No llevaban ni una hora cabalgando ante las lindes del bosque que
se desplazaba hacia el norte, mientras que ellos viajaban al oeste,
internándose en el continente. Entonces observaron, por un camino cercano, al
que ellos no perdían de vista, pero sin ir por él, para evitar una visita
inesperada, un grupo de jinetes que avanzaba rodeados de siervos y entre ellos
había carros y un par de carruajes. Ofhar ordenó detenerse e inspeccionó mejor
al grupo que viajaba por el camino.
Había una veintena de hombres vestidos con cotas de malla,
montando los pesados caballos, con lanzas y escudos. Sin duda eran los
guardianes del resto, que no podían ser otra cosa que un grupo de mercaderes,
con las mercancías en los carros y los vendedores en los carruajes. Los siervos
iban a pie y por ello era que viajarán a tal velocidad, pues no era necesario
cansar a los criados. Una velocidad mayor solo ayudaba a que los más enclenques
o viejos murieran, y eso podía hacer perder dinero a los mercaderes, si tenían
pensado venderlos.
-
Vamos a acercarnos a esos mercaderes, no hables, solo afirma con
la cabeza si me dirijo a ti -dijo Ofhar, serio-. Me voy a presentar como una
espada itinerante y tú vas a ser mi siervo, un arquero. No suele ser habitual,
pero tampoco hay muchas espadas de mi edad. No debes revelar ni tu identidad ni
la mía, si es que aprecias tu pellejo.
Ofthar se limitó a asentir con la cabeza y espolear su montura
para seguir a su padre. Al principio, se acercaron sin problemas, pero llegado
cierto punto los guerreros se dieron cuenta de su presencia, tarde para el
entender de Ofhar, demasiado tarde. El que parecía el líder de la caravana
avanzó a caballo con cuatro de los jinetes, mientras que el resto de la
caravana se detenía en el centro del camino.
Ofhar detuvo su montura y le hizo un gesto a Ofthar, para después
levantar el puño derecho ante los guerreros que se aproximaban. Ese símbolo les
indicaba que venía en paz, aunque la espada al cinto les hacía ver que era un
guerrero como ellos. Solo los de su casta llevaban ese tipo de espadas colgando
de la cintura. El líder de la caravana detuvo su caballo, un ruano, a unos
cuantos pasos de Ofhar e hizo el mismo gesto que había hecho Ofhar.
-
Soy Iomer, hijo de Ioke, del clan Shannur, bajo la tutela del
señor Dheremer -proclamó el líder-. Esta es mi caravana, no quiero problemas,
pero como ves voy bien protegido para lidiar contigo o con lo que sea.
-
Soy Bhada, hijo de Bharda, del señorío de los hielos, soy un
espada, viajo hacia las tierras del oeste, pues me han dicho que se paga bien
los servicios de personas como yo -mintió Ofhar-. El muchacho me sirve de
arquero y mozo de armas.
Iomer se quedó mirándole un poco de tiempo, como asimilando las
palabras de Ofhar, sopesando si le decía la verdad o todo era una gran mentira.
El mercader miró a los ojos de los dos desconocidos. En los de Ofhar había
sosiego y no dudó de sus palabras, pues no parecía que quisiera ningún mal para
él o la caravana. Si le había ocultado su identidad, no era su estilo
inmiscuirse si eso solo le daba problemas a él. La mirada del joven era otra
cuestión, era esquiva y agresiva, no le gustaba, y le daba un poco de temor,
pero parecía que el hombre le mantenía a raya.
-
¿Y qué puedo hacer yo, un pobre mercader, por ti Bhada? -preguntó
Iomer.
-
Viajar por estos caminos son siempre peligrosos, tanto para una
caravana tan bien defendida, como para una espada y su siervo -comenzó a decir
Ofhar-. Los dos nos beneficiaríamos mucho si nos uniéramos en nuestro viaje.
Nosotros ganaríamos protección en las noches y tú un par más de guardias.
-
Tengo los suficientes guardias, no necesito ninguno más -señaló
Iomer.
-
Muy eficientes no son, os localizamos hace más de media hora, os
seguimos por un rato y tus hombres solo se han dado cuenta de nuestra presencia
cuando ya estábamos demasiado cerca -indicó Ofhar, a lo que el mercader puso
mala cara tras lo que observó a sus guardias, pero no dijo nada-. Yo ya tengo
experiencia ayudando a vigilar caravanas, buen Iomer. De todas formas, no es
necesario ni que me pagues, ni que me alimentes, tengo mis propias provisiones,
solo te pido que viajemos juntos.
-
Es verdad que los caminos son siempre peligrosos, y un guerrero
con un siervo siempre es bien recibido -comentó Iomer, acariciándose el
mentón-. Yo os puedo admitir, pero el líder de estos guerreros es quien debe
decidir a la larga. Se llama Phonva, hijo de Phonnast, del señorío de los ríos.
Asegura que sirvió con el canciller Ofhar y que era uno de sus mejores
campeones.
Ofhar puso una mueca rara que no se le pasó desapercibida al
mercader, pero pensó que se trataba de sorpresa por la identidad del que
lideraba a su escolta. Supuso que en el mundillo los grandes guerreros, las
canciones sobre los más importantes eran algo habitual. Ofhar en cambio
intentaba recordar si alguien con ese nombre había servido con él, pero no se
acordaba de nadie así. Claramente ese guerrero no había sido campeón del señor
Nardiok, ni por asomo, ya que los campeones no dejaban su puesto por defender
una caravana de mercaderes. Los que querían un buen sueldo, exageraban sus
logros, pero esto era excesivo. Le estaban dando cada vez más ganas de conocer
a ese gran guerrero.
-
Detrás de vos, Iomer, veamos a ese gran guerrero -Ofhar sonreía,
algo que gusto a Iomer, que hizo un gesto a sus hombres.
El mercader y los guardias dieron la vuelta a sus monturas,
guiando a Ofhar y Ofthar hasta el resto de la caravana.
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