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martes, 28 de septiembre de 2021

El dilema (95)

Alvho sabía en la batalla lo peor era la espera y en ese momento estaban. Los Fhanggar se habían extendido al otro lado de la planicie y ellos en el espacio entre la empalizada y los nuevos muros. El canciller le había hablado de las últimas trampas que tenían listas y de que la idea es que no sobrepasasen la empalizada, ya que el muro de la ciudadela aún estaba a medio construir y luchar ahí sería muy peligroso.

Alvho observó la posición elevada donde estaban el canciller y los tharns. Dos banderas rojas estaban siendo ondeadas por dos guerreros. Los que quería decir que los Fhanggar estaban en movimiento. 

-   ¡Arqueros! -gritó Alvho-. Listos cuando estén a tiro. Acabad con esos malnacidos.

Los arqueros lanzaron un rugido gutural como respuesta. 

-   ¡Guerreros! -volvió a decir Alvho-. Muro de escudos, forma de tortuga.

Los guerreros de la primera fila colocaron sus escudos delante de ellos. Los de las siguientes filas pusieron sus escudos sobre las cabezas de los que tenían delante de ellos y sobre las suyas propias. Los escudos se solapaban, intentando dejar el menor hueco entre ellos. En las últimas filas había más arqueros, protegidos por los escudos, pero listos para dar un paso atrás y lanzar una descarga.

Lo único que Alvho no podía ver era a los Fhanggar acercándose al galope. Pero se acercó a la puerta, colocándose debajo de la plataforma donde había colocado a Irmak, que había sobrevivido al retorno a la ciudadela. Su hermano no había tenido tanta suerte. Ni le habían podido hacer una ceremonia de despedida en condiciones. 

-   ¿Irmak, qué ves? -quiso saber Alvho. 

-   Avanzan la caballería a toda velocidad, pronto estarán a tiro -informó Irmak. 

-   ¿Infantería? 

-   Podría haberla, pero el polvo que levanta la caballería los oculta -añadió Irmak 

-   Maldita sea -espetó Alvho, que se le ocurrió algo-. ¿Cómo de grande es el grupo de caballería? 

-   Tres de fondo o cuatro, no se ve demasiado bien -dijo Irmak.

Alvho supuso que no tenían muchos caballos y los estaban usando para ocultar las tropas con polvo que levantaban los caballos. Si podían acercarlos a las empalizadas, las escalarían. Pero aún así, caerían a cuenta gotas. 

-   ¿Cuál crees que es su estrategia? -preguntó Aibber que estaba junto a él. 

-   Esconden a su infantería con lo que queda de su caballería -señaló Alvho-. Estarán usando ramas o algo parecido para levantar polvo. Tienen que acercar a sus hombres lo más posible. Podrían haber preparado escalas. Si toman las plataformas, perderemos a los arqueros. No tienen el nivel para defenderse de ellos. Si empiezan a entrar, retira a nuestros arqueros de allí arriba. Los de abajo los pueden masacrar y entonces subimos nosotros. 

-   Entiendo -afirmó Aibber. 

-   Buena suerte, Aibber -indicó Alvho, cuando su segundo se marchaba.

Pronto el ruido de los cascos al galope se empezó a escuchar. Los caballos debían estar cerca. Los arqueros empezaron a lanzar sus flechas desde la plataforma, pero parecía que los jinetes devolvían las flechas, ya que los arqueros tenían que esconderse tras la madera de la empalizada. Entonces Alvho se percató de su estrategia. Unos rezones pasaron por encima del borde de la empalizada y cayeron dentro de la empalizada. Querían tirar abajo las empalizadas con los caballos y de esa forma poner cruzar la infantería las defensas. 

-   ¡Irmak! ¡Irmak! ¡Cortad las cuerdas! ¡Quieren derruir la empalizada! -gritó Alvho-. ¡Enlace! ¡Enlace!

Un guerrero joven llegó corriendo hasta la posición de Alvho. 

-   Mensaje al canciller -dijo Alvho-. La caballería enemiga está lanzando rezones. Quiere derrumbar la empalizada tirando con los caballos. Lleva el mensaje ya, corre.

El joven salió corriendo hacia el interior de la fortaleza, al tiempo que Alvho volvía a señalar las cuerdas atadas a los rezones y a ordenar a Irmak que las cortase. No podía dejar que tirasen abajo la empalizada. Vio como Irmak cortaba las cuerdas que tenía más cerca. Los arqueros se habían dividido. Unos lanzaban flechas cuando podían y otros cortaban las cuerdas, pero seguían cayendo más.

