Siguieron corriendo hasta que llegaron al
cauce de un río. Lystok buscó una zona con piedras, que formaban una especie de
círculo irregular junto al agua. Distribuyó a unos cuantos grakan como
centinelas y permitió al resto descansar. Yholet se dejó caer en el suelo y se
sentó. Kounia se unió a él tras hablar con todos los guerreros un poco. Yholet
pudo ver las caras tensas de los guerreros cuando ella se les acercaba, pero
tras unas palabras y unas caricias, los grakan parecían relajarse, incluso recuperar
fuerzas más rápido. Al único que no se aproximó fue a Lystok. Yholet pudo ver
la cara de decepción del líder, que se fue hacía la orilla del río.
- Los guerreros parecen más tranquilos, más
descansados después de que te has acercado a ellos -indicó Yholet, cuando
Kounia se sentó con él-. Pero has pasado de Lystok y no le ha gustado.
- Si me hubiera acercado a Lystok, el resto
no querrían que luego fuera a verles a ellos -dijo Kounia-. No me dejarían
ponerles la mano encima si mis dedos hubieran tocado la piel de Lystok,
recuerda que esta maldito. Nadie quiere contaminarse con una maldición ajena, y
de la magnitud de Lystok.
- ¿Qué río es este? -preguntó Yholet, que
había visto la expresión de disgusto de Kounia ante su interés por los
problemas de los grakan o por este en especial. Parecía que los grakan
preferían no hablar de ciertos temas. Supuso que las maldiciones también se
pasaban si hablabas mucho de ellas. Claramente a Yholet le parecía una
tontería, una superchería de culturas inferiores, pero era mejor no ahondar en
ello.
- Lo llamamos el río verde, si te fijas en
sus aguas -respondió Kounia, más interesada en ello, que en lo anterior.
- Háblame un poco de él -pidió Yholet,
señalando el cauce, por donde discurrían unas aguas verdosas, que se movían plácidamente.
- Solo sé que nace en las montañas sin cima,
del oeste -contó Kounia-. Forma grandes curvas por toda la selva. Tiene brazos
que se abren por muchos puntos, algunos que no llevan a ninguna parte, mientras
otros te alejan grandes distancias.
- ¿Las ruinas que hemos cruzado antes,
pertenecían a una de vuestras ciudades? -inquirió Yholet, pero vio que la
pregunta no había sido buena idea, pues Kounia puso mala cara otra vez. Iba a
preguntar otra cosa, pero la mujer respondió.
- No, no la construimos nosotros, sino otros
que vivieron aquí antes. Se decía que eran los verdaderos dueños del bosque
-narró Kounia-. Los chamanes lo llamaban los eternos. Dicen que los primeros
grakan convivieron con ellos, en paz. Ambas culturas amábamos las selvas y por ellos
podíamos relacionarnos bien. Pero hace mucho tiempo se marcharon, al norte,
llamados por algo que nosotros no escuchamos. Los chamanes hablan que el
mismísimo Gharakan les ordenó irse. Nos dejaron la labor de defender la selva
por ellos.
- Los eternos. No es la primera vez que oigo
esa forma de hablar de una civilización -murmuró Yholet-. Mi abuelo hablaba de
un pueblo que recibía ese nombre, en nuestra tierra natal. Pero mi padre
siempre decía que eran las ocurrencias de un anciano, de alguien que quería
entretener a los niños.
- En ocasiones pienso lo mismo, que nuestros
chamanes hablan de ellos como otro pueblo, pero que en verdad eran grakan que
se fueron -asintió Kounia, que empezó a rebuscar entre sus pertenencias, hasta
sacar una lámina de carne seca-. Es mejor que tomes algo de alimento en vez de
hablar, pues nuestro camino aún es largo y no creo que Lystok quiera quedarse
aquí parados demasiado tiempo.
Yholet asintió con la cabeza y empezó a
mordisquear el trozo de carne que le ofrecía Kounia. No le hacía mucha ilusión
tener que recibir el alimento directamente a la boca como si fuera un tierno
infante, pero con las manos atadas a la espalda, era eso o morirse de hambre.
Tal y como había vaticinado Kounia, Lystok puso a todos en movimiento poco después
de que Yholet hubo terminado su ración de provisiones.
El grupo empezó a viajar paralelo al río,
cauce arriba. Claramente estaban buscando algo, que al final resultó ser un
vado. Solo tuvieron que mojarse las botas. Según Kounia, había vados en los que
el agua te llegaba a la cintura, lo que hacía muy peligroso vadearlos, pues en
el agua había monstruos de pieles pétreas, con infinidad de dientes, voraces.
Si uno de ellos cerraba su mandíbula en una de tus extremidades podías darte
por muerto. Pocos habían sobrevivido a unos de esos ataques, y los que lo
habían hecho, habían muerto poco después, ya que se habían desangrado por
perder la extremidad. Pero en ese vado no había peligro, pues la profundidad
era tan escasa, que los monstruos no eran capaz de acercarse, bueno sin ser
vistos, ya que eran grandes y voluminosos.
Una vez de regreso a tierra, volvieron a
introducirse en la selva, con un Lystok enfadado que aseguraba que habían
perdido mucho tiempo en encontrar el paso. Se quejó de los guerreros a los que
llamó mujeres, al paquete, por ser un estorbo y estuvo a punto de decir algo de
Kounia, pero se calló de improviso, como si lo que fuera a decir hubiera sido
más perjudicial que beneficioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario