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martes, 19 de abril de 2022

Falsas visiones (12)

Los primeros rayos del Sol despertaron a Rufo, que se desperezó a la vez que se alzaba. Su fogata se había reducido a unas ascuas medio apagadas. A su lado, medio sentado, medio caído roncaba tranquilo Varo. Recordaba cuando se habían turnado en la vigilia, pero parece que su amigo no había sido capaz de aguantar el sueño. De todas formas, estaban demasiado bien rodeados, pues en un par de miradas pudo ver a los siervos de Spartex y sus guardias. Pero al poco se dio cuenta que había más guardias que siervos. 

-   Los carreteros también son soldados -dijo alguien a la espalda de Rufo, por lo que se volvió a ver. Era Lutenia, la hija de Spartex-. Mi padre solo contrata antiguos soldados. Le gusta darles una segunda oportunidad cuando sus ejércitos les han dado la espalda. Aparte de los guardias partos, hay germanos, griegos e incluso cartagineses. 

-   Serán descendientes de los cartagineses -murmuró Rufo, observando a Lutenia, que estaba lo más cerca que nunca la había tenido. Era curiosa su vestimenta, ya que eran varias túnicas superpuestas, como un varón. La trenza larga y castaña, sus facciones delicadas y su voz suave la delataban como mujer. Aun así, podía costar a uno darse cuenta, ya que en el oriente había muchos hombres con esos rasgos-. Cartago fue vencida hace mucho. 

-   Puede ser -asintió Lutenia, que señaló a Varo-. Tu amigo no es bueno haciendo guardias. Si no estuvieseis con nosotros os habrían pasado a cuchillo en la noche. 

-   Es un buen guerrero -intentó Rufo defender a su amigo-. Pero le puede el sueño. Sobre todo si le están defendiendo tan valerosos guerreros. 

-   Ahora son valientes, gracias al oro de mi padre -comentó Lutenia-. Pero en sus ejércitos unos gallinas o igual, traidores. Lo que ves es lo que se consigue con el oro. Lucharán y morirán por él. Pero no por reyes o césares. Mi padre siempre lo dice, nadie puede ganar a las águilas. No se las puede detener, no se las puede vencer, donde pisan, se establecen. Por eso es mejor comerciar con ellos que hacerles la guerra. 

-   Sabias palabras -aseveró Rufo. 

-   Puede ser -repitió Lutenia, como si no lo creyese del todo-. Nos pondremos en marcha pronto. Si no estáis listos, no os esperaremos. Solo sois unos soldados, ¿no? No podemos trataros como hombres poderosos o ricos, ¿no?

Lutenia no permitió que Rufo la contestara, sino que se dio la vuelta y se marchó hacia el centro del campamento, donde estaban las dependencias de Spartax. La muchacha iba dando unos ágiles saltitos, que le dejaron sorprendido a Rufo. Tenía que ser entrenada para moverse así. Pero porque Spartex iba a instruir de esa forma a su propia hija. Era algo que en verdad le dejaba perplejo. Pero algo sí que tenía que hacer, y se lo había recomendado Lutenia. Se levantó, se recolocó la armadura, ya que había decidido dormir con ella y por lo que le dolía el cuerpo, no había sido buena idea. Se acercó a Varo y lo zarandeó hasta que se despertó. 

-   Un poco más, Tulcra, aún no es de día -se quejó Varo, sin abrir los ojos aún. Rufo lanzó un suspiro. Tulcra era una de las criadas de su padre, una esclava joven que había comprado recientemente. Así que era una de las nuevas conquistas de su amigo. Claramente a su padre no le iba a hacer gracia que la hubiese dejado preñada tan pronto. 

-   Levantate de una vez, mal bicho -espetó Rufo intentando imitar la voz de Atello, aunque solo pudo usar las mismas palabras que él hubiese usado-. Maldito imberbe destetado. 

-   Ya estoy despierto, padre -afirmó Varo, irguiéndose, abriendo los ojos y descubriendo que no era Atello quien le despertaba y que no estaba en el lecho con Tulcra-. ¡Maldita sea tu estampa! Aun es muy pronto y yo estaba tan bien… 

-   Así que también has conquistado a Tulcra -dijo caer Rufo, sonriendo malévolamente. 

-   Yo, no… Espera, ¿tú cómo sabes eso? Nadie nos ha visto -empezó hablar a trompicones Varo. 

-   Hablas en sueños de tus amores, tonto -se burló Rufo-. Entiendo como tu querido padre se entera de todo lo que haces, incluso cuando no está presente. Será que la culpa te obliga a contarnos a todos lo que haces mientras duermes, amigo. 

-   ¡Maldita sea! 

-   Bueno, no es hora de lamentaciones -cortó Rufo-. Spartex se va a poner en marcha pronto. Debemos preparar nuestras cosas. No nos van a esperar. Aunque la verdad, ¿por qué tendría que retrasarse por un par de soldados? A recoger. 

-   Sí, padre -dijo con sarcasmo Varo, poniéndose de pie.

En poco tiempo se prepararon para seguir su viaje. Un criado llegó con unas lonchas de jamón ahumado algo seco y algo de pan rancio. Un desayuno simple y algo pobre, pero que sintió de maravilla a los dos amigos. Cuando los siervos de Spartex empezaron a colocar los caballos de carga en los carros, Varo y rufo ya estaban sobre sus cabalgaduras, listos para ponerse en marcha, como el resto de la caravana. Pasaron así, descansando un rato, después un criado les indicó que debían ir tras el carro de Spartex, en el centro de la caravana. Así lo hicieron y todo el grupo regresó a la calzada, para seguir viajando hacia su destino.

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