Uno de esos garfios pasó por encima de la puerta y cayó a los pies de Alvho, que miró el rezón de metal, que se movía por la tierra, haciendo unos surcos con sus puntas. 

-   Vosotros coged la cuerda -gritó Alvho a sus guardias, la antigua unidad de adelantados, a la vez que se agachaba para tomar el rezón-. Tirad.

Cuando los hombres tomaron la cuerda, tiraron de ella, acercándose al muro de escudos que se abrió a su paso. Mucho más tarde, aún se podría escuchar a Irmak hablando de esa batalla y como vio que un jinete salió disparado de su silla, golpeando a varios caballos y enemigos, al ser arrastrado por la cuerda que había lanzado por encima de la puerta, hasta estamparse con la madera de la propia puerta. Incluso adornaba esa historia con caballos encabritados, caos y pisotones amigos. Pero la verdad de ellos, es que se habían hecho con uno de los rezones, muchos de los que se quedaron en el interior de la empalizada, al ser cortados de las cuerdas por los defensores.

Lágrimas de hollín (98)

El despertar de Shonet tampoco había sido agradable. Se había levantado, y había visto que ya había amanecido. No había venido a despértarle su mayordomo. Cuando había usado la campanilla, no habían venido las criadas y al final se había tenido que vestir solo. Tuvo que bajar hasta la zona de los criados, las cocinas y los sótanos, para encontrar alguna pista de lo que pasaba. No había nadie. Pero en su lugar había cadáveres. Eran los de sus guardaespaldas. En cambio no había ni uno de sus siervos. No estaban sus chicas, ni sus cocineras, ni los mozos de cuadras, ni sus enseres. Shonet no podía entender lo que veía. Como no se había enterado de lo ocurrido, no se había despertado en ningún momento de la noche. Al volver a la zona donde él se movía, encontró la máscara de oro sobre una mesa. Se guardó la máscara en una de las bolsas que colgaba de su cinturón. Él la había guardado en un armario de su cuarto, debajo había una hoja manuscrita. La leyó.

Estimado señor Shonet de Mendhezan, ha sido un niño muy malo, se ha hecho pasar por mí y le ha robado a su padre. Claramente no iba a dejar las cosas así como así. Me he quedado con su oro como pago por su burla. Ahora espero hacerme con su cabeza. Pronto nos veremos, Jockhel. Post data, sus siervos no son suficiente pago por sus fechorías”

La hoja se le cayó de la mano, se dirigió a la armería tomó su espada y salió corriendo de la casa. Solo había un lugar donde estar seguro, en su almacén, donde tenía más escoltas. En la calle se dio cuenta de que no tenía su carruaje, ya que no estaban sus criados. Fue a tomar un coche de alquiler, pero se dio cuenta de que podrían ser hombres de Jockhel. Así que lo mejor que podía hacer era ir andando, revisando cada esquina, cada zona oscura. Fue cambiando su rumbo cada vez que veía un hombre que le parecía amenazador. Por lo que el camino se fue haciendo más y más largo. Pero de esa forma creía estar seguro. De todas formas, debido a su paranoia y a los hombres que había mandado Bheldur, el estado de ánimo de Shonet era inestable. Cuando conseguía evitar y dejar atrás a uno de esos hombres sospechosos se henchía de orgullo, pero al ver al siguiente, este orgullo se desinflaba.

Además, por alguna razón que no llegaba a entender, había muy poca gente en las calles. Y eso que por la hora tendrían que haber miembros de todos los gremios yendo y viniendo con todo tipo de materias y mercancías. Pero hoy estaba todo demasiado tranquilo. Por un momento, en la cabeza de Shonet apareció la idea de que Jockhel era capaz de hacer que la gente se quedase en casa.

Cuando por fin llegó a su almacén, habían pasado varias horas, aunque Shonet no había sido capaz de darse cuenta de ello. En el almacén, se encontró a su padre, con sus hombres. No recordaba que hubiese quedado con él. 

-   ¿Dónde te habías metido, hijo? Tenemos que hablar, debes venir a casa conmigo -dijo Armhus, que parecía haber envejecido más de lo debido. 

-   ¿Por qué voy a ir contigo? -inquirió Shonet entrando en el almacén. 

-   Ha habido un problema en mi almacén -empezó a decir Armhus-. Un problema importante. Custodiaba algo que era del Imperio. Lo van a querer recuperar. Devastarán la ciudad si no lo encuentran. Los barrios inferiores no están a salvo, solo el barrio Alto lo está. 

-   Mi residencia está bajo la protección de los imperiales -espetó Shonet, que no quería ir con su padre. 

-   No digas tonterías, antes de venir aquí he pasado por ahí -negó Armhus-. He encontrado los cadáveres de tus escoltas. No estaban los criados. ¿Qué ha pasado? 

