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sábado, 30 de abril de 2022

Aguas patrias (86)

Al día siguiente del último encontronazo entre la milicia de la ciudad y la marina, el gobernador volvió a convocar a los capitanes de las fragatas Sirena y Nuestra Señora de Begoña, así como los de las dos corbetas. Don Rafael también fue llamado, pero debido a lo ocurrido el día anterior se veía una ligera tirantez entre ambos jefes. Es verdad que si no hubiera sido por don Rafael, que se encargó de mediar entre ambas partes, las cosas se podrían haber puesto peor. Pero aún así, ya no parecían tan amigos como antes. 

-   Caballeros los he convocado para saber la situación de sus barcos y su disponibilidad para hacerse a la mar lo antes posible -empezó a hablar el gobernador, tras mirar al comodoro, que asintió con la cabeza.- Por favor vayan informando, por orden de antigüedad.

El primero en hablar fue Eugenio. El gobernador y el comodoro escucharon el informe que esperaban. La Sirena estaba lista para hacerse a la mar. Había recibido los suministros y tenía a la tripulación completa. Los dos jefes escucharon con cierta satisfacción la lista de cosas que tenía listas Eugenio.

La cara de ambos cambió completamente cuando fue el capitán de la Osa quien empezó a relatar la situación de su fragata. Quedó de manifiesto una total falta de interés del capitán por tener su navío preparado. Incluso, para disgusto del gobernador, empezó a echar la culpa de su situación con los suministros a la atarazana y al astillero del puerto. Dejando caer que había un nivel de corrupción incipiente y de amiguismo. Esta última acusación parecía ir contra don Rafael y el propio Eugenio. Pero fue lo suficientemente precavido de no ofender a ninguno de los dos. Cuando al terminar su disertación, el gobernador le preguntó a de la Osa, cuánto tardaría y en estar listo, dijo ufano que necesitaría posiblemente una semana o más. El gobernador lanzó un quejido y pasó al siguiente capitán.

Los comandantes de las corbetas dieron un informe más satisfactorio para el gobernador. No estaban listos del todo, pero podían seguir a la Sirena de inmediato. Ya se completarían las aguadas o parte de las raciones en otro puerto o con algún bar o mercante, a poder ser enemigo. Esa mención a presas, animó al gobernador, que llevaba ya un buen rato callado y cabizbajo. 

-   Esta bien señores, me temo que no tenemos el suficientemente tiempo para que sus navíos parezcan que vayan a pasar la revista de un almirante -prosiguió el gobernador-. En tres días tienen que hacerse a la mar. Su misión es hacer un viaje para molestar el comercio enemigo, desde aquí, pasando ante las posesiones enemigas de las Antillas Menores. Pero a su vez deben acercarse a Cartagena de Indias. Deben conseguir información fidedigna de lo que ha ocurrido allí. No podemos creer las palabras de los escritos ingleses que se incautaron en San Juan de Antigua. 

-   No es posible que hayan sobrevivido -intervino de la Osa-. La flota de Vernon era inmensa. Su ejército superaba en número a la guarnición, incluso ayudada por los marineros de los seis barcos del almirante. Si los ingleses aseguran que el almirante se ha rendido, seguro que ha ocurrido. Es un gran error exponer dos fragatas y las corbetas para corroborar algo que ya ha ocurrido. 

-   Capitán de la Osa, no estamos seguros de la validez de esa noticia -habló don Rafael-. Y de todas formas, si hemos decidido, tanto el gobernador como yo que viajen hasta allí, usted acata las órdenes. A menos claro que le parezca demasiado para usted.

Todos los capitanes y el gobernador miraron a don Rafael, pasando después a de la Osa. Don Rafael no se había cortado ni un pelo en cuestionar la valentía del joven capitán. Este no tenía más posibilidades que callarse y aceptar la misión. Tampoco podía desafiar a duelo a don Rafael, por muy ofendido que le pudieran resultar las palabras del comodoro. Eso sería el final de su carrera en la armada. 

-   Bien, entiendo que ese silencio indica que ninguno de los capitanes pone ninguna objeción más al plan -continuó el gobernador, bastante intranquilo por como se estaba desarrollando las cosas-. El capitán Casas, debido a que es el capitán con mayor antigüedad, se le otorga el mando de la escuadra. Se le enviaran las órdenes escritas a su navío. De todas formas, nos gustaría hablar con usted de más cosas, capitán Casas. El resto pueden regresar a sus navíos. Tienen tres días para poner en orden sus barcos. Señores. 

-   Gobernador -respondieron los capitanes de la Osa, Heredia y Salazar.

Los tres capitanes se pusieron en pie, hicieron una reverencia y se marcharon, con el capitán de la Osa el primero y los otros dos siguiéndole los pasos. Hasta que la puerta del despacho no se cerró y pasaron los segundos precisos que el gobernador estimó como los que necesitaban los capitanes para alejarse de la puerta, no se sintieron más calmados. El gobernador suspiró y se removió en el sillón, perdiendo la fortaleza que parecen a haber mantenido durante todo el tiempo. Eugenio también observó ese cambio en el comodoro. Estaba seguro que había tenido que armarse de valor para lanzar la ofensa contra de la Osa. Solo Eugenio parecía el más íntegro de los tres presentes.

