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sábado, 2 de abril de 2022

Aguas patrias (82)

Eugenio, perfectamente vestido, apareció en la cubierta, donde ya le estaban esperando y parecían listos para recibirle. Fue Romonés quien se la acercó. Los otros tenientes estaban haciendo que los marineros ociosos se encargasen de algo o se quitasen de la visión de Eugenio, por sí este se molestase. Eugenio solo se rio por dentro de esa situación. 

-   Buenos días, capitán -saludó Mariano, al aproximarse. 

-   Buenos días, teniente -devolvió Eugenio el saludo-. ¿Los capitanes se han puesto en marcha ya? 

-   No señor, todos están esperando en sus barcos -contestó Mariano.

Sin duda todos estaban esperando que don Rafael cruzará primero las aguas. Iban a hacerlo por antigüedad, por lo que veía. Así que tocaba esperar. Sin Amador, tras don Rafael, iba él. 

-   Teniente, veo que hay muchos marineros ociosos -indicó Eugenio. 

-   Eso parece, capitán -asintió Mariano. 

-   Póngales ha hacer ejercicio -dijo Eugenio-. Llevan ya unos días de calma, pero esto es un barco de la armada, no un cascarón mercante. Creo que ya es hora de que vuelva la disciplina. Póngales a ejercitarse con los cañones. Solo sacar y meter. Creo que también estaría bien simulacros despliegue de velas. Subir y bajar. Creo que con eso será suficiente. No me gustaría hacerme a la mar con la tripulación convertida en marineros de agua dulce otra vez. 

-   Haré que suden la gota gorda, capitán -aseguró con ímpetu Mariano. 

-   Bueno, tampoco me los destroce, señor Romonés -ironizó Eugenio-. Y meta a los nuevos jóvenes caballeros en los ejercicios. Creo que les viene bien conocer cómo son las cosas. Y qué mejor que los ejercicios en esta tranquila bahía que en alta mar. Aquí se quitarán los miedos. Asígnelos a los marineros más experimentados y que se les den mejor los jóvenes. 

-   Sí, capitán.

Colocar a los jóvenes guardiamarinas con marineros expertos era lo mejor. Eugenio había aprendido mucho de un marinero muy experimentado. Además lo había tratado como si fuese su propio hijo. Eugenio creía que esa forma de aprendizaje era la más obvia para los jóvenes.

Mientras Romonés llamaba a los otros tenientes, al contramaestre y al condestable, para indicar lo de los ejercicios, Eugenio estaba atento al Vera Cruz, a la espera de ver a su capitán marcharse hacia tierra. Eugenio estaba quieto en el alcázar y sabía que nadie le molestaría. Tras una espera que no supo calcular, la falúa de don Rafael se separó del navío. 

-   Señor Romonés -llamó Eugenio. 

-   La falúa esta lista, capitán -gritó Mariano, que se dirigió hacia donde estaba la escala, sacando la cabeza por la borda y añadió-. Listos ahí, baja el capitán. 

-   Hasta luego, teniente. La fragata es suya -se despidió Eugenio antes de empezar a bajar por la escala.

Según Eugenio llegó a la falúa y se sentó junto al guardiamarina encargado, este empezó a dar las órdenes pertinentes para separarse de la fragata y poner rumbo al puerto. El rumbo de la falúa la puso pronto en la estela de la de don Rafael, pero con el espacio suficiente para que este pudiera descender en el puerto, sin que ellos les pisaran los talones. Eugenio, libre de dar órdenes, pudo observar como otra falúa se ponía en movimiento. era la de la Nuestra Señora de Begoña. Luego tocaría los botes de las corbetas.

Al llegar la falúa de Eugenio al muelle del puerto, vio a don Rafael, de pie junto a un carruaje, de caja oscura y grande. Eugenio descendió a tierra, se despidió del sus hombres y subió la escalinata, acercándose a don Rafael. 

-   Buenos días, señor -saludó Eugenio. 

-   Buenos días, capitán -lo devolvió don Rafael-. A ver si llegan el resto de capitanes y nos ponemos en marcha. 

-   ¿Sabe lo que ocurre, señor? 

-   No, en principio hoy no iba a reunirse con nosotros el gobernador -negó don Rafael, que estaba más serio que ayer, lo que indicaba que estaba preocupado-. Tengo un mal presentimiento con todo esto. 

-   A mí tampoco me gusta esta situación -aseguró Eugenio-. Creo que… 

-   Luego lo hablamos, llega el capitán de la Osa -advirtió don Rafael.

Eugenio asintió con la cabeza y se calló. Cuando llegó hasta ellos, el capitán de la Osa les saludó, hizo alguna pregunta como la que había hecho Eugenio, pero los otros le indicaron que no sabían nada, que en el fondo era la realidad. Cuando llegaron Álvaro y Marcos, que solo saludaron, ya que no se veían con la confianza de tratar de tú a tú con don Rafael y parecía ligeramente desmejorados, se subieron todos en el carruaje, que se puso en marcha en dirección al palacio del gobernador.

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