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martes, 29 de septiembre de 2020

El dilema (43)

La instrucción de la mañana había sido dura, incluso para Alvho, que normalmente estaba exento por su posición de segundo de Selvho. Estaba recuperando el aliento, cuando un guerrero, un ordenanza del tharn Aurnne se acercó a Selvho. Habló con él algo y se puso casi de inmediato en marcha. Selvho se quedó mirando al guerrero al marcharse, pensativo, tras lo que se volvió a Alvho. 

-    El tharn Aurnne nos convoca inmediatamente en su tienda -anunció Selvho. 

-    ¿Nos? -inquirió Alvho. 

-    Parece que nos convoca a los dos, amigo -indicó Selvho-. Al final parece que le has caído simpático al tharn. Vamos a la tienda a refrescarnos y no le hagamos esperar. 

-    Que así sea -aseguró Alvho, bastante desconcertado por ser llamado ante el general en persona.

Selvho dejó a los reclutas en manos de sus dos hombres de confianza y se puso frente a Alvho, que le seguía en silencio. Alvho tenía un mal presentimiento de esta llamada por parte del tharn. Pero prefería tener su boca cerrada, porque era mejor callarse sus miedos ante Selvho. Su relación con Selvho se podría deteriorar si hacía de menos al tharn Aurnne, ya que el viejo soldado tenía idealizado al viejo general.

No tardaron mucho en asearse. quitándose el sudor del entrenamiento y se presentaron ante la tienda del tharn. Selvho se presentó al guardia de la entrada y les indicaron que esperasen. Al poco fueron llamados por el ayudante del tharn, que les hizo pasar al interior de la misma. Dentro, había muebles y algunas comodidades que no tenían ellos. Pero lo que más le interesó a Alvho fue que aparte de esas comodidades, la mayoría de las cosas que había allí dentro le hacían ver al tharn Aurnne como un guerrero de vida espartana. Había visto tiendas de tharns y therks más jóvenes que Aurnne que no podían prescindir del lujo en las campañas militares.

El ayudante les señaló un par de taburetes, cerca de una mesa redonda llena de papeles y mapas. Selvho no se sentó y Alvho le imitó. El ayudante les indicó que esperasen y se marchó. Los dos hombres se mantuvieron en un silencio sepulcral. Mientras Selvho mantenía la mirada fija en algún punto de la tela de la tienda, Alvho prefería echar miradas a lo que le rodeaba. 

-    Gracias por venir tan rápido como habéis podido -dijo la voz de Aurnne a sus espaldas, lo que hizo que ambos se dieran la vuelta-. Hoy está siendo un día bastante desastroso. ¿Supongo que ya estaréis enterados del problema? 

-    ¿El problema? -repitió Selvho. 

-    ¡Hum! Selvho, mejor deja hablar a tu segundo -pidió Aurnne-. Te he hecho venir porque quedaba un poco raro que le hiciese venir solo a él, aun hombre que no es ni un therk. Sé que eres un gran guerrero, como lo soy yo, pero ambos somos viejos. ¿Cuál es el problema, Alvho? 

-    Habéis recibido un mensaje de Thymok -respondió Alvho-. desde Thymok os ordenan cruzar el gran río y llevar a cabo la misión. Creen que tenéis hombres suficientes para ello. Pero vuestro problema real es que no queréis llevar a cabo esa orden. 

-    Tenéis un segundo muy listo, Selvho -dijo Aurnne. 

-    Pero también tenéis el problema del puente -prosiguió Alvho-. El mensajero de Thymok ha llegado después de que la obra haya colapsado. Ahora dudáis si es mejor ajusticiar al jefe de obras, para de esa forma impedir que se enteren en Thymok que le habéis presionado para que ralentice las obras. Incluso podría hacer llegar a los oídos de Dharkme que habéis mandado a varios de vuestros más leales guerreros a sabotear la construcción. 

-    ¿Cómo sabes eso? -quiso saber Aurnne, sorprendido por las palabras de Alvho. 

-    Me lo había figurado y ahora vos me lo habéis confirmado -explicó Alvho-. Nuestra conversación a primera hora me ha ayudado a pensar así. 

-    En ese caso, ¿qué debería hacer ahora? -preguntó Aurnne. 

-    Dejadme pensar -pidió Alvho.

Alvho se quedó pensativo durante unos minutos. Selvho siguió silencioso, mirando a algún punto de la tienda y Aurnne tomó uno de los taburetes, lo colocó junto a la mesa y se sentó. Tras eso miró a Selvho.

-    Selvho, puedes sentarte y esperar -le señaló otro de los taburetes-. Los soldados viejos ya no podemos ser como los jóvenes. Algo te pasa por la cabeza. Dilo sin miedo. 

-    ¿Alvho tiene razón con lo del puente? 

-    Te parece raro, ¿verdad? -inquirió Aurnne, pero al ver que Selvho no le iba a responder, suspiró-. Selvho, no sé si te has visto al espejo. Ambos somos unos viejos. Yo ya no quiero ir a otra guerra. Esperaba morir en mi cama. Pero ahora al señor Dharme le da por hacer una guerra. Porque eso es lo que es, una guerra. No vamos a pegarnos por unos metros de campo, contra algún vecino o los cuervos negros. No, vamos a tocarles los huevos a los del otro lado del río. Y menudo ejército, muchos tan viejos como nosotros y los otros unos jóvenes imberbes. Y lo peor, la mayoría no han usado un arma noble en su vida. No Selvho, eso no es un ejército. Piénsalo, nos mandan a nosotros porque ya no servimos de nada, no van a mandar guerreros diestros, no.

