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sábado, 25 de septiembre de 2021

Aguas patrias (55)

La noticia había dejado sin habla a Eugenio y a los dos teniente. Don Rafael, estaba hecho un basilisco, pero al ver las caras de sus hombres, se intentó sosegar. La verdad es que ellos habían trabajado bien y por ello tenía cosas que contar. 

-   Bueno, que se vaya al diablo, posiblemente ya esté en manos de los ingleses, lo siento por la muchacha -sentenció don Rafael-. El gobernador mandará un barco con bandera blanca para que el gobernador de Jamaica, que seguro que es un caballero y devuelve a la muchacha. De todas formas hay oficiales y marineros que devolver. 

-   Seguramente el gobernador de Jamaica ya la tenga invitada en su palacio, si es padre, lo comprenderá -afirmó Eugenio. 

-   Pero he hablado de más cosas con el gobernador, señores -anunció don Rafael, serio, pero menos rígido-. Habrá una buena gratificación para todos aquellos que estuvieron en Antigua. Recuperar los dos galeones era algo imperante para la corona, pero además nos hemos hecho con varias naves más y la Diane es un gran premio. Por favor, siéntense. ¡Manuel! ¡Manuel!

Un hombrecillo, un marinero de pelo cano apareció por una puerta, que no era la de acceso desde el pasillo, la que estaba protegida por un par de infantes de marina. Seguro que era una lateral. 

-   Sí, capitán -dijo Manuel. 

-   Tráiganos una botella de clarete y algo de picar -pidió don Rafael-. Date prisa, Manuel.

El marinero desapareció tan rápido como había aparecido. 

-   Bueno, lo primero es lo primero, señor Heredia, por la orden del gobernador se le asciende al grado de capitán -indicó don Rafael-. El gobernador y yo mismo creemos que sus acciones en la defensa del Vera Cruz merecen este ascenso. El gobernador le hace entrega de la Centella, una corbeta que está fondeada cerca del puerto. Aquí tiene su ascenso. 

-   Gracias, comodoro, muchas gracias -murmuró Heredia, recogiendo los papeles que le tendía don Rafael. 

-   Se lo merecía y no es el único, señor Salazar, este es su ascenso a capitán, también -añadió don Rafael, tendiéndole el ascenso al otro teniente, cuyo rostro se iluminó de oreja a oreja-. En su caso, el gobernador ha comprado la Lady of South, aunque aún no se han decidido un nombre para ella. Si se ve con ganas de decir uno, se lo pasaré al gobernador. Seguro que tiene algo en mente, capitán Salazar. 

-   Tal vez podríamos llamarle la Sureña -señaló Salazar, aún sorprendido por su ascenso y el recibir una nave tan rápido. 

-   ¿Sureña? No sé, me gustaría algo con más garra, algo que la hagan respetar -dijo don Rafael. 

-   ¿Qué le parece la Cazadora? -inquirió Eugenio 

-   Cazadora, sí, me gusta, tiene nombre de luchadora, tiene fuerza -asintió don Rafael, al tiempo que los dos nuevos capitanes movían la cabeza en señal afirmativa. 

-   ¿Señor, qué será de la Diane? -preguntó Eugenio. 

-   El gobernador también la va añadir a la armada, con el nombre de Nuestra Señora de Begoña, aunque tiene un capitán para ella -contestó don Rafael-. El Windsor lo he comprado yo como barco de pertrechos para que me sirva de apoyo. Claramente voy a quitarle ese nombre de hereje. Creo que Labrador es un nombre mejor para él. Pero ahora las siguientes noticias. Por lo visto en el puerto está la Santa Cristina, o más bien en el astillero, por eso igual no se han fijado en ella. La están limpiando el fondo, la han quitado los palos y no parece ni marinera ni nada. Pero el problema no es ese. Desde que el capitán Trinquez se enteró de lo ocurrido con Juan Manuel, ha estado lanzando todo tipo de chismes. En muchos de ellos, no nos ha dejado en buen lugar al resto. Así que por ello, el gobernador me ha ordenado que las tripulaciones no bajen a tierra hasta nuevo aviso. 

-   Se va a montar una buena -intervino Eugenio-. Con las bolsas llenas y no pudiendo gastar el oro en la ciudad. 

-   Y por ello, me gustaría que ustedes también descendieran lo menos posible a tierra -rogó don Rafael-. Los oficiales deben dar ejemplo. Aunque es verdad que seremos llamados para el juicio contra los desertores que se han trasladado a tierra. El gobernador mandará los avisos del día que se va a realizar. 

-   ¿Tal vez la escuadra se marche antes hacia nuestra meta original? - previó Eugenio, que no tenía muchas ganas de juzgar a nadie y menos a desertores. 

-   Mucho me temo que por ahora, el gobernador ha decidido que no se va a realizar ese viaje -negó don Rafael-. Requiere a la escuadra aquí.

Eugenio no intentó forzar más la situación, no quería que se dieran cuenta de que no quería participar en la corte marcial que se crearía. Durante el resto de la reunión se fueron haciendo las listas de marineros, los que iban a reforzar a los dos nuevos capitanes en sus barcos. Se llevarían a algunos guardiamarinas y marineros, que ellos mismos eligieron. El resto de sus tripulaciones las completarían con reclutas y marineros que estuvieran en tierra. Tras picar y beber el clarete con el que les obsequió don Rafael, los tenientes regresaron a sus camaretas, para recoger sus pertenencias, avisar a los marineros que se irían con ellos. Tenían que tomar posesión de sus barcos y empezar a prepararlos para el servicio activo.

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