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domingo, 16 de septiembre de 2018

La leona (17)


Siguieron corriendo hasta que llegaron al cauce de un río. Lystok buscó una zona con piedras, que formaban una especie de círculo irregular junto al agua. Distribuyó a unos cuantos grakan como centinelas y permitió al resto descansar. Yholet se dejó caer en el suelo y se sentó. Kounia se unió a él tras hablar con todos los guerreros un poco. Yholet pudo ver las caras tensas de los guerreros cuando ella se les acercaba, pero tras unas palabras y unas caricias, los grakan parecían relajarse, incluso recuperar fuerzas más rápido. Al único que no se aproximó fue a Lystok. Yholet pudo ver la cara de decepción del líder, que se fue hacía la orilla del río.

   -   Los guerreros parecen más tranquilos, más descansados después de que te has acercado a ellos -indicó Yholet, cuando Kounia se sentó con él-. Pero has pasado de Lystok y no le ha gustado.
   -   Si me hubiera acercado a Lystok, el resto no querrían que luego fuera a verles a ellos -dijo Kounia-. No me dejarían ponerles la mano encima si mis dedos hubieran tocado la piel de Lystok, recuerda que esta maldito. Nadie quiere contaminarse con una maldición ajena, y de la magnitud de Lystok.
   -   ¿Qué río es este? -preguntó Yholet, que había visto la expresión de disgusto de Kounia ante su interés por los problemas de los grakan o por este en especial. Parecía que los grakan preferían no hablar de ciertos temas. Supuso que las maldiciones también se pasaban si hablabas mucho de ellas. Claramente a Yholet le parecía una tontería, una superchería de culturas inferiores, pero era mejor no ahondar en ello.
   -  Lo llamamos el río verde, si te fijas en sus aguas -respondió Kounia, más interesada en ello, que en lo anterior.
   -   Háblame un poco de él -pidió Yholet, señalando el cauce, por donde discurrían unas aguas verdosas, que se movían plácidamente.
   -   Solo sé que nace en las montañas sin cima, del oeste -contó Kounia-. Forma grandes curvas por toda la selva. Tiene brazos que se abren por muchos puntos, algunos que no llevan a ninguna parte, mientras otros te alejan grandes distancias.
   -   ¿Las ruinas que hemos cruzado antes, pertenecían a una de vuestras ciudades? -inquirió Yholet, pero vio que la pregunta no había sido buena idea, pues Kounia puso mala cara otra vez. Iba a preguntar otra cosa, pero la mujer respondió.
   -   No, no la construimos nosotros, sino otros que vivieron aquí antes. Se decía que eran los verdaderos dueños del bosque -narró Kounia-. Los chamanes lo llamaban los eternos. Dicen que los primeros grakan convivieron con ellos, en paz. Ambas culturas amábamos las selvas y por ellos podíamos relacionarnos bien. Pero hace mucho tiempo se marcharon, al norte, llamados por algo que nosotros no escuchamos. Los chamanes hablan que el mismísimo Gharakan les ordenó irse. Nos dejaron la labor de defender la selva por ellos.
   -   Los eternos. No es la primera vez que oigo esa forma de hablar de una civilización -murmuró Yholet-. Mi abuelo hablaba de un pueblo que recibía ese nombre, en nuestra tierra natal. Pero mi padre siempre decía que eran las ocurrencias de un anciano, de alguien que quería entretener a los niños.
   -   En ocasiones pienso lo mismo, que nuestros chamanes hablan de ellos como otro pueblo, pero que en verdad eran grakan que se fueron -asintió Kounia, que empezó a rebuscar entre sus pertenencias, hasta sacar una lámina de carne seca-. Es mejor que tomes algo de alimento en vez de hablar, pues nuestro camino aún es largo y no creo que Lystok quiera quedarse aquí parados demasiado tiempo.

Yholet asintió con la cabeza y empezó a mordisquear el trozo de carne que le ofrecía Kounia. No le hacía mucha ilusión tener que recibir el alimento directamente a la boca como si fuera un tierno infante, pero con las manos atadas a la espalda, era eso o morirse de hambre. Tal y como había vaticinado Kounia, Lystok puso a todos en movimiento poco después de que Yholet hubo terminado su ración de provisiones.

El grupo empezó a viajar paralelo al río, cauce arriba. Claramente estaban buscando algo, que al final resultó ser un vado. Solo tuvieron que mojarse las botas. Según Kounia, había vados en los que el agua te llegaba a la cintura, lo que hacía muy peligroso vadearlos, pues en el agua había monstruos de pieles pétreas, con infinidad de dientes, voraces. Si uno de ellos cerraba su mandíbula en una de tus extremidades podías darte por muerto. Pocos habían sobrevivido a unos de esos ataques, y los que lo habían hecho, habían muerto poco después, ya que se habían desangrado por perder la extremidad. Pero en ese vado no había peligro, pues la profundidad era tan escasa, que los monstruos no eran capaz de acercarse, bueno sin ser vistos, ya que eran grandes y voluminosos.

Una vez de regreso a tierra, volvieron a introducirse en la selva, con un Lystok enfadado que aseguraba que habían perdido mucho tiempo en encontrar el paso. Se quejó de los guerreros a los que llamó mujeres, al paquete, por ser un estorbo y estuvo a punto de decir algo de Kounia, pero se calló de improviso, como si lo que fuera a decir hubiera sido más perjudicial que beneficioso.

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