Estaba pensando la respuesta, cuando la apertura de
otra compuerta le llamó la atención. Lo vio por el rabillo del ojo, fue como un
destello fugaz, pues el tharkaniano lo tapó casi al momento. Había visto a dos
hombres, humanos, muy parecidos, a uno lo conocía, de tiempos de la guerra. El
segundo era muy parecido físicamente al primero, y dedujo quién era. Haciendo
memoria, recordó la cara del padre de ambos. Pero con ello entendió de dónde
venía el dinero y en el fondo de su alma apareció un sentimiento, uno que creía
ya olvidado, uno de los que sentía cuando se alistó. El de hacer la misión por
iniciativa propia, por honor, pero su yo actual lo reprimió azorado.
Los hombres no podían ser otros que los hermanos
Prowazkii, uno, André, almirante y héroe de la última guerra. El otro, Stephen,
al mando de Industrias Prowazkii, que se habían convertido en el holding
empresarial más importante de la Confederación. Hacían casi cualquier producto,
pero los más rentables eran los contratos con la Armada. De sus astilleros
habían salido las mejores naves de guerra. No habían perdido ni uno solo de los
contratos públicos.
Y sabiendo eso, Jörhk supuso que lo que tenía que
realizar, la persona que debía localizar en el barrio Berlín era algún hombre
de las industrias Prowazkii, uno de gran importancia para ellos. Por un momento
se le pasó por la cabeza la idea de subir un poco más el montante del premio
por el negocio por el que le querían contratar, pero al final, recordó las
palabras de su propio sargento instructor, sobre lo que ocurría cuando la avaricia
nublaba el juicio del soldado. Aunque en esa ocasión todo era debido a unas
apuestas en un juego de dados.
-
¿Ha decidido algo ya, señor Larkhon? -preguntó el tharkaniano,
como deseoso de terminar la entrevista.
-
Soy su hombre -dijo Jörhk, lacónico.
- Un soldado
lo es hasta el final -comentó el tharkaniano, sonriendo-. Tenía muchas
esperanzas que usted decidiera unirse a este trabajo.
Jörhk decidió no decir nada y seguir con su cara de póker,
pero el tharkaniano no parecía muy impresionado por ella.
-
Señor Colt, entréguele al señor Larkhon toda la información que
precise del trabajo, así como la información sobre los efectivos del bloqueo y
la presencia de la milicia -ordenó el tharkaniano-. Además, indíquele donde
debe entregar el paquete. Como ya supondrá señor Larkhon, es mejor que no
regrese por aquí, ¿lo comprende, verdad?
-
He hecho otros trabajos como estos -se limitó a espetar Jörhk,
simulando estar ofendido.
- Tiene
razón, usted es un fuera de serie -se burló el tharkaniano, cuyo rostro se
endureció y añadió-. No la joda.
El tharkaniano se marchó por la misma compuerta que
había visto a los hermanos Prowazkii, aunque estos ya no se encontraban allí.
Colt le entregó una tableta con información y le indicó la compuerta por la que
había entrado. Lo cual le indicó que ya se había terminado la entrevista. Jörhk
tomó la tableta y se marchó de allí, de vuelta al exterior y a su vehículo,
acompañado por el mayordomo que le había acompañado a la entrada.
Mientras se metía en su vehículo, podía ver cómo el
mayordomo le observaba, sin duda con la necesidad de que él se marchase de
allí. Sin duda ya no era un invitado deseado en ese lugar. Se sentó y encendió
el motor. Solo cuando el vehículo hubo levantado unos palmos del suelo y los
soportes se hubieron replegado, el mayordomo no se marchó. Ya en el aire, Jörhk
se puso en marcha.
El vehículo comenzó su vuelo regresando por donde
había venido, alejándose de esos barrios altos, donde claramente no sería bien
recibido ni él se sentía demasiado a gusto, al fin y al cabo no hay lugares
para un sargento entre almirantes y generales. Cuando se unió a las corrientes
de tráfico, siempre se forma osada, recibiendo las sonoras quejas de los otros
conductores, no tomó la dirección para volver a su residencia, sino que tomó el
rumbo hacia las áreas industriales que había hacia el oeste. Allí tenía un
segundo escondrijo, un almacén seguro donde guardaba sus juguetitos y todo el
material que necesitaría para la misión en sí. Pronto podría leer la tableta
que le habían asignado. Aun así, aun con el problema del bloqueo del barrio, el
trabajo parecía sencillo, a menos que el objetivo fuera más peculiar o tal vez
el problema es que era de otra raza. En ese hipotético caso, mover al objetivo
por un barrio tomado por anti-alienígenas lo hacía un poco más complicado, pero
no imposible.
Por fin llegó a su almacén, situado en un gran
edificio de paredes gruesas y grisáceas, rodeado de otros de parecidas
dimensiones y de los tanques de una gran planta procesadora de combustible de
naves espaciales. Salió del tráfico y se acercó a la pared. Activó un mando y
la pared se comenzó a abrir, apareciendo un acceso mucho más grande que su
nave. Cuando la abertura fue suficiente, introdujo su vehículo y la compuerta
camuflada regresó a su posición.