Selvho iba a contestar, pero prefirió callarse y esperar la respuesta de lo que Alvho estuviese pensando.



El mercenario (45, final)

La lluvia caía con fuerza durante esa noche. La lanzadera de Jörhk que ahora tenía instalada el sistema de camuflaje, se había podido acercar a la finca donde residía su nuevo encargo para la armada, petición del teniente Colt, pero seguramente orquestada por el tharkaniano. Jörhk desconocía porque la armada estaba sacando a ingenieros e investigadores de Marte y otros planetas del sistema Solar. Pero ni se había llegado a plantear el por qué de estas acciones. Llevar a los investigadores y normalmente a sus familias a lugares seguros le reportaba una buena cantidad de dinero, aunque ahora la tenía que compartir con su equipo.

Mientras Diane y Jörhk habían ido hasta la casa de la ingeniera, para escoltar hasta la lanzadera a la mujer y su familia, en la lanzadera estaban Olghat y Jane. El tharkaniano estaba a los mandos de la lanzadera, atento a los sensores y a cualquier cosa rara. Jane, en cambio, permanecía de pie junto a la compuerta, lista para abrirla según Jörhk lo ordenase y armada por si tenía que repeler el fuego. De todas formas, nadie les importunaría, ya que no habían sido detectados. Pero había que tener cuidado pues la finca estaba bajo el control de varias unidades de la milicia. Por lo visto el gobierno creía que la ingeniera podía estar ocultando parte de su investigación, algo relacionado con un arma que podría decantar la guerra a quien la poseyera. Pero ella no quería ni entregar su investigación al gobierno ni trabajar para ellos. Por ello, la habían obligado a una detención en el hogar. Una estancia vigilada.

Pero sus patrones les habían enviado a sacar de allí a la investigadora y llevarlas a un lugar más acorde con sus necesidades y ansias de libertad. Su destino sería la nueva ciudad que se estaba construyendo en el sistema Erbock, que parecía que iba a ser un lugar que rivalizaría con la actual capital administrativa y económica de la confederación, Marte.

Jane escuchó una orden por su intercomunicador y abrió la compuerta, descendiendo por la rampa, para ayudar a los civiles, que se acercaban con un carro deslizante y cargados con todos los enseres que no podían prescindir a donde se marchaban que desde el punto de Jörhk, más que a una zona segura era un exilio. Pero nunca se lo comentaba a aquellos que ayudaban.

-   ¿Qué tal ha ido? -preguntó Jane, acercándose a Jörhk.
-   Fácil, demasiado fácil -indicó Jörhk, mientras revisaba el perímetro, como hacía siempre-. Ayuda a Diane con las cosas de los vips y distribuyelos por la bodega. Que la carga esté bien sujeta.
-   No te preocupes, aquí ha estado todo tranquilo. La milicia no va a salir con esta lluvia de sus vehículos -aseguró Jane, que antes de marcharse a ayudar a la muchacha que Jörhk había adoptado-. ¿Tras este trabajo que vas a hacer? Tenemos bastante dinero.
-   Los jefes me hablaron de un puesto en una colonia lejana -señaló Jörhk-. Parece que necesitan a alguien habilidoso para mantener la paz en la colonia. Es una de tipo minero. Seguro que tienen peleas y mucho borracho.
-   ¿Y creen que tú vas a ser el idóneo para mantener la paz? No son demasiado listos, me temo -se burló Jane.
-   Podríais venir vosotros también, y montar una taberna o otro “Estrellas Fugaces” -dijo Jörhk-. Pero será mejor que nos vayamos no me gusta esto. Estamos expuestos.
-   ¿Un nuevo “Estrellas Fugaces”? Podría ser -murmuró Jane, que añadió marchándose hacia el interior de la lanzadera-. A sus órdenes mi sargento.
-   ¡Bah!

Jörhk echó un último vistazo a lo que le rodeaba, unos cuantos árboles medio pelados y la película de agua que caía monótonamente. Cuando revisó que no quedaba nada fuera de la nave y los vips estaban sentados en los asientos de la bodega, subió por la rampa, cerrando la compuerta tras él y la lanzadera desapareció gracias al camuflaje, elevándose hacia el cielo, de vuelta al espacio, lejos de Marte y sus problemas políticos, sociales y de razas, que iban en aumento día a día.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Aguas patrias (4)

Eugenio cerró su catalejo y paseó junto al pasamanos de la borda de babor. Las guardias siempre eran así. Debía comprobar que todo estuviese bien, pero en este caso, como los oficiales y los marineros estaban tan bien instruidos, no tenía que hacer demasiado.

- ¡Cubierta! ¡Cubierta! -gritó alguien lo alto del palo mayor, por lo que Eugenio miró hacia arriba-. ¡La Santa Ana hace señales! ¡Velas en el horizonte! ¡Podría ser un navío o varios!

- Señor Ortegana vaya a la cabina y preséntele mis saludos al capitán -ordenó de inmediato Eugenio al guardiamarina-. La Santa Ana comunica que ha encontrado navíos en el horizonte.

- Sí, señor -afirmó Lucas Ortegana en un susurró. El guardiamarina era muy tímido y le costaba hacerse oír, lo que solía valerle una buena reprimenda de los oficiales superiores.