-   Nada que a ti te importe. 

-   Eres mi hijo claro que me importa lo que te pase -aseguró Armhus-. Es verdad que hemos tenido nuestras peleas, pero eso no cambia que eres mi heredero. 

-   ¿Tu heredero? 

-   Lo dices por tu hermano, no he cambiado el testamento, por favor ven conmigo a casa, no seas testarudo -rogó el padre, acercándose y cogiendo la mano de su hijo.

Por un momento Shonet miró a los ojos de Armhus y vio bondad, pero a la vez miedo y temor. Por eso soltó el agarre de su padre con un golpe del brazo. La mano de su padre agarró las bolsas que colgaban del cinturón de su hijo, tirando varias al suelo. Shonet dio varios pasos alejándose de su padre y se volvió. Le vio recogiendo una de las bolsas, que se había abierto y se podía ver la máscara dorada, que su padre miraba entre sorprendido y asustado.

sábado, 25 de septiembre de 2021

El reverso de la verdad (45)

Apagó el ordenador y se dirigió al baño. Estaba la puerta abierta, pero Andrei entró con cuidado, temiendo encontrarse a Helene desnuda aunque en el fondo de su ser, no le importaría tener que verla así. Se echó agua fría por la cara, para evitar ese pensamiento, que le hacía creer que le era infiel a su esposa difunta. Se aseó lo más rápido que pudo y regresó a su cuarto para vestirse. Después se dirigió al cuarto de invitados, que tenía la puerta cerrada. Dentro se escuchaba música alta, lo que no le gustó demasiado a Andrei, así que llamó a la puerta. Nadie le respondió. Así que volvió a golpear y entró. 

-   Helene tenemos que hablar y… -las palabras no querían salir de su boca, ya que se encontró a Helene saltando encima de la cama, vestida únicamente con un tanga negro. Sus senos rebotaban en el aire. Helene que canturreaba con la canción le vio cuando giró en su salto. 

-   ¿Qué haces aquí, mirón? ¡Hay que llamar a la puerta! -gritó indignada, tapándose el busto con los brazos. 

-   He llamado, pero con esa música alta no me has ayudado -se quejó Andrei, cruzando el espacio que había entre la puerta y el radiocassette, para apagarlo-. Si no escuchases la radio a todo trapo esto no habría pasado. 

-   Bueno, puede ser -murmuró Helene, pensando que podría tener razón, ya que la música estaba alta y ella no había oído nada-. Puedes esperar fuera a que me vista. 

-   Está bien -se limitó a decir Andrei, al tiempo que se daba la vuelta y se marchaba, cerrando de nuevo la puerta.

Al poco abrió la puerta Helene, esta vez vestida, informal, pero sin mostrar más piel de la debida. Observó los ojos de Andrei, y no detectó ni lujuria, ni nada parecido. Más bien creyó detectar la molestia en el hombre. Sin duda no estaba contento con la presencia de Helene en la casa o eso era lo que conseguía leer en los ojos de Andrei. 

-   Ya estoy lista -anunció Helene. 

-   Bien, vamos a hacer un viajecito, cerca de aquí, pero lejos de nuestros enemigos -indicó Andrei-. Hay que seguir la estela de Marie. 

-   ¿Marie Fayolle? Pero si está muerta -dijo Helene-. tras la muerte de Sarah, no se habló de otra cosa. Algunos en la productora decían que había caído una maldición sobre ellos. Un mal de ojo y esas cosas. 

-   ¿Y tú qué pensabas de eso? -inquirió divertido Andrei. 

-   Yo no creo en esas tonterías -se rió Helene-. En esas cosas solo creen los crédulos o los tontos y no me considero ni lo uno ni lo otro. 

-   Buena respuesta, pues nuestra primera visita será un cementerio -señaló Andrei-. Así que toma lo indispensable, lo que necesites y nos vamos. 

-   Vale -se limitó a decir Helene.

Andrei regresó a su cuarto, para cambiarse de ropa. Optó por una camisa, sobre la que se colocó la pistolera. Tomó una de sus chaquetas Oxford. Se calzó y se fue al despacho, para hacerse con su pistola, unos cuantos fajos de billetes de la bolsa y su ordenador de viaje, que metió en una mochila, junto con munición extra. No quería llevar demasiado, pero tampoco quedarse corto. Cuando entró en la cocina, le esperaba Helene con jeans, una camiseta y un chal. llevaba un bolso pequeño, de mano y unas zapatillas de deporte, parece que los zapatos con tacón habían sido desterrados. Si había que huir eran mejores ese calzado que los que se podrían romper y dar al traste con la fuga. 

-   ¿Necesitas más tiempo? -preguntó Andrei al darse cuenta de que no iba maquillada, lo que le daba a Helene una belleza más natural, algo que ya no estaba enmascarado por los químicos que usaba antes. 

-   No, no, ya estoy lista para marchar. 

-   Bien -asintió Andrei, tomando las llaves del coche, de un cenicero que había en un estante y sacando las de la casa.

Andrei abrió la puerta y esperó a que Helene saliese, para cerrar la puerta, echando la llave, que hizo girar varias veces en la cerradura. Después ambos se dirigieron al ascensor y bajaron al garaje. Esta parte del edificio estaba tan vacía y solitaria como todas las demás. Pero además las luces parecían querer fallar, lo que le llevó a Andrei a ponerse a la defensiva. Pero cruzaron el trecho que había entre la puerta del garaje y el coche sin problemas. Andrei accionó el mando y las puertas del coche se abrieron. Helene rodeó el coche hasta la puerta del copiloto y Andrei se sentó ante el volante.

Mientras Helene se colocaba el cinturón de seguridad, Andrei arrancaba y hacía las maniobras para tomar la salida del garaje. Con un mando, accionó de lejos el portón y cuando estuvo levantado lo justo, aceleró para salir a la calle. Se unió al tráfico, congestionado a esa hora y fue saliendo poco a poco de la ciudad. 

-   ¿Has cambiado de idea? Parece que nos dirigimos al aeropuerto -dijo Helene después de llevar un rato por la autopista. 

-   Es hora de cambiar de coche -indicó Andrei-. Creo que esta vez nos vendría bien algo alemán. 

-   Sí, sí, los coches alemanes son rápidos y cómodos -asintió Helene, pensando que Andrei hablaba de los Mercedes o los BMW.

Curiosamente, el resto del trayecto hasta el aeropuerto, Helene estuvo hablando de coches, un tema que a Andrei no le desagradaba y parecía gustar mucho a la muchacha.

Aguas patrias (55)

La noticia había dejado sin habla a Eugenio y a los dos teniente. Don Rafael, estaba hecho un basilisco, pero al ver las caras de sus hombres, se intentó sosegar. La verdad es que ellos habían trabajado bien y por ello tenía cosas que contar. 

-   Bueno, que se vaya al diablo, posiblemente ya esté en manos de los ingleses, lo siento por la muchacha -sentenció don Rafael-. El gobernador mandará un barco con bandera blanca para que el gobernador de Jamaica, que seguro que es un caballero y devuelve a la muchacha. De todas formas hay oficiales y marineros que devolver. 

-   Seguramente el gobernador de Jamaica ya la tenga invitada en su palacio, si es padre, lo comprenderá -afirmó Eugenio. 

-   Pero he hablado de más cosas con el gobernador, señores -anunció don Rafael, serio, pero menos rígido-. Habrá una buena gratificación para todos aquellos que estuvieron en Antigua. Recuperar los dos galeones era algo imperante para la corona, pero además nos hemos hecho con varias naves más y la Diane es un gran premio. Por favor, siéntense. ¡Manuel! ¡Manuel!

Un hombrecillo, un marinero de pelo cano apareció por una puerta, que no era la de acceso desde el pasillo, la que estaba protegida por un par de infantes de marina. Seguro que era una lateral. 

-   Sí, capitán -dijo Manuel. 

-   Tráiganos una botella de clarete y algo de picar -pidió don Rafael-. Date prisa, Manuel.

El marinero desapareció tan rápido como había aparecido. 

-   Bueno, lo primero es lo primero, señor Heredia, por la orden del gobernador se le asciende al grado de capitán -indicó don Rafael-. El gobernador y yo mismo creemos que sus acciones en la defensa del Vera Cruz merecen este ascenso. El gobernador le hace entrega de la Centella, una corbeta que está fondeada cerca del puerto. Aquí tiene su ascenso. 

-   Gracias, comodoro, muchas gracias -murmuró Heredia, recogiendo los papeles que le tendía don Rafael. 

-   Se lo merecía y no es el único, señor Salazar, este es su ascenso a capitán, también -añadió don Rafael, tendiéndole el ascenso al otro teniente, cuyo rostro se iluminó de oreja a oreja-. En su caso, el gobernador ha comprado la Lady of South, aunque aún no se han decidido un nombre para ella. Si se ve con ganas de decir uno, se lo pasaré al gobernador. Seguro que tiene algo en mente, capitán Salazar. 

-   Tal vez podríamos llamarle la Sureña -señaló Salazar, aún sorprendido por su ascenso y el recibir una nave tan rápido. 

