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domingo, 18 de marzo de 2018

Juego cortesano (39)



Shen’Ahl se despertó de improviso, moviéndose y quedándose cegado por la luz de todas las velas de la habitación.


-       ¡Por Rhetahl! Atthon para que has encendido todas las luces o ya es de día -bramó Shen’Ahl con su voz chillona.
-       Yo no he hecho nada, mi señor -dijo Atthon bostezando, mientras se movía junto a su señor.

Atthon, retiró su sabana, se deslizó al costado del lecho y se puso de pie, estaba completamente desnudo. Se acercó con cuidado a una de las lámparas, ya que no se había aclimatado completamente a la claridad y chocó con la armadura de uno de los soldados de Siahl que lo observaba con desprecio. Sus ojos pronto distinguieron lo que tenía ante él.


-       ¡La guardia! -exclamó Atthon, sorprendido, sin darse cuenta que estaba sin ropa, y regresó a la cama, temeroso de los soldados.
-       ¿Qué diablos hacéis aquí? -inquirió Shen’Ahl.
-       Han venido conmigo, señor -habló Sheran, agitando la mano derecha como saludo-. Me acompaña vuestro hermano y el canciller. Quieren que les recuerdes como mataste a tu propio padre.
-       ¡Sheran! No, no,... no puede ser,... tú… tú… estás muerto -los ojos de Shen’Ahl se habían desorbitado, su faz se había vuelto pálida y su voz más chillona.
-       Pues sienta muy bien -aseguró Sheran, sonriendo.

Shen’Ahl se levantó y salió de la cama, vestía un camisón de gasa que transparentaba todo su cuerpo, esquelético, lleno de manchas y sarpullidos. Shennur y Bharazar no pudieron evitar un gesto de asco por lo que veían. Atthon, sin saber qué hacer, decidió que lo mejor sería quedarse donde estaba, protegido por las sabanas de la cama, en silencio.


-       Vamos, Shen’Ahl no vas a acercarte para saludar a un viejo amigo -indicó Sheran dando un paso hacia delante, al tiempo que Shen’Ahl volvía a recular presa del miedo.
-       Tú eres un espejismo, no eres real, ninguno lo sois -gritó Shen’Ahl preso del terror que le daba Sheran.
-       ¿Quieres que me vaya? -preguntó Sheran.
-       ¡Sí!
-       Pues cuéntanos como mataste a tu padre, solo eso, dinos qué le hiciste, reconoce la verdad y yo me iré -señaló Sheran.
-       Mi padre… mi padre…, me pilló con un mozo de cuadras, un buen chico, me insultó, a mí, su único hijo,... -empezó a hablar, entrecortándose, mientras se le iba cambiando la cara-. Me quería repudiar, a mí… se reía de mí,... se burlaba… sus carcajadas… me comparaba con Bharazar,... ese bueno para nada,... hijo de una concubina, le iba a hacer su heredero, me lo iba a quitar todo. ¡No! Le paré los pies,... le enseñe quien era el verdadero príncipe,... le corté,... y cuando clamaba por su vida, le lance a volar.
-       ¡Por Rhetahl! -dijo Shennur al ver que Shen’Ahl había confesado, de forma tan simple.
-       ¡Ya tienes lo que querías! ¡Ahora vete! -ordenó Shen’Ahl, pero Sheran no se movió, en cambio sí, Bharazar.
-       Hermano, no entiendo cómo pudiste hacerlo, pero prepárate para ser detenido, por la ley del imperio… -proclamó Bharazar, mientras Shen’Ahl le miraba descubriendo su presencia, pero riéndose.
-       Tú, hijo de una puta -se burló Shen’Ahl-. Tú no puedes hacer nada aquí, yo soy el emperador. Mis bravos soldados, acabad con estos traidores, matad a Shennur, el falso, con Bharazar, el usurpador, con el fantasma...

Ante la sorpresa de Shen’Ahl ni uno solo de los guardias se movieron a su orden. Dio otro paso hacia atrás y chocó con la pared, ya no podía escapar hacia ningún lado. Sheran avanzó hacia él.


-       Pherrin… llamad a Pherrin… Atthon, ve a por Pherrin -mandó Shen’Ahl desesperado, al ver que Sheran se le acercaba.

Atthon intentó salir de la cama, pero cuando se puso de pie, uno de los guardias le empujó, lanzándole contra el lecho. Notó como un par de manos fuertes le empujaban contra el colchón, mientras que una voz grave le aconsejaba que si quería vivir no se moviera.

-       Quiero saber una cosa más, emperador -dijo Sheran, deteniéndose a escasos centímetros de la cara de Shen’Ahl-. ¿Por qué ordenar matarme? Yo que hice todo por ti.
-       Sa... sabías más que nadie…, si hubieras seguido vivo cuánto hubieras aguantado, es tan fácil deshacerse de los amantes, un soldado rompe los cuellos tan fácilmente -contestó Shen’Ahl, con una cara que rozaba lo homicida-. Sabías bien que te utilice para lograr mis propósitos, un tonto útil.
-       Destrozaste mi corazón -susurró Sheran, preso de un dolor inconmensurable.
-       ¡Corazón! Tú solo eras un juguete, una muñeca para hacerme feliz -se rio socarrón Shen’Ahl.

Shen’Ahl y el resto solo pudo ver un ligero brillo metálico que surgió de entre los pliegues del disfraz de Sheran. Con la mano izquierda, ejercitada durante años, clavó un pequeño puñal en el pecho de Shen’Ahl, destrozándole el corazón. El emperador solo pudo lanzar un gemido, mientras se deslizó por la pared, hasta que quedó sentado sobre el suelo. Los ojos se quedaron mirando a los de Sheran. Intentó farfullar algo, pero no pudo más que morirse en esa posición. Mientras el resto miraba la escena, unos como Shennur o Atthon, asombrados y el resto aliviados.

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