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domingo, 23 de septiembre de 2018

El conde de Lhimoner (9)


Por fin se escuchó un poco de alboroto cuando llegaron el sargento Fhahl y un par de estudiosos junto un carro y una escuadra de la guardia imperial. Por lo visto los guardias del templo se mostraron poco colaboradores y la guardia imperial tuvo que meterlos en vereda. Al final, Fhahl y los dos hombres, vestidos con túnicas superpuestas pudieron llegar hasta el interior del templo, llevando unas bolsas y una camilla. El rostro del sumo sacerdote cambió en el mismo momento que llegaron los estudiosos.


   -   ¡Esos hombres no pueden entrar aquí! -gritó Oljhal, fuera de sí.

   -   Sumo sacerdote, usted le pidió ayuda al emperador sobre este asunto y él ha decidido que el prefecto y sus hombres se encarguen del caso -recordó Ahlssei, haciendo un gesto a los estudiosos que se habían detenido al escuchar el grito del sumo sacerdote-. Así, que mejor que se guarde para usted sus quejas o se las puede llevar en persona al emperador.

   -   Yo… -intentó decir Oljhal, pero se decidió callar, pues no tenía pensado ir a molestar al emperador.

El sargento Fhahl se acercó a Beldek y le saludó, así como los estudiosos.

   -   Fhahl encárgate que coloquen a la mujer para llevársela inmediatamente. No quiero que se vea nada del cadáver cuando lo saquéis de aquí -dio órdenes Beldek-. Antes de irnos, revisad el altar y un poco de zona de alrededor, por si hay algo raro o tal vez el arma que usó el asesino -en ese momento miró a los estudiosos-. La mujer será estudiada en nuestra morgue, pues el sumo sacerdote no quiere que estemos aquí demasiado. Por una vez, quiero complacerlo.

   -   Como diga, prefecto -respondieron los tres y se pusieron manos a la obra.


Lo primero que hicieron fue ascender por la plataforma hasta el altar. Retiraron la sábana y Beldek no pudo evitar ver la cara de Fhahl. El sargento era joven y no llevaba mucho en su grupo, pero esperaba que se fuera adaptando, pues era listo y muy trabajador. Llegaría un tiempo en que perdería a Shiahl, pues ya era demasiado veterano para seguir en la milicia. Si había ahorrado lo suficiente se podría retirar con una buena pensión. Necesitaba que Shiahl enseñase cosas a Fhahl, pero también que las fuera aprendiendo solo.


Los estudiosos que se habían puesto una especie de guantes de tela blanca, levantaron con cuidado el cuerpo de la mujer y lo depositaron sobre la camilla. Intentaron recoger el pelo, que estaba suelto y juntar las extremidades. Cuando creyeron que estaba todo más o menos bien, la taparon con la sábana, metiendo los extremos bajo el cuerpo, para evitar que se viera ni una pizca de la piel de la muerta. Después descendieron llevando la camilla y la dejaron en el suelo, junto a los pies de Ahlssei. El sumo sacerdote se había retirado hacia las puertas, como si no quisiera estar cerca de la muerta o está estuviera maldita. Beldek, en cambio, había ascendido de nuevo hasta el altar y observaba la piedra de mármol, cubierta por la sangre pegajosa y algún pelo, que claramente eran de la mujer, por la largura y color. Poco más había allí. Tampoco Fhahl y los estudiosos encontraron mucho más por el área determinada por el prefecto. No encontraron ni el puñal ni nada parecido.


   -   Prefecto, no hemos encontrado nada -anunció Fhahl, tras un buen rato mirando por todas partes.

   -   ¿Algún rastro de sangre? -preguntó Beldek.

   -   Nada, prefecto -negó Fhahl.

   -   Bien, acompaña a los estudiosos con el cadáver y esperar en el carro a mi llegada, para regresar a la ciudadela -indicó Beldek, dándole una palmada en el hombro al sargento.


Fhahl asintió con la cabeza y les hizo un gesto a los dos estudiosos para que se pusieran en camino. Volvieron a alzar la camilla con su macabra carga y se alejaron con paso firme hacia la puerta.


   -   Bueno, sumo sacerdote, ya nos marchamos y por tanto ya puede preparar su altar para ceremonia -indicó Beldek, haciendo una reverencia ostentosa, que no hizo más que acrecentar el enfado de Oljhal-. Por mi parte, ya no hay nada más en el gran templo, pero puede que durante la investigación deba venir a hacerle unas preguntas.

   -   ¿Ahora también soy sospechoso? -se quejó Oljhal-. Ya es lo que faltaba. Presentaré una reclamación ante el emperador. Debe saber que su perro muerde para molestar.

   -   Sumo sacerdote, más bien querré hacerle algunas preguntas de índole religiosa, pero si no quiere responderme a ellas, no se preocupe, seguro que otro sacerdote del templo también es igual de útil que su excelencia -añadió Beldek, dejando al sumo sacerdote sorprendido-. Será mejor, Ahlssei que permitamos a su excelencia que se prepare para los ritos.


Beldek se giró de improviso y se marchó tras sus hombres. Se despidió del sumo sacerdote levantando una mano y moviéndola en el aire. Ahlssei le deseó lo mejor a Oljhal, que se había quedado paralizado, de una manera más formal, tras lo que siguió a Beldek con un trotecito más rápido.

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