-   ¿Sureña? No sé, me gustaría algo con más garra, algo que la hagan respetar -dijo don Rafael. 

-   ¿Qué le parece la Cazadora? -inquirió Eugenio 

-   Cazadora, sí, me gusta, tiene nombre de luchadora, tiene fuerza -asintió don Rafael, al tiempo que los dos nuevos capitanes movían la cabeza en señal afirmativa. 

-   ¿Señor, qué será de la Diane? -preguntó Eugenio. 

-   El gobernador también la va añadir a la armada, con el nombre de Nuestra Señora de Begoña, aunque tiene un capitán para ella -contestó don Rafael-. El Windsor lo he comprado yo como barco de pertrechos para que me sirva de apoyo. Claramente voy a quitarle ese nombre de hereje. Creo que Labrador es un nombre mejor para él. Pero ahora las siguientes noticias. Por lo visto en el puerto está la Santa Cristina, o más bien en el astillero, por eso igual no se han fijado en ella. La están limpiando el fondo, la han quitado los palos y no parece ni marinera ni nada. Pero el problema no es ese. Desde que el capitán Trinquez se enteró de lo ocurrido con Juan Manuel, ha estado lanzando todo tipo de chismes. En muchos de ellos, no nos ha dejado en buen lugar al resto. Así que por ello, el gobernador me ha ordenado que las tripulaciones no bajen a tierra hasta nuevo aviso. 

-   Se va a montar una buena -intervino Eugenio-. Con las bolsas llenas y no pudiendo gastar el oro en la ciudad. 

-   Y por ello, me gustaría que ustedes también descendieran lo menos posible a tierra -rogó don Rafael-. Los oficiales deben dar ejemplo. Aunque es verdad que seremos llamados para el juicio contra los desertores que se han trasladado a tierra. El gobernador mandará los avisos del día que se va a realizar. 

-   ¿Tal vez la escuadra se marche antes hacia nuestra meta original? - previó Eugenio, que no tenía muchas ganas de juzgar a nadie y menos a desertores. 

-   Mucho me temo que por ahora, el gobernador ha decidido que no se va a realizar ese viaje -negó don Rafael-. Requiere a la escuadra aquí.

Eugenio no intentó forzar más la situación, no quería que se dieran cuenta de que no quería participar en la corte marcial que se crearía. Durante el resto de la reunión se fueron haciendo las listas de marineros, los que iban a reforzar a los dos nuevos capitanes en sus barcos. Se llevarían a algunos guardiamarinas y marineros, que ellos mismos eligieron. El resto de sus tripulaciones las completarían con reclutas y marineros que estuvieran en tierra. Tras picar y beber el clarete con el que les obsequió don Rafael, los tenientes regresaron a sus camaretas, para recoger sus pertenencias, avisar a los marineros que se irían con ellos. Tenían que tomar posesión de sus barcos y empezar a prepararlos para el servicio activo.

martes, 21 de septiembre de 2021

El dilema (94)

El ejército de vanguardia había sido el primero en movilizarse. En silencio habían salido de la fortaleza del norte, vestidos para la guerra. Con sus pesados escudos, las lanzas, las hachas y todo tipo de espadas. Habían cruzado entre los otros hombres que se desperezaban y les miraban con resignación, pero con respeto. Veían hombres que iban a hacer su trabajo. Alvho y sus hombres iban los primeros, como si fueran guerreros de otra época. 

-   Aibber sitúa a arqueros a ambos lados de la puerta -ordenó Alvho cuando pasaron por en nuevo arco en construcción de la puerta de la ciudadela, señalando las puertas de la empalizada-. Los hombres en las zonas designadas. Y Aibber que sean los mejores arqueros. El resto tras las trampillas. No quiero accidentes. 

-   Sí, mi therk -respondió Aibber, separándose de Alvho, gritando las nuevas órdenes. 

-   ¡Abridla! -gritó Alvho a un par de hombres que tenía cerca, señalando las puertas de la empalizada. 

-   ¿Qué? preguntaron los guerreros sorprendidos. 

-   ¡Qué abráis las putas puertas! -gritó Alvho.

Un grupo de guerreros se encargaron de quitar la tranca y abrir las pesadas puertas de madera. Alvho salió al exterior y observó la planicie que había delante de él. Aún quedaban los rastros de la batalla del día anterior, restos de armaduras, los huesos de los caballos y alguna flecha que no había podido ser recuperada por ser inservible. El canciller había ordenado la mañana anterior recuperar todo lo que podría servir para la nueva batalla que iba a ocurrir.

