El emperador Shen’Ahl estaba hablando al oído de su criado
personal, un joven delgado y apuesto de unos diecisiete años, que le seguía a
todas partes. En ese momento le había sobresaltado el ruido de los escudos
retumbando. El emperador sabía que eso era un signo de respeto a su persona,
pero lo raro es que él se encontraba en la antesala del salón de audiencias y
los ruidos venían del otro lado. El criado personal le indicó que iría a
investigar.
-
Espera, Atthon, quédate conmigo -rogó Shen’Ahl, con un tono que
parecía más un niño que un emperador, mientras agarraba del brazo al criado.
Atthon asintió y se acercó más al emperador, quien no dudó en
pegar su cuerpo al del joven. En ese momento sonó una campanilla en la sala, lo
que indicaba que ya era hora de hacerse presente delante de los miembros de la
corte. Shen’Ahl estaba ligeramente malhumorado, pues le gustaba levantarse más
tarde, pero había sido cosa de su canciller que se hiciera esa audiencia.
El criado se alejó hasta un maniquí y tomó la corona imperial. Se
acercó a Shen’Ahl y se la colocó en la cabeza. La corona era una pieza de oro,
con diamantes y perlas incrustadas en una superficie llena de filigranas y
relieves, que se asentaba sobre las orejas y cubría las sienes completamente.
Shen’Ahl usaba una caperuza de tela que tapaba todo su pelo, no para no manchar
el oro, si eso era posible, sino para ocultar la falta de él desde la coronilla
hacia la frente. Al fin y al cabo, el emperador era bastante vanidoso. Tras
ponerle la corona, se encargó de colocarle la capa de tela dorada con el cuello
de piel de armiño, lo que le daba un toque más regio.
El emperador vestía una blusa ancha de color oscuro, unos calzones
anchos, abombachados, de color gris perla. Sobre ellos una casaca pegada al
cuerpo, de color verdoso, con cadenas de oro que bajaban desde los hombros
hasta la cintura. No llevaba espada ni nada parecido. Era escuálido, de
facciones perfiladas y según algunos criados, más parecidas a las de una mujer.
Su pelo había sido rubio, los ojos oscuros como los de su padre y su familia.
-
Ya es la hora de saber que me tiene montado Shennur -murmuró
Shen’Ahl, aun enojado, por lo que Atthon se cuidó de no decir nada que
defendiera al canciller, pues sabía lo vengativo que era su señor.
-
Como ordene -se limitó a responder Atthon, que inclinó todo el
tronco, en señal de respeto, como le había dicho el chambelán que debía tratar
al emperador.
La verdad es que el chambelán, como primer mayordomo del emperador
le había dicho varias cosas más sobre cómo comportarse ante el emperador.
Atthon, como otros muchos criados imperiales había nacido en la corte. Los
jóvenes criados sabían que el emperador Shen’Ahl tenía ciertas manías, pero lo
normal era no conocerlas, a menos que fueras elegido por éste para servirlo. A
Atthon le había pasado eso, Shen’Ahl se había fijado en él y había hecho que
Bhalathan le asignase a su servicio directo. Aun recordaba las palabras del
viejo chambelán. El emperador quería de él una única cosa, no era su buen
servicio, sino su cuerpo. Si no se lo negaba, viviría, pero si en la cama, le
ponía las cosas difíciles, al día siguiente ya no trabajaría en palacio. Atton
había supuesto a lo que el chambelán se refería con abandonar el palacio, lo
cual estaba ligado a perder la vida, pues dudaba que ningún criado fuera
expulsado de la corte vivo.
Shen’Ahl se puso a andar y pasó por un arco al salón de
audiencias, una inmensa estancia con el techo abovedado, con varios círculos de
columnas que mantenían el techo, gracias a arcos de media punta. En la pared
que daba al exterior, al jardín exactamente había grandes ventanales ojivales,
con cristales neutros, mientras que en las otras paredes estaban las cadenas
que aguantaban las pesadas lámparas llenas de velas que iluminaban lo que la
luz natural no abarcaba.
El emperador recorrió solemne el espacio entre el arco y su trono,
un inmenso sillón de oro puro con gemas incrustadas y cojines para hacerlo
cómodo. Junto a este había un segundo trono de plata, más pequeño pero igual de
ostentoso, designado como el trono de la emperatriz. Ambos se encontraban sobre
una peana de mármol al que se accedía mediante tres escalones que Shen’Ahl tuvo
que subir. Atthon le seguía a varios pasos por detrás. Cuando el emperador se
dejó caer sobre el trono, Atthon se colocó tras este. Los asistentes a la
audiencia, que habían permanecido haciendo una reverencia continua, empezaron a
volver a normalidad. Shen’Ahl paso la mirada entre los nobles y demás
integrantes de la corte, buscando caras conocidas, como su suegro, Pherrin de
Thahl, otras no tan amigas, como el padre de su primera esposa, Pherahl de
Gausse, y otros tantos que allí esperaban, hablando entre ellos, en voz baja,
para no importunar al emperador. Pero Shen’Ahl buscaba algo y por fin lo
encontró en la entrada principal.