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domingo, 30 de septiembre de 2018

La leona (19)


Kounia soltó las manos de Yholet, cuando empezaron a distribuir los platos de madera entre los grakan. Habían hecho un guisado con las dos piezas que habían cazado. A Yholet le habían parecido un par de liebres o algo parecido, pero no indagó mucho pues quería carne fresca y no más seca. Kounia había conseguido convencer a Lystok que el blanco también debía recibir su ración, pues si no se alimentaba convenientemente les haría ir más despacio, lo que provocaría que llegasen más tarde al lugar donde estaban reunidos los jefes. Ellos harían que Lystok quedase en mal lugar ante ellos. Yholet no se llevó una sorpresa al ver como Lystok cambiaba de opinión y ordenaba que el blanco recibiera parte del guiso. Claramente, Lystok ansiaba cosas mejores en su vida, y una falta ante los jefes podría truncar esos anhelos.


La carne fresca y el caldo caliente entraron con mucho gusto en el cuerpo de Yholet, pero al ver las expresiones de felicidad de los grakan, se dio cuenta de que no era el único. Una vez que hubo terminado, se alejó de los grakan y se subió a la torre que quedaba junto a la antigua puerta. Desde allí, Yholet pudo ver la puesta del Sol y la aparición de las primeras estrellas en el cielo, así como Jhala, pero también descubrió que se acercaban nubes desde el oeste, los que indicaba que pronto se quedaría sin esos bonitos puntos que perlaban todo el cielo.


   -   Las noches siempre son más bellas que los días -dijo Yholet, al notar movimiento a su espalda, pero no se volvió.

   -   No puedes marcharte así como así -murmuró Kounia, que no pudo evitar echar un vistazo a las estrellas-. Recuerda que estás bajo nuestra protección.

   -   Estoy bajo el cautiverio de Lystok, aunque tú también supongo -recordó Yholet-. No soy un invitado en vuestra tierra, ni yo ni ninguno de los míos. Bueno por lo menos no ahora. Cuando nos conocimos, observastes mis posesiones, incluido el colgante que llevaba. Claramente te fijarias en las runas -Kounia asintió en silencio-. En ellas hay un lema de mi familia. Dice: “El camino a casa es la mejor forma de ampliar el conocimiento”.

   -   ¿Eso qué significa? No entiendo vuestra lógica -inquirió Kounia.

   -   Se basa en nuestra gran marcha, hace muchas generaciones, el primero de nosotros, con su gente vagó durante muchas lunas hasta encontrar nuevas tierras -explicó Yholet-. Ese fue el camino a casa. Y en esa gran marcha aprendimos muchas cosas, ampliamos nuestro propio conocimiento. No siempre lo que nos enseñó la vida fue bueno, ni vino con grandes aportaciones, sino todo lo contrario, lo obtuvimos con pérdidas, con muertes, y con tristeza. Mi padre dice que la miseria es mejor profesor que la riqueza.

   -   Tu padre será un hombre sabio -indicó Kounia.

   -   Mi padre lo es, pero no más que otros -matizó Yholet-. Pero ha sabido elegir bien a quienes le rodean. De esa forma, consigue lo que no sabe.

   -   Mi padre se parece al tuyo, creo -afirmó Kounia-. Le gusta rodearse de aquellos que pueden aportar mucho para la aldea.

   -   A mi padre le caería bien el tuyo, entonces -añadió Yholet, con una cara de cansancio que no le pasó desapercibida a Kounia.

   -   Es mejor que volvamos junto al fuego y durmamos un poco.

   -   Lo es, estoy cansado -asintió Yholet-. Antes me has acusado de intentar huir o por lo menos me has advertido que lo lo intente. Kounia, jamás hubiera pasado ante los centinelas de la puerta, a los que he saludado e indicado que subía a ver el cielo. Parece que no les ha importado.


Kounia había estado buscando a Yholet y no se le había ocurrido preguntar a los guerreros. Se sintió confundida y un poco culpable, pues había pensado mal de Yholet. Supuso que las creencias sobre la maldad de los sureños no era cierta del todo.


