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martes, 21 de septiembre de 2021

Lágrimas de hollín (97)

El nuevo día había llegado y los implicados en la trama que se henchía se pusieron en movimiento. Fhin, Bheldur, Shar y el resto de hombres fueron los más tempranos. Dejaron la mansión sin ser vistos, ni sus sirvientes se enteraron de ello. Otros en cambio, se levantaron más tarde, pero hicieron un viaje más pesado que los otros.

Dhevelian había pedido una audiencia con el gobernador, por instancia de Armhus y a la hora señalada, ambos esperaban al gobernador. 

-   ¿Qué es lo que pasa, señores? -preguntó el gobernador, cuando entró junto a unos escribientes en la sala que servía de despacho-. Nunca propones una reunión tan temprana, Dhevelian. Señor de Mendhezan. 

-   Ha ocurrido un pequeño problema -anunció Dhevelian, al ver que el viejo noble se limitaba a mirar al suelo-. El señor de Mendhezan quiere informarle de algo. 

-   Pues soy todo oídos, señor de Mendhezan -dijo el gobernador dejando caer su cuerpo en un sillón-. Vamos Armhus, que nos conocemos ya desde hace tiempo, no puede ser algo tan grave como para tenerme miedo. 

-   Han robado en mi almacén -consiguió hablar Armhus, que se frotaba las manos y seguía con la mirada gacha. 

-   ¿En tu almacén? Bueno, pues lo hablas con Dhevelian y la milicia, porque yo no puedo dedicarme a cazar a los ladrones y… -la voz del gobernador se quebró al pensar en lo que podían haber robado en el almacén del noble para que viniera a informarle. El sudor empezó a aparecer en su frente, miró a todos los presentes y gritó-. ¡Todos fuera! ¡Solo quiero aquí al señor de Mendhezan y al Alto Magistrado!

Los escribientes, criados, y guardias salieron con rapidez. Cuando la puerta se cerró solo estaban los tres hombres. 

-   ¿Qué es lo que te han robado? ¿No serán nuestros arcones? -inquirió el gobernador. 

-   Todos y cada uno de ellos -contestó Dhevelian, ya que Armhus parecía haber perdido la fuerza para hacerlo. 

-   ¡Por el gran Rhetahl! ¿Cómo ha sido posible? ¿Quién? -espetó el gobernador-. Nos aseguraste que tu almacén era seguro. ¿Te han robado algo más? 

-   Solo los arcones -volvió a responder Dhevelian. 

-   ¡Por Rhetahl, ya no puedes hablar Armhus! -gritó el gobernador, llenó de ira-. Eres un noble, Armhus, habla y defiende tu caso, no puedes escudarte en este funcionario con ínfulas. ¿Qué es lo que quieres de mí? 

-   Sabemos quién me ha robado -habló por fin Armhus. 

-   ¿Quién? 

-   Jockhel -soltó Armhus, algo que Dhevelian esperaba que no hiciese. 

-   ¿Jockhel? ¡Jockhel! -repitió el gobernador y pasó su mirada del noble a Dhevelian-. Te advertí que debías deshacerte de ese individuo. Pero tú seguías insistiendo que ese hombre no saldría de su barrio. Pues mira por donde ha robado el oro del imperio. El emperador no tolera esas cosas y yo tampoco, así… 

-   También ha robado tus cofres y los de los generales -añadió Armhus, echando más leña al fuego que ardía en el interior. 

-   ¡Mis posesiones! 

-   Las tenía junto al oro del emperador, listo para ser enviado a casa todo junto -explicó Armhus, aunque al parecer de Dhevelian era mejor no hablar ahora tanto. 

-   ¿Y ha robado algo más? -quiso saber el gobernador. 

-   La paga del ejército. 

-   ¡Oh, por Rhetahl! -exclamó el gobernador. Iba a decir algo, pero el ruido de trompetas, aunque muy amortiguadas, le hizo cambiar lo que salió por su boca-. Seguidme.

El gobernador salió de la habitación seguido de los dos hombres. Les llevó a un balcón, desde el que se podía ver casi toda la ciudad. En la puerta norte había mucho ajetreo. 

-   El ejército ha llegado y no tengo con qué pagarles, ¿que debo hacer ahora? ¿Dejo que asalten vuestras haciendas hasta que recuperen su oro? Los soldados enfadados no respetan nada, Armhus, creo que tienes una mujer joven, hermosa -lanzó amenazas el gobernador. 

-   No hay que llegar a esos extremos, mi señor -intervino Dhevelian-. Jockhel ha robado el oro del emperador y el oro de tus soldados. Solo puede esconderlo en un lugar, La Cresta. Tienes un ejército y una razón de peso para limpiar el barrio. Han tomado algo que os pertenece, tus hombres solo tienen que recuperarlo, ¿no? 

-   Dhevelian, a veces me olvido que no eres uno de los nuestros -señaló el gobernador-. Aunque tomases ese nombre como los nuestros eres uno de ellos. Me gustaría saber qué dirían si te escuchasen azuzarme para que riegue de sangre ese barrio. 

-   No dirían nada, siempre que no les hagas lo mismo a los otros barrios -aseguró Dhevelian-. Son prescindibles y nadie les echará de menos.

El gobernador comenzó a reírse a carcajadas. Asintió con la cabeza, el plan de Dhevelian le gustaba. Atacarían La cresta, lo antes posible para evitar que Jockhel y sus hombres se pudieran defender. Recuperaría su oro y acabaría con la gente de ese barrio.

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