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miércoles, 29 de enero de 2020

El mercenario (10)

Estaba pensando la respuesta, cuando la apertura de otra compuerta le llamó la atención. Lo vio por el rabillo del ojo, fue como un destello fugaz, pues el tharkaniano lo tapó casi al momento. Había visto a dos hombres, humanos, muy parecidos, a uno lo conocía, de tiempos de la guerra. El segundo era muy parecido físicamente al primero, y dedujo quién era. Haciendo memoria, recordó la cara del padre de ambos. Pero con ello entendió de dónde venía el dinero y en el fondo de su alma apareció un sentimiento, uno que creía ya olvidado, uno de los que sentía cuando se alistó. El de hacer la misión por iniciativa propia, por honor, pero su yo actual lo reprimió azorado.

Los hombres no podían ser otros que los hermanos Prowazkii, uno, André, almirante y héroe de la última guerra. El otro, Stephen, al mando de Industrias Prowazkii, que se habían convertido en el holding empresarial más importante de la Confederación. Hacían casi cualquier producto, pero los más rentables eran los contratos con la Armada. De sus astilleros habían salido las mejores naves de guerra. No habían perdido ni uno solo de los contratos públicos.

Y sabiendo eso, Jörhk supuso que lo que tenía que realizar, la persona que debía localizar en el barrio Berlín era algún hombre de las industrias Prowazkii, uno de gran importancia para ellos. Por un momento se le pasó por la cabeza la idea de subir un poco más el montante del premio por el negocio por el que le querían contratar, pero al final, recordó las palabras de su propio sargento instructor, sobre lo que ocurría cuando la avaricia nublaba el juicio del soldado. Aunque en esa ocasión todo era debido a unas apuestas en un juego de dados.

-       ¿Ha decidido algo ya, señor Larkhon? -preguntó el tharkaniano, como deseoso de terminar la entrevista.

-       Soy su hombre -dijo Jörhk, lacónico. 
-   Un soldado lo es hasta el final -comentó el tharkaniano, sonriendo-. Tenía muchas esperanzas que usted decidiera unirse a este trabajo.

Jörhk decidió no decir nada y seguir con su cara de póker, pero el tharkaniano no parecía muy impresionado por ella.

-       Señor Colt, entréguele al señor Larkhon toda la información que precise del trabajo, así como la información sobre los efectivos del bloqueo y la presencia de la milicia -ordenó el tharkaniano-. Además, indíquele donde debe entregar el paquete. Como ya supondrá señor Larkhon, es mejor que no regrese por aquí, ¿lo comprende, verdad?

-       He hecho otros trabajos como estos -se limitó a espetar Jörhk, simulando estar ofendido. 
-   Tiene razón, usted es un fuera de serie -se burló el tharkaniano, cuyo rostro se endureció y añadió-. No la joda.

El tharkaniano se marchó por la misma compuerta que había visto a los hermanos Prowazkii, aunque estos ya no se encontraban allí. Colt le entregó una tableta con información y le indicó la compuerta por la que había entrado. Lo cual le indicó que ya se había terminado la entrevista. Jörhk tomó la tableta y se marchó de allí, de vuelta al exterior y a su vehículo, acompañado por el mayordomo que le había acompañado a la entrada.

Mientras se metía en su vehículo, podía ver cómo el mayordomo le observaba, sin duda con la necesidad de que él se marchase de allí. Sin duda ya no era un invitado deseado en ese lugar. Se sentó y encendió el motor. Solo cuando el vehículo hubo levantado unos palmos del suelo y los soportes se hubieron replegado, el mayordomo no se marchó. Ya en el aire, Jörhk se puso en marcha.

El vehículo comenzó su vuelo regresando por donde había venido, alejándose de esos barrios altos, donde claramente no sería bien recibido ni él se sentía demasiado a gusto, al fin y al cabo no hay lugares para un sargento entre almirantes y generales. Cuando se unió a las corrientes de tráfico, siempre se forma osada, recibiendo las sonoras quejas de los otros conductores, no tomó la dirección para volver a su residencia, sino que tomó el rumbo hacia las áreas industriales que había hacia el oeste. Allí tenía un segundo escondrijo, un almacén seguro donde guardaba sus juguetitos y todo el material que necesitaría para la misión en sí. Pronto podría leer la tableta que le habían asignado. Aun así, aun con el problema del bloqueo del barrio, el trabajo parecía sencillo, a menos que el objetivo fuera más peculiar o tal vez el problema es que era de otra raza. En ese hipotético caso, mover al objetivo por un barrio tomado por anti-alienígenas lo hacía un poco más complicado, pero no imposible.

Por fin llegó a su almacén, situado en un gran edificio de paredes gruesas y grisáceas, rodeado de otros de parecidas dimensiones y de los tanques de una gran planta procesadora de combustible de naves espaciales. Salió del tráfico y se acercó a la pared. Activó un mando y la pared se comenzó a abrir, apareciendo un acceso mucho más grande que su nave. Cuando la abertura fue suficiente, introdujo su vehículo y la compuerta camuflada regresó a su posición.