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miércoles, 21 de marzo de 2018

Unión (12)



Los dos amigos se movían con cuidado a una buena distancia de Olppa, que no parecía tener ningún cuidado. Lo cual indicaba que sabía que nadie iba a molestarla, estaba muy segura de ello. Recorrió varios prados, donde dormitaban vacas a la intemperie. Las ovejas habían sido llevadas dentro de Ryam, para protegerlas de los lobos, pero las vacas eran demasiado grandes para ser una presa apetecible. Olppa tampoco parecía tener miedo de los lobos.


Los pasos de la muchacha la llevaron hasta una ligera vaguada, un pequeño valle entre dos colinas, donde había una serie de matorrales. Olppa por fin se detuvo, siempre mirando hacia los matorrales. Ofthar que estaba más lejos, pero a la suficiente distancia para ver lo que ocurría o tenía por delante. Ambos se agacharon, por si le daba por darse la vuelta, pero eso nunca ocurrió.

Entre los matorrales, a Ofthar le pareció que había un pequeño altar, una piedra plana horizontal y un par verticales. Tal vez era uno de los lugares donde el sacerdote de Ryam hacía sus oraciones. No parecía un lugar de una gran espiritualidad, más bien parecía oscuro, falto de vida, los matorrales eran más bien zarzas, de tallos largos y espinosos. Por un momento tuvo un mal presentimiento sobre ese sitio. Justo delante de la piedra horizontal había una zona sin hierba, una calva de tierra removida.

Olppa alzó las manos al cielo, con las palmas hacia arriba y entonó una plegaria. Ofthar y Mhista no estaban lo suficientemente cerca como para entender las palabras. La muchacha bajó las manos y se desvistió, quitándose la túnica, quedándose totalmente desnuda. El cuerpo era esbelto, apetecible, entendía porque Ophan había caído sobre su embrujo. La nube que hasta ahora había mantenido la luz de Pollus lejos de allí, se retiró e iluminó la vaguada. Ante los ojos de Ofthar y Mhista se reveló la verdad. La piel de Olppa era blanca, casi como la nieve. Pero en su espalda aparecían unos tatuajes. Mhista estaba perdido, pero Ofthar sabía lo que eran, una cosa que le apenó y a la vez resolvió todo su dilema.

El tatuaje de Olppa recorría toda la espalda, desde la base del cuello hasta su cintura. Eran dos círculos, hechos con runas, que casi se tocaban y sobre ambos una elipse estrecha. A parte de ese gran mural, tenía más círculos en las muñecas, en el cuello, en los tobillos y en sus pechos, rodeando las aureolas. Pero mientras los círculos pequeños eran runas negras, los de la espalda eran en una tonalidad rojo sangre. Por todo el cuerpo podían distinguirse cicatrices de cortes y azotes.

Olppa, de entre sus vestiduras, sacó un pequeño puñal, que desenvainó y levantó, provocando que la luz de Pollus se reflejara. Después se hizo un corte en un dedo y dejó que su sangre goteara sobre la losa de piedra. Durante todo el tiempo, Olppa no dejaba de repetir un salmo tras otro, no lo oían, pero Ofthar ya sabía a quién oraba, y no le gustaba. Ofthar le hizo un gesto a Mhista para alejarse de allí, pues suponía que Olppa regresaría por donde había venido, pues se creía demasiado segura como para notar que la seguían.

Tal como había supuesto, Olppa, tras un rato canturreando, se volvió a vestir y se marchó de allí de vuelta a Ryam, sonriente y ufana. Pasó por el mismo lugar desde donde la habían vigilado Ofthar y Mhista, que permanecían escondidos de ella en las sombras de la noche. Solo reaparecieron cuando la muchacha se había alejado lo suficiente. Ofthar le hizo un gesto a Mhista para acercarse a la vaguada.

-       ¿Para qué dios es este altar, si es que lo es? ¿Que era ese tatuaje? -preguntó Mhista, mientras Ofthar estudiaba el lugar.
-       Dos círculos y una unión, eso representa el tatuaje -dijo Ofthar recordando el libro donde lo había leído, un tomo bastante antiguo, sobre religiones ya olvidadas, que había encontrado en la biblioteca de su abuelo hacía unos años-. El primer círculo representa la tierra, lo llevan los neófitos. El segundo círculo es la tierra de los muertos, se lo tatúan a aquellos que se hacen creyentes. La elipse es el camino para la unión de los dos mundos, solo se concede a los sacerdotes.
-       ¿A los sacerdotes de quién? -inquirió Mhista, con mucha curiosidad.
-       Aquellos que siguen el culto de Bheler -respondió serio Ofthar, que había estado removiendo la tierra sin hierba junto a la losa y ahora miraba algo, mientras daba un paso hacia atrás.

Mhista se adelantó para ver que había descubierto y se quedó petrificado. Entre la tierra removida, había aparecido una mano humana, pequeña, como la de un niño. La carne se estaba empezando a descomponer, pero aun podían verse unas marcas en los dedos. Las marcas de dientes, pero no eran de alimañas, sino que parecían humanos. La visión era espeluznante. Hasta Mhista, que era muy valiente en la batalla retrocedía por el temor que le provocaba la mano mordisqueada.

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