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sábado, 25 de septiembre de 2021

El reverso de la verdad (45)

Apagó el ordenador y se dirigió al baño. Estaba la puerta abierta, pero Andrei entró con cuidado, temiendo encontrarse a Helene desnuda aunque en el fondo de su ser, no le importaría tener que verla así. Se echó agua fría por la cara, para evitar ese pensamiento, que le hacía creer que le era infiel a su esposa difunta. Se aseó lo más rápido que pudo y regresó a su cuarto para vestirse. Después se dirigió al cuarto de invitados, que tenía la puerta cerrada. Dentro se escuchaba música alta, lo que no le gustó demasiado a Andrei, así que llamó a la puerta. Nadie le respondió. Así que volvió a golpear y entró. 

-   Helene tenemos que hablar y… -las palabras no querían salir de su boca, ya que se encontró a Helene saltando encima de la cama, vestida únicamente con un tanga negro. Sus senos rebotaban en el aire. Helene que canturreaba con la canción le vio cuando giró en su salto. 

-   ¿Qué haces aquí, mirón? ¡Hay que llamar a la puerta! -gritó indignada, tapándose el busto con los brazos. 

-   He llamado, pero con esa música alta no me has ayudado -se quejó Andrei, cruzando el espacio que había entre la puerta y el radiocassette, para apagarlo-. Si no escuchases la radio a todo trapo esto no habría pasado. 

-   Bueno, puede ser -murmuró Helene, pensando que podría tener razón, ya que la música estaba alta y ella no había oído nada-. Puedes esperar fuera a que me vista. 

-   Está bien -se limitó a decir Andrei, al tiempo que se daba la vuelta y se marchaba, cerrando de nuevo la puerta.

Al poco abrió la puerta Helene, esta vez vestida, informal, pero sin mostrar más piel de la debida. Observó los ojos de Andrei, y no detectó ni lujuria, ni nada parecido. Más bien creyó detectar la molestia en el hombre. Sin duda no estaba contento con la presencia de Helene en la casa o eso era lo que conseguía leer en los ojos de Andrei. 

-   Ya estoy lista -anunció Helene. 

-   Bien, vamos a hacer un viajecito, cerca de aquí, pero lejos de nuestros enemigos -indicó Andrei-. Hay que seguir la estela de Marie. 

-   ¿Marie Fayolle? Pero si está muerta -dijo Helene-. tras la muerte de Sarah, no se habló de otra cosa. Algunos en la productora decían que había caído una maldición sobre ellos. Un mal de ojo y esas cosas. 

-   ¿Y tú qué pensabas de eso? -inquirió divertido Andrei. 

-   Yo no creo en esas tonterías -se rió Helene-. En esas cosas solo creen los crédulos o los tontos y no me considero ni lo uno ni lo otro. 

-   Buena respuesta, pues nuestra primera visita será un cementerio -señaló Andrei-. Así que toma lo indispensable, lo que necesites y nos vamos. 

-   Vale -se limitó a decir Helene.

Andrei regresó a su cuarto, para cambiarse de ropa. Optó por una camisa, sobre la que se colocó la pistolera. Tomó una de sus chaquetas Oxford. Se calzó y se fue al despacho, para hacerse con su pistola, unos cuantos fajos de billetes de la bolsa y su ordenador de viaje, que metió en una mochila, junto con munición extra. No quería llevar demasiado, pero tampoco quedarse corto. Cuando entró en la cocina, le esperaba Helene con jeans, una camiseta y un chal. llevaba un bolso pequeño, de mano y unas zapatillas de deporte, parece que los zapatos con tacón habían sido desterrados. Si había que huir eran mejores ese calzado que los que se podrían romper y dar al traste con la fuga. 

-   ¿Necesitas más tiempo? -preguntó Andrei al darse cuenta de que no iba maquillada, lo que le daba a Helene una belleza más natural, algo que ya no estaba enmascarado por los químicos que usaba antes. 

-   No, no, ya estoy lista para marchar. 

-   Bien -asintió Andrei, tomando las llaves del coche, de un cenicero que había en un estante y sacando las de la casa.

Andrei abrió la puerta y esperó a que Helene saliese, para cerrar la puerta, echando la llave, que hizo girar varias veces en la cerradura. Después ambos se dirigieron al ascensor y bajaron al garaje. Esta parte del edificio estaba tan vacía y solitaria como todas las demás. Pero además las luces parecían querer fallar, lo que le llevó a Andrei a ponerse a la defensiva. Pero cruzaron el trecho que había entre la puerta del garaje y el coche sin problemas. Andrei accionó el mando y las puertas del coche se abrieron. Helene rodeó el coche hasta la puerta del copiloto y Andrei se sentó ante el volante.

Mientras Helene se colocaba el cinturón de seguridad, Andrei arrancaba y hacía las maniobras para tomar la salida del garaje. Con un mando, accionó de lejos el portón y cuando estuvo levantado lo justo, aceleró para salir a la calle. Se unió al tráfico, congestionado a esa hora y fue saliendo poco a poco de la ciudad. 

-   ¿Has cambiado de idea? Parece que nos dirigimos al aeropuerto -dijo Helene después de llevar un rato por la autopista. 

-   Es hora de cambiar de coche -indicó Andrei-. Creo que esta vez nos vendría bien algo alemán. 

-   Sí, sí, los coches alemanes son rápidos y cómodos -asintió Helene, pensando que Andrei hablaba de los Mercedes o los BMW.

Curiosamente, el resto del trayecto hasta el aeropuerto, Helene estuvo hablando de coches, un tema que a Andrei no le desagradaba y parecía gustar mucho a la muchacha.

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