Los dos regresaron junto al fuego. Lystok los observó desde el sitio que había escogido. Yholet descubrió las facciones de un hombre celoso. Sin duda los sentimientos de uno eran diferentes de los del otro. Por un lado se encontraba Lystok, que ansiaba unirse con Kounia. Yholet no sabía precisar si había amor o solo una forma de ascender en la sociedad grakan. Pero estaba seguro que el guerrero le miraba como un posible rival en el corazón de Kounia. La mujer en cambio, no tenía ningún sentimiento de amor o amistad por el líder guerrero. Más aún, parecía que le echaba para atrás la sola presencia de Lystok, como al resto de los grakan presentes. Pero de alguna forma, Yholet se había quedado en medio de los dos.


Yholet se echó sobre su capa y allí tumbado observó a Kounia, que se estaba acostando a su vez. Sintió que quería proteger a esa mujer, aunque ella no le correspondiese. Y si tenía que luchar con Lystok lo haría.

El conde de Lhimoner (10)


Fuera del templo, aparte de un número más alto de sacerdotes y unos cuantos siervos, armados con material de limpieza, se encontraba uno de los carros que usaban para el transporte de presos. Eran vehículos de cuatro ruedas, de cabinas cerradas, con ventanucos con barrotes de hierro a los lados y una portezuela metálica en la parte trasera. En el lado donde se encontraban los dos caballos que tiraban del carro, había un pescante anclado a la pared delantera de la cabina. Allí permanecían sentados uno de los estudiosos y un soldado de la milicia. El otro estudioso viajaba con el cadáver, para que no le ocurriese nada.


Fhahl permanecía sentado sobre su caballo, mientras que conversaba con el soldado, que tenía entre sus manos las riendas y el látigo, con el que azuzar a los caballos de tiro. Un sirviente mantenía agarradas las riendas de los caballos del prefecto y de Ahlssei. Beldek se dirigió hacia su caballo, pero sintió que era vigilado y por ello buscó entre el grupo de criados y sacerdotes. Pronto encontró dos ojos oscuros. Era el ayudante del sumo sacerdote, Bhilsso le había nombrado Oljhal. No parecía demasiado mayor, pero podría tener parecida edad que Fhahl, por lo tanto estar en la treintena. Su cabello estaba cortado al raso y parecía negro o castaño. Sus ropas eran sencillas y no veía la ostentación de su jefe. La piel parecía algo más oscura que otros sacerdotes, lo que podía ser porque era de provincias, como él mismo, pensó Beldek. Lo que más le definía era la nariz, delgada y aguileña, que con los ojos grandes y oscuros le daba un aura especial. Como algo oscuro o demoníaco. El instinto de Beldek le hacía mirar a ese sacerdote con interés, pero no creía que estuviera metido en ese caso, o sí.


Beldek se subió a su caballo y Ahlssei que al salir del templo, se había dirigido a hablar con el soldado a las órdenes de la guardia imperial ahí dispuesta para que se retiraran de vuelta al palacio, se acercó a su montura e imitó al prefecto. Al retirarse los guardias imperiales, los sacerdotes y los siervos entraron en grupo al templo, pues tenían mucho que limpiar, la ceremonia de la tarde cada vez estaba más cerca y menos tiempo quedaba para que los primeros feligreses llegaran en peregrinación. Beldek esperó a que los soldados de infantería fueran saliendo del recinto religioso para poner su grupo en movimiento. Cuando entendió que les había dado tiempo más que suficiente, espoleó su montura.


Cuando ellos llegaron a las puertas del complejo, Beldek pudo observar cómo los soldados se alejaban a paso firme.


   -   ¿Nostalgia, prefecto? -dijo Ahlssei a su lado.

   -   Supongo que sí, capitán -admitió Beldek, en cuyo rostro apareció una sonrisa tímida-. Pero no se lo diga a mi esposa. Le gusta que tenga este puesto, es estable, no tengo que viajar de destino en destino. Mi esposa reza todos los días por la gracia del emperador que me asignó como prefecto.

   -   No he podido dejar de ver su distinción -señaló Ahlssei su broche laureado.

   -   La recibí durante la batalla de Hermult -indicó Beldek, poniendo su caballo al trote y alejándose de Ahlssei, que empezó a rumiar la respuesta del prefecto.