El reverso de la verdad (76)

El Dartz se había detenido justo ante la parte trasera del edificio principal, que en esa parte estaba formado por una arcada que mantenía una gran terraza. Los enemigos se parapetaban entre los pilares de los arcos. Algunos estaban situados en la terraza, sobre Andrei. El Dartz parecía aguantar con soltura los proyectiles que le disparaban, por lo que por ahora solo se enfrentaba a armas ligeras. Markus y él habían llegado a la conclusión que su enemigo por ahora solo iban a usar ese tipo de armas contra ellos. No iban a usar otras que llamasen más la atención que las que ya usaban. Dado que el edificio principal estaba tan alejado de los lindes de la finca con un poco de suerte los vecinos no se percatasen de la realidad de lo que ocurría. O como pensaba Andrei, que lo más seguro que fueran otros criminales, que bajo ninguna forma fueran a avisar a sus eternos enemigos, la policía.

Andrei, dentro del vehículo, detenido, bajo el fuego de los hombres de su enemigo, esperaba la señal que le había indicado Markus. Entre todos los disparos, uno sonó más amortiguado, un individuo de la terraza cayó cuando una bala le acertó en la cabeza. La señal fue la sucesión de gritos de aviso de los que le rodeaban anunciando que había un francotirador. Andrei se alzó, abriendo una portezuela en el techo y empezó a disparar contra los de la terraza, para que se mantuvieran cubiertos, al tiempo que lanzaba una granada, en el mismo punto que disparaba. Cuando vio que la granada se perdía tras la barandilla de piedra, se volvió a meter dentro del vehículo.

La explosión, tras la barandilla de piedra, levantó una voluta de humo blanco y con suerte, destrozó a los matones que se escudaban tras ella. Andrei no esperó a que los de la arcada se pudieran recomponer, abrió la puerta del conductor, salió como un rayo y cruzó el espacio que le distaba hasta un pilar. Nadie le disparó, pero cuando estuvo protegido, escuchó el resonar de varias armas a su derecha, pero nada a su izquierda, por lo que se giró hacia ese lado, rodeando el pilar y quedando ante el cuerpo del matón. Esperó a que el hombre que tenía más cerca y el resto hacia el otro lado estuvieran recargando, para aparecer de improviso.

El hombre que tenía más cerca, puso los ojos como platos por su aparición y supo que no podía hacer nada para librarse de lo que iba a ocurrir. Pero tal vez, pensó, que podría alertar a sus compañeros. Pero Andrei, que recordaba las miradas de sus enemigos en la época que fue militar, vio en ese matón lo pensaba hacer y abrió fuego antes de que pudiera abrir la boca para advertir a sus compañeros. Aun así, el ruido del subfusil de Andrei, fue suficiente para que el resto de tiradores se volviese hacia ese lugar y vieran a Andrei tras el hombre que se caía, muerto, aguijoneado por un buen número de balas. Pero el cargador de Andrei ya estaba siendo vaciado sobre ellos, antes incluso que pudiesen reaccionar.

Los matones que se escondían tras los pilares cayeron por obra de Andrei, dejando libre toda esa zona. Andrei vio que algo más adelante había un acceso a la vivienda, por donde habían aparecido esos hombres, pero sabía que no podría pasar por allí, porque más hombres le estarían esperando. Se acercó a la puerta abierta, pegado a la pared, evitando así puntos ciegos. Tomó otro par de granadas, les quitó las anillas y esperó lo justo para lanzarlas al interior. Se acurrucó contra la pared y al poco las ventanas, y puertas fueron sacadas de cuajo de sus huecos, debido a las explosiones al otro lado. Pero Andrei sabía que no era aún tiempo de entrar. Había que permitir que el enemigo diera el primer paso.

Lo primero que escuchó de ellos, de los hombres que se habían hacinado dentro, fue una tos, una tos ronca y continuada. Un hombre, con sangre en la cabeza, que le caía por un costado, salió por donde había estado la puerta, tambaleándose, afectado por la explosión, el golpe sónico. Andrei, desde su posición dejó que se alejara, lo justo para que otro hombre, apareciera a cuatro patas, gateando, con los oídos reventados, con sangre saliendo de sus orejas. Este segundo hombre, que claramente, no oía nada, si que se percató de la presencia de Andrei, o más bien de sus botas y miró hacia arriba, presa de la confusión y del miedo. Intentó avisar a su compañero, que aún iba agarrando un subfusil, pero Andrei, con una sonrisa en la boca le disparó a él primero y después a su compañero.

El que gateaba se dejó caer sobre el suelo y el primero cayó hacia delante, alcanzado por la espalda por la ráfaga de Andrei. No había la posibilidad de un combate justo ni nada parecido. Unos sobrevivirían y otros tendrían que morir. Era la ley de la vida y sobre todo de la guerra.

martes, 26 de abril de 2022

Falsas visiones (13)

El avance durante el día fue realmente monótono. La caravana no era rápida por lo que tanto Varo como Rufo pudieron sin problema descabalgar y hacer parte del trayecto andando, dejando descansar a sus monturas. Spartex no les solicitó nada. Cuando llegó el mediodía, un criado les trajo más jamón ahumado, y esta vez pan recién hecho. Rufo le preguntó al criado por el pan del día y este le contó que Spartex había enviado a algunos criados a una aldea que habían dejado de lado a comprar el pan. Era una cosa que solía hacer su señor, para que todos pudieran comer pan nuevo si se terciaba.

Los guardias armados habían aumentado. Ahora junto a los carreteros había un guerrero y los jinetes parecían ser más, no solo los cuatro partos. Los guerreros lucían un número de armaduras de diferentes manufacturas. Sin duda Lutenia no había mentido sobre el gusto de su padre para contratar antiguos guerreros de diferentes naciones o provincias. Algunas de las armaduras las recordaba de las descripciones de los códices históricos de su padre.

