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martes, 14 de enero de 2020

El mercenario (8)

Por fin empezó a adentrarse en el barrio alto y pronto distinguió el edificio Ilussion, o por lo menos la cúspide de este, que curiosamente era su destino. La velocidad en esa zona estaba más controlada que en otros barrios. En lo poco que había recorrido, se había encontrado con más coches patrulla, que los que se podían ver en otros barrios. Hasta le pareció que uno de ellos no le perdía de vista. Si la advertencia entregaba por Jane era cierta, ese seguimiento era peligroso. Supuso que no debería haberle tocado las narices a Dherkkin, pero le caía mal ese sujeto. Dherkkin era un xilan, el jefe del clan que mandaba en su barriada y el único xilan que había conocido tan ladino y cruel como un humano. Su raza, era de natural pacífica y bondadosa. Los xilans eran seres de mucho pelo corporal, blanquecino y largo, piel rosada, ojos claros, hocico chato, de aspecto humanoide, y a los humanos les recordaban siempre a los primates. Tenían un dedo menos en sus manos. Su cultura era muy abierta y hasta su entrada en la Confederación, casi no habían formado ciudades grandes. Su descubrimiento había sido el gran error de la Confederación, pues la raza estaba muy lejos de llegar al grado evolutivo de los viajes galácticos. Pero habían tomado bien el contacto y ahora empezaban a formar nuevas colonias, sobretodo en planetas fríos o helados, como su mundo natal, Xilan, un mundo con nieves perpetuas.

Pero Dherkkin era diferente a sus hermanos, era fuerte y muy calculador. No se sabía cómo había llegado allí, pero sí cómo había alcanzado su estatus en el barrio, con fuerza, con trabajo y con su gran maldad. Y se las había apañado para acabar con toda su competencia y erigirse como el amo y señor de todo. Él solo se había encontrado con el gran jefe una vez, y no la cosa no había acabado muy bien, pues Dherkkin no consiguió lo que quería, a él.

Por fin llegó a su destino, se acercó a una plataforma que salía del edificio y aterrizó con cuidado en ella. A la vez que salía del vehículo, llegó un hombre a la carrera. Vestía con una casaca y pantalones negros, inmaculados, lo que le daba una apariencia de mayordomo, pero al andar, le pareció más el deje de un militar.

-       Buenos días, señor -saludó serio el hombre-. ¿Qué desea? 
-    Me llamo Jörhk Larkhon, y me están esperando.

El hombre sacó una tablilla electrónica de un bolsillo de la casaca y pasó el dedo varias veces sobre la pantalla. 

-       Sí, es verdad, el… esto, los señores le esperan, señor Larkhon -afirmó el mayordomo-. Sígame, por favor.

El hombre se dio la vuelta y comenzó a andar. Jörhk se puso a seguirle. El mayordomo caminaba con paso rápido, que le recordaba mucho al paso de marcha. Lo que junto al despiste tras mirar su tablet, le indicaba que el residente del ático era un oficial de alto grado o estaban en una operación encubierta. Y le parecía que era lo segundo. Y ello le hacía estar más interesado en este trabajo, pues quería saber qué unidad militar y por qué actuaban en terreno propio. 

Ambos hombres cruzaron un jardín bien cuidado, donde el Sol iluminaba en casi todas las horas. Luego entraron por una compuerta de servicio, cruzando un pasillo de almacenes y despensas, para acceder a un montacargas. Subieron cuatro pisos, llegando a un piso de techos altos, paredes de mármol anaranjado y brillante. Había alfombras en los suelos, cuadros, estatuas, estanterías de cristal repletas de piezas culturales y decorativas, columnas de hologramas y todo tipo de plantas. 

El mayordomo se paró ante la consola de una compuerta y dijo algo. Al momento, esta se abrió.

-       Le esperan, señor Larkhon -el mayordomo señalaba hacia el interior.

Jörhk cruzó bajo la compuerta. La sala era grande, de parecido estilo que el resto de la vivienda. Junto a una mesa baja había varios hombres, sentados en butacas, mirando sus tablets. Alguno le miraba a él, pero rápidamente volvían a sus pantallas. Al final, uno de ellos, un hombre de unos treinta o más años, de pelo rubio, con ganas, se puso de pie y se acercó a él. Le hizo una seña para que le siguiera. Jörhk tenía su atención fijada en un tharkaniano que miraba por un ventanal hacia el exterior. Pero tuvo la suficiente habilidad para seguir al hombre rubio y a sentarse en una de las butacas libres, frente a los hombres de las tabletas y al que le había guiado. 

-       Buenos días, señor Larkhon -dijo el hombre rubio-. Nos han dado muy buenas referencias suyas y creemos que nos puede ser muy útil.
-       No soy un hombre barato -murmuró Jörhk, haciendo que el hombre dejará de hablar.
-       Suponemos que su trabajo no es gratis -prosiguió el hombre-. Pero creo que podremos pagar el dinero que vale lo que queremos que haga.
-       Le hemos investigado y no me ha gustado su expediente, sargento -indicó el tharkaniano, acercándose con una tableta en la mano-. Menciones, acciones memorables y terminó su carrera como sargento. Demasiados años en el ejército y sólo alcanzó el puesto de sargento. Claramente hay algo que no concuerda, otros habrían ascendido con un expediente así y se habrían licenciado como capitán e incluso mayor. Pero solo como sargento me cuenta otra historia.
-       Puede ser -se limitó a decir Jörhk.
-       ¿Puede ser? Sí, claro, que tenemos aquí -prosiguió el tharkaniano-. Se alistó al final de la primera Guerra, con tiempo suficiente para luchar en la batalla de la luna de Astork. Sus méritos allí le llevaron a obtener una medalla de méritos especiales y el rango de cabo. Luego durante la paz, ascendió a sargento y estuvo en la guarnición de Tharkan, donde pasó a sargento instructor. Empieza la guerra y estuvo en Jharlan, en Fharden, en el asalto a la base imperial de Ulkkar, en el sitio de Gharton y en la guarnición de Erbock, hasta el fin de la guerra. Tras lo que consiguió la licencia por servicios distinguidos, pero como sargento. Raro.
-       Ser oficial nunca me gustó -señaló Jörhk. 
-   O a los oficiales nunca les cayó bien usted -añadió el tharkaniano-. Por ello, nunca pasó de suboficial.

Los ojos de Jörhk estaban fijos en el tharkaniano. No eran diferentes a los de su especie, oscuros, tras la membrana translúcida y los párpados escamosos. Desde el punto de vista de su conocimiento sobre tharkanianos, este era igual al resto de su raza. La misma piel formada por placas córneas endurecidas, con aspecto de escamas, de diversos tonos, verdes oscuros, aceitunados, negruzcos, marrones oscuros y granates. Decían que no había dos tharkanianos con el mismo esquema cromático de piel. No tenía pelo, ni nariz, pues los tharkanianos sólo tenían dos aberturas sobre la boca que abrían y cerraban cuando tomaban aire. Su cuerpo estaba  diseñado para soportar el clima árido de  su planeta natal. 

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