Alvho dio unos pasos hacia fuera, mirando lo que había. En el suelo vio una flecha de los Fhanggar, una de esas con el asta pintado de negro y las plumas también tintadas. Se agachó y la cogió, jugando con ella en la mano, mientras se movía rítmicamente. Parecía un hechicero haciendo algún tipo de promesa a los dioses, una que estuviera plasmada de sangre. Estaba haciendo su actuación cuando escuchó los pasos de unas botas que venían por su espalda, desde el interior de la ciudadela. 

-   Therk Alvho, el tharn Asbhul y el canciller Gherdhan se preguntan qué diablos está haciendo con la puerta abierta -dijo el recién llegado, un enlace del estado mayor, un joven guerrero poco curtido pero ágil para moverse por la batalla venidera, que señaló algo al fondo de la planicie-. Los Fhanggar están aquí. 

-   Estoy estirando las piernas, y los Fhanggar que vengan si tienen lo que hay que tener -respondió Alvho-. Puedes llevar mi mensaje al tharn.

El joven se lo quedó mirando asombrado. Tardó un poco en decidirse si debía o no llevarse ese mensaje al canciller. Como parecía que Alvho no le iba a hablar más, y el enemigo estaba a la vista, prefirió dejar de exponer su pellejo. El joven se marchó y Alvho siguió bailoteando hasta que se quedó mirando a los Fhanggar que era una línea negra al otro lado de la planicie, en las laderas de las colinas más cercanas. Alvho levantó la flecha Fhanggar y la rompió sobre su cabeza, bajó los trozos, los escupió y los tiró al suelo. Esperaba que esa teatralidad enfadase al enemigo, lo suficiente para que se lanzase a un ataque alocado. Regresó al interior de la empalizada. 

-   ¡Cerrad y bloquead las puertas! -ordenó Alvho.

Los guerreros cerraron a toda prisa las puertas y colocaron las trancas. Luego empezaron a colocar sacos de tierra, que habían llenado con anterioridad, por orden de Dhalnnar, que había convencido al canciller que era la mejor forma para asegurar una puerta. 

-   ¿Los hombres están listos? -preguntó Alvho, acercándose a Aibber y recuperando su escudo. 

-   En formación -respondió Aibber. 

-   ¿El resto de regimientos? 

-   Ya están también en sus posiciones. Parece que ver a nuestros chicos listos para matar, les han hecho querer venir a la lucha -indicó Aibber. 

-   ¡Ja ja ja! -se rió con fuerza Alvho, volviéndose a sus hombres-. ¡Muchachos! ¡Parece que hemos dado envidia al resto de guerreros! ¡Nuestra apariencia de héroes del pasado les ha hecho despertar! ¡Vamos a enseñarles lo que son los guerreros de las Montañas! ¡Muerte y gloria! 

-   ¡Muerte y gloria! -repitieron todos los guerreros del ejército de vanguardia.

Desde una de las torres que se habían construido para situar las nuevas armas de asedio, donde estaba Dhalnnar con Alhanka, escucharon los gritos del ejército de vanguardia. 

-   Alvho puede ser muchas cosas, pero tiene el don de la palabra y el momento -aseguró Dhalnnar-. Sus hombres lucharán como verdaderos demonios. 

-   Espero que así sea, pues ha retado a los Fhanggar -anunció Alhanka. 

-   ¿A qué te refieres? 

-   Lo de romper la flecha es una maldición y a la vez un reto para los Fhanggar -explicó Alhanka-. Les llama a luchar y si pierden huirán, pues Alvho se ha encomendado a los dioses de los Fhanggar. A los de la guerra y a los de la muerte. Ellos también lucharán como unos locos.

Dhalnnar miró a Alhanka y decidió que era un buen momento para lanzar una plegaría a Rhetahl, el dios supremo de todos los que pudieran existir.

Lágrimas de hollín (97)

El nuevo día había llegado y los implicados en la trama que se henchía se pusieron en movimiento. Fhin, Bheldur, Shar y el resto de hombres fueron los más tempranos. Dejaron la mansión sin ser vistos, ni sus sirvientes se enteraron de ello. Otros en cambio, se levantaron más tarde, pero hicieron un viaje más pesado que los otros.

Dhevelian había pedido una audiencia con el gobernador, por instancia de Armhus y a la hora señalada, ambos esperaban al gobernador. 

-   ¿Qué es lo que pasa, señores? -preguntó el gobernador, cuando entró junto a unos escribientes en la sala que servía de despacho-. Nunca propones una reunión tan temprana, Dhevelian. Señor de Mendhezan. 

-   Ha ocurrido un pequeño problema -anunció Dhevelian, al ver que el viejo noble se limitaba a mirar al suelo-. El señor de Mendhezan quiere informarle de algo. 

