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miércoles, 4 de octubre de 2017

El tesoro de Maichlons (20)



Maichlons recorrió la distancia entre el palacio de su padre y la taberna lo más rápido que pudo. Justo cuando llegó a la puerta se encontró con su padre de morros, que salía en ese momento. Galvar le miró, con un pequeño deje de desprecio por su apariencia más similar a la de un soldado de baja estofa, que a la de un hijo de un noble. Hizo una seña a Mhilon, que cerró inmediatamente la puerta.
-          Ven conmigo -dijo Galvar, una orden directa que no tenía forma de eludir su hijo.
-          No creo que tenga la mejor apariencia para ir… -intentó escabullirse Maichlons.
-          El rey quiere ver a un soldado, no a un niño mimado, a un cortesano vestido de oro -espetó Galvar, señalando la dirección que debían tomar-. Le daremos un soldado como es debido, que venga de haber asaltado una muralla o la alacena de un taberna.
Padre e hijo se pusieron en marcha, uno andando con pesadez por su edad y el otro por su resaca. El silencio parecía ser la tónica de este acompañamiento mutuo.
-          Estoy muy orgulloso de que seas mi hijo -las palabras de Galvar dejaron sorprendido a Maichlons, que jamás las esperaba escuchar de su padre-. Cuando te fuiste supe que te había perdido, pero esperaba que te pudiera ver antes de morir, para poder pedirte disculpas por mi forma de ser cuando eras joven. Parece que Bhall me ha dado la última oportunidad, para ser el padre que nunca tuviste. Siento todo lo que pasó en esos tiempos.
Maichlons no sabía qué decir, era la primera vez que veía a Galvar como su padre, abriéndole su corazón. Porque eso había sido lo que siempre había echado de menos durante su juventud. Galvar fue distante, un hombre serio y cerrado, que quería que su hijo fuera lo mismo que él. Pero Maichlons no quería aceptarlo y al final se fue. Galvar al enterarse le dijo que no había un lugar en esa casa, que renegaba de él, prácticamente le expulsó de su vida. Con los años, Maichlons se fue dando cuenta que su padre había decidido que la educación y crianza de su hijo la llevaría su esposa, Marinnia, la madre de Maichlons, pero tras la muerte prematura de esta, al dar a luz un niño muerto, Galvar se encontró desubicado, sin saber cómo lidiar con un hijo que apenas conocía y que al igual que él, echaba mucho de menos a su madre.
-          Sé que te estoy pidiendo mucho, que fui malvado contigo, que no te trate como yo te tenía que haber tratado, como lo haría un padre con su hijo -prosiguió Galvar, al ver que su hijo guardaba silencio-. Cuando Marinnia murió me ofusque, no supe cómo seguir, como encargarme de ti, a quien prácticamente no te había tratado más allá de una posición elevada. Lo siento tanto hijo.
-          Te perdono -susurró Maichlons, lo que hizo que su padre se detuviera.
Maichlons dio un par de pasos, pero se volvió para descubrir que el rostro de su padre estaba lleno de lágrimas. Allí, en medio de la calle empedrada, el heraldo y la espada del rey, un hombre frío, serio, seco, poderoso y temido por sus iguales, estaba llorando. Maichlons notó un aluvión de sentimientos que le apretaban en su pecho. Dio un par de pasos para acercarse a Galvar y puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo de su padre.
-          Ya no te guardo rencor por esos días, padre. Para mí, son épocas pasadas, épocas tristes, pero que me ayudaron a convertirme en el hombre que soy ahora -dijo Maichlons, emocionado-. Ninguno de los dos somos hombres de muchas palabras y menos de demostrar nuestros sentimientos. Pero te perdono. Y me gustaría recuperar a mi padre.
-          Estaré contigo, por lo menos durante el tiempo que me permita Bhall, ya no soy joven, bien lo sabes -aseguró Galvar, secándose las lágrimas y poniendo su mano derecha sobre el hombro de su hijo, imitándole, haciendo un abrazo de soldados-. Estaría bien ver unos nietos.
-          ¡Padre! -se hizo el ofendido Maichlons.
-          Vale, vale, hijo, no dijo nada -Galvar sonrió y dio unas palmadas en el hombro-. Y ahora será mejor ir a ver al rey. A un padre se le puede hacer esperar pero no a un rey.
Los dos hombres siguieron su camino. Galvar le iba pidiendo que le fuera contando cosas sobre sus campañas militares y sobre su vida. Algunas, las más relevantes, ya las conocía, pues había ido leyendo los informes que remitían al rey y su buen amigo Jesleopold primero y luego Shonleck, que ambos le pasaban tras terminar con ellos. Pero la vida día a día, o las escaramuzas y combates que no eran indicados en los informes, era lo que más le interesaba oír narrar con la voz de su hijo, testigo ocular de todo ello. Era tan absorbente lo que Maichlons contaba que casi no se dieron cuenta de que pasaban por la puerta de la ciudadela, sino fuera por el saludo de los guardias ahí apostados.
Cruzaron el patio de armas, en dirección al castillo real, se cruzaron con algunos guardias que les saludaron y algunos criados, que prefirieron esquivarlos. Como era algo pronto para la audiencia, Galvar le guió hasta la cantina de la guardia en una de las torres laterales del castillo real. Allí podrían desayunar algo, pues le reconoció a su hijo que no había tomado nada antes de salir de su casa. Pues al ver que no regresaba por la noche no había dormido bien.

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