Al atardecer, Rufo divisó una estructura en lo alto de una colina por la que ascendía la calzada. Un criado se acercó y le dijo que Spartex le requería. 

-   ¡Ah, joven Rufo, que rápido! -dijo Spartex a modo de saludo cuando este se aproximó a su carro-. Allí descansaremos esta noche. Espero que la seguridad de la empalizada os haga descansar mejor. 

-   ¿Es un puesto militar? 

-   Me temo que no -negó Spartex-. Aunque ese sería su origen. Por lo que sé, se construyó como campamento de defensa de las líneas de suministro cuando el gran Augusto venció a astures y cántabros, en su gran campaña. Pero los romanos, una vez que finalizaron la conquista, lo dejaron vacío. La provincia había sido unificada por las águilas y ya era parte de Roma, estaba pacificada. 

-   ¿Entonces qué es? ¿Por qué las empalizadas parecen mantenidas? -inquirió Rufo lleno de curiosidad. 

-   Un puesto de la calzada, tiene establos, una posada y sitio para los carros -explicó Spartex-. Conozco al dueño, un buen hombre, un antiguo legionario. He mandado un mensajero para que nos reservase el mejor sitio. O más bien casi todo el sitio. Mi caravana casi llenará todo el interior. Allí pasaremos bien la noche. Sin miedo a ataques. 

-   Sí, claro -asintió Rufo, mirando mejor el lugar.

Estaba erigido en lo alto de la colina, por lo que podía verse bastante de la campiña a cada lado de las empalizadas. Cualquiera que se acercase, aún de noche, no podría avanzar sin ser visto. Y Spartex tenía muchos guardias para defender las empalizadas. Si los cántabros les estaban siguiendo, no intentarían nada tan loco como asaltar ese campamento. 

-   Y lo bueno es que hay otros en nuestra marcha, hasta Legio -añadió Spartex-. Conozco a todos los dueños y nos recibirán con buen trato. 

-   Eso es una gran noticia.

Spartex sonrió y le siguió hablando a Rufo de los campamentos y después de las guerras de Augusto. Sin duda, al mercader le gustaba la historia bélica del imperio. Para no ser un romano de pleno derecho, sino un emigrado, parecía conocer mucho de cómo Roma se había forjado como el imperio que era en la actualidad. La distancia que les faltaba hasta el campamento, se le pasó a Rufo volando con la conversación con el mercader. Aunque también fue un duro juego con él, ya que en cada nuevo cambio de la conversación, Spartex intentaba conseguir nueva información sobre la verdadera identidad de él y de Varo. Por lo que tuvo que estar atento a cada una de las palabras del mercader y a las suyas propias. 

-   ¡Spartex, viejo zorro! -gritó un hombre de pelo cano, corpulento, pero que cojeaba de una pierna. Tenía un bigote cano y muy poblado bajo la nariz, peinado a la forma de los galos-. ¡Bienvenido a mi pobre posada! 

-   ¡Rargix! -Spartex se bajó de su carro de un salto y se abrazó con el hombre-. De pobre no tiene nada. Diría que has vuelto a engordar otra vez. 

-   ¿Y tú qué? -inquirió Rargix, intentando devolverle la broma-. Vamos, vamos, que entren tus hombres, que se hace tarde y hay que cerrar las puertas. ¿Y esos dos?

Rargix había señalado a Varo y Rufo. El posadero tenía la cara asustada o por lo menos sorprendida. 

-   Viajan con nosotros hacía Legio -le indicó Spartex, al tiempo que hacía girar a su amigo y le hizo avanzar hacia la posada. Bajó el tono-. Hay problemas. Ahora te lo cuento, en privado.

Rargix se dejó llevar, regresando con su amigo hacia su posada. Rufo se los quedó mirando, pero no intentó seguirlos. Supuso lo que iba a hacer Spartex, pero prefería no meterse, pues en parte era mejor que esa gente supiese lo que pasaba en el norte. Todos estaban en peligro.

Dinero fácil (13)

Antes de que Patrick pudiera bajar a la cubierta más inferior, tuvo que esperar a que se descontaminase la cubierta. Cuando todo estuvo bien, la compuerta de la escala se abrió y él bajó. 

-   Mira -señaló Valerie las dos cajas que habían abierto. 

-   Fusiles de asalto imperiales -dijo con sorpresa Patrick-. ¿Qué diablos hacen fusiles de asalto imperiales aquí? 

-   No sé, pero en el mercado negro se venden demasiado bien -aseguró Valerie-. Por lo demás hay suministros alimenticios pasados, piezas para maquinaria industrial y poco más. Hay una de suministros médicos, que tengo lista fuera. La subiré la última, ya que esta cubierta está repleta. 

-   Cierra las cajas y estibalas arriba, que Surssashy te ayude -indicó Patrick, pero antes de subir, añadió-. Esto es una fuente de créditos importante, pero busca primero las piezas que necesita Halwok. Necesitamos reparar la nave. Aquí los créditos no sirven de nada. 

-   Vale.

Patrick volvió a ascender, mientras la compuerta oculta se retiraba, para poder subir la nueva mercancía. Regresó a la sala de ocio y se encontró con Elea. 

-   Espero que la niña esté bien -dijo Patrick-. Siento que haya habido este contratiempo. Según arreglemos el problema, nos pondremos en marcha de nuevo. 