- Señor Reina, preparé las señales -Eugenio le habló al otro guardiamarina que estaba en el alcázar con él. Era el guardiamarina de más edad, tenía dieciocho años, era arrojado y muy astuto. Pero no era muy hábil con los cálculos y las operaciones complejas, como el asunto de las banderas de señales, algo que un futuro oficial debería saber y distinguir-. Señor Reina, pregunte al Santa Ana posición y rumbo de las velas detectadas.

- Sí, señor -asintió Manuel Reina, con una voz potente, moviéndose por la cubierta.

Manuel hizo que un par de marineros le ayudasen y en poco tiempo las primeras banderas subían por la driza de señales. Eugenio la observaba y chasqueó la lengua.

- Señor Reina quiero saber el rumbo de los barcos detectados, no del Santa Ana -espetó Eugenio, con tono de enfado fingido.

- Sí señor -se limitó en contestar Manuel, pues sabía que cualquier otra cosa no serviría para mitigar su error con las banderas. Las cuales descendieron con rapidez.

- Eso está mejor -murmuró Eugenio cuando las banderas buenas subieron por la driza.

- ¡Cubierta! ¡Las velas están situadas a tres cuartas de la amura de babor! -gritó el marinero de la cofa tras pasar unos segundos-. ¡Su rumbo es suroeste sur!

- Buenos días, señores -dijo don Rafael que había aparecido en la cubierta, vestido con su casaca de trabajo y una capa por encima-. Así que tenemos a alguien que quiere pasar cerca. Señor Eugenio, ordene al Weasel que se acerque a nosotros a distancia de bocina.

- A la orden capitán. Señor Reina, las señales al Weasel, rápido -repitió la orden del capitán al guardiamarina.

Don Rafael se acercó al pasamanos de babor del castillo. La mayoría de los marineros y oficiales que se encontraban en el alcázar le dejaron sitio, dando unos pasos a estribor. Solo Eugenio se acercó, llevando su catalejo en la mano, a la vista del capitán. Don Rafael le hizo un gesto para que se lo dejase, lo abrió y empezó a escudriñar el horizonte, donde debía estar el Santa Ana, pero desde la cubierta no se le podía ver.

- Deben ser ingleses, rumbo a Port Royale -indicó don Rafael de improviso, como si pensara en voz alta, pero era perfectamente audible para Eugenio. Un capitán podía iniciar así una conversación si esperaba que un oficial inferior le sirviera de fuente de consejo. Eugenio nunca podría haber comenzado a hablar, la disciplina se lo impedía-. Sin duda se nos acercarán poco a poco. Si son presas hay que atraerlas a una trampa y el Weasel va a servir para ello.

- Aunque podrían ser navíos de línea, señor -añadió Eugenio-. Nosotros solo contamos con el Vera Cruz y aunque la Santa Cristina es una fragata pesada, la Santa Ana no.

- Dudo mucho que haya navíos de línea sueltos por el caribe -negó don Rafael-. No, todos los buques de guerra estarán en la flota del almirante Vernon. Tienen que ser como mucho fragatas o igual navíos mercantes.

- Pronto lo sabremos -señaló Eugenio, pues esperaba que el capitán de Rivera y Ortiz fuera informando de cada detalle que le fuese preciso.

- Pero antes de que los ingleses se den cuenta, prepararemos nuestra trampa -aseguró don Rafael-. Y lo que ideado será interesante para los ingleses. A ver si el teniente Ortuño se da prisa con el bergantín.

El teniente Ortuño era el tercer teniente de la Santa Ana, ya que ellos habían tomado el bergantín y don rafael había permitido que fuese un grupo de marineros y un teniente de esa fragata la que mandará en el bergantín. El mercante, más marinero que el pesado navío cruzó la estela, colocándose en el costado de babor, a distancia de bocina, listo para recibir las órdenes de don Rafael.

Ascenso (46)

Los últimos minutos se le pasaban como si durasen horas enteras. Siempre le pasaba eso cuando estaba en el muro de escudos y los enemigos estaban a punto de chocar con ellos. Eran los últimos compases los que decidían toda la lucha y cuando el primero de los enemigos pisó uno de los abrojos que habían puesto en el puente supo que era el momento. Los estandartes de Thabba y el del grupo del señorío de los Mares fueron lanzados fuera de la torre. En su lugar apareció sus propios colores. Al mismo tiempo, a lo largo de la empalizada que daba al pantano aparecieron las estacas con las cabezas de los hombres de los Mares, así como una infinidad de arqueros, listos para defender la empalizada. El enemigo, sorprendido por los gritos de los camaradas que tenían los pies perforados por las puntas de acero de los abrojos, por las cabezas en estacas y las de los cientos de defensores, no sabía qué hacer. El que los dirigía no sabía que hacer, pues su camino se había visto entorpecido por unas trampas en el suelo y además el puente levadizo permanecía levantado.

A Ofthar desde su posición, le pareció que llamaba a los de la puerta, para saber lo que pasaba, pero Elthyn tenía órdenes de hacerse el loco, para dar tiempo a Rhime a meter más guerreros en la plaza, así como a mover arqueros por el exterior de las murallas. Al oficial le costó darse cuenta de que las cosas habían cambiado. Ni una sola vez se le ocurrió ver que los estandartes habían cambiado y eso fue su principal error. Estaba a punto de ordenar dar media vuelta, cuando una flecha se clavó en su cuello, ante la sorprendida mirada de sus camaradas, que levantaron los escudos instintivamente. El cuerpo se cayó en el canal por el hueco dejado por el puente levadizo.

