Sheran
dio unos pasos hacia atrás, mientras que Bharazar se acercó y se agachó junto a
Shen’Ahl, que seguía mirando hacia el techo. Cerró los ojos y se levantó.
-
No hacía falta que muriese -musitó Bharazar, dándose la vuelta,
para mirar a Sheran-. Podríamos haber hablado con él y…
-
Jamás habría dado su brazo a torcer, aliado con Pherrin, nos
hubiera hecho ejecutar -señaló Shennur, como saliendo de un sueño, regresándole
la razón. Conocía demasiado bien las formas del difunto emperador-. Llevaría a
este imperio a la destrucción, sólo con mantenerse en el trono del león, como
le enseñó su madre. Maldita sea Abhia y sus enseñanzas.
-
Pero… -intentó hablar Bharazar.
-
Shennur vuelve a estar movido por la razón y la lógica -indicó
Sheran-. Nunca hubiéramos tenido la justicia que todos buscábamos con Shen’Ahl
vivo. Lo más seguro es que todo se hubiera sumido en una guerra civil. Nosotros
contra ellos. ¿Cuántos morirían por ello?
-
El emperador ha muerto, larga vida al emperador -proclamó Shennur,
mirando a Bharazar y haciendo una reverencia.
El resto
de presentes imitaron al canciller. Shennur sabía que no debía dejar pensar a
Bharazar, sino que había que actuar. Se acercó a la cama, tiró de la sabana, arrastrándola
y tapando el cuerpo de Shen’Ahl con ella.
-
Lo hecho ya no se puede cambiar, majestad -dijo Shennur-. Ahora no
queda otra que vos os sentéis en el trono. No se debe esperar ni un minuto. En
la mañana que se acerca, la corte debe rendiros pleitesía. Me encargaré de
mandar mensajes inmediatamente.
-
Eso es lo que se debe hacer -afirmó Sheran.
-
¿Y Pherrin? No se quedará de brazos cruzados tras la muerte de su
yerno -indicó Bharazar, recomponiéndose-. Su hija sigue siendo esposa del
emperador.
-
Puede que sí o puede que no, todo depende si vuestro Jha’al ha
cumplido mis órdenes al pie de la letra -añadió Sheran, enigmático-. Lo primero
es hacer que todo el palacio se ponga a tu servicio. Pero no vale cualquier
cosa. Tenéis que indicar que habéis descubierto al emperador, asesinado, que
vuestros hombres han seguido una pista. Cuando Jha’al retorne con lo que he
pedido, tendréis la solución para este problema, y mañana ante la corte,
Pherrin caerá.
-
Podrás defender esa teoría tú mismo -indicó Shennur.
-
No, mi contribución en este asunto se termina ahora, Ohma y yo nos
marcharemos inmediatamente -negó Sheran, que miró a Atthon-. Él es un cabo
suelto.
Siahl
desenvainó su espada, listo para ejecutar al siervo, pero Bharazar levantó la
mano, indicándole que se detuviera. Atthon, se removía bajo la tenaza del
soldado que le mantenía contra el lecho.
-
Ya son demasiadas muertes por la obra de mi hermano -comentó
Bharazar.
-
Lo son, mi señor -asintió Sheran, que se volvió a Atthon-. Vístete,
te vienes con nosotros. Dejaras el palacio para no volver más. No hablaras de
lo que has visto aquí, pero vivirás. Trabajaras para mí.
Atthon se
quedó mirándolo, pero ante la perspectiva de una muerte próxima, aceptó con la
cabeza. El soldado le soltó y el joven empezó a buscar unas ropas en el armario
más cercano, para vestirse. Primero había intentado buscar las ropas
proporcionadas por su antiguo señor, prendas ligeras, casi transparentes, para
que Shen’Ahl pudiera ver lo que le gustaba. Sheran le indicó que al lugar al
que iban, eso no le iba a venir bien. Así que el chico se puso ropas modestas
de su anterior amo.
-
Os preparare un carruaje, para que os lleve a donde queráis
-indicó Shennur.
-
Gracias, canciller -agradeció Sheran, que se giró hacia Bharazar y
añadió-. Majestad, retiraré a mis agentes, pues creo que vos gobernaréis con
más justicia que vuestro hermano. Pero recordad que desde el primer minuto
tendréis que resolver los errores que cometió mientras fue emperador.
Bharazar
asintió y se despidió con una reverencia ligera. Shennur salió de la alcoba en
dirección al pasillo, seguido por Ohma, Sheran y Atthon. Al poco llegaron
varios guardias, los que estaban más cerca. Bharazar les recibió con palabras
duras, les ordenó que empezaran a buscar al asesino de su hermano. Shennur fue
extendiendo la alarma y pronto el caos sumió a todo el complejo imperial. Los
soldados de la guardia, formando patrullas peinaban cada rincón del palacio.
Los criados
y los funcionarios fueron activando la corte. Los criados se encargaron sobre
todo de los establos, donde prepararon caballos y animales de tiro. Los
funcionarios redactaron las misivas para los principales pares del imperio,
llamados con urgencia para una reunión de la corte para la mañana siguiente.
Las peticiones de asistencia eran más órdenes que otra cosa. Los médicos de la
corte se hicieron cargo del cuerpo del emperador, aunque no pudieron hacer otra
cosa que certificar su muerte y la forma, apuñalado en sus habitaciones
privadas.
Entre
tanto lío nadie se fijó en los tres individuos que acompañaron a Shennur hasta
los establos, para los que se les preparó un carruaje y un salvoconducto
firmado por el canciller. Ohma, Sheran y Atthon salieron por las puertas, sin
que la guardia comprobara quienes eran.
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