-   Gracias por tu interés, ella está descansando, se ha hecho daño con el golpe -indicó Eleanor-. Valerie ha dicho que se ha producido un fallo fortuito en la sala de máquinas. ¿No es nada peligroso? He escuchado que en estas naves tan pequeñas… 

-   No te preocupes por nada, Halwok ya lo tiene controlado -aseguró Patrick-. Y esta nave no es como esas naves de las que hablas. Pero necesitamos arreglar los sistemas. Hemos encontrado esta base abandonada por casualidad, pero parece estar bien surtida. Halwok arreglara todo. Aunque necesitamos el sistema fachada o no podremos llegar a Erbock. 

-   ¿El sistema fachada? Habláis de ello todo el rato, pero no sé que es -afirmó Eleanor. 

-   Ven Elea -le pidió que le siguiera Patrick-. Es un secreto y me gustaría que fuera así, ¿vale?

Patrick se dirigió a la compuerta del costado, la que daba a los nuevos comportamientos de carga que había visto al llegar a la nave. Pulsó en la consola y la compuerta se abrió. Patrick señaló el interior. 

-   Mira. 

-   Esto solo es un compartimiento de carga… -comenzó a decir Eleanor, al tiempo que metía su cabeza dentro.

Eleanor se quedó muda de sorpresa. Dentro no había ninguna mercancía, ni tenía las dimensiones que había visto desde fuera. Había un sillón acolchado colocado en una estructura circular basculante. Ante el sillón los disparadores de dos cañones ligeros y un mamparo con ventanales, así como multitud de consolas y una diana virtual. Estaba en el interior de una de las baterías móviles circulares originales de la nave. 

-    El sistema fachada es lo que dice su propio nombre, una fachada holográfica que hace creer a quien está delante que he quitado las baterías y puse esos contenedores de carga supletorios -explicó Patrick-. Un sistema creado por Halwok y muy útil, no crees. 

-   La Folkung es una nave armada -se limitó a decir Eleanor. 

-   Eso es Elea, y para todo el mundo, no lo es -se rió Patrick-. Una genialidad de un genio. Así que esta nave es el lugar más seguro ahora mismo.

Eleanor iba a añadir algo más pero Victor llamó por el intercomunicador, pidiendo a Patrick que subiese al puente. Necesitaba enseñarle algo que había encontrado las sondas. 

-   Parece que el deber me llama -dijo Patrick, para despedirse de Eleanor-. Elea, será mejor que no bajes mucho aquí abajo mientras estemos en este hangar. Van a estar trayendo suministros y podrías entorpecer. Toma lo que quieras de la sala de ocio y llévalas a tu camarote. Por favor. 

-   Vale, claro, cuanto menos os estorbemos mejor -asintió Eleanor.

Patrick volvió a cerrar la compuerta de la batería y acompañó a Eleanor hasta la sala de ocio. Tras eso ascendió a la cubierta de los camarotes, para seguir su camino hacia el puente. Eleanor se sirvió algo de comer y una bebida. Lo metió todo en una caja y se marchó de vuelta a su camarote.

sábado, 23 de abril de 2022

Aguas patrias (85)

Don Rafael se volvió a poner de pie y se dirigió a paso ligero a la ventana del despacho que daba a la bahía. Desde allí, se podía observar los barcos. Podía ver a los botes llenos de soldados de la milicia ir desde el muelle a los diversos buques de la armada fondeados en las tranquilas aguas. Estaba casi seguro de lo que iba a pasar, En las pequeñas corbetas, los marineros no se podrían negar a la inspección de los militares, tenían menos hombres, pero en las fragatas y los navíos, la cosa era diferente. Ya veía a su capitán de bordo y a los tenientes negando la invasión de las milicias locales. Solo una pequeña palabra mal dicha o un gesto, y una descarga de un cañón del tres abriendo fuego contra los milicianos. 

-   Gobernador, por la paz en la ciudad, permita a los oficiales volver a sus naves para que se haga el registro y…

Las palabras de don Rafael se perdieron en el momento. El estruendo de un cañón, una carronada de uno de los navíos había abierto fuego. 

-   ¿Qué diantres ha sido eso? -preguntó alarmado el gobernador. 

-   Diría que ha sido el cañón de borda de una de las fragatas -murmuró el comodoro.

-   ¿El qué? .repitió el gobernador alarmado. 

-   Deberías haber permitido estar a los oficiales a bordo de sus naves -indicó don Rafael. 

-   ¿De qué hablas? 

-   No solo los capitanes tienen orden de defender sus barcos. Con los capitanes informados, ellos mismos habrían buscado a Juan Manuel en los barcos, con bastante secreto. Pero tú has decidido que tú tenías más nivel que los capitanes y por ello ahora tendrás que enterrar a tus hombres. 

-   ¿Qué hombres? -el gobernador se levantó de su silla y se acercó al ventanal. 

-   Los que han intentado ascender por la fuerza en la Nuestra Señora de Begoña -señaló don Rafael uno de los barcos y un bote en su costado-. El primer oficial del capitán de la Osa no creo que haya decidido permitir que un grupo de soldados de tierra subiese con malas formas en el barco mientras su comandante estaba en tierra. Diría que en los otros barcos no van a usar la misma rudeza, pero tampoco van a rendir los barcos a tu capricho. Si me lo hubiese avisado con tiempo, yo… 

-   Soy el gobernador de este puerto, no podéis hacer lo que os complazca -se quejó subiendo el tono de voz el gobernador. 

-   Solo respondemos ante un almirante, no a un gobernador, recuérdalo para el futuro, amigo -intentó don Rafael poner paz entre ellos-. Pero ordena a tus hombres que regresen o puede ser peor. 