-   Pues soy todo oídos, señor de Mendhezan -dijo el gobernador dejando caer su cuerpo en un sillón-. Vamos Armhus, que nos conocemos ya desde hace tiempo, no puede ser algo tan grave como para tenerme miedo. 

-   Han robado en mi almacén -consiguió hablar Armhus, que se frotaba las manos y seguía con la mirada gacha. 

-   ¿En tu almacén? Bueno, pues lo hablas con Dhevelian y la milicia, porque yo no puedo dedicarme a cazar a los ladrones y… -la voz del gobernador se quebró al pensar en lo que podían haber robado en el almacén del noble para que viniera a informarle. El sudor empezó a aparecer en su frente, miró a todos los presentes y gritó-. ¡Todos fuera! ¡Solo quiero aquí al señor de Mendhezan y al Alto Magistrado!

Los escribientes, criados, y guardias salieron con rapidez. Cuando la puerta se cerró solo estaban los tres hombres. 

-   ¿Qué es lo que te han robado? ¿No serán nuestros arcones? -inquirió el gobernador. 

-   Todos y cada uno de ellos -contestó Dhevelian, ya que Armhus parecía haber perdido la fuerza para hacerlo. 

-   ¡Por el gran Rhetahl! ¿Cómo ha sido posible? ¿Quién? -espetó el gobernador-. Nos aseguraste que tu almacén era seguro. ¿Te han robado algo más? 

-   Solo los arcones -volvió a responder Dhevelian. 

-   ¡Por Rhetahl, ya no puedes hablar Armhus! -gritó el gobernador, llenó de ira-. Eres un noble, Armhus, habla y defiende tu caso, no puedes escudarte en este funcionario con ínfulas. ¿Qué es lo que quieres de mí? 

-   Sabemos quién me ha robado -habló por fin Armhus. 

-   ¿Quién? 

-   Jockhel -soltó Armhus, algo que Dhevelian esperaba que no hiciese. 

-   ¿Jockhel? ¡Jockhel! -repitió el gobernador y pasó su mirada del noble a Dhevelian-. Te advertí que debías deshacerte de ese individuo. Pero tú seguías insistiendo que ese hombre no saldría de su barrio. Pues mira por donde ha robado el oro del imperio. El emperador no tolera esas cosas y yo tampoco, así… 

-   También ha robado tus cofres y los de los generales -añadió Armhus, echando más leña al fuego que ardía en el interior. 

-   ¡Mis posesiones! 

-   Las tenía junto al oro del emperador, listo para ser enviado a casa todo junto -explicó Armhus, aunque al parecer de Dhevelian era mejor no hablar ahora tanto. 

-   ¿Y ha robado algo más? -quiso saber el gobernador. 

-   La paga del ejército. 

-   ¡Oh, por Rhetahl! -exclamó el gobernador. Iba a decir algo, pero el ruido de trompetas, aunque muy amortiguadas, le hizo cambiar lo que salió por su boca-. Seguidme.

El gobernador salió de la habitación seguido de los dos hombres. Les llevó a un balcón, desde el que se podía ver casi toda la ciudad. En la puerta norte había mucho ajetreo. 

-   El ejército ha llegado y no tengo con qué pagarles, ¿que debo hacer ahora? ¿Dejo que asalten vuestras haciendas hasta que recuperen su oro? Los soldados enfadados no respetan nada, Armhus, creo que tienes una mujer joven, hermosa -lanzó amenazas el gobernador. 

-   No hay que llegar a esos extremos, mi señor -intervino Dhevelian-. Jockhel ha robado el oro del emperador y el oro de tus soldados. Solo puede esconderlo en un lugar, La Cresta. Tienes un ejército y una razón de peso para limpiar el barrio. Han tomado algo que os pertenece, tus hombres solo tienen que recuperarlo, ¿no? 

-   Dhevelian, a veces me olvido que no eres uno de los nuestros -señaló el gobernador-. Aunque tomases ese nombre como los nuestros eres uno de ellos. Me gustaría saber qué dirían si te escuchasen azuzarme para que riegue de sangre ese barrio. 

-   No dirían nada, siempre que no les hagas lo mismo a los otros barrios -aseguró Dhevelian-. Son prescindibles y nadie les echará de menos.

El gobernador comenzó a reírse a carcajadas. Asintió con la cabeza, el plan de Dhevelian le gustaba. Atacarían La cresta, lo antes posible para evitar que Jockhel y sus hombres se pudieran defender. Recuperaría su oro y acabaría con la gente de ese barrio.

sábado, 18 de septiembre de 2021

El reverso de la verdad (44)

Helene dio un par de bocados y entonces le vino otra idea a la mente. El policía se había ido muy rápido una vez que ella había llegado. 

