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domingo, 26 de enero de 2020

Ascenso (11)

Ofthar fue el primero en recuperarse de su asombro. Se acercó a la mesa y tomó una capa. Se aproximó a Maynn y tapó el cuerpo de la muchacha con ella. Maynn agarró los pliegues de la capa y se embutió todo lo que pudo para evitar que se viera su piel. Ofthar cogió el taparrabos roto del suelo, lo miró y lo tiró sobre la mesa.

-       Creo que necesitamos una explicación, Maynn -indicó Ofthar.

El asunto era muy raro. No se había encontrado nunca un caso como este. Es verdad que había visto mujeres que luchaban en las batallas, pero nunca vestidas como un hombre. Y sabía que podían ser más letales que los del otro género. Incluso se había encontrado algunas que eran mucho más sanguinarias y violentas que los varones. Pero que una mujer hubiera cambiado su aspecto para parecer un hombre, joven, pero varón e incluso se hacía pasar por un guerrero, era la primera vez. Bueno, existían las leyendas, sobre un grupo de mujeres que luchaban mejor que los hombres, que hasta el gran Ordhin las reconoció por su fortaleza y valor, las whalkyrs.

-       Mhista ve a donde están los supervivientes de los pantanos y pregunta por Maynn -ordenó Ofthar, debido al silencio de la muchacha-. Pregunta a nuestros hombres si la recuerdan. Quiero saber cómo luchaba. Pero en todo momento habla de ella como un hombre. ¿Entendido? 
-    Sí, mi señor -asintió Mhista, que se marchó al momento.

Ofthar le vio marchar y se volvió hacia Maynn.

-       Mi problema es el siguiente Maynn, eres una mujer -siguió hablando Ofthar-. En nuestro mundo las mujeres tienen vedado el trabajo de los hombres y sobre todo aquellas que se visten como ellos. Además esas cicatrices en tu espalda me llevan a pensar que eres una sierva huida o peor, que ha matado a sus amos. Si te han tenido que dar esos castigos, puedo creer que les guardabas rencor. Si no me cuentas tu historia, dudo mucho que pueda ayudarte.
-       No me creerás -negó Maynn arisca.
-       Aunque tú puedas no saberlo, soy una persona muy abierta a escuchar y razonar todo lo que me cuentan -intentó sonar conciliador Ofthar.
-       No soy una sierva, ni una esclava, aunque no provengo de una familia rica y poderosa como tú. Mi padre es el líder del clan Armne -contó Maynn, más calmada-. Somos pescadores y cazadores de los pantanos, aunque tenemos unas tierras algo fértiles en una de las muchas islas de los pantanos, con una pequeña construcción de piedra y madera. Mi padre tuvo seis hijos varones y a mí. Pero al criarme entre hombres y debido a mi aspecto poco femenino, me gusta más parecer un hombre.
-       Un hombre con suerte tu padre -indicó Ofthar, sopesando las palabras de Maynn, que no parecían ser mentiras.
-       Pero a mi padre no le interesaba que fuese como mis hermanos y a mi madre menos -prosiguió Maynn, sin hacer mucho caso al comentario de Ofthar-. Mi madre se propuso volverme una joven casadera. Pero entre los lugareños y señores cercanos, ya se sabía de mis procederes y le fue difícil buscarme un joven que quisiera tomarme por esposa. Al final, un mercader de una región algo distante, pero de nuestro señorío aceptó las condiciones de mi madre. Mi padre, que no quería contradecir a mi madre, aceptó a regañadientes. Se llevaron a cabo los esponsales cuando cumplí los diecisiete años y mi esposo me llevó a su hacienda. Al principio, aunque era un hombre de sesenta años, grueso y viscoso, se comportaba bien conmigo. Pero mi forma de ser fue chocando con la suya. Las marcas de mi espalda fueron sus intentos por hacerme seguir por un camino más natural. Al ver que la sangre y el dolor no me doblegaban, decidió que el hambre y la sed serían mejores consejeras para mí. Desgraciadamente para él, su edad y sus vicios de alcohol y mujeres de dudosa reputación le enviaron con Bheler. Mi esposo tenía hijos de un matrimonio anterior y me dieron a elegir. Podía quedarme con ellos, me alimentarían mejor que mi esposo, pero esperaban que no me metiera en sus negocios. O por otro lado me indicaron que podría volver con mi familia, ellos mismos se encargarían de llevarme con mi padre.
-       Y elegiste lo segundo -intervino Ofthar, con un tono bajo y una mirada triste, que incluso suavizó el rostro de Maynn. 
-    Cuando regrese, mi padre me acogió sin problema. Mi madre había fallecido durante el último invierno, y que volviera su única hija podría hacer que alguien se encargase de las cosas de la hacienda, mientras él y mis hermanos trabajaban en los pantanos -siguió narrando Maynn, asintiendo con la cabeza-. Le intente esconder las cicatrices a mi padre, pero las criadas le informaron. Su ira fue grande, pero como mi esposo estaba muerto y la familia de este tenía buenas relaciones con el señor Whaon, decidió dejar las cosas como estaban. Aunque para mí, las cosas cambiaron algo, mi padre me empezó a tratar como un chico más. Afirmó que no volvería a hacerme casarme mientras él viviera...

Las palabras de Maynn se perdieron en el su boca. Ofthar sabía porque se había callado de repente. 

-       Tú, tu padre y tus hermanos acudisteis a la llamada del señor Whaon -afirmó Ofthar, mirando a los ojos de Maynn, que brillaban-. Ha movilizado a todo hombre libre que ha podido encontrar en su feudo, más los mercenarios. Tú vives y el resto de tu familia cayó en el combate. Ahora estas sola y bajo las garras del enemigo.

Maynn asintió con una mueca de rabia en la cara. En ese momento se escucharon el ruido de los pliegues de la tienda moviéndose. Ofthar miró hacia la abertura. La cabeza del guardia apareció en el interior.

-       El tharn Velery solicita audiencia con vos, mi señor -informó el guardia.
-       ¿Velery? Hazle esperar unos minutos y luego déjale pasar -indicó Ofthar.
-       Sí, mi señor -contestó el guardia y la cabeza desapareció. 
-   Ve hacia allá, quédate bajo la capa, que no se vea nada de tu cuerpo y no abras la boca aunque Velery te diga algo -advirtió Ofthar-. Si es que aprecias tu pellejo, Maynn.

La muchacha asintió con la cabeza y se dirigió hacia donde estaba el cuerpo amortajado y aromatizado del señor Nardiok. Vio un taburete y se sentó, resguardando su cuerpo con la capa. 

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