-   ¿Peor, cómo? 

-   Los tripulantes pueden pensar que has dado un golpe o eres un agente inglés -advirtió don Rafael-. Mejor que arregles las cosas, antes de que los marineros y oficiales intenten una misión de rescate. 

-   ¡Por Cristo! 

-   Vamos, te juro por mi honor que revisaremos los barcos y si Juan Manuel está a bordo, le detendremos -intentó mediar don Rafael.

El gobernador no quería dar su brazo a torcer, pero al ver una segunda voluta de humo cerca de un barco, y el penacho de una bala en el mar, cerca de un bote de milicianos, permitió a don Rafael y al resto marcharse de su palacio casi al momento.

Con el regreso de los capitanes y el almirante a sus buques, aunque un poco más tarde de lo necesario, los altercados se detuvieron. Los oficiales se encargaron de buscar en sus barcos al fugitivo, pero necesitaron que el comodoro subiera a todos para dar fe de que no le había encontrado.

Eugenio no lo llegó a saber, pues a los pocos días del incidente, donde seis soldados de la milicia local habían fallecido por la metralla de la Nuestra Señora de Begoña y otros tantos habían sufrido heridas por altercados en los barcos, con marineros y oficiales, una de las unidades de caballería encontraron el cuerpo sin vida de Juan Manuel en las cercanías de una plantación de azúcar, propiedad de un amigo de la familia, Las heridas producidas por Trinquez le fueron matando poco a poco. Amador tampoco sobrevivió demasiado. Su cuerpo fue sepultado en el mar, como él siempre había querido. Pero estas historias ocurrieron tras la marcha de Eugenio de Santiago.

El reverso de la verdad (75)

Markus y Andrei se habían puesto los trajes de combate, negros, con los chalecos antibalas y los arneses para colgarse munición y otras armas. Habían cambiado su calzado por botas altas, donde ambos escondían un cuchillo de combate. Otro más lo llevaban en la espalda, bajo el chaleco. Andrei llevaba dos pistolas, un rifle de asalto y un subfusil. Markus llevaría una pistola, un subfusil, una escopeta y el rifle de francotirador. Regresaron al coche y se pusieron en marcha. Era hora de asaltar la finca de Alexander.

Cuando alcanzaron la última colina el Dartz se detuvo por unos segundos, solo para que Andrei se cambiara con Markus al volante. Al poco se puso otra vez en marcha. Ahora solo había que descender y el vehículo con ayuda del pedal, más la inercia de la bajada, fue ganando más y más velocidad. Cuando llegó al final del bosque la mole salió con una velocidad que Andrei no hubiera creído que podía haber conseguido. Cruzó un puente que quedaba sobre el río, que más bien parecía un regato que separaba el terreno agreste de la finca de Alexander. El Dartz se aproximaba a la puerta trasera de la que le había hablado Markus y Andrei pisó más el acelerador. El vehículo, con su blindaje y su peso, derribó la puerta, con una brutalidad, y a la vez con una ligereza que a Andrei no le pareció normal, aunque entre dientes se metió con Markus, pues estaba seguro que su amigo ya había calculado que eso era lo que había pasado.

Según la puerta trasera fue destrozada por el Dartz, una sirena de alarma comenzó a sonar con demasiada fuerza, taladrando los oídos de Andrei. El vehículo cruzó la hacienda, dejando a los lados las caballerizas y algunos almacenes de la parte trasera de la finca. Pero la alarma también provocó que los hombres de su enemigo comenzasen a salir de sus escondrijos y tomasen el Dartz como un blanco, que en movimiento, atraía los disparos de las armas que llevaban encima. Andrei solo pudo maravillarse de la integridad del vehículo que absorbía las balas como si no fuera con él. 

-   Sigue así, amigo -se escuchó la voz de Markus-. Atrae la atención de todos esos miserables, que salgan de sus escondrijos, que más fácil será acabar con ellos.

Andrei se limitó a lanzar un chasquido, mientras maniobraba el pesado vehículo hacía la posición que habían acordado de antemano. Debía detener el vehículo en la parte trasera del edificio principal, de esa forma conseguiría que todos los guardias del perímetro o por lo menos los más avispados fuesen a repeler el ataque y de esa forma, convertirse en unas dianas para Markus.

Los disparos que hacían sobre él eran cuantiosos y Andrei veía que su posición era la más peligrosa de todas, pero estaba dispuesto a asumirla, si con eso conseguía que el enemigo se confiase en que había llegado solo.



En el interior de la finca, en una habitación escondida, con las paredes insonorizadas, para que nada del exterior le perturbara, un hombre dormitaba plácidamente. Su almohada, sobre dónde tenía la cabeza, era el torso de un muchacho, una espalda contorneada, ligeramente musculada, de piel blanquecina, El durmiente mantenía una mano sobre el trasero del muchacho, y la otra se perdía bajo su almohada de carne. Lo que ocurría en el exterior no le importaba, ya que no lo podía detectar. Pero una puerta se abrió con cuidado y Gerard entró, con cuidado, para no despertar al resto de cuerpos que yacían en el suelo. Había muchachas, hombres y más muchachos. Con su agilidad fue pasando de zona libre a zona libre, hasta alcanzar la cama. 

-   Señor, señor, despierte -dijo entre susurros Gerard, al tiempo que sacudía el cuerpo del hombre de la cama, el que tenía tal curiosa almohada.

El hombre se movió lo suficiente para quejarse y no hacer nada más. 

-   Despierte, señor -volvió a intentarlo Gerard-. ¡Él está aquí!