Ahlssei como muchos otros en la capital había oído hablar de la batalla de Hermult. El valle de Hermult se encontraba al sur, hacia el mar. La guerra que la provocó en verdad fue una sublevación en toda regla. Habían transcurrido ya más de veinte años de ese asunto. El anciano emperador Fheranuss II, envió al entonces príncipe heredero Fherenun al mando de un ejército a someter a los rebeldes. La guerra fue más difícil de lo que se había llegado a suponer. Esa subestimación del poder de los sublevados fue el primer error de Fheranuss II, que mandó a su hijo con un ejército pequeño y lleno de novatos. Al tener Fherenun hermanos y primos que ansiaban verlo caer en desgracia, se negó a pedir refuerzos. Por lo que había escuchado a un soldado de la guardia, un veterano que había luchado en Hermult, los rebeldes pillaron al ejército imperial por sorpresa. Les hubieran masacrado a todos, incluido al actual emperador, sino fuera por las estrategias de un joven noble de dieciocho años, que veía el campo de batalla como si fuera un plano normal. La batalla se extendió por tres días y aun con las estrategias del joven, casi se va todo al traste, por la negativa de algunos nobles a someterse a los designios del protegido de Fherenun. No fue hasta el tercer día, cuando los dos bandos entraron en una batalla campal, cuando se dice que el joven de dieciocho años salvo de morir a Fherenun, recibiendo él el ataque mortal que iba dirigido al príncipe. Los rebeldes no pudieron contra las ideas del joven noble y sucumbieron en su arrogancia. Ahlssei recordaba haberle preguntado al veterano por el joven, pero este no sabía quién era. Muchos creyeron que murió salvando a Fherenun. Ahlssei esperaba que Beldek le llegara a contar algo de la batalla, pues el prefecto podría ser uno de esos nobles.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Lágrimas de hollín (33)


Phorto no pudo evitar lanzar una carcajada al oír la confesión de Fhin, tras lo cual desenvainó su espada. Los miembros de su clan, al verle desenvainar le imitaron, mientras gruñían para darse ánimos. Fhin también sonrió.


   -   Los Nutrias han tomado la salida, son dos docenas, Phorto, puedes llevar a tus hombres a abrir hueco -ordenó Fhin.


Phorto asintió y empezó a retirarse. Terbus, no se quedó parado y comenzó a dar la alarma a sus hombres, que empezaron a salir de las arcadas, con intención de parar a los Carneros en su huida.


   -   ¡Carneros y Serpientes se han unido! -gritó Fhin-. ¡Nutrias acabad con ellos!


Fhin sacó una de sus dagas, a la vez que lanzó una cuchilla contra Terbus, que esquivó de mala forma y recibió un corte en una mejilla. Fhin sonrió malévolamente a Terbus, que bufó de forma clara. Llamó a sus lugartenientes para que le ayudaran a matar al traidor.


Los primeros Serpientes estaban a punto de alcanzar a Phorto y sus hombres cuando una imprevista lluvia de flechas les detuvo, provocando un buen número de bajas. En las balconadas habían aparecido varios individuos con ballestas. Terbus blasfemó porque Oltar había colocado Nutrias sobre sus hombres. Ordenó a uno de sus lugartenientes para que eliminara a esos ballesteros. Él y los otros dos se encargarían del tal Jockhel.


Los dos hombres se acercaron a la zona donde se estudiaban Terbus y Fhin, ambos con sus hojas apuntando al contrario. Estaban a punto de rodear a Fhin cuando se acercó otro individuo.


    -   Todo listo, jefe -dijo Beldhur.

   -   Puedes encargarte de uno de estos imbéciles -pidió Fhin, consiguiendo ofender a los Serpientes que los rodeaban.

   -   No me van durar mucho, jefe -añadió Bheldur que comenzó a lanzar su estoque contra los dos lugartenientes que quedaban en el centro de la plaza.


Los dos lugartenientes tuvieron que poner a defenderse, pues los ataques de Bheldur eran rápidos y la punta del estoque parecía muy peligrosa. Por otro lado, Fhin se enzarzó en una pelea con Terbus. Al contrario que Vheriuss, el nuevo líder de las Serpientes luchaba con un gladio, una espada corta, ancha y pesada. Era un arma tosca, pero hacía más daño por los golpes, que por los cortes, aun así tenía dos filos y la punta afilada. Terbus la movía con maestría, y pronto Fhin vio que con una única daga no podría mantener el ritmo contra él. Tomó su segunda daga y comenzó a danzar, ajeno a casi todo lo que había alrededor de él, a excepción de su contrincante.


