Los dos
amigos se movían con cuidado a una buena distancia de Olppa, que no parecía
tener ningún cuidado. Lo cual indicaba que sabía que nadie iba a molestarla,
estaba muy segura de ello. Recorrió varios prados, donde dormitaban vacas a la
intemperie. Las ovejas habían sido llevadas dentro de Ryam, para protegerlas de
los lobos, pero las vacas eran demasiado grandes para ser una presa apetecible.
Olppa tampoco parecía tener miedo de los lobos.
Los pasos
de la muchacha la llevaron hasta una ligera vaguada, un pequeño valle entre dos
colinas, donde había una serie de matorrales. Olppa por fin se detuvo, siempre
mirando hacia los matorrales. Ofthar que estaba más lejos, pero a la suficiente
distancia para ver lo que ocurría o tenía por delante. Ambos se agacharon, por
si le daba por darse la vuelta, pero eso nunca ocurrió.
Entre los
matorrales, a Ofthar le pareció que había un pequeño altar, una piedra plana
horizontal y un par verticales. Tal vez era uno de los lugares donde el
sacerdote de Ryam hacía sus oraciones. No parecía un lugar de una gran
espiritualidad, más bien parecía oscuro, falto de vida, los matorrales eran más
bien zarzas, de tallos largos y espinosos. Por un momento tuvo un mal
presentimiento sobre ese sitio. Justo delante de la piedra horizontal había una
zona sin hierba, una calva de tierra removida.
Olppa
alzó las manos al cielo, con las palmas hacia arriba y entonó una plegaria.
Ofthar y Mhista no estaban lo suficientemente cerca como para entender las
palabras. La muchacha bajó las manos y se desvistió, quitándose la túnica, quedándose
totalmente desnuda. El cuerpo era esbelto, apetecible, entendía porque Ophan
había caído sobre su embrujo. La nube que hasta ahora había mantenido la luz de
Pollus lejos de allí, se retiró e iluminó la vaguada. Ante los ojos de Ofthar y
Mhista se reveló la verdad. La piel de Olppa era blanca, casi como la nieve.
Pero en su espalda aparecían unos tatuajes. Mhista estaba perdido, pero Ofthar
sabía lo que eran, una cosa que le apenó y a la vez resolvió todo su dilema.
El
tatuaje de Olppa recorría toda la espalda, desde la base del cuello hasta su
cintura. Eran dos círculos, hechos con runas, que casi se tocaban y sobre ambos
una elipse estrecha. A parte de ese gran mural, tenía más círculos en las
muñecas, en el cuello, en los tobillos y en sus pechos, rodeando las aureolas.
Pero mientras los círculos pequeños eran runas negras, los de la espalda eran
en una tonalidad rojo sangre. Por todo el cuerpo podían distinguirse cicatrices
de cortes y azotes.
Olppa, de
entre sus vestiduras, sacó un pequeño puñal, que desenvainó y levantó,
provocando que la luz de Pollus se reflejara. Después se hizo un corte en un
dedo y dejó que su sangre goteara sobre la losa de piedra. Durante todo el
tiempo, Olppa no dejaba de repetir un salmo tras otro, no lo oían, pero Ofthar
ya sabía a quién oraba, y no le gustaba. Ofthar le hizo un gesto a Mhista para
alejarse de allí, pues suponía que Olppa regresaría por donde había venido,
pues se creía demasiado segura como para notar que la seguían.
Tal como
había supuesto, Olppa, tras un rato canturreando, se volvió a vestir y se
marchó de allí de vuelta a Ryam, sonriente y ufana. Pasó por el mismo lugar
desde donde la habían vigilado Ofthar y Mhista, que permanecían escondidos de
ella en las sombras de la noche. Solo reaparecieron cuando la muchacha se había
alejado lo suficiente. Ofthar le hizo un gesto a Mhista para acercarse a la
vaguada.
-
¿Para qué dios es este altar, si es que lo es? ¿Que era ese
tatuaje? -preguntó Mhista, mientras Ofthar estudiaba el lugar.
-
Dos círculos y una unión, eso representa el tatuaje -dijo Ofthar
recordando el libro donde lo había leído, un tomo bastante antiguo, sobre
religiones ya olvidadas, que había encontrado en la biblioteca de su abuelo
hacía unos años-. El primer círculo representa la tierra, lo llevan los
neófitos. El segundo círculo es la tierra de los muertos, se lo tatúan a
aquellos que se hacen creyentes. La elipse es el camino para la unión de los
dos mundos, solo se concede a los sacerdotes.
-
¿A los sacerdotes de quién? -inquirió Mhista, con mucha curiosidad.
-
Aquellos que siguen el culto de Bheler -respondió serio Ofthar,
que había estado removiendo la tierra sin hierba junto a la losa y ahora miraba
algo, mientras daba un paso hacia atrás.
Mhista se
adelantó para ver que había descubierto y se quedó petrificado. Entre la tierra
removida, había aparecido una mano humana, pequeña, como la de un niño. La
carne se estaba empezando a descomponer, pero aun podían verse unas marcas en
los dedos. Las marcas de dientes, pero no eran de alimañas, sino que parecían
humanos. La visión era espeluznante. Hasta Mhista, que era muy valiente en la
batalla retrocedía por el temor que le provocaba la mano mordisqueada.
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