En ese momento, las flechas comenzaron a silbar por el aire, clavándose en los cuerpos desprotegidos y en los escudos por igual. Sin el oficial para dar órdenes precisas, el miedo a la muerte y el caos se apoderaron de la columna. Se rompió la formación en varios puntos, lo que provocó más bajas por obra de los arqueros. A su vez, la desesperación por sobrevivir hizo que unos golpearan a otros para obtener un hueco para huir. Muchos cayeron por los bordes de la plataforma de madera. Las aguas cenagosas del canal se tragaron a los hombres que cayeron en ellas. Se podía como algunos intentaban chapotear en el canal, pero el peso de sus armaduras era un lastre y el fango del fondo una trampa mortal. Los desesperados removían el fondo antes de morir, por lo que las aguas se tiñeron de oscuro y las leyendas anidaron con fuerza en las mentes de los guerreros. Siempre se había dicho que en los pantanos moraban bestias al servicio de Bheler, capaces de devorar a hombres enteros.

Los miedos de antaño, el temor de la muerte y el letal trabajo de los arqueros destrozaron la columna. Tras una hora, los cadáveres se apilaban sobre el puente, pero había muchos más que se había precipitado a las aguas negras que se movían tranquilas bajo el mismo. Algunos consiguieron escapar del puente, pero en un estado de locura impensable. Ofthar, desde la torre vio cómo huían corriendo, lanzando alaridos y pasaron de largo la aldea, perdiéndose de vista en unos bosques cercanos. El enemigo ya no enviaría nadie más, pues ya le tenían que haber llegado las noticias de la trampa del puente a Whaon.

-   Mi señor, se acercan un par de canoas al puerto -advirtió uno de los vigías.
-   Bueno, ya era hora que Mhista volviese -murmuró Rhennast, mientras volvía la mirada hacia la parte de la torre por donde se podía observar el canal.
-   Manda guerreros al muelle, Rhennast -ordenó Ofthar, ya que veía que las canoas llegaban con más hombres que los doce que habían salido manejando los barcos-. Algo ha salido mal, hay van más hombres de los que debían venir.
-   Sí, mi señor -asintió Rhennast, dándose cuenta de lo que decía Ofthar.
-  Tú te quedas aquí, Maynn -indicó Ofthar-. Te necesito aquí.

Ofthar había visto la necesidad de Maynn de ir a ayudar a Mhista, pero era mejor que no fuese. Los hombres hablarían de ello. Ya era mala la situación actual entre ambos guerreros y las habladurías. No iba a permitir nuevas durante una batalla. Los guerreros eran extrañamente más supersticiosos que luchadores. Podían alegar que esa relación tan cercana de la que ellos hablaban sin saber la verdad, daba mala suerte y poner orden. No sería la primera vez que un guerrero o tharn había aparecido con una espada clavada en la espalda, solo por que se rumoreaba de él o sus hábitos. No echaría más madera al fuego que ya había nacido en los corazones de los guerreros.

Se mandó a Orot al mando de un nutrido grupo de guerreros que esperó la llegada de las canoas en el muelle. Ofthar observaba con detenimiento la operación, junto a Rhennast. A Maynn la había puesto a escrutar el otro lado del canal. Cuando las canoas llegaron a la cala, un clamor se extendió por ella. Pudo ver que Orot era uno de los que más gritaba. Los hombres, guerreros de los Mares, supuso Ofthar empezaron a bajar de cada canoa. Sus caras eran tristes e iban con las manos desnudas. Eran prisioneros o no entendía nada Ofthar. También vio descender a Mhista y Elther, de una pieza, aunque con los rostros ennegrecidos. Pronto podría saber qué es lo que había pasado.

martes, 22 de septiembre de 2020

El mercenario (44)

El oficial humano que había dado el trabajo a Jörhk y llevaba el uniforme de teniente de navío, pero con la insignia de primer teniente, por lo que era la mano derecha del tharkaniano.

-   Ha montado un buen lío en Marte, señor Larsson -dijo el teniente-. Queríamos algo limpio y sencillo. Pero se ha decidido por pisar un avispero. Por lo visto la milicia está intentando ocultar que ha perdido un caza y muchos hombres. Los primeros informes hablan de grupos radicales en el barrio Berlín. La milicia será muy expeditiva en ese barrio, me temo.
-   He traído al profesor Trebellor a salvo y de una pieza, que es lo que querían, sin meter a la armada en el asunto, ¿no?
-   ¡No sé si se ha fijado que esta nave ha desintegrado una nave civil hace unos minutos! -espetó el teniente con vehemencia-. Las naves de guerra no pueden ir abriendo fuego contra naves civiles.
-   Pues a mi me ha parecido que era una nave pirata que se ha negado a rendirse ante una nave mucho más poderosa -indicó Jörhk-. De todas formas, seguro que esta nave habrá recibido la descripción de varias lanzaderas que han abierto fuego contra un transporte de combustible en la ruta de las gradas mercantiles.
-   ¿Pero que se cree usted… -comenzó a decir el teniente.
-   Teniente Colt, ya basta, así no vamos a llegar a nada -intervino el tharkaniano-. Supongo señor Larsson que sabe quién soy yo -Jörhk asintió con la cabeza-. En ese caso, creo que me gustaría escuchar su informe, señor Larsson. Claramente le pediré que me acompañe a una sala un poco más confortable. Pero lo primero, lo primero. Señor Thorn, puede acompañar al señor Trebellor al camarote donde están sus pertenencias.

