Seguidores

domingo, 29 de octubre de 2017

El juego cortesano (19)



El emperador Shen’Ahl estaba hablando al oído de su criado personal, un joven delgado y apuesto de unos diecisiete años, que le seguía a todas partes. En ese momento le había sobresaltado el ruido de los escudos retumbando. El emperador sabía que eso era un signo de respeto a su persona, pero lo raro es que él se encontraba en la antesala del salón de audiencias y los ruidos venían del otro lado. El criado personal le indicó que iría a investigar.
-       Espera, Atthon, quédate conmigo -rogó Shen’Ahl, con un tono que parecía más un niño que un emperador, mientras agarraba del brazo al criado.
Atthon asintió y se acercó más al emperador, quien no dudó en pegar su cuerpo al del joven. En ese momento sonó una campanilla en la sala, lo que indicaba que ya era hora de hacerse presente delante de los miembros de la corte. Shen’Ahl estaba ligeramente malhumorado, pues le gustaba levantarse más tarde, pero había sido cosa de su canciller que se hiciera esa audiencia.
El criado se alejó hasta un maniquí y tomó la corona imperial. Se acercó a Shen’Ahl y se la colocó en la cabeza. La corona era una pieza de oro, con diamantes y perlas incrustadas en una superficie llena de filigranas y relieves, que se asentaba sobre las orejas y cubría las sienes completamente. Shen’Ahl usaba una caperuza de tela que tapaba todo su pelo, no para no manchar el oro, si eso era posible, sino para ocultar la falta de él desde la coronilla hacia la frente. Al fin y al cabo, el emperador era bastante vanidoso. Tras ponerle la corona, se encargó de colocarle la capa de tela dorada con el cuello de piel de armiño, lo que le daba un toque más regio.
El emperador vestía una blusa ancha de color oscuro, unos calzones anchos, abombachados, de color gris perla. Sobre ellos una casaca pegada al cuerpo, de color verdoso, con cadenas de oro que bajaban desde los hombros hasta la cintura. No llevaba espada ni nada parecido. Era escuálido, de facciones perfiladas y según algunos criados, más parecidas a las de una mujer. Su pelo había sido rubio, los ojos oscuros como los de su padre y su familia.
-       Ya es la hora de saber que me tiene montado Shennur -murmuró Shen’Ahl, aun enojado, por lo que Atthon se cuidó de no decir nada que defendiera al canciller, pues sabía lo vengativo que era su señor.
-       Como ordene -se limitó a responder Atthon, que inclinó todo el tronco, en señal de respeto, como le había dicho el chambelán que debía tratar al emperador.
La verdad es que el chambelán, como primer mayordomo del emperador le había dicho varias cosas más sobre cómo comportarse ante el emperador. Atthon, como otros muchos criados imperiales había nacido en la corte. Los jóvenes criados sabían que el emperador Shen’Ahl tenía ciertas manías, pero lo normal era no conocerlas, a menos que fueras elegido por éste para servirlo. A Atthon le había pasado eso, Shen’Ahl se había fijado en él y había hecho que Bhalathan le asignase a su servicio directo. Aun recordaba las palabras del viejo chambelán. El emperador quería de él una única cosa, no era su buen servicio, sino su cuerpo. Si no se lo negaba, viviría, pero si en la cama, le ponía las cosas difíciles, al día siguiente ya no trabajaría en palacio. Atton había supuesto a lo que el chambelán se refería con abandonar el palacio, lo cual estaba ligado a perder la vida, pues dudaba que ningún criado fuera expulsado de la corte vivo.
Shen’Ahl se puso a andar y pasó por un arco al salón de audiencias, una inmensa estancia con el techo abovedado, con varios círculos de columnas que mantenían el techo, gracias a arcos de media punta. En la pared que daba al exterior, al jardín exactamente había grandes ventanales ojivales, con cristales neutros, mientras que en las otras paredes estaban las cadenas que aguantaban las pesadas lámparas llenas de velas que iluminaban lo que la luz natural no abarcaba.
El emperador recorrió solemne el espacio entre el arco y su trono, un inmenso sillón de oro puro con gemas incrustadas y cojines para hacerlo cómodo. Junto a este había un segundo trono de plata, más pequeño pero igual de ostentoso, designado como el trono de la emperatriz. Ambos se encontraban sobre una peana de mármol al que se accedía mediante tres escalones que Shen’Ahl tuvo que subir. Atthon le seguía a varios pasos por detrás. Cuando el emperador se dejó caer sobre el trono, Atthon se colocó tras este. Los asistentes a la audiencia, que habían permanecido haciendo una reverencia continua, empezaron a volver a normalidad. Shen’Ahl paso la mirada entre los nobles y demás integrantes de la corte, buscando caras conocidas, como su suegro, Pherrin de Thahl, otras no tan amigas, como el padre de su primera esposa, Pherahl de Gausse, y otros tantos que allí esperaban, hablando entre ellos, en voz baja, para no importunar al emperador. Pero Shen’Ahl buscaba algo y por fin lo encontró en la entrada principal.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Encuentro (11)



