Maichlons recorrió la distancia entre el palacio de su padre y la
taberna lo más rápido que pudo. Justo cuando llegó a la puerta se encontró con
su padre de morros, que salía en ese momento. Galvar le miró, con un pequeño
deje de desprecio por su apariencia más similar a la de un soldado de baja
estofa, que a la de un hijo de un noble. Hizo una seña a Mhilon, que cerró
inmediatamente la puerta.
-
Ven conmigo -dijo Galvar, una orden directa que no tenía forma de
eludir su hijo.
-
No creo que tenga la mejor apariencia para ir… -intentó
escabullirse Maichlons.
-
El rey quiere ver a un soldado, no a un niño mimado, a un
cortesano vestido de oro -espetó Galvar, señalando la dirección que debían
tomar-. Le daremos un soldado como es debido, que venga de haber asaltado una
muralla o la alacena de un taberna.
Padre e hijo se pusieron en marcha, uno andando con pesadez por su
edad y el otro por su resaca. El silencio parecía ser la tónica de este
acompañamiento mutuo.
-
Estoy muy orgulloso de que seas mi hijo -las palabras de Galvar
dejaron sorprendido a Maichlons, que jamás las esperaba escuchar de su padre-.
Cuando te fuiste supe que te había perdido, pero esperaba que te pudiera ver
antes de morir, para poder pedirte disculpas por mi forma de ser cuando eras
joven. Parece que Bhall me ha dado la última oportunidad, para ser el padre que
nunca tuviste. Siento todo lo que pasó en esos tiempos.
Maichlons no sabía qué decir, era la primera vez que veía a Galvar
como su padre, abriéndole su corazón. Porque eso había sido lo que siempre
había echado de menos durante su juventud. Galvar fue distante, un hombre serio
y cerrado, que quería que su hijo fuera lo mismo que él. Pero Maichlons no
quería aceptarlo y al final se fue. Galvar al enterarse le dijo que no había un
lugar en esa casa, que renegaba de él, prácticamente le expulsó de su vida. Con
los años, Maichlons se fue dando cuenta que su padre había decidido que la
educación y crianza de su hijo la llevaría su esposa, Marinnia, la madre de
Maichlons, pero tras la muerte prematura de esta, al dar a luz un niño muerto,
Galvar se encontró desubicado, sin saber cómo lidiar con un hijo que apenas
conocía y que al igual que él, echaba mucho de menos a su madre.
-
Sé que te estoy pidiendo mucho, que fui malvado contigo, que no te
trate como yo te tenía que haber tratado, como lo haría un padre con su hijo
-prosiguió Galvar, al ver que su hijo guardaba silencio-. Cuando Marinnia murió
me ofusque, no supe cómo seguir, como encargarme de ti, a quien prácticamente
no te había tratado más allá de una posición elevada. Lo siento tanto hijo.
-
Te perdono -susurró Maichlons, lo que hizo que su padre se
detuviera.
Maichlons dio un par de pasos, pero se volvió para descubrir que
el rostro de su padre estaba lleno de lágrimas. Allí, en medio de la calle
empedrada, el heraldo y la espada del rey, un hombre frío, serio, seco,
poderoso y temido por sus iguales, estaba llorando. Maichlons notó un aluvión
de sentimientos que le apretaban en su pecho. Dio un par de pasos para
acercarse a Galvar y puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo de su
padre.
-
Ya no te guardo rencor por esos días, padre. Para mí, son épocas
pasadas, épocas tristes, pero que me ayudaron a convertirme en el hombre que
soy ahora -dijo Maichlons, emocionado-. Ninguno de los dos somos hombres de
muchas palabras y menos de demostrar nuestros sentimientos. Pero te perdono. Y
me gustaría recuperar a mi padre.
-
Estaré contigo, por lo menos durante el tiempo que me permita
Bhall, ya no soy joven, bien lo sabes -aseguró Galvar, secándose las lágrimas y
poniendo su mano derecha sobre el hombro de su hijo, imitándole, haciendo un
abrazo de soldados-. Estaría bien ver unos nietos.
-
¡Padre! -se hizo el ofendido Maichlons.
-
Vale, vale, hijo, no dijo nada -Galvar sonrió y dio unas palmadas
en el hombro-. Y ahora será mejor ir a ver al rey. A un padre se le puede hacer
esperar pero no a un rey.
Los dos hombres siguieron su camino. Galvar le iba pidiendo que le
fuera contando cosas sobre sus campañas militares y sobre su vida. Algunas, las
más relevantes, ya las conocía, pues había ido leyendo los informes que
remitían al rey y su buen amigo Jesleopold primero y luego Shonleck, que ambos
le pasaban tras terminar con ellos. Pero la vida día a día, o las escaramuzas y
combates que no eran indicados en los informes, era lo que más le interesaba
oír narrar con la voz de su hijo, testigo ocular de todo ello. Era tan
absorbente lo que Maichlons contaba que casi no se dieron cuenta de que pasaban
por la puerta de la ciudadela, sino fuera por el saludo de los guardias ahí
apostados.
Cruzaron el patio de armas, en dirección al castillo real, se
cruzaron con algunos guardias que les saludaron y algunos criados, que
prefirieron esquivarlos. Como era algo pronto para la audiencia, Galvar le guió
hasta la cantina de la guardia en una de las torres laterales del castillo real.
Allí podrían desayunar algo, pues le reconoció a su hijo que no había tomado
nada antes de salir de su casa. Pues al ver que no regresaba por la noche no
había dormido bien.
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