-   Si el policía creía que tú tenías algo que ver con la muerte del recepcionista, a saber porque -indicó Helene-. ¿Por qué se ha marchado según yo he aparecido? 

-   Arnauld piensa que yo como él me conseguí adaptar a la vida civilizada tras estar en el ejército, no como otros compañeros del pelotón. La verdad es que pocos quedaos. Varios se suicidaron y el resto, pues bueno, no son lo que te gustaría tener como amigos -explicó Andrei-. Desde la muerte de Sarah le he estado presionando a Arnauld para que indague en el caso, pero la policía hace mucho que lo designó como un accidente mortal. Arnauld me escuchaba más como amigo que como policía. Pero como ha dicho, últimamente he dejado de martirizarlo. 

-   ¿Y ha creído que has pasado página? 

-   Algo parecido -asintió Andrei-. Creo que ha pensado que eres mi nueva conquista y me he olvidado de Sarah. 

-   ¡Si hombre, que avispado el tío! -exclamó burlona Helene-. No sé de donde se ha sacado que yo pueda ver algo interesante en un borde como tú. 

-   Arnauld no es lo más listo de la casa, pero si sabe desenvolverse bien entre la gente, sobre todo las de cotas bajas. Piensa de forma simple -comentó Andrei-. Te ha visto llegar vestida solo con la camisa y ha pensado que venías directa de la cama. Pero en su cerebro la cama era la mía.

La ocurrencia hizo reírse a Helene, que pensaba lo simple que podían ser los hombres como Arnauld. La había visto y había pensado lo más simple y obvio, pero carente de realidad. Aunque la verdad, Andrei, si no fuera un borde y tan violento, tenía un ligero puntillo. Su madre siempre decía que le gustaban los hombres duros y peligrosos. No quería ponerse a recordar a sus antiguos novios, pero ya desde el instituto le gustaban los que hacían pellas, eran unos graciosos, un poco atléticos. En la universidad, los que se saltaban las clases y se pasaban más rato en las cafeterías y campas, que en las aulas. los militares nunca le habían llamado demasiado, pero eso de los uniformes le llamaba. 

-   ¿Helene? ¿Helene? -Andrei le estaba llamando y ella salió de sus ensoñaciones. 

-   Sí, sí.

-   Te preguntaba si quieres puedes usar el baño por ahora -repitió Andrei, ya que antes Helene no le estaba haciendo caso-. Para evitar encontronazos, deja la puerta del baño abierta cuando hayas terminado, así sabré que está vacío. 

-   Sí, gracias -se limitó a decir Helene, terminando de desayunar.

Helene se levantó y se marchó dejando solo a Andrei. Él se dedicó a limpiar los platos y todo lo que había usado para el desayuno, dejándolos secar en una rejilla que tenía para ello. Una vez que terminó se dirigió a su despacho y empezó a buscar cosas sobre Marie Fayolle. Por lo que recordaba, Marie había entrado de la mano de Sarah. La había conocido en la facultad. Era muy hábil para obtener todo lo necesario para las producciones. Si iban a hablar sobre un tema importante o peliagudo, ella era quien se encargaba de hablar con todo el mundo y volver fácil lo imposible. Sarah la había colocado al frente de la sección de producción, con lo que se liberó de mucho trabajo, pudiendo encargarse de dirigir la gestión total de la productora o meterse en temas propios, dejando a Alexander la gerencia.

Lo primero que encontró fue la información de su muerte. Parece que ocurrió un accidente tras la muerte de Sarah. Los frenos de su coche fallaron y se empotró contra un camión de gasolina. Su cuerpo quedó carbonizado, se la tuvo que identificar por la dentadura. Era una muerte horrorosa, ya que la autopsia indicaba que se había quemado viva. Andrei aun podía ver los rostros de los milicianos al sur de Hartum, a los que habían achicharrado con napalm. Creía recordar que fue Guichen quien les impidió que los rematásemos, quería ver como agonizaban de dolor. En aquella época, Guichen era un sádico y por las palabras de Arnauld, seguía siéndolo en la actualidad.

Había encontrado el lugar donde la habían enterrado, en un pueblecito cerca de la ciudad, a una hora de coche, pero que no era el lugar natal de Marie ni donde residía. Tampoco era donde murió. Era una elección muy rara para enterrar a alguien. Había cementerios más asequibles que uno no tenía nada que ver con ella. Y eso le escamaba un poco a Andrei. Algo le decía que quería rezar ante esa tumba.