Tal como ya había distinguido Ofhar, la caravana estaba formada por dos carruajes y diez carros llenos de mercancías. Había unos cuarenta siervos, la mayoría hombres jóvenes, lo que supuso que también eran mercancía. Los más mayores serían la servidumbre propia de Iomer, aunque tal vez alguno fuera otro mercader o un hombre libre al servicio de Iomer. Los propios se encargaban de conducir los carros y a los esclavos. Lo raro era que no hubiera ninguna mujer, pero al acercarse, pudo ver por los ventanucos del segundo carruaje en buen número de cabecitas, muchachas que observaban a que se debía el parón. Ahora lo entendía todo, Iomer era de los que preferían que la mejor carga, las esclavas fueran cómodas en los carruajes, mientras que los hombres hacían ejercicio, sin pasarse y él viajaba a caballo. Las esclavas jóvenes le rentarían un buen dinero si llegaban en buen estado al tratante, Iomer era listo, aunque otros mercaderes no hubieran usado carruajes, sino carretas de grano.
Iomer ya no era joven, pero tampoco viejo, parecía ligeramente mayor a Ofhar, tal vez rozará los treinta y cinco, o algo más. Tenía una buena pelambrera rubia, con bigotes poblados, pero no llevaba barba. Los ojos eran verdes y eran los de un negociador, grandes y vivarachos. Vestía una casaca verdosa y unos calzones gruesos y oscuros. No llevaba arma alguna, ni un triste cuchillo, de ahí que tuviera contratados a veinte guerreros y un líder.
Ofhar ya estaba mirando al tal Phonva, un hombre enjuto, ancho, de figura tosca, embutido en un cota de malla que le quedaba demasiado larga, un pelo negro, enmarañado, ojos oscuros, demasiado alocados, pero no parecían los de alguien demasiado inteligente. Se podía ver que la armadura había sido puesta con prisas, por lo que Ofhar supuso que estaba haciendo en vez de estar atento a los peligros que pudieran estar cerca de la caravana, cuya seguridad era su cometido.
Iomer llegó a su lado y descabalgó de su ruano, Ofhar se acercó y le imitó. Phonva les observaba lleno de recelo.
-       Este hombre viajará con nosotros, él y su siervo -anunció Iomer, señalando a Ofhar-. Se llama Bhada y es un guerrero, de los hielos.
-       Eso es algo que yo debería decidir, que para eso soy el líder de la guardia -espetó Phonva, tras escupir al suelo-. Es demasiado viejo para ser un espada, seguro que es un cobarde, solo los de esa calaña llegan a esa edad, sin casi heridas.
-       Puedes probarme si así estás más dispuesto a seguir las órdenes de tu señor -Ofhar eligió las palabras con el resultado que esperaba, por una parte devolver el peso de la jefatura a Iomer, que era quien pagaba a Phonva. Por otra parte quería irritarlo, y sabía que lo conseguiría haciéndole de menos.
-       Seguro que has oído hablar de mí, fue campeón del gran Ofhar, canciller del señorío de los ríos -Phonva se iba hinchando a medida que las palabras brotaban de su boca-. No hay hombre que no tiemble al escuchar el nombre de Phonva, el ejecutor. Mi espada ha sesgado cientos de vidas de incautos y estúpidos.