El nuevo intento pareció que no había conseguido nada, pero el hombre se volvió a mover, en este caso, quedando boca arriba con los ojos abiertos. 

-   ¿Quién? 

-   ¡Él! -repitió Gerard-. Del que me habéis hablado, ha venido contra nosotros. Ha asaltado la hacienda. Parece tener un coche blindado. Los hombres se encargaran de él. 

-   Es un loco -dijo el hombre alzándose en la cama, retirando la sábana y dejando a la vista los cuerpos de otros dos jóvenes desnudos-. Mis hombres se encargaran de él. Si lo toman prisionero que me lo traigan. Gerard, deshazte de todos estos estorbos, pero deja al ruiseñor. Me voy a vestir. Nos vemos en la sala de seguridad. 

-   Así se hará.

Gerard nunca se quejaba de las órdenes de su jefe. Pero aun así le parecía mal lo que hacía con sus juguetes, los desechaba con la primera de turno, a excepción de su ruiseñor, el joven que le servía de almohada, su juguete más interesante, su pequeño capricho. Pero por una vez en la vida, mientras los expulsaba de la cámara de su jefe, Gerard temía que el siguiente en salir de allí fuera él.

martes, 19 de abril de 2022

Falsas visiones (12)

Los primeros rayos del Sol despertaron a Rufo, que se desperezó a la vez que se alzaba. Su fogata se había reducido a unas ascuas medio apagadas. A su lado, medio sentado, medio caído roncaba tranquilo Varo. Recordaba cuando se habían turnado en la vigilia, pero parece que su amigo no había sido capaz de aguantar el sueño. De todas formas, estaban demasiado bien rodeados, pues en un par de miradas pudo ver a los siervos de Spartex y sus guardias. Pero al poco se dio cuenta que había más guardias que siervos. 

-   Los carreteros también son soldados -dijo alguien a la espalda de Rufo, por lo que se volvió a ver. Era Lutenia, la hija de Spartex-. Mi padre solo contrata antiguos soldados. Le gusta darles una segunda oportunidad cuando sus ejércitos les han dado la espalda. Aparte de los guardias partos, hay germanos, griegos e incluso cartagineses. 

-   Serán descendientes de los cartagineses -murmuró Rufo, observando a Lutenia, que estaba lo más cerca que nunca la había tenido. Era curiosa su vestimenta, ya que eran varias túnicas superpuestas, como un varón. La trenza larga y castaña, sus facciones delicadas y su voz suave la delataban como mujer. Aun así, podía costar a uno darse cuenta, ya que en el oriente había muchos hombres con esos rasgos-. Cartago fue vencida hace mucho. 

-   Puede ser -asintió Lutenia, que señaló a Varo-. Tu amigo no es bueno haciendo guardias. Si no estuvieseis con nosotros os habrían pasado a cuchillo en la noche. 

-   Es un buen guerrero -intentó Rufo defender a su amigo-. Pero le puede el sueño. Sobre todo si le están defendiendo tan valerosos guerreros. 

-   Ahora son valientes, gracias al oro de mi padre -comentó Lutenia-. Pero en sus ejércitos unos gallinas o igual, traidores. Lo que ves es lo que se consigue con el oro. Lucharán y morirán por él. Pero no por reyes o césares. Mi padre siempre lo dice, nadie puede ganar a las águilas. No se las puede detener, no se las puede vencer, donde pisan, se establecen. Por eso es mejor comerciar con ellos que hacerles la guerra. 

-   Sabias palabras -aseveró Rufo. 

-   Puede ser -repitió Lutenia, como si no lo creyese del todo-. Nos pondremos en marcha pronto. Si no estáis listos, no os esperaremos. Solo sois unos soldados, ¿no? No podemos trataros como hombres poderosos o ricos, ¿no?

Lutenia no permitió que Rufo la contestara, sino que se dio la vuelta y se marchó hacia el centro del campamento, donde estaban las dependencias de Spartax. La muchacha iba dando unos ágiles saltitos, que le dejaron sorprendido a Rufo. Tenía que ser entrenada para moverse así. Pero porque Spartex iba a instruir de esa forma a su propia hija. Era algo que en verdad le dejaba perplejo. Pero algo sí que tenía que hacer, y se lo había recomendado Lutenia. Se levantó, se recolocó la armadura, ya que había decidido dormir con ella y por lo que le dolía el cuerpo, no había sido buena idea. Se acercó a Varo y lo zarandeó hasta que se despertó. 

-   Un poco más, Tulcra, aún no es de día -se quejó Varo, sin abrir los ojos aún. Rufo lanzó un suspiro. Tulcra era una de las criadas de su padre, una esclava joven que había comprado recientemente. Así que era una de las nuevas conquistas de su amigo. Claramente a su padre no le iba a hacer gracia que la hubiese dejado preñada tan pronto. 

-   Levantate de una vez, mal bicho -espetó Rufo intentando imitar la voz de Atello, aunque solo pudo usar las mismas palabras que él hubiese usado-. Maldito imberbe destetado. 

-   Ya estoy despierto, padre -afirmó Varo, irguiéndose, abriendo los ojos y descubriendo que no era Atello quien le despertaba y que no estaba en el lecho con Tulcra-. ¡Maldita sea tu estampa! Aun es muy pronto y yo estaba tan bien… 

-   Así que también has conquistado a Tulcra -dijo caer Rufo, sonriendo malévolamente. 

-   Yo, no… Espera, ¿tú cómo sabes eso? Nadie nos ha visto -empezó hablar a trompicones Varo. 

