que se ha producido en el bosque junto a nuestra
arboleda. Él creía que tu sabiduría nos ayudará.
-
Nárrame lo ocurrido -ordenó Shiymia.
Lybhinnia
comenzó la historia de la caza del ciervo, sin omitir ni uno solo de las cosas
que hizo y que ocurrieron. La anciana no hizo ni un solo gesto, ni cuando habló
de cuando Armhiin quemó el trozo de carne.
-
El joven Armhiin hace bien en preocuparse, las almas oscuras y
vengativas son un mal arcano, pero muy peligroso, y muy inestable -indicó
Shiymia-. Podrías decirme cómo está el bosque de Fhyren, cómo ha sido vuestro
viaje aquí.
Lybhinnia
le contó todo lo que había visto, lo que había vivido, el ataque de los lobos,
la desaparición del bosque, y su llegada a Lhym. La anciana seguía en silencio.
-
No puedo responderle a Armhiin sobre lo que pregunta, porque yo
tampoco tengo la respuesta -dijo por fin Shiymia-. Al igual que tú, hace meses
los cazadores empezaron a notar la falta de presas, cazaron seres incomibles.
Envié al norte, hacia la ciudad humana a nuestro guardián, con órdenes de
investigar si ellos habían provocado alguna distorsión, sus magos suelen
realizar idioteces debido a su inmadurez. Cuando nuestro guardián retornó
estaba cambiado, comenzó a matar a sus amigos, yo conseguí hacerme fuerte aquí,
con los jóvenes de la arboleda. Pero todos los que yo amaba eran asesinados por
él. Nunca había visto su enfermedad, una locura que no tenía parangón. Él
cometió el mayor de nuestros pecados, devoró a sus hermanos. Por ello, yo tomé
está decisión, me hice una con la arboleda, descubrí que la enfermedad a la que
había sucumbido nuestro guardián se movía por la tierra. Entraba por las raíces
del bosque y lo mataba. Bloquee las raíces de la arboleda, impidiendo que la
enfermedad matará a los árboles centenarios. Puse a los niños en éxtasis, para
que sobrevivieran, pero los más niños no lo han conseguido. Junto a mis libros
se encuentra un diario, llévaselo al joven Armhiin, él lo sabrá leer y le
ayudará para tomar la decisión que necesita, espero.
-
Si vienes tú con nosotros, se lo podrás decir en persona,
mhilderein -comentó Lybhinnia.
-
¡Oh, mi pobre niña! Al unirme con la arboleda me he hecho una con
ella, mi cuerpo, que está en el centro de las aguas de vida, se ha marchitado,
pronto se volverá polvo, al igual que mis fuerzas menguan -negó Shiymia, con un
tono de tristeza.
-
¿No hay ninguna forma, mhilderein? -preguntó con desesperación
Lybhinnia.
-
No debes entristecerte, pequeña niña, yo ya he vivido una vida
larga, mucho más que la mayoría de mis hermanos, una vida sin fin -regañó
Shiymia a Lybhinnia, como si fueran madre e hija-. Mis hermanos hace mucho que
murieron, al igual que mi ciudad, Vhal’Thevllanum. Cayó por nuestro propio
orgullo, podríamos haber sido amigos de los enanos, pero en nuestra
autocomplacencia nos burlamos de ellos. Yo sobreviví, para ver como el gran rey
Alhppor la reducía a polvo. Creo que me merezco por fin un descanso y lo
consigo realizando mi último servicio a nuestra raza. Llévale el libro a
Armhiin, pero mires atrás, Lybhinnia, cazadora de Fhyin.
Lybhinnia
miraba a la anciana, sin saber que decirle, sin tener claras que palabras usar
para poder convencerla, pues lo que le había dicho Shiymia, aunque triste
estaba lleno de sentido y de inteligencia. Sabía que no sería capaz de cambiar
de parecer a la mhilderein de Lhym, y esa certeza era lo que más le entristecía.
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