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martes, 28 de septiembre de 2021

El dilema (95)

Alvho sabía en la batalla lo peor era la espera y en ese momento estaban. Los Fhanggar se habían extendido al otro lado de la planicie y ellos en el espacio entre la empalizada y los nuevos muros. El canciller le había hablado de las últimas trampas que tenían listas y de que la idea es que no sobrepasasen la empalizada, ya que el muro de la ciudadela aún estaba a medio construir y luchar ahí sería muy peligroso.

Alvho observó la posición elevada donde estaban el canciller y los tharns. Dos banderas rojas estaban siendo ondeadas por dos guerreros. Los que quería decir que los Fhanggar estaban en movimiento. 

-   ¡Arqueros! -gritó Alvho-. Listos cuando estén a tiro. Acabad con esos malnacidos.

Los arqueros lanzaron un rugido gutural como respuesta. 

-   ¡Guerreros! -volvió a decir Alvho-. Muro de escudos, forma de tortuga.

Los guerreros de la primera fila colocaron sus escudos delante de ellos. Los de las siguientes filas pusieron sus escudos sobre las cabezas de los que tenían delante de ellos y sobre las suyas propias. Los escudos se solapaban, intentando dejar el menor hueco entre ellos. En las últimas filas había más arqueros, protegidos por los escudos, pero listos para dar un paso atrás y lanzar una descarga.

Lo único que Alvho no podía ver era a los Fhanggar acercándose al galope. Pero se acercó a la puerta, colocándose debajo de la plataforma donde había colocado a Irmak, que había sobrevivido al retorno a la ciudadela. Su hermano no había tenido tanta suerte. Ni le habían podido hacer una ceremonia de despedida en condiciones. 

-   ¿Irmak, qué ves? -quiso saber Alvho. 

-   Avanzan la caballería a toda velocidad, pronto estarán a tiro -informó Irmak. 

-   ¿Infantería? 

-   Podría haberla, pero el polvo que levanta la caballería los oculta -añadió Irmak 

-   Maldita sea -espetó Alvho, que se le ocurrió algo-. ¿Cómo de grande es el grupo de caballería? 

-   Tres de fondo o cuatro, no se ve demasiado bien -dijo Irmak.

Alvho supuso que no tenían muchos caballos y los estaban usando para ocultar las tropas con polvo que levantaban los caballos. Si podían acercarlos a las empalizadas, las escalarían. Pero aún así, caerían a cuenta gotas. 

-   ¿Cuál crees que es su estrategia? -preguntó Aibber que estaba junto a él. 

-   Esconden a su infantería con lo que queda de su caballería -señaló Alvho-. Estarán usando ramas o algo parecido para levantar polvo. Tienen que acercar a sus hombres lo más posible. Podrían haber preparado escalas. Si toman las plataformas, perderemos a los arqueros. No tienen el nivel para defenderse de ellos. Si empiezan a entrar, retira a nuestros arqueros de allí arriba. Los de abajo los pueden masacrar y entonces subimos nosotros. 

-   Entiendo -afirmó Aibber. 

-   Buena suerte, Aibber -indicó Alvho, cuando su segundo se marchaba.

Pronto el ruido de los cascos al galope se empezó a escuchar. Los caballos debían estar cerca. Los arqueros empezaron a lanzar sus flechas desde la plataforma, pero parecía que los jinetes devolvían las flechas, ya que los arqueros tenían que esconderse tras la madera de la empalizada. Entonces Alvho se percató de su estrategia. Unos rezones pasaron por encima del borde de la empalizada y cayeron dentro de la empalizada. Querían tirar abajo las empalizadas con los caballos y de esa forma poner cruzar la infantería las defensas. 

-   ¡Irmak! ¡Irmak! ¡Cortad las cuerdas! ¡Quieren derruir la empalizada! -gritó Alvho-. ¡Enlace! ¡Enlace!

Un guerrero joven llegó corriendo hasta la posición de Alvho. 

-   Mensaje al canciller -dijo Alvho-. La caballería enemiga está lanzando rezones. Quiere derrumbar la empalizada tirando con los caballos. Lleva el mensaje ya, corre.

El joven salió corriendo hacia el interior de la fortaleza, al tiempo que Alvho volvía a señalar las cuerdas atadas a los rezones y a ordenar a Irmak que las cortase. No podía dejar que tirasen abajo la empalizada. Vio como Irmak cortaba las cuerdas que tenía más cerca. Los arqueros se habían dividido. Unos lanzaban flechas cuando podían y otros cortaban las cuerdas, pero seguían cayendo más.

Uno de esos garfios pasó por encima de la puerta y cayó a los pies de Alvho, que miró el rezón de metal, que se movía por la tierra, haciendo unos surcos con sus puntas. 

-   Vosotros coged la cuerda -gritó Alvho a sus guardias, la antigua unidad de adelantados, a la vez que se agachaba para tomar el rezón-. Tirad.

Cuando los hombres tomaron la cuerda, tiraron de ella, acercándose al muro de escudos que se abrió a su paso. Mucho más tarde, aún se podría escuchar a Irmak hablando de esa batalla y como vio que un jinete salió disparado de su silla, golpeando a varios caballos y enemigos, al ser arrastrado por la cuerda que había lanzado por encima de la puerta, hasta estamparse con la madera de la propia puerta. Incluso adornaba esa historia con caballos encabritados, caos y pisotones amigos. Pero la verdad de ellos, es que se habían hecho con uno de los rezones, muchos de los que se quedaron en el interior de la empalizada, al ser cortados de las cuerdas por los defensores.

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