Tras la confesión de Güit, ambos hombres, tanto padre como hijo
estuvieron preparando la zona para pasar la noche. No se hablaron, pues no
parecía que supieran cómo hacerlo. Ofhar se pasó un buen rato preparando a su
caballo para pasar la noche, mientras que Ofthar se dedicó a pasar el tiempo en
el interior de la cabaña. Cuando Ofhar terminó con sus labores, se pasó a
preparar leña y hacer un fuego. Como tenía unos conejos que les había comprado
a los aldeanos, los iba a hacer a la brasa. Creó un par de espetos, desolló las
piezas y consiguió hacer fuego. Pronto el calor de las llamas provocó que los
conejos empezaran a emitir un olorcillo agradable.
Ofthar apareció por el umbral de la puerta de la cabaña y se sentó
junto a Ofhar. El muchacho miró al cielo y pudo ver que entre las ramas se
podía ver la oscuridad de la noche.
-
¿Qué va a pasar ahora,… padre? -preguntó Ofhart, a quien la última
palabra le había costado pronunciar.
-
Vendrás conmigo al señorío de los ríos, te instruiré en el arte de
la guerra, para que me sustituyas como general de nuestro Señor -respondió
Ofhar-. Pero no solo eso, deberás aprender muchas más cosas, pues serás mi
sucesor como cabeza del clan a mi muerte.
-
¿Y si no quiero? Seguro que tienes más hijos para llevar a cabo
esas tareas que has dicho -espetó Ofhart.
Ofhar se le quedó mirando y rompió a reírse.
-
Tú eres mi único hijo -dijo Ofhar según dejó de reír-. Güit era mi
única pareja. Durante estos años no me he casado con nadie, porque juré que nos
volveríamos a encontrar, que viviríamos esa vida juntos. No tengo esposa ni
hijos. Tú eres todo lo que me queda. Si no quieres ser soldado, ni nada de lo
que te he propuesto no importa, pero sí que me gustaría que vinieras conmigo.
Una vez que estemos allí, podrás hacer lo que quieras.
Ofthar no supo qué responder, por lo que se quedó en silencio.
Ofhar decidió que lo mejor era no presionarlo, por lo que volvió a interesarse
por los conejos. Los fue probando cada pocos minutos, hasta que le pareció que
estaban listos y los quitó del fuego. Le pasó uno a Ofhart, que lo agarró
rápido y se lo comió veloz. Ofhar pudo ver que el muchacho tenía hambre. Estuvo
tentado de preguntarle cuánto llevaba sin comer, pero al final no lo hizo.
Cuando terminaron con los conejos, Ofhart le indicó que podía
entrar en la cabaña. El muchacho había preparado un par de lechos, eran toscos,
pero servirían para descansar. En los tiempos de guerra, pillar algo tan cómodo
habría sido difícil. Ofhar revisó que su caballo estaba bien, que el fuego
delante de la entrada de la cabaña seguía encendido y regresó al interior, tumbándose
en el lecho que había preparado Ofthar. Le costó dormir, pues los recuerdos de
Güit le aparecían en cada recodo de su pensamiento. Como soldado viejo que era,
notó los movimientos de la noche, incluso las idas y venidas de su propio hijo,
que iba y venía a diversas horas de la noche.
No estaba muy seguro que es lo que mantenía a Ofthar tan inquieto
y a la medianoche se fue poniendo poco a poco de pie. Se detuvo y se puso a
escuchar. Primero no le pareció notar nada, pero luego parecieron pisadas, de
botas, no de los pies descalzos de Ofthar. Alguien se aproximaba al claro.
Sabía que era tarde para salir de la casucha, pues pasaría por delante de la
fogata y sería un blanco fácil. Desenvainó su espada, intentando ser lo más silencioso
que pudo. No iba a encender ninguna luz en el interior, así que con la luz que
entraba por el umbral de la puerta pudo cerciorarse que su hijo ya no estaba
allí. Mejor así, pensó. Se preparó para esperar. Escuchó el trino de un pájaro,
y supo que era una señal de aviso entre un grupo que se intentaba coordinar,
pues sabía que esos pájaros dormían por la noche.
Ofhar se acercó a la puerta de entrada y no tuvo que esperar
demasiado. Tras otro trino se escuchó unos pasos rápidos sobre la hojarasca,
una sombra llenó la entrada y entonces Ofhar lanzó su espada al frente. Se
escuchó de inmediato un gruñido, tras el ruido de cuero siendo atravesado.
Ofhar tiró hacia atrás su espada y golpeó con el hombro a la figura de la
puerta, que se trastabilló y cayó de espaldas, sobre las escasas llamas. Aun
así fueron suficientes para que el individuo gritara de dolor y se quemara la
piel. Con el ruido y las sombras que provocaba el herido en la fogata, Ofhar
aprovechó para salir y desaparecer en la oscuridad de la noche.
Pronto aparecieron unos cinco hombres e intentaron socorrer a su
amigo, que se revolcaba en el suelo, cerca del fuego, sofocando las llamas que
le habían ardido encima. Desde su escondite, Ofhar pudo estudiar a los
atacantes. Parecían tropas ligeras, tal vez exploradores. Vestían armaduras de
cuero, no cota de malla. Se armaban con espadas cortas y arcos. No eran rivales
para su armadura y su pesada espada. Pero le podían hacer daño a él o a su
hijo. Eso sí daban con el escurridizo Ofthar, a quien él también debía buscar.
Lo único bueno es que no parecía que estuvieran dirigidos por una
lumbrera, pues se habían delatado al acercarse al fuego. Si tuviera un arco,
los podría abatir con facilidad. Ahora debería cazarles uno a uno. Aunque lo
peor es que hubiera más escondidos en la noche. Pero cada cosa tenía su momento
y ahora enfrentaría a esos, a los que ya había impedido al primero. Podían
asaltar la casucha, no encontrarían nada dentro.
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