Dos tenientes se adelantaron y se llevaron al profesor Trebellor que seguía medio ido. Se quedó el teniente del grupo de inteligencia y Colt.

-   Bueno, señor Larsson, si me quiere acompañar -indicó el tharkaniano, pero su tono era más una orden que una petición formal.
-   En la lanzadera hay tres muchachas, que tal vez requieran de algo de la hospitalidad de la armada -informó Jörhk, como si estuviese dando las nuevas a un oficial recién llegado al frente. Lo había hecho tantas veces en su vida que le era ya algo mecánico.
-   ¡Hum! -murmuró el tharkaniano, mirando al interior de la lanzadera-. Una humana y dos shirats. Bien, señor Colt, encárguese de que sean tratadas como ha dicho el señor Larsson, con toda la hospitalidad que la armada puede otorgar. Señor Larsson cuando esté listo venga conmigo.
-   Gracias -dijo Jörhk.

Jörhk regresó a la lanzadera y les explicó lo que iba a pasar a continuación. Él tenía que presentar su informe ante su superior y contratante, que era el tharkaniano. Ellas debían acompañar al humano, al teniente Colt, que seguramente las llevaría al comedor de oficiales de la nave. Cuando terminase de hablar, se volverían a encontrar con ellas. Ulvinnar y Diane estuvieron poniendo pegas, pues no se querían separar de Jörhk, pero las consiguió convencer.

Por fin, Jörhk volvió a salir y el capitán tharkaniano le hizo un gesto para que le acompañase. Aunque ahora Jörhk era un civil, más bien un mercenario, seguía teniendo muy presente sus viejas costumbres y solo respondía a las preguntas del tharkaniano. Este le preguntó sobre la historia de la lanzadera, pues no se solían ver ese tipo de naves en el territorio de la Confederación sobre todo en esta época de paz. Jörhk le contó cómo la había conseguido. La necesitó para sacar a su equipo tras una misión de sabotaje en una luna imperial. El tharkaniano estuvo escuchando con cierta curiosidad y alabó la acción. Incluso llegó a comentar que la armada había perdido a un buen soldado tras la última guerra. Tras ellos iba el oficial de inteligencia, silencioso y adusto.

Los pasos les llevaron hasta una sala de juntas, donde el tharkaniano tras indicarle que se sentase y obsequiarle con el refrigerio que pidiese, pero Jörhk prefirió no beber nada. Por fin llegó la hora de informar de todo lo que había pasado en el barrio Berlín. Jörhk se puso a contar como y donde había encontrado al profesor Trebellor. Cuando contó lo del tugurio de las sobrinas, el oficial de inteligencia no pareció reflejar ningún sentimiento, pero el tharkaniano no pudo evitar una mueca de desagrado incluso asco. En ese punto, el tharkaniano indicó que sus jefes recibirían una nota sobre los gustos del profesor, de cara al futuro. También estuvo atento a cómo se habían unido la muchacha humana y las dos shirats a su curioso grupo y sobre todo le preguntó a Jörhk que quería hacer con ellas. No tuvo ningún reparo en enviarlas de vuelta a su planeta junto a uno de sus hombres de confianza. hacía poco que se había instalado una nueva base militar en el sistema Shirat para acabar con el secuestro de shirats de su planeta.

-   Con respecto a las intenciones que parece tener de ahora en adelante, nosotros podríamos tener unos trabajillos extras -indicó el tharkaniano-. Creemos que son menos peligrosos o  complicados que el del profesor Trebellor, pero requieren pies de plomo.
-   Podría montar un pequeño equipo -pensó en voz alta Jörhk.
-   Un comando podría ser lo mejor, señor Larsson -asintió el tharkaniano-. Y si quiere hacer lo otro, podría tener un par de puestos vacantes para usted. le pasaré la información con el pago de este trabajo. Señor Park, acompañe al señor Larsson con las muchachas. Que tenga suerte señor Larsson, los tiempos están cambiando y para mal.

El oficial de inteligencia se levantó y le señaló la compuerta. Él se encargó de llevar a Jörhk junto a las muchachas que sonrieron al verle llegar.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Aguas patrias (3)

Eugenio volvió a la realidad cuando escuchó como la rueda del timón se movió ligeramente.

- Cuidado con la rueda, no podemos abatirnos ni un grado del rumbo -advirtió Eugenio a los tres marineros, que asintieron con la cabeza-. Señor Ortegana, mi catalejo, por favor.

Uno de los guardiamarinas se movió y entregó el objeto requerido a Eugenio. Con el tubo entre las manos, Eugenio se acercó a la borda de popa, extendió el catalejo y miró hacia la estela. En ese momento, cruzaba la estela del Vera Cruz el Waesel, un pequeño bergantín que habían capturado hacía dos días. Lo habían cazado por casualidad. Era un mercante inglés que se había desviado de su ruta por culpa de una tormenta. Iba cargado de pertrechos navales, algo de pólvora, tabaco y algodón de las colonias americanas. Era una buena presa y le daría un buen oro al capitán. Tras el Waesel, iba la Santa Cristina, una fragata vieja, pesada, de treinta y dos cañones. Tras ver las luces de los dos barcos, se giró y se acercó a la borda de babor, enfocando hacia algún punto por la amura. Tras un poco, consiguió detectar las luces de la Santa Ana, una fragata ligera de veintiocho cañones. El capitán la había mandado de descubierta, hacia el Atlántico, mientras él y el resto de barcos viajaban más cerca de tierra.