-       Siento decir que he oído hablar de muchos de los campeones del gran Ofhar, y tu nombre nunca ha salido a relucir -se mofó Ofhar, luciendo una media sonrisa, que irritó más a Phonva-. De todas formas por lo que tengo entendido, los campeones de un gran señor rara vez se suelen alejar de quien les llena la bolsa de oro. Solo lo hacen en una ocasión, y suele ser cuando fallecen en las batallas de su señor. Irse antes, y para proteger caravanas de mercaderes, por muy acaudalados que sean.
Phonva ni se molestó en responder, lanzó otro espumarajo al suelo y fue sacando lentamente la espada de su vaina. Iomer dio unos pasos atrás y Ofhar lanzó una risotada, imitando al enfadado Phonva.
Los dos hombres empezaron a estudiarse, bueno, Ofhar se iba dando cuenta de los fallos de Phonva, mientras que este le imitaba, pero solo como pose, pues realmente no parecía saber que andar en círculos, uno mirándose a otro era la mejor forma de encontrar puntos y aberturas en las defensas de los enemigos. Al final, Phonva se hartó y se lanzó hacia delante con la espada levantada, para poder bajarla con su fuerza sobre Ofhar, que se limitó a esperar y esquivarle hacia la derecha, por lo que la espada de Phonva golpeó la hierba junto al camino, tras lo que Ofhar le dio un codazo en la cadera, para mofarse de él. La irritación del guerrero de baja estatura creció y su cara se volvió más colorada.
-       Que pasa, además de ser un pobre defensor, eres peor guerrero -se rio Ofhar, que sabía que si enfadaba aún más a Phonva le haría errar más en su estrategia-. El bamboleo del carro es un buen lugar para disfrutar de las carnes frescas de alguna sierva.
No solo Phonva puso mala cara al verse expuesto en lo que hacía cuando no le veía Iomer, que no era otra que calzarse a las esclavas que el mercader transportaba en los carruajes. Iomer miró airado a su jefe de guardias y lanzó una blasfemia que no se alejó mucho de sus labios, pero que los ojos expertos de Ofhar no pasaron desapercibida.
Phonva volvió a lanzarse hacia su oponente, pero esta vez sin cautela ni cuidado, por lo que Ofhar no solo le esquivó como la otra vez, sino que esta vez le propinó una bofetada en la cara al dejarlo pasar. El golpe produjo más dolor en el alma de Phonva, que en el rostro, por lo que se volvió raudamente, esta vez con la espada baja y con la punta abriéndose paso ante él. Ofhar sólo tuvo que interponer su espada, para hacer que la punta de enemiga se deslizara hacia un lado, mientras que él golpeaba con su guantelete y toda la fuerza de su brazo, en el abdomen de Phonva, que abrió la boca y lanzó un alarido.
Sus hombres se removieron inquietos, pero Iomer les hizo un gesto para que se quedasen dónde estaban. Le hicieron caso, ya que él era quien tenía el oro. Lo que no percibieron fue como Ofthar, aún sobre su montura deslizaba sus manos, para sacar una flecha de su carcaj y colocarla en su arco, listo para ayudar a padre.