Phorto y sus hombres estaban encelados en el combate contra los Nutrias de la entrada. Gracias a los ballesteros, se habían librado de ataques de costado. Los Serpientes que habían estado ocultos en las arcadas, se escondían de los letales ballesteros, mientras buscaban algún punto para escalar y masacrarlos. El lugarteniente de los Serpientes que los dirigía, dio con unas piedras con huecos entre ellas, por donde podían meter las manos y ascender. Pero con las constantes saetas que caían a su alrededor, necesitaba que algunos de sus hombres sirvieran de cebos. Así que de la nada, una docena de Serpientes empezaron a correr por la plaza, mientras los dardos golpeaban contra los adoquines, ensordecidos por el clamor de la lucha en el callejón de entrada. El lugarteniente comenzó a escalar, seguido de otros tantos.


Cuando uno de los corredores caía, otro ocupaba su lugar, intentando mantener la atención de los ballesteros, lejos de los que escalaban. Para cuando los Nutrias de las balconadas se dieron cuenta del ardid, ya era muy tarde, los Serpientes se lanzaron contra ellos, segando vida a doquier. Sin la amenaza de las ballestas y con un ansia de venganza salvaje, el resto de Serpientes siguieron ascendiendo, para vérselas con los Nutrias que mantenían una lucha sin cuartel con sus compañeros.


Terbus, al estar enfrentado con Fhin, no fue capaz de ver cómo sus hombres, en vez de atacar por detrás a los Carneros y Nutrias iban hacia las alturas. Tenía bastante con intentar acabar con Jockhel, que no solo no se defendía mal, sino que atacaba los puntos ciegos de su defensa. Pronto vio que la juventud y fuerza de Jockhel eran demasiado superiores a sus propias fuerzas. Cuando el cansancio le hizo fallar un par de lances que habría acertado en cualquier momento, se percató que tal vez no pudiera vencer al joven en tal combate.


Fhin no le dejó ni respirar, ni pensar, por lo que empezó a encadenar ataques y fintas, aumentando la velocidad todo lo que pudo. Acosando al líder de los Serpientes, hasta que fue cometiendo errores. Primero bajó demasiado la guardia y Fhin pudo cortarle en un hombro. Terbus lanzó un grito de frustración pero volvió a recuperarse. Un rato después, al oír algo caer a su espalda, Terbus se movió apresurado, lo que abrió un hueco en el que Fhin aprovechó para clavar una de sus dagas en el costado indefenso.


Pero eso no terminó con Terbus, que sangrando y jadeando por el cansancio, se preparó para atacar nuevamente. Fhin sonrió, pues el nuevo líder era mejor combatiente que Vheriuss y matarle le enseñaría nuevas cosas.

Unión (39)


Ofthar estuvo hablando con Mhista, que se marchó hacia fuera en cuanto los carros habían cruzado la defensa. Polnok y la mayoría de sus hombres se habían marchado para comenzar la descarga. Incluso la mente de Usbhale había fantaseado con dar un pequeño festín en la casona. Pero la realidad había vuelto y quería hablar con Ofthar y con su sobrina, ya de paso, pues organizaba cosas a su espalda.

   -   Habéis cerrado las puertas de Limeck, pero ya supondréis que no tengo hombres suficientes para guarnecer las empalizadas y las entradas -indicó Usbhale-. ¿Qué es lo que pensáis que puedo hacer con esto? El enemigo recuperara el control de Limeck rápidamente.
   -   No hasta mañana, cuando se den cuenta de que la columna no ha regresado de la ciudad -afirmó Ofthar-. Por la actitud de los que se quedaron en la puerta, sus compañeros de las minas lo debían estar pasando demasiado bien. Eso me dice que estaban haciendo algún tipo de festín o ritual. Los de aquí no estaban muy contentos. No creo que se percaten de que estos no han vuelto hasta bien entrada la mañana. Para entonces ya tendremos mucho adelantado.
   -   ¿Mucho adelantado? -preguntaron a la vez Usbhale y Arnayna, pues no sabían qué estaba tramando Ofthar.
   -   Por un lado, debemos vaciar estos carros y volverlos a llevar a los silos, hay más alimento que transportar -explicó Ofthar-. No les vamos a dejar todas las reservas de Limeck a nuestros enemigos. Antes de que amanezca podremos haber hecho otros tres o cuatro viajes. Los esclavos se han rendido, aunque tampoco les importará mucho el cambio de dueños otra vez. He visto antes sus rostros cuando les dirigían los de Bheler, les temían y al mismo tiempo los odiaban. Los de Bheler se han transformado en hombres libres pero los esclavos siguen siendo esclavos. Tienen dos rangos. La segunda cosa que hay que hacer es reforzar las defensas del reducto. Al igual que llenar las despensas, tenemos tiempo para derruir unas cuantas casas más del área circundante. Con ello, mejoraremos los parapetos y abriremos una zona despejada, con lo que los atacantes estarán más expuestos que antes a flechas y piedras.

Usbhale se le quedó mirando y sonrió por inercia. El joven había pensado en todo.

   -   Pondré a mis hombres manos a la obra, bien hecho Ofthar -dijo Usbhale al poco, tras lo que se dio la vuelta y se marchó dando gritos.
   -   Has hecho cosas que yo no te he ordenado -indicó Arnayna cuando su tío se marchaba de allí.
   -   Tu plan era bueno, pero se quedaba corto -afirmó Ofthar-. Se puede decir que solo veías la forma de alimentar a los supervivientes del reducto, pero no mirabas la batalla al completo, como hace tu tío. Tu idea era buena a corto plazo, y además solo se podría usar una vez. La pregunta que me hice yo al escuchar tu explicación era que podía añadir para hacer que la comida y el reducto pudieran aguantar más hasta la llegada del ejército del señor Naynho. La respuesta era tiempo. Yo le estoy dando tiempo a los supervivientes para que se preparen mejor, para que tomen todo lo que necesiten. Tu tío tiene ahora ese tiempo y será rápido. Y no solo hará las dos cosas que he comentado, si no me equivoco mandara hombres a herrerías y talleres. Traerán todo lo que encuentren o no se hayan llevado los esclavos. Armaduras, espadas, hachas, y sobre todo flechas. Si hace unas horas el enemigo tenía la situación en sus manos, ahora se ha reducido bastante.
   -   Nunca había visto la idea de ese modo -se limitó a murmurar Arnayna, sorprendida por la mente lúcida de Ofthar. Por un momento notó un sentimiento por el hombre, respeto e interés. Pero entonces bostezó.
   -   Dama Arnayna, creo que deberíais ir a dormir -señaló Ofthar-. Mis hombres y yo ya no corremos peligro, por lo que no debéis seguir preocupada.
   -   Yo no estaba preocupada -se quejó la muchacha, enrojeciendo su rostro-. Buenas noches.

Ofthar hizo una reverencia y vio cómo la muchacha se marchaba con aires de superioridad, que no hicieron otra cosa que divertir a Ofthar. Cuando ya se había ido, llamó a Albhak y a los guardias asignados a su grupo. Les contó cómo estaban las cosas en ese momento y lo que requería de ellos. Todos, más tranquilos por la idea de tener las puertas de la ciudad cerradas y bloqueadas, asentían a cada orden de Ofthar.

La noche fue larga y laboriosa. Usbhale había levantado a todo hombre y mujer del reducto. Las mujeres se encargaron del asunto de los suministros. Los carros iban y venían de los silos. Los descargaban rápido y se volvían a marchar. Los esclavos que los manejaban parecían hasta felices por su suerte actual. Más aún cuando volvieron a jurar lealtad al gobernador y este les hizo hombres libres. La mayoría eran hombres jóvenes que formarían parte del grupo de arqueros. Por lo menos, fueron capaces de llevar cinco cargas completas por carro antes del amanecer.

Los hombres fueron formados por cuadrillas y enviados a diversas labores. Unas cuantas se encargaron de derruir más chozas, tal y como había indicado Ofthar. Incluso los hombres de Ofthar se dedicaron a este menester. Su líder había ideado una forma de defender mejor la antigua entrada al reducto, algo mejor que el carro cruzado, que volvería a funcionar de puerta, pero con una sorpresa detrás. En el resto de las defensas, solamente se levantaron mejor los parapetos, añadiendo lugares más seguros para que los arqueros pudieran hacer su trabajo sin ser heridos. Pero Usbhale también envió a otras cuadrillas a peinar la ciudad, buscaba armas y flechas, así como todo lo que les pudiera ser útil para la defensa. A estos grupos se les habían entregado parte de los caballos del enemigo. Si Ordhin estuviera mirando desde los cielos, vería una multitud de hormigas pululando por la ciudad.