En sí, a Eugenio le había sido una sorpresa que don Rafael fuera a comandar una escuadra. El gobernador le había otorgado el cargo temporal de comodoro. Eugenio se había enterado de ello en la cena que había dado don Rafael la misma noche que había llegado al Vera Cruz. Su sorpresa fue mayor al ver a viejos conocidos suyos, como capitanes de la Santa Cristina y la Santa Ana. El capitán de la Santa Cristina era un hombre de baja estatura de nombre Amador Trinquez, originario de Cádiz. Eugenio y él habían servido juntos como guardiamarinas en el Dragón, un setenta y cuatro cañones, el primer tres puentes que capitaneó don Rafael. Ambos aprendieron mucho, pero Amador, ligeramente mayor que Eugenio, hizo el examen de teniente y siguió su camino. Amador tenía el pelo castaño y unos ojos verduzcos. Cuando convivió con él en la camareta de guardiamarinas, era un joven alegre, chistoso y muy afable. Según Eugenio entró en la sala, Amador se acercó y le saludó como cuando eran guardiamarinas. Sin duda el tiempo no le había cambiado mucho. El capitán de la Santa Ana, era Juan Manuel de Rivera y Ortiz, el tercer hijo de un terrateniente de México. Por lo que sabía, ese terrateniente tenía inmensas posesiones a ambas márgenes del río Grande. Como aún recordaba bien a sus ancestros españoles, había decidido que no todos sus hijos se quedarán en tierra. Eugenio estaba seguro que le estaba financiando los ascensos, pues no hacía mucho que había coincidido con él como tercer teniente. Eugenio no negaba que el muchacho tenía potencial para ser un buen marino, pero le faltaba experiencia. De por sí, Juan Manuel podría haber pasado los exámenes de forma normal. El que le hubieran asignado a la escuadra de don Rafael, lo más posible es que fuera porque al almirante Torres no le gustaba tener que ser su niñera. Habían coincidido en otro barco, como guardiamarinas, aunque en ese caso, Eugenio era quien ascendía a teniente y Juan Manuel aún debía quedarse más tiempo para su formación. Viéndole tuvo una pequeña punta de envidia, pero se olvidó enseguida, pues como don Rafael tenía el cargo de comodoro, él tendría que actuar más como un capitán que como un primer teniente. Si se distinguía en ese puesto, tal vez pudiera mantener el cargo, aunque no le concedieran un tres puentes, pero con una corbeta o una fragata se podría conformar.

- Bueno señores, el gobernador ya me ha dado la luz verde -dijo don Rafael, cuando el último plato estuvo sobre la mesa y las copas de plata bien llenas-. Mañana con la marea pondremos rumbo a la mar. El Vera Cruz y la Santa Cristina navegaremos juntos, pero Juan Manuel, quiero que lleves la Santa Ana a distancia de cofa, hacia alta mar. Nos avisarás cuando veas algo. Iremos así hasta el estrecho de la Mona. Allí, haremos una escala de aprovisionamiento en Santiago. Después volveremos a salir para hacer un roto en el comercio inglés. ¿Qué les parece, señores?

Todos los allí presentes jalearon a la pregunta de don Rafael, pues todos esperaban llenar su bolsa con las presas que pudieran capturar. La conversación fue yendo de un tema a otro, hasta que se terminó la comida, el postre y todo lo que los allí presentes fueron capaces de meterse entre pecho y espalda. Lo único que parecía no acabarse fue el vino, lo que indicaba que el capitán tenía bastante en el barco. Cuando pasaron de las doce de la noche, los capitanes se fueron marchando. Eugenio, por petición de don Rafael, les acompañó y ayudó a que llegarán a sus botes en perfecta forma. Después regresó al camarote de este. Le encontró sin la casaca y con la camisa abierta unos botones, tirado en su coy. Por un momento pensó que se había dormido y se decidió a marcharse.

- ¿Les has dejado bien en sus botes? -preguntó don Rafael, en voz baja-. Juan Manuel iba muy perjudicado, ¿no?

Eugenio pensó en cómo había acabado la noche el joven capitán, con demasiado alcohol y quejándose de un calor impropio. Se había dedicado a contar sus batallas románticas y sus conquistas de cama con demasiada literalidad, impropias de un caballero. Dos hombres le habían arrastrado hasta la borda y habían tenido que bajarlo al bote con una guindaleza, temiendo que acabará en el agua si le dejaban descender la escala solo.

- Supongo que la falta de experiencia en la mar no es lo único que le falta -prosiguió don Rafael, sin esperar respuesta por parte de Eugenio-. Espero que sea más útil cuando haya dormido la mona. Necesitaré de todos mis hombres para la misión.

- En ocasiones un poco de vino viene bien para tomar por asalto un barco enemigo -indicó Eugenio.

- Puede ser, pero no solo vamos a fastidiar al inglés -murmuró don Rafael-. El gobernador quiere que hagamos lo que Torres se niega en redondo. Hay que navegar hasta Cartagena y ver que tal está el almirante de Lezo. Hace ya demasiado que no se sabe mucho de él.

Eugenio no sabía qué decir. Por lo que sabía, Cartagena había sido elegida por la armada inglesa para un ataque sin precedentes.

Ascenso (45)

La niebla casi se había disipado y los primeros rayos del Sol, empezaban a iluminar el cielo. Ofthar permanecía impasible observando las tierras al otro lado del canal. En la lejanía podía ver cómo se preparaba un grupo de guerreros en la puerta del campamento de Whaon, mientras que en el otro lado no se percibía nada de nada. Empezaba a temer que el ataque de Mhista hubiese sido rechazado o un fracaso total. Volvió la mirada y aparte de los centinelas, solo vio a Rhennast.

-   ¿Donde está Maynn?
-   No lo sé, le hago venir, mi señor -aseguró Rhennast, mientras le pasaba las órdenes a uno de los guardias.

Una duda empezó a pasar por la mente de Ofthar. Podría haber sido todo una trampa preparada por Maynn. La alianza y la proposición de paz podrían haber sido invenciones de la mujer para hacerle seguir una estrategia que ella había pactado con Whaon. Y encima estaba usando a su amigo, para que no se diera cuenta de la verdad. Usar a Mhista como cortina para que él viera solo lo que ella quería. Si eso es así, ella debería haber escapado ya de la fortaleza.

-   Siento no haber llegado antes -escuchó la voz de Maynn a su espalda-. Estaba preparando mis cosas, mi señor.
-   Tenemos un problema, no hay noticias de Mhista -anunció Ofthar, mirando con detenimiento el rostro de la mujer, que no pareció mostrar ningún sentimiento por la noticia-. Hemos hecho la petición de ayuda y Whaon está preparando guerreros de apoyo. Pronto empezarán a marchar hacia aquí.
-   Señor, movimiento en las puertas del campamento enemigo -avisó uno de los centinelas, señalando al lugar donde estaba la aldea enemiga-. Parte una columna de guerreros.
-   ¡Avisad a Elthyn, que esté preparado! -ordenó Ofthar, con rapidez-. Que se le advierta al canciller Rhime que necesitaremos más arqueros. Que mande también a parte del thyr junto a la empalizada norte, podrán atacar el flanco del puente. Que sea cauteloso, pues puede ser que el enemigo tenga arqueros escondidos en el otro lado.
-   Mi señor debéis dar tiempo a Mhista, el último recodo antes de entrar en su rada es complicado de navegar, además con tan pocos marineros para maniobrar los barcos.
-   ¡Mi señor! -llamó el vigía de antes-. La columna se detiene, parece que está recibiendo nuevas órdenes. Se ha roto.
-   ¿Qué coño pasa? -gritó Ofthar, acercándose al borde de las almenas, seguido por Rhennast y Maynn. Rhennast se puso a la espalda de su señor, temiendo una mala jugada de la mujer, que se puso junto a Ofthar, tras echar una mirada de disgusto a Rhennast, que se la devolvió con arrogancia.
-   ¡Al otro lado, señor! Se ve el resplandor del fuego, señor -dijo un segundo centinela, que estaba dispuesto desde el mejor punto para ver el puerto enemigo-. El resplandor toma fuerza, parece que hay un incendio. Ahora se ve humo, negro.
-   Por fin -murmuró Ofthar, con un gesto triunfal.

Y no era para menos, lo que empezó como un resplandor en la lejanía se fue haciendo cada vez más notorio. Solo el amanecer fue provocando que ese resplandor fuera perdiendo intensidad. En cambio, con más luz en el cielo, hacían más claro la humareda que se levanta junto a la aldea enemiga. Era una columna de humo que ganaba en grosor cada poco tiempo.

La columna de refuerzo estuvo por un buen rato parada, sin que supiera que hacer, sus oficiales parecían esperar que alguien les dijera qué hacer. En algunos puntos se perdió la disciplina y se podía ver cómo se salían hombres y corrían desesperados hacia la aldea. Ese tiempo que perdían en tomar decisiones era crucial para Ofthar. Volvieron a hacer las señales de que estaban siendo atacados. Esas señales provocarían el caos en las filas de Whaon y sus aliados. Por lo menos eso es lo que esperaba Ofthar y sus aliados.

Casi había pasado una hora cuando la columna se separó. Un grupo se puso en marcha hacia el canal y el resto regresaron hacia la aldea. El daño ya estaba hecho, estaba seguro Ofthar. La flota tendría que estar ardiendo en esos momentos y además temían perder la fortaleza y de ese modo el control del puente sobre el canal, algo que podría poner las cosas del lado de su enemigo. Estaba seguro que Whaon, que hace poco creía que la victoria iba a ser suya, estaba viendo como se convertía todo en polvo.

-   Que se avise a Elthyn, se acercan los invitados -ordenó Ofthar, señalando a la columna que se aproximaba al acceso del puente-. ¿Hay alguna noticia del grupo de Mhista?
-   Nada mi señor -negó Rhennast, después de enviar al enlace que debía avisar a Elthyn.
-   Habrá que esperar, que los vigías estén atentos -indicó Ofthar.

Los planes hechos por Ofthar empezaron a ponerse en marcha. Cuando los primeros enemigos entraron en el puente, a paso ligero, el puente levadizo comenzó a levantarse con el duro esfuerzo de los hombres. Cuando este estuvo arriba, se cerraron las puertas y se bloquearon. Ofthar podía ver como la mirada de Elthyn pasaba de los enemigos que se aproximaban hacia él y los estandartes en la torre. No podía atacar hasta que la enseña de los Ríos ondease en lo alto de la torre.

martes, 15 de septiembre de 2020

El dilema (42)

Cuando regresó Alvho de su paseo, Selvho y los reclutas ya estaban levantándose. Eran siempre los primeros del campamento. esto era así porque Selvho quería que sus hombres hiciesen instrucción desde bien pronto.

- ¿Algo interesante en el campamento? -preguntó Selvho a Alvho cuando se sentó junto a él en la mesa para desayunar.

- No, nada fuera de lo normal -indicó Alvho y justo cuando Selvho se introducía una cucharada de las gachas que tenían para el desayuno, añadió-. He estado hablando con el tharn Aurnne.

- ¿Qué? -dijo Selvho medio tosiendo al atragantarse con las gachas-. ¿Como una piltrafa como tú puede tener tanta suerte? No lo entiendo.

- Ves como es una cosa buena darse paseos con las primeras luces -se burló Alvho.

- ¡Bah! -Selvho movió su mano derecha indicando que era poca cosa-. Es mejor descansar todo lo que puedas para rendir mejor. He visto más de un guerrero caer en combate por el sueño. Irmak, Thelnna, id a moved a los muchachos. Todos al campo de instrucción.

Los dos jóvenes se levantaron de inmediato, tras meterse en la boca lo que quedaba de su humeante desayuno. Tomaron sus armas y sus escudos, saliendo de la tienda. Pronto se escucharon los vozarrones de ambos, llamando a los somnolientos reclutas, que se iban despertando entre quejas y gruñidos.

- ¿Y cuál era el espíritu del buen Aurnne? -preguntó Selvho, en voz más baja y contenida.

- Ya no es el guerrero de antaño -respondió Alvho-. Ha catado lo que es la comodidad de la época de paz y no creo que este con ganas de marchar al otro lado de las aguas por una idea alocada.

- Yo conocí a Aurnne -dejó caer Selvho satisfecho por la respuesta de Alvho, que había sido sin duda la más cercana a la verdad que Alvho le podía dar.

- Sí, me ha dado recuerdos para ti.

- Aun se acuerda de mí -indicó Selvho con una sonrisa de sorpresa mezclada con alegría.

- Sí, me ha comentado que corrías con una agilidad única -se burló Alvho, intentando hacer más distendida la charla-. Pero siempre en la dirección contraria al combate.

- ¡Vete a cagar, piltrafa! -espetó Selvho, simulando estar molesto-. Aquellos sí que fueron días memorables. Fue una serie de campañas contra esos molestos de los Hielos. ¡Querían quitarnos parte de nuestro territorio! ¿No tienen ellos ya una gran extensión de terreno en el sur? Pues parecía que seguían queriendo más de sus vecinos.

- Hombre, gran parte de sus tierras están bajo el hielo todo el año -intentó mediar Alvho.

- Lo que pasa es que eran y son unos envidiosos -aseguró Selvho, que miró la luz que se colaba por los pliegues de tela de la entrada de la tienda-. Me voy a dirigir a mis hombres. Desayuna rápido, te espero en el campo de instrucción.

Selvho se marchó dejando solo a Alvho y el desayuno que poco a poco se iba enfriando y endureciendo. Como no quería tener que usar un puñal para separar trozos de las gachas endurecidas, decidió comérselas. El campo de instrucción era en verdad una serie de campos de pastos que Selvho había tomado para él desde que se habían instalado en la zona. El dueño de esos campos había puesto una queja ante el tharn Aurnne, pero este le había mandado a la mierda. Tal vez Selvho y Aurnne eran mucho más que un oficial subalterno y su general.

La cuestión es que Selvho había levantado una serie de construcciones y figuras de madera. Sus reclutas primero y luego los de algunos therk que les había interesado seguir el ejemplo de Selvho, se ejercitaban en el arte de la guerra. Aunque en verdad, lo que hacían la mayoría era aprender los rudimentos de la lucha. Pues muchos de los jóvenes no sabían ni lo que era un muro de escudos. Y aunque Alvho no solía ser uno de los que se ejercitaba con más dureza, si que había dirigido algún muro, llevándoles a la victoria con su astucia, lo que había provocado que Selvho le respetase más y también otros therk.

Más aún, ya se rumoreaba que si Selvho caía en batalla, Alvho debería asumir su puesto. Eso era curioso pues él no era un guerrero y además podría dificultar su trabajo real en la expedición.

Por fin se comió la última cucharada de las gachas, tomó su arma, una espada corta y su escudo redondo de madera. Salió al exterior y se dirigió a la puerta lateral que llevaba al campo de instrucción. Estaba justo cruzando, cuando se escuchó un tremendo estruendo en el lado del río, seguido de alaridos y gritos. Muchos guardias y guerreros se dirigieron para ver qué pasaba, pero Alvho siguió con paso firme hasta la entrada de la zona de instrucción. Solo los hombres de Selvho seguían concentrados en el ejercicio que había ordenado su therk. El resto se había apiñado en grupos y miraba hacía el río.

- ¿Qué crees que ha pasado? -le preguntó Selcho, cuando Alvho llegó a su lado.

- Si no me equivoco se ha desplomado un buen trecho de las obras del puente -respondió Alvho.

- Pues el jefe de construcción va a tener un buen rapapolvo del tharn -se rio Selvho, pensando en los gritos que preveía que recibiera el jefe de obras. Selvho no soportaba al hombre, que con los otros constructores, se pavoneaba por las cantinas del campamento como si fuera un noble.

- No lo creo, porque me da que el tharn es quien lo ha orquestado todo -negó Alvho.

Selvho le miró con cara seria y Alvho decidió que era mejor no hablar mal del tharn Aurnne en su presencia.