El tesoro de Maichlons (23)



Galvar se acercó a donde estaban Maichlons y Rubeons, dejándose caer en una de las sillas, mientras se quitaba sudor de la frente. Maichlons pudo ver que el rostro de su padre parecía más cansado de lo que debería.
-          Pobre general Gherren, ha dejado ver sus cartas y sus aspiraciones -dijo Galvar-. Quiere mi puesto y ser jefe de la guardia real. No le ha gustado nada tu nombramiento, hijo. Espero no haberte creado un enemigo.
-          El general Gherren no posee una hoja de servicios como la de vuestro hijo -aseguró Rubeons-. Es verdad que fue el general en jefe de la frontera este, pero fue tras las campañas en las que estuvo mi padre y Maichlons, por lo que asumió una región tranquila. Si vuelve victorioso y andando del sur, podrá tener opciones de ocupar el cargo de la Espada.
-          Aun así, Rubeons, tiene conocidos en la ciudad, podría formar un grupo de presión importante contra nosotros -terció Galvar, mirando al techo.
-          Los habitantes de esta ciudad pronto regresarán a sus labores cotidianas, un par de bailes y tras unas comidas que les calienten la panza, se habrán olvidado del desaparecido general Gherren y verán con mejores ojos a vuestro hijo -comentó Rubeons.
-          En tu caso la cosa va a ser peor,  Mhalar tiene mucho más poder que el general Gherren -afirmó Galvar.
-          Mhalar es un formidable enemigo, pero esta mayor, y su salud pronto se estropeara lo suficiente, como para que se olvide de mí -asintió Rubeons,  restando importancia al asunto.
-          Pero hasta que eso pase, Mhalar se encargará de hacer que sus monjes hablen un día sí y otro también de tus medidas y de la mala persona que eres -indicó Galvar-. ¿Crees que no será capaz? Tal vez deberías posponer un tiempo más el proyecto de la academia.
-          No lo creo así, los beneficios que obtendremos de la academia serán mucho más importantes que quedarnos parados por culpa de la supuesta falta de fe de los académicos -negó Rubeons, más serio que antes.
-          Que no diga que yo no te he avisado, Rubeons, pero yo ya no soy el Heraldo, sino tú -advirtió Galvar, que dejó de mirar al techo y miró a su hijo-. Mañana te tendrás que presentar a primera hora en el despacho de la guardia, aquí, en la torre sur. Por ahora te puedes marchar. Pide un carruaje en las cocheras reales, si quieres bajar a la ciudad. Espero verte en casa para cenar y hablar un poco.
-          Sí, padre -asintió Maichlons, que se iba a ir, cuando Rubeons le llamó la atención.
-          Ponte esta banda sobre la armadura y este broche -Rubeons le pasó una banda de tela de color azul marino y un broche estrellado, de oro con una aguamarina en el centro-. Todos sabrán que se encuentran ante el líder de la guardia real, y no solo ante un soldado pendenciero. Más de uno se lo pensará dos veces, aunque supongo que eso ya lo hacen de normal.
-          Gracias -dijo Maichlons colocándose la banda y el broche, con cuidado.
Maichlons se despidió de ellos y salió al pasillo. Por un momento intentó seguir un camino para salir del castillo, pero se dio cuenta de que no había prestado mucha atención cuando le guiaba su padre por el castillo y no se había aprendido el camino que habían seguido. Tras un rato, deambulando se encontró con un sargento de armas y cuatro soldados, una patrulla.
-          Sargento, sería tan amable de decirme como se sale del castillo, estoy un poco perdido, y… -comenzó a decir Maichlons.
-          Estoy de guardia, señor y no puedo abandonarla de ninguna forma -cortó el sargento, con la contundencia de alguien encargado de una gran misión.
-          Bueno, eso está muy bien, pero si me podría decir el camino, yo mismo me voy y le dejo con su labor -lo intentó de nuevo Maichlons.
El sargento, que había respondido sin ni siquiera mirarlo, se volvió para ver quién era ese pesado. Sus ojos fueron directos a la banda y el broche, al tiempo que se ponía blanco y respiraba aliviado por no haber soltado la insolencia que ya había preparado en su cabeza y estaban sus labios a punto de lanzar.
-          Soldado Aikons, encárguese de acompañar al general hasta la salida -gritó el sargento rápidamente.
Maichlons observó como uno de los cuatro soldados, el último de la cola, la abandonaba y se situaba ante él, taconeaba y esperaba sus órdenes. El soldado era un muchacho joven, imberbe, seguramente el hijo de algún noble, la gran maldición de la guardia real y de sus comandantes. Soldados bisoños, jugadores y puteros que debían salvaguardar a la familia real. Maichlons no lo sabía pero la mayoría de sus antecesores en el puesto se habían limitado a tomar lo que les había otorgado y pasar el tiempo lo más tranquilo que podía, usando el rango como un trampolín social.
El soldado Aikons le guió hasta el patio de armas y allí le indicó cómo llegar hasta las cuadras y la cochera del recinto. Maichlons se despidió de él y se dirigió hacia las cocheras.

domingo, 22 de octubre de 2017

N.G. de G.: El Reino del Mar de la Luna (1)



Este reino se encuentra en el sur de Ghalessia y su existencia ha pasado desapercibida durante mucho tiempo, más debido a su localización y a su sentimiento de independencia que a la actuación de los mercaderes. La primera vez que oí hablar de él, fue por la casualidad del destino, ya que fui recibido en la corte de Tharkanda en el mismo momento que se presentaba la embajadora plenipotenciaria del reino del Mar de la Luna, ante el monarca de Stey. La embajadora Ácrea, pues así se llamaba, me invitó a visitar su capital, Sicto. Como explorador, ante un reino prácticamente desconocido por el resto de países de Ghalessia, no me pude resistir y la acompañe a su reino cuando ella regresó.

