No lo notó Ofthar, pero pasó un buen rato
esperando a que estuviese todo listo para marchar. La señora le preguntó por si
quería llevar a algún siervo, pero Ofthar prefería viajar ligero. Pero sí que
le indicó que pasaría por donde estaba su padre, por si quería que le llevara
algún mensaje. Su madrastra se limitó a indicar que le echaba de menos, que eso
sería suficiente. Que esperaba que regresara lo antes posible. Ofthar sabía que
eso sería imposible, por lo menos hasta que la construