Ofthar quería acabar con el guerrero herido, que les miraba con
una cara de miedo, orando a algún dios. Pero Ofhar no se lo permitía.
-
Como ves mi amigo no es muy partidario de que sigas en esta vida,
por alguna razón está más convencido de que debes vagar por el otro lado -dijo
Ofhar, serio. El herido puso una mueca de sufrimiento mezclada con temor. Como
guerrero si quería llegar al gran banquete debía morir con una espada entre sus
manos, de no hacerlo vagaría por el otro lado, buscando el salón de ceremonias
de Ordhin sin encontrarlo. Era la peor de las maldiciones que te podían lanzar
en vida-. Pero yo creo que eso no será necesario. Responde a mis preguntas y yo
te permitiré que te reúnas con tus antepasados. ¿Lo entiendes?
El herido asintió con la cabeza, a lo que Ofhar sonrió e hizo una
seña a Ofthar para que bajara el arco.
-
La primera una sencilla, ¿quiénes erais y quién os ha enviado?
-inquirió Ofhar.
-
Somos exploradores el tharn Phern, nos envió a investigar los
rumores sobre un guerrero errante por sus tierras -respondió el explorador.
-
Phern, no me suena ese tharn de nada, pero lo que no entiendo es
por qué le iba a interesar un guerrero errante -dijo Ofhar-. Tal vez tú puedas
explicármelo.
-
Mi tharn había oído los rumores y se puso nervioso, se había
enterado por quien preguntabais, la bruja -indicó el explorador. Ofhar tuvo que
impedir que Ofthar le golpease cuando insultó a Güit-. Hace unos años el
sacerdote de la aldea cercana se quejó de que había una extranjera que se
dedicaba a tratar a sus feligreses, con pociones extrañas y según él, malditas.
Le aseguró que los dioses estarían molestos si la seguía permitiendo vivir
entre las personas buenas de las aldeas del tharn. Así que el tharn nos envió
para expulsarla de la aldea, de avisarla de lo que le pasaría si retornaba o se
la veía por alguna posesión del tharn. Hace un par de inviernos nos enteramos
que murió. Ahora aparece un guerrero y mi señor le entra el miedo por haber
llevado a la mujer a la muerte. Y por ello nos envía a por ti, para que tú no
vayas a por él, al enterarte.
-
Tu tharn lo mejor que pudiera haber hecho es quedarse donde estaba
pues hasta que me has revelado la verdad, no conocía su implicación -admitió
Ofhar, lo que hizo que el rostro del explorador se desencajase por su error-.
Pero no te preocupes, pues no tengo intención de acabar con tu tharn. Aun así
no te voy a perdonar a ti.
Dicho eso, Ofhar le colocó la espada corta en la mano al
explorador, mientras le cortaba el cuello con la punta de su espada. La sangre
manó a borbotones y los ojos del explorador se pusieron en blanco. Ofhar se
volvió hacia Ofthar.
-
Nos tenemos que ir inmediatamente, pero antes debo hablar con un
sacerdote, alguien que me ha mentido descaradamente -indicó Ofhar-. Toma lo que
quieras llevarte, cambia tus ropas con las de uno de los muertos. No puedes ir
como un andrajoso. ¿Dónde podremos encontrar al sacerdote?
-
Dado la noche que es, estará en una casucha no muy lejana de aquí,
donde pasa las noches bebiendo hidromiel y comiendo setas tóxicas -dijo Ofthar
mientras observaba los muertos, buscando la ropa que le pudiera ir mejor.
-
Me guiarás hasta esa cabaña -le ordenó Ofhar.
Tardaron un poco en ponerse en marcha. Mientras Ofthar elegía las
ropas y armaduras que le iban mejor, Ofhar se dedicó a amontonar los cuerpos
dentro de la cabaña. Ofthar una vez vestido con la armadura de cuero, entró a
la cabaña, para recoger sus pertenencias, que excepto por un par de piezas de
madera y la caja de su madre, eran escasas. Mientras Ofhar había preparado su
caballo.
-
¿Estás listo? -preguntó Ofhar, a lo que su hijo se limitó a
asentir.
Ofhar le tiró las riendas de su caballo, tras lo que tomó una tea
ardiendo de la fogata y con ella fue aplicando las llamas en las paredes de la
cabaña. La brea ardió rápidamente, así que pronto el fuego envolvió la
construcción. Ofhar tiró el madero por el umbral de la puerta. Ofthar observaba
serio pero sin derramar una lágrima como el fuego consumía la que fuera la casa
donde vivió durante unos cuantos años, donde falleció su madre.
Ofhar le puso una mano en el hombro, recuperó sus riendas y le
indicó que le guiara. El muchacho se puso delante y ambos se internaron en el
bosque. Las sombras, las ramas, la hojarasca, todo baila a su alrededor, el
viento mecía los árboles, llenando el bosque de sonidos fantasmales. Ofhar
estaba seguro que los espíritus de la naturaleza les envolvían. Que sabían lo
que iba a perpetrar, no le importaba la maldición de los dioses, la llevaría
con él, pero ese sacerdote le contaría la verdad, le diría porque le había
mentido.
Los pasos de su hijo le llevaron hasta un nuevo claro, una nueva
casucha, está erigida junto a un inmenso y solitario árbol. Fuera había un
caballo, un viejo ruano atado a una valla. Por sus ventanucos se veía una luz,
que se movía, danzaba, creando sombras. Alguien había en su interior. Ofhar le
dio las riendas de su caballo a Ofthar.
-
¡Quédate aquí! -ordenó Ofhar-. No vengas por nada. Yo volveré
enseguida.
Ofhar desenvainó su espada y avanzó con paso firme hacia la puerta
de la cabaña.