Este curioso reino se encuentra más allá de las llanuras de Phalannor, escondido tras los impenetrables bosques oscuros de Rhatton al sur y Bhecka al norte. La única forma de alcanzar el reino es remontar el río Irecka, hasta llegar al Mar de la Luna, un inmenso lago interior que ocupa el centro del reino. Las orillas noreste, este, sur y oeste pertenecen al reino, donde hay pueblos amurallados y multitud de granjas, mientras que la noroeste pertenece a los llamados piratas del Mar de la Luna y en la suroeste se encuentran las estepas de Ussandar, donde moran los agresivos Hunbhandar. Más allá, naciendo en el mar del sur y girando hacia el este, al norte del gran lago, se encuentra la cordillera del Colmillo. El Mar de la Luna recibe las aguas de tres grandes ríos, el Yhaddor, el Appoc y el Irecka, y por otros tres desagua, por lo que reciben los mismos nombres, como si no existiera el lago.

En medio del lago se encuentra la isla del Ensueño, en cuya costa oeste se erige la capital del reino, Sicto, una ciudad en dos alturas, construida sobre un importante acantilado. La primera altura es una ciudad dispuesta en semicírculo, rodeada por una muralla curva, con torres y una única puerta que queda en el centro de la misma. En esta parte se encuentran las viviendas de la mayoría de la población de la ciudad, así como las herrerías y talleres, los silos y almacenes de comida y otras mercancías, todo tipo de locales, posadas, burdeles, teatros, bibliotecas, etc. También se encuentran los cuarteles de la guardia de la ciudad y el recinto de la universidad, pues en esta ciudad el conocimiento y la creación de ideas es algo muy valorado. La biblioteca de la universidad es el edificio más antiguo de todos ellos y los maestres aseguran que hay tomos de gran valor y sobretodo escritos mucho tiempo atrás, por los antiguos moradores de Ghalessia. La verdad es que los maestres de Sicto me aseguraron que aún no han podido descifrar la lengua en la que se escribieron, lo que me llevo a investigar uno de esos códices y maravillarme al ver un tomo de la lengua pura, el idioma de los altos elfos de antaño. De todas formas no les di a entender que sabía la quien había escrito el libro, porque creo fehacientemente que inmiscuirme les privaría a tales eruditos el placer de estudiarlos ellos.

Para alcanzar el segundo nivel de la ciudad o nivel superior hay que ascender por una empinada y larga cuesta que termina en una poderosa puerta de piedra, engarzada en una nueva sección de muralla y más torres, construidas desde la piedra del borde del acantilado. En este nivel superior, destaca la mole que es el palacio real, un edificio de planta en forma de cruz, de seis pisos, donde los dos primeros albergan una cárcel, los cuarteles de la guardia real, una taberna militar y las cocinas, junto sus alacenas. Sobre estos se encuentran dos nuevos pisos, las estancias públicas, como el salón del trono y un gran comedor, sobre el que se encuentran las habitaciones privadas de la casa real. Los últimos pisos están reservados a almacenes y las habitaciones de los criados de palacio. Las paredes exteriores parecen una mezcla, pues los pisos inferiores parecen los de un castillo, mientras que los superiores un palacio de amplias ventanas y balconadas imposibles.

Rodeando el palacio se encuentran los jardines reales y ante la entrada principal, la plaza de armas, donde se pueden ver a los soldados de la guardia real ejercitándose y en los días importantes se llenan de ciudadanos para saludar a la reina.
En este nivel también hay algunas haciendas más, de prohombres o miembros alejados de la familia real, como es el príncipe Ferdheran y su familia. Este hombre, de unos sesenta y un años es actualmente el heredero de la corona, pues la persona reinante, Sirnef IV, carece de descendencia. Ambos personajes son primos, pero la curiosidad de todo es la circunstancia de que la reina parece, o por lo menos en la recepción que dio a mi llegada así me pareció, tener no más de treinta años de edad, por lo que dudo que el príncipe llegue a cumplir su posible sueño de heredar el trono de su prima.

Realmente la embajadora Ácrea me aseguró que la reina Sirnef tiene en realidad sesenta años, pero o mis ojos me engañan, o la embajadora es demasiado bromista. Sí que me indicó que todas las reinas que han gobernado con el nombre de Sirnef, duraron mucho en el trono, pero de ahí a que parezca inmortal hay mucho de burlesco.