Los tres
siguieron sentados por un rato más, tras la marcha del emperador y el
canciller, hasta que el capitán Ahlssei carraspeó.
- Será mejor que el sargento Fhahl se ponga en marcha, para que
traiga a sus estudiosos -dijo Ahlssei-. Ahora mismo redactaré la orden de
entrada y salida. Si son tan amables de venir conmigo.
Los dos
miembros de la milicia se pusieron de pie y abandonaron la biblioteca del
emperador, siguiendo los pasos del capitán. Les llevó a una zona de la primera
planta del palacio donde había un buen número de pequeñas habitaciones. Por lo
visto eran pequeños despachos de ciertos miembros de la corte. Por allí tendría
uno el canciller, y otro el chambelán. Ahlssei tenía uno, y eso le hizo a
Beldek aumentar las sospechas que tenía sobre él. El despacho era modesto, pero
agradable. Ahlssei se sentó un momento en la silla que había tras la mesa y
garabateó algo en un papel. Tras lo que tomó una campanilla y la hizo sonar. De
la nada apreció un siervo de palacio.
- Lleva esta nota al sargento Mhilsha, te acompañará el sargento de
la milicia -ordenó Ahlssie al siervo, sin casi mirarle y ofreciendo la hoja en
la que había escrito, una vez que estampó un sello y la dobló-. Dile también
que les esperamos en el complejo del gran templo. Vete ya.
- Sí, señor -respondió bajo el siervo, que le hizo un gesto al
sargento Fhahl para que se diera prisa.
- Ve con él, Fhahl -pidió Beldek, al ver la reticencia del sargento
ante los modales del siervo-. Te necesito lo antes posible en el gran templo.
El
sargento Fhahl se marchó tras el siervo. Ahlssei se puso de pie y miró al
prefecto.
- Así que capitán -comenzó a hablar de improviso Beldek-. Ya me
parecía que era raro que Thimort y su excelencia enviaran a un simple soldado
para algo de tanta responsabilidad. Supongo que estoy ante un lobo del
emperador. La verdad es que hacía mucho que no tenía uno tan cerca.
- ¿Cuándo se ha dado cuenta de que no era un simple soldado? -quiso
saber Ahlssei, indicándole que le siguiera.
- Cuando cruzamos las puertas del barrio alto -indicó Beldek-. Por
muy enviado del emperador que fuese, no había visto nunca a los oficiales de la
guardia tan nerviosos ante un soldado. A menos claro que ellos supieran ante
quien estaban. Y si no eras el canciller, ni el emperador, que podía crispar
los nervios de un guardia imperial. Solo había una respuesta para ello, un lobo
imperial.
- Claramente entiendo porque el canciller y el emperador le tienen
en tal alta estima, conde de Lhimoner -halagó Ahlssei al prefecto-. Tiene una
mente muy ágil. Tal vez demasiado. Pero hay algo que no entiendo, ¿por qué solo
es un prefecto de la milicia, cuando se ve que podría estar en la corte?
- ¿Lleva poco en la corte, verdad capitán? -Ahlssei asintió con la
cabeza-. Yo podría intentar escalar en la corte, incluso alcanzar el cargo de
canciller, pero luego hay que mantener el puesto. No estoy hecho para ese tipo
de vida, no. Desde la milicia puedo servir a la ciudad y no me meto en las guerras
por el poder. Cuando se haya encargado de limpiar un par de conjuras, ya me
dirá si mi elección era o no acertada. Y ahora, no hagamos esperar al sumo
sacerdote. No va a poder hacer los ritos diarios con una muerta en su altar
mayor.
El
capitán Ahlssei se rio y le dio una palmada en la espalda. Se dirigieron a la
puerta por la que habían entrado a palacio, donde esperaban sus caballos. Se
montaron en ellos y se dispusieron a regresar al barrio alto. Cruzaron las
murallas de la ciudadela y se internaron por otra calle, no por la avenida
principal. Llegaron rápidos al complejo religioso. Unos guardias del templo les
hicieron detenerse, pero al enseñar su credencial el capitán Ahlssei, se
quitaron de en medio.
El
complejo era una hacienda inmensa y llena de vegetación. Los jardines lo
rodeaban todo. El palacio del sumo sacerdote, de dos alturas y el gran templo,
de planta cuadrada, eran las dos construcciones más grandes y visibles para los
fieles que entraban por la entra principal. Detrás del templo se encontraban
los almacenes, las viviendas de ciertos sacerdotes y tras el palacio las casas
de los siervos y los guardias. También había unos establos y un cercado para
que pastaran los ejemplares, una mezcla de caballos de tiro con animales de
cierto nivel.
Ahlssei
señaló al templo y Beldek observó que había guarneciendo su perímetro, un buen
número de guardias del emperador.
- El emperador no ha permitido que nadie, a excepción del sumo
sacerdote entre en el gran templo -explicó Ahlssei-. Solo quiere que no se modifique
nada hasta su llegada, prefecto.
Beldek no
dijo nada, pero sabía que eso era una gran verdad, el emperador le tenía
demasiado bien valorado. Pero no siempre Beldek conseguía resolver sus casos.
Claramente el emperador quería o tal vez necesitaba que este si se logrará
esclarecer. Podría haber algo más escondido en el caso que el emperador no le
había querido revelar ante el capitán y el canciller. Tendría que tener mucho
cuidado con ello.
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