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sábado, 4 de septiembre de 2021

El reverso de la verdad (42)

Andrei tomó la cafetera y sirvió el café en la taza que había puesto ante Arnauld, que parecía más interesado en mirarle que en explicar cuál era el verdadero motivo de su visita. Pues estaba claro que no era recordar las viejas guerras de ambos. El olor del café recién hecho pareció sacar a Arnauld de su parálisis. 

-   Es una pena que no te acuerdes, amigo -dijo Arnauld por fin-. Pero ya te recuerdo yo lo que ocurrió. El señor de la guerra o tribal o como te quieras referir sobre él, le encantaba meter a gente en hoyos en la tierra. Les rompía las dos piernas y les entregaba un puñal. Por lo visto era una forma de darles la oportunidad de matarse antes de morir de inanición o acosado por las alimañas. Se decía que era un gesto de su benevolencia. 

-   Sigo sin recordar nada de eso, pero los señores de la guerra eran así de benevolentes, fuera cual fuera en el que nos fijásemos -reconoció Andrei-. ¿Pero cómo es que has recordado ese pasaje de tu historia en este momento, tan lejos como estamos de Malí? 

-   Eso es lo más curioso de la cuestión -aseguró Arnauld-. Hace tres horas me han avisado de que han encontrado a un hombre, muerto en un foso. Por casualidad un par de toxicómanos se suelen meter en un pabellón industrial abandonado para meterse la mierda que consumen. Cual ha sido su sorpresa que han encontrado a nuestro amigo muerto. Por lo visto le habían degollado. 

-   Un mal trago para los drogadictos -murmuró Andrei-. ¿Y no han sido ellos en uno de sus viajes? 

-   Eso habían pensado en primer momento los agentes que habían llegado al lugar -señaló Arnauld-. Pero el forense les quitó la idea al indicar que el muerto tenía las dos piernas rotas y dudaba que fuera por la caída al foso, no tenía tanta altura para esas roturas. Lo que quería decir que le habían tirado dentro con las piernas rotas. Y lo mejor es que nadie le había degollado, sino que había sido él mismo con una navaja que había allí. ¿No te parece similar a lo de Télabit? 

-   Que yo sepa últimamente se están filtrando muchos dossieres de aquella época en Malí -comentó Andrei-. Supuestos periodistas de investigación que quieren sacar a relucir lo que hicimos durante esos años en Malí. Personas con menos escrúpulos que el señor de Télabit, en un afán de su minuto de gloria, en detrimento de los nos jugamos el tipo por la libertad y la paz. 

-   Bonitas palabras, paz y libertad, ¿verdad? -se rió Arnauld-. Pero no recuerdo que esos fueran los motivos reales de los que nos mandaron allí. Pero regresando al tema del que hablas, tienes razón, puede ser que los hechos de Télabit se hayan narrado en algún artículo de investigación. Y cualquiera puede haberse hecho suyo las formas del enemigo. De todas formas, el hombre tenía su identificación y cual es mi sorpresa, era el recepcionista de un hotel de mala muerte. Cuando me he acercado ahí, pues otra conmoción. Una mujer muerta en una de las habitaciones, una prostituta drogadicta. 

-   Las sobredosis son la principal causa de mortalidad de los drogadictos, es una pena. 

-   La pena era su cabeza, reventada por un tiro, parecía la obra de un francotirador -le cortó Arnauld-. Recuerdo que ese arma era uno de tus predilectos, aparte de los ordenadores. 

-   En el campamento de adiestramiento me familiarice con muchas armas y tipos -reconoció Andrei-. Pero eso no quiere decir que me dedique a ir por la ciudad con un rifle de francotirador matando putas yonkis por placer. Todo lo que tenía que ver con el ejército se quedó con él cuando lo deje. Los recuerdos y las armas. Solo los ordenadores me son útiles hoy en día. 

-   Un ciudadano ejemplar -ironizó Arnauld, que se removió en la silla-. Pues es curioso, porque la muerta trabajó con tu esposa, tu querida Sarah. Y me he dado cuenta que llevas algunas semanas sin martirizarme con el asunto de tu esposa. Y ahora aparece muerta una antigua compañera. Me parece un poco raro, ¿no crees? 

-   A mi no, solo seguí el consejo que me diste, que pasase página, que me olvidase del asunto, fue un desafortunado accidente, que no te molestase más, pues no iban a reabrir el caso -se quejó Andrei-. Y eso es lo que he hecho, yo… 

-   ¡Esto huele muy bien! -se escuchó la voz de Helene a la espalda de Andrei, que se volvió, retirándose hacia atrás.

Arnauld se giró hacía donde había oído la voz de Helene y se quedó estupefacto al verla. Helene vestía con una camisa de Andrei únicamente. Las piernas al aire, el pelo suelto y despeinado. Arnauld consiguió evitar lanzar un silbido de admiración

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