Cuando el chico volvió a abrir los ojos, vio el cañón
de una pistola apuntándole a la cara. Detrás el hombre observaba con
detenimiento su cuchillo, entendiéndolo y apagándolo. El muchacho se preparó
para reptar al ver que parecía despistado.
-
Tsk, tsk, tsk -chasqueó con la lengua Jörhk-. Es mejor que no te
muevas, muchacho. Siempre he sido de gatillo fácil. Y tú no llegas a rata, dudo
que nadie me busque siquiera para que pague por tu vida.
-
Yo…
- Está
muy mal atacar a la gente sin más, chaval -dijo burlón Jörhk-. Porque nunca se
sabe a quién te enfrentas. Este juguetito tuyo es muy interesante. Los recuerdo
bien y nunca había visto uno con esta modificación. ¿Has arreglado el problema
de que se encienda solo, no?
El muchacho se limitó a asentir con la cabeza, pues su
orgullo le impedía hablar.
-
Antes, con tu amigo parecías más hablador -espetó Jörhk-. Supongo
que tu fallo te provoca que cierres la boca. Debería quedarme con este
juguetito, pero los cuchillos de plasma chisporroteantes nunca me han gustado.
Son un problema cuando quieres acabar con alguien por la espalda. Te oye. Pero
mi problema es que voy a hacer contigo. No puedo dejarte que te vayas de
rositas, así sin más. Igual si te quedas sin un ojo…
La reacción del muchacho a las últimas palabras de
Jörhk fue un comienzo de miedo, pero se transformó en entereza, algo que gustó
al hombre.
-
¿Conoces el local “Estrellas Fugaces”? -preguntó Jörhk, a lo que
el muchacho asintió con la cabeza-. Bien, pues vas a ir allí y vas a hablar con
el dueño. Le dirás que me debes un ojo, él lo entenderá. Para pagar tu deuda
conmigo deberás trabajar allí. Igual hasta te vuelves un hombre de provecho.
Antes de que te vayas, dime tu nombre y nada de mentiras, lo sabré.
-
Me llamo Stu… -comenzó a decir el muchacho, pero uno de los ojos
del hombre era diferente, parecía que le estudiaba, estaba demasiado fijo, era
innatural. Entonces al notar la cicatriz que se vislumbraba por ceja se dio
cuenta, era un ojo artificial y le escaneaba-. Soy Arthur.
- Bien,
bien, Arthur -afirmó Jörhk-. Menos mal que has escogido la verdad, pues mi
trato se hubiera esfumado con tu mentira. Será mejor que te vayas. Por si el
dueño pregunta, soy Jörhk. ¡Ah, toma!
Jörhk le lanzó el cuchillo, que golpeó el suelo junto
al muchacho, se dio la vuelta y se marchó. Por un momento esperó un ataque por
la espalda. Otros que habían caído en su trampa como Arthur, aprovecharon su
supuesto despiste, y de esa forma encontraron el fin a sus preocupaciones. Pero
esperaba que el muchacho fuera más listo. Había visto madera de algo en él,
pero el destino solía ser caprichoso. El ataque no llegó y él siguió su camino
por la calle despejada, inusualmente vacía para la hora que era. En esos
bulevares de los bajos fondos de la ciudad siempre había moradores y otras
ratas. A los que menos se veían eran a los policías, que rara vez se dejaban
caer tan abajo. Por ello esas calles semioscuras tenían a sus propios señores y
soldados. Los peores parados, las personas como Jane y los moradores. Ni los
pobres se libraban de los criminales.
Sus pasos le llevaron hasta el borde de su distrito.
Se acercó a la barandilla y observó el espacio con el siguiente distrito.
Aunque estaba bastante abajo en el estrato social, desde la barandilla podía
ver que había algo más profundo. Nunca se había desplazado hacia allí, pero
según las crónicas, si descendía podría llegar a la tierra roja del planeta. Pero
pocos se aventuraban por allí, a excepción de trabajadores de mantenimiento,
siempre acompañados de secciones de soldados de la milicia planetaria. Decían
que esa zona estaba plagada de seres voraces, criaturas traídas de lejos que
habían tomado ese lugar como su hogar.
De la nada, apareció un vehículo, que ascendía a toda
velocidad hacia la luz. Jörhk se maravilló, pues era un Viper monoplaza,
plateado, parecía un modelo de diez impulsores. Un vehículo rápido, muy
manejable y al alcance de pocos. Él tendría que ganar mucho y ser mejor piloto
para poder tener uno. Suspiró y se acercó a un edificio cuadrado que había en
el mismo borde, incluso sobresalía un poco en el abismo. Colocó la chapa
metálica que había tomado al salir de casa y una compuerta se abrió. Entró a
una gran habitación vacía, a excepción de una consola. Se acercó a la consola y
puso su mano derecha en la pantalla, que se iluminó ligeramente, para cambiar a
una ficha donde se veía una imagen de la cara de Jörhk.
Unas luces de color naranja comenzaron a parpadear por
las paredes y el suelo tras la consola se abrió, dejando un hueco oscuro. Al
poco apareció un vehículo, un biplaza de color dorado sobre una plataforma. Era
mucho más modesto que el plateado de antes. Jörhk se acercó y abrió la compuerta
del lado izquierdo. Se metió dentro y accionó varios botones del salpicadero.
El vehículo se despegó de la plataforma y se quedó levitando en el aire,
mientras una nueva compuerta se abría en el lado del abismo. Jörhk puso una
mano en el volante y cuando unas luces verdes sobre la compuerta se
encendieron, tiro de una palanca. El vehículo salió veloz de la estructura.
Planeó un poco sobre el abismo y luego giró a la
derecha. Entonces tiró del todo, con fuerza una segunda palanca, más corta que
la anterior, mientras llevaba el volante hacia sí mismo. El vehículo empezó a
ascender por el aire y a vibrar ligeramente. Si hubiera tenido un vehículo como
el plateado, con sus diez impulsores, esa maniobra habría sido coser y cantar.
Pero el suyo solo tenía seis y demasiados años de vuelo. Lo había comprado
cuando había sido licenciado del servicio activo, en una tienda de gangas, que
era lo que se podía permitir con la pensión de ex militar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario