Kounia soltó las manos de Yholet, cuando
empezaron a distribuir los platos de madera entre los grakan. Habían hecho un
guisado con las dos piezas que habían cazado. A Yholet le habían parecido un
par de liebres o algo parecido, pero no indagó mucho pues quería carne fresca y
no más seca. Kounia había conseguido convencer a Lystok que el blanco también debía
recibir su ración, pues si no se alimentaba convenientemente les haría ir más
despacio, lo que provocaría que llegasen más tarde al lugar donde estaban
reunidos los jefes. Ellos harían que Lystok quedase en mal lugar ante ellos.
Yholet no se llevó una sorpresa al ver como Lystok cambiaba de opinión y
ordenaba que el blanco recibiera parte del guiso. Claramente, Lystok ansiaba
cosas mejores en su vida, y una falta ante los jefes podría truncar esos
anhelos.
La carne fresca y el caldo caliente
entraron con mucho gusto en el cuerpo de Yholet, pero al ver las expresiones de
felicidad de los grakan, se dio cuenta de que no era el único. Una vez que hubo
terminado, se alejó de los grakan y se subió a la torre que quedaba junto a la
antigua puerta. Desde allí, Yholet pudo ver la puesta del Sol y la aparición de
las primeras estrellas en el cielo, así como Jhala, pero también descubrió que
se acercaban nubes desde el oeste, los que indicaba que pronto se quedaría sin
esos bonitos puntos que perlaban todo el cielo.
- Las noches siempre son más bellas que los
días -dijo Yholet, al notar movimiento a su espalda, pero no se volvió.
- No puedes marcharte así como así -murmuró
Kounia, que no pudo evitar echar un vistazo a las estrellas-. Recuerda que
estás bajo nuestra protección.
- Estoy bajo el cautiverio de Lystok, aunque
tú también supongo -recordó Yholet-. No soy un invitado en vuestra tierra, ni
yo ni ninguno de los míos. Bueno por lo menos no ahora. Cuando nos conocimos,
observastes mis posesiones, incluido el colgante que llevaba. Claramente te
fijarias en las runas -Kounia asintió en silencio-. En ellas hay un lema de mi
familia. Dice: “El camino a casa es la mejor forma de ampliar el conocimiento”.
- ¿Eso qué significa? No entiendo vuestra
lógica -inquirió Kounia.
- Se basa en nuestra gran marcha, hace
muchas generaciones, el primero de nosotros, con su gente vagó durante muchas
lunas hasta encontrar nuevas tierras -explicó Yholet-. Ese fue el camino a
casa. Y en esa gran marcha aprendimos muchas cosas, ampliamos nuestro propio
conocimiento. No siempre lo que nos enseñó la vida fue bueno, ni vino con
grandes aportaciones, sino todo lo contrario, lo obtuvimos con pérdidas, con
muertes, y con tristeza. Mi padre dice que la miseria es mejor profesor que la
riqueza.
- Tu padre será un hombre sabio -indicó
Kounia.
- Mi padre lo es, pero no más que otros
-matizó Yholet-. Pero ha sabido elegir bien a quienes le rodean. De esa forma,
consigue lo que no sabe.
- Mi padre se parece al tuyo, creo -afirmó
Kounia-. Le gusta rodearse de aquellos que pueden aportar mucho para la aldea.
- A mi padre le caería bien el tuyo,
entonces -añadió Yholet, con una cara de cansancio que no le pasó desapercibida
a Kounia.
- Es mejor que volvamos junto al fuego y
durmamos un poco.
- Lo es, estoy cansado -asintió Yholet-.
Antes me has acusado de intentar huir o por lo menos me has advertido que lo lo
intente. Kounia, jamás hubiera pasado ante los centinelas de la puerta, a los
que he saludado e indicado que subía a ver el cielo. Parece que no les ha
importado.
Kounia había estado buscando a Yholet y no
se le había ocurrido preguntar a los guerreros. Se sintió confundida y un poco
culpable, pues había pensado mal de Yholet. Supuso que las creencias sobre la
maldad de los sureños no era cierta del todo.
Los dos regresaron junto al fuego. Lystok
los observó desde el sitio que había escogido. Yholet descubrió las facciones
de un hombre celoso. Sin duda los sentimientos de uno eran diferentes de los
del otro. Por un lado se encontraba Lystok, que ansiaba unirse con Kounia. Yholet
no sabía precisar si había amor o solo una forma de ascender en la sociedad
grakan. Pero estaba seguro que el guerrero le miraba como un posible rival en
el corazón de Kounia. La mujer en cambio, no tenía ningún sentimiento de amor o
amistad por el líder guerrero. Más aún, parecía que le echaba para atrás la
sola presencia de Lystok, como al resto de los grakan presentes. Pero de alguna
forma, Yholet se había quedado en medio de los dos.
Yholet se echó sobre su capa y allí
tumbado observó a Kounia, que se estaba acostando a su vez. Sintió que quería
proteger a esa mujer, aunque ella no le correspondiese. Y si tenía que luchar
con Lystok lo haría.