-   Hablas en sueños de tus amores, tonto -se burló Rufo-. Entiendo como tu querido padre se entera de todo lo que haces, incluso cuando no está presente. Será que la culpa te obliga a contarnos a todos lo que haces mientras duermes, amigo. 

-   ¡Maldita sea! 

-   Bueno, no es hora de lamentaciones -cortó Rufo-. Spartex se va a poner en marcha pronto. Debemos preparar nuestras cosas. No nos van a esperar. Aunque la verdad, ¿por qué tendría que retrasarse por un par de soldados? A recoger. 

-   Sí, padre -dijo con sarcasmo Varo, poniéndose de pie.

En poco tiempo se prepararon para seguir su viaje. Un criado llegó con unas lonchas de jamón ahumado algo seco y algo de pan rancio. Un desayuno simple y algo pobre, pero que sintió de maravilla a los dos amigos. Cuando los siervos de Spartex empezaron a colocar los caballos de carga en los carros, Varo y rufo ya estaban sobre sus cabalgaduras, listos para ponerse en marcha, como el resto de la caravana. Pasaron así, descansando un rato, después un criado les indicó que debían ir tras el carro de Spartex, en el centro de la caravana. Así lo hicieron y todo el grupo regresó a la calzada, para seguir viajando hacia su destino.

Dinero fácil (12)

Halwok se había sentado en el asiento de Patrick y este permanecía de pie, mirando las imágenes que emitía la sonda que había enviado a la zona de perforación. 

-   Los restos son de mineral Thalback -aseguró Halwok-. Pero me parece raro que construyesen toda esta base para sacar Thalback. Lo normal son colonias y los asteroides son prospectados con naves que van y vienen. 

-   ¿Entonces, qué es lo que opináis de todo esto? -preguntó Patrick a sus oficiales. 

-   Ya que estamos aquí deberíamos ver si hay algo que nos pudiese venir bien -contestó Victor-. Seguiré haciendo que las sondas revisen el resto de la base. Por ahora solo nos moveremos por el hangar y los compartimentos más cercanos. Si todo sigue igual, podemos introducirnos más para revisar la base. 

-   Es verdad que necesitamos suministros y este hangar parece lleno -añadió Halwok-. Pero creo que debemos ir poco a poco. 

-   Yo creo que debemos investigar, pero con los trajes especiales -intervino Valerie-. Podríamos estar ante una epidemia en la base y por eso tuvieron que irse con tanta rapidez, ¿no? 

-   Bien, seremos precavidos, me gusta la idea de Valerie -sentenció Patrick-. Ahora hay que decidir quién baja. ¿A quién llevarás, Valerie? 

-   ¿Yo? 

-   Creo que es lo mejor, un oficial tiene que dirigir el grupo -explicó Patrick-. Yo no me puedo ir y Victor tiene que estar atento a los sensores y sondas. Si no me equivoco, Halwok tiene demasiado trabajo en la Folkung. Además, confió en tu buen juicio. 

-   Está bien -asintió Valerie, que miró a sus compañeros que movían sus cabezas en señal de asentimiento, corroborando las palabras del capitán-. En ese caso, supongo que tendrá que venir Dherek, porque necesitamos a alguien que sepa lo que se necesita en la sala de máquinas y por otro lado quiero a Lharka y a Diane. El primero es fuerte y la segunda hábil con las consolas. Me he fijado que algunas de esas cajas tienen cerrojos de seguridad. Deben ser importantes. 

-   ¿Todos de acuerdo con la decisión de Valerie? 

-   Sí -afirmaron Halwok y Victor al unísono. 

-   Pues prepara a tu equipo, Valerie -ordenó Patrick-. El resto a sus labores. Voy a ver como esta la nave. Con cualquier cosa, me llamáis.

Halwok y Valerie se marcharon los primeros, mientras que Patrick se quedó mirando el hangar que lo rodeaba y las imágenes que mandaban las sondas. Actualmente, una regresaba de la mina. Otra seguía explorando los oscuros pasillos de la base y la tercera seguía revisando el exterior de la estructura. Al poco, desde arriba pudo ver como los cuatro tripulantes ya empezaban a danzar por el hangar, revisando una a una las cajas. Se despidió de Victor y se fue a pasear por la nave, atento a cualquier llamada de aviso.

En la cubierta inferior se encontró con Halwok, que revisaba el sistema fachada que había antes de llegar a la compuerta de la parte superior de la sala de máquinas. 

-   Están fritos -dijo Halwok, con un deje molesto-. Lo mismo que afectó al reactor, los ha dejado inservibles. Tardaré mucho en arreglarlos. Necesito un astillero. 

-   Pues no podemos entrar en ningún sistema importante sin que funcionen -advirtió Patrick-. Si aquí hubiera piezas podrías arreglarlos. 

-   Con tiempo, no hay problema. Pero necesito placas de computación y muchas piezas -aseguró Halwok. 

-   Pues avisa a Dherek -ordenó Patrick-. Si es necesario que desmonten el sistema eléctrico de alguna consola. 

-   Bien.

Patrick se alejó y se dirigió hacia su camarote. Justo cuando pasaba ante la compuerta del de Halwok, esta se abrió. Elea le miró y cerró de inmediato la puerta. Patrick suspiró y se dirigió a la escala, para descender a la cubierta de carga. Le había parecido ver, en el escaso momento que había estado la compuerta abierta, a la niña tumbada en la cama, inmóvil, con las manos sobre el pecho. Durante esos segundos que había tenido, le había parecido que la piel de la niña era muy pálida, con ese tono típico de los xilan, pero claramente no lo era. Lo otro que le vino a la mente, es que parecía una muerta. Pero esa idea solo le hizo reírse, ya que en ese caso, Valerie le hubiera informado antes. Sin duda iba a necesitar otro café para aguantar en esta penosa situación.

