Así que Ahlssei decidió poner la situación bajo su control y hacer desistir
al sumo sacerdote de un enfrentamiento con el prefecto.
- Sumo sacerdote, creo que hemos quedado que
no se permitía el paso a nadie que no fuéramos nosotros o usted -indicó
Ahlssei, con cara de pocos amigos-. ¿Quién es ese individuo que está detrás de
usted?
- ¡Oh! -dijo Oljhal, como si no se hubiera
dado cuenta de la presencia del sacerdote menor-. Es uno de mis ayudantes,
Bhilsso de Uahl. Podéis hacer como si no estuviera presente, yo lo hago
constantemente.
El sacerdote puso una mueca de enfado, pero la eliminó casi al momento.
Pero no pasó desapercibida ni al prefecto ni a Ahlssei. Claramente al sacerdote
no le gustaban las maneras del sumo sacerdote. A Ahlssei eso no le importó
mucho, pero a Beldek si que le interesó. Un sacerdote que se daba aludido por
las mezquindades de su superior jerárquico, no duraría mucho en ese puesto.
- Da lo mismo, sumo sacerdote, lo mejor es
que salga de aquí -insistió Ahlssei, poniendo una sonrisa que se parecía más a
la boca de un lobo que a una de una persona. El sumo sacerdote entendió con
rapidez que era lo mejor.
- Hermano Bhilsso, será mejor que me espere
fuera -ordenó Oljhal, sabiendo que era mejor contentar al soldado de la guardia
que enfrentarse a él.
- Capitán Ahlssei, ¿conoce la historia del
gran altar? -dijo Beldek, cuando Bhilsso salió del templo-. Ya habrá visto las
canaladuras en la pieza. No se si sabrá que no la creamos nosotros, sino que el
emperador Armahnias III la trajo cuando conquistó la región de Ilmanel, que en
aquel tiempo era un reino nefasto. Los ilmanelitas seguían el culto a un dios
voraz y sanguinario, que necesitaba que se sacrificaran bellas jóvenes en su
altar, este altar. Su gran error fue invadirnos para hacerse con nuevas
reservas para su dios. Nuestro imperio los atacó y exterminó a su pueblo. O por
lo menos a gran parte de ellos. Cuando su capital cayó en nuestras manos, el
sumo sacerdote de la época convenció al emperador para traer como botín esta
piedra, para ser el nuevo altar del templo. Claramente no era esta gran
construcción, pero el antiguo templo también era muy hermoso.
- Es una historia muy interesante, prefecto
-intervino el sumo sacerdote Oljhal-. Pero eso qué tiene que ver con este
problema.
- Lo que seguro que también desconoce, capitán,
como muchos otros -prosiguió Beldek, sin hacer caso al sumo sacerdote
deliberadamente-. Es que los sacerdotes ilmanelitas cuando sacrificaban a sus
víctimas, las apuñalaban entre nueve y trece veces. El número se establecía
según el nivel de la doncella. Trece puñaladas coincidían a mujeres de clase
social ínfima, es decir, pobres, prostitutas o plebe. Una vez que se había
usado el puñal, uno de los sacerdotes abría en canal a la mujer y le extraían
el corazón. Por lo visto, este órgano era realmente el regalo a su dios.
- Entiendo -se limitó a decir Ahlssei.
- ¿Qué entiende? -inquirió el sumo
sacerdote, que no quería darse cuenta de lo que hablaba el prefecto.
- El prefecto de Lhimoner ha enlazado un
antiguo rito herético que se asemeja con una similitud milimétrica con el
crimen que tenemos delante, sumo sacerdote -explicó Ahlssei-. Y por ello,
debemos buscar a alguien que sabe de ritos arcanos o casi olvidados. De todas
formas, ese alguien se ha molestado mucho para escenificar el rito.
- ¿Quiénes pueden entrar en el templo, sumo
sacerdote? -preguntó Beldek.
- ¡Me está interrogando! -espetó ofendido
Oljhal.
- Responda al prefecto, sumo sacerdote
-pidió Ahlssei, harto de la actitud del religioso.
- Sacerdotes, los guardias del templo y
feligreses durante las horas de culto -contestó Oljhal, presuntuoso.
- Y supongo que los siervos también, pero
nunca se fija en ellos, ¿verdad, sumo sacerdote? -añadió Beldek.
Oljhal miró con asco al prefecto, pero asintió con la cabeza. Beldek
suspiró y se volvió hacía el cadáver. Había muchos posibles culpables.
Claramente, los feligreses quedaban fuera de la ecuación, pues sabía que el
templo estaba cerrado para ellos una vez terminados los ritos. Eso quería decir
que podía estar ante un sacerdote o un guardia. Pero los segundos no podían
ser. Es verdad que era malo pensar así de los guardias, pero había conocido a
muchos y eran un grupo de imbéciles creídos. Cómo servían en el gran templo, se
pensaban que eran como hijos del propio Rhetahl. En eso se parecían a los
sacerdotes, pero estos eran inteligentes y muchos de ellos estaban versados en
la historia antigua.
Beldek se había sumido en sus pensamientos, desoyendo las preguntas del
sumo sacerdote que fueron respondidas por Ahlssei. El gran sacerdote quería
saber cuándo se llevarían la atrocidad y así poder limpiar la piedra del altar
que estaba manchada de sangre por todas partes, pero sobre todo cayendo por las
ranuras del mármol. Todo indicaba que alguien había sacrificado a la mujer
siguiendo el culto de los ilmanelitas y su misión iba ser dar con ese hombre.
Pero para ello necesitaba llevarse el cuerpo de allí.
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