Estaba sirviéndose el café cuando Valerie le contactó por el comunicador, indicando que debía ver lo que habían traído a la nave. La mayoría de las cajas estaban llenas de suministros de construcción. Dherek los había revisado, pero no eran lo que buscaban.

sábado, 16 de abril de 2022

Aguas patrias (84)

El gobernador parecía deleitarse haciendo esperar a los oficiales de la armada, que por sus ojos parecían estar deseosos de saber lo que le había pasado al capitán Trinquez. 

-   Como ya les he indicado, según me enteré de lo que ambos hombres iban a llevar a cabo, les mande una carta a los dos -reinició su narración el gobernador-. Ambos me respondieron al poco, asegurándome que no habría duelo, ya que no querían tener problemas conmigo y el gobierno de Santiago. Pero por lo visto, ambos hombres decidieron o tal vez fue el azar lo que provocó que ambos hombres se encontrasen en una de las tabernas de Santiago. Supongo que sus malas relaciones y la ayuda del alcohol que ambos habían ingerido fue suficiente para lo que se desató a continuación. ¡Una pelea, señores! Una pelea como la de dos matones de baja estofa. Empezaron a puños, pero las malas artes que ambos parecen usar habitualmente les llevaron a sacar las navajas a pasear. Por lo que ha podido recabar la milicia, de los testigos presentes, ambos se hicieron el suficiente daño como para detener la pelea. Pero Trinquez, que estaba hecho un basilisco, no quiso perder su presa. La cuestión al final se decantó para Juan Manuel. Por el informe del teniente Boquerón y el del médico jefe del hospital, el capitán Trinquez recibió siete puñaladas importantes. Tiene perforado un pulmón y las tripas. Los médicos no saben cómo puede sobrevivir con esas heridas. 

-   ¿Y Juan Manuel? -inquirió don Rafael. 

-   Dicen que recibió unos cuantos cortes y algunas puñaladas, pero escapó antes de que llegase la milicia a detenerle -informó el gobernador-. Se habrán cruzado con los jinetes. He mandado a parte de la milicia a cazarle. Por lo visto, parece haber huido de Santiago. Si el capitán Trinquez muere, lo arrestaré por asesinato. Le espera la horca. 

-   El homicidio de un capitán de la Armada en tierra no compete a la armada, sino a las autoridades locales -indicó don Rafael, con un tono calmado-. Lo que hagáis con un asesino es cosa vuestra. ¿Por qué nos habéis llamado? 

-   No hemos dado con Juan Manuel hasta ahora, necesitaba que los capitanes no estuvieran a bordo cuando subieran los miembros de la milicia a registrarlos -dijo el gobernador.

Don Rafael se puso de pie como un resorte, lanzando su silla hacia atrás que golpeó con estruendo al chocar contra el suelo. 

-   ¡Esto es una ignominia! ¡No podéis registrar los barcos de su majestad buscando a asesinos, sin que los capitanes estén a bordo! ¡Inaudito! ¡Volvemos a nuestros barcos inmedi… 

-   No vais a hacer nada de eso, comodoro -le advirtió el gobernador-. Esta sala esta rodeada de soldados, listos para detener a quien intente marcharse sin… 

-   ¿Habéis perdido la razón? 

-   ¡Yo! Yo no he perdido nada, comodoro -negó el gobernador, sin perder la compostura-. Parecen ser vuestros hombres los que las han extraviado. Un cobarde se lia combates, duelos y peleas. Asesina o casi a otro de los suyos. ¿Quién ha perdido realmente la razón? Yo diría que única y exclusivamente sus marineros  oficiales. Nadie ha visto huir a Juan Manuel. No ha pasado los puestos de las puertas de la ciudad. Solo le quedan sus viejos oficiales y sus amigos de la Armada. Seguro que se encuentra en alguno de los navíos de su armada. 

-   Ninguno de mis oficiales permitiría tal cosa, eso seguro -aseguró don Rafael-. Hay más barcos en la bahía. 

-   Ya hemos registrado los mercantes -afirmó el gobernador.

Eugenio recordó las palabras de varios marineros de su falúa. En su momento no había hecho mucho caso, ya que prefería no inmiscuirse demasiado en las habladurías de sus hombres. Pero estos hablaban del importante tráfico de botes y barcos del guardacostas por la bahía desde primera hora de la mañana. Así que eran los hombres del gobernador buscando a Juan Manuel. 

-   Aun así, no es de recibo que se intente registrar los navíos sin los oficiales en los barcos -volvió a la carga don Rafael. 

-   Comodoro, hay un asesino que intenta huir de la ciudad y aún tiene demasiados amigos en la armada, los que le ayudarían a escapar de la horca. 

-   Pondré una queja formal al almirante de la flota -advirtió don Rafael que se agachó para recuperar sus silla y volver a sentarse. 

-   Yo mismo le pasare un par de asistentes para que redacte la misiva a su almirante -aseguró el gobernador-. Por ahora se pasaran unas aquí, recibiendo la hospitalidad del palacio del gobernador.

Ni don Rafael, ni el resto de los capitanes parecía verdaderamente contento de estar recluidos en el palacio, mientras sus barcos eran revisados de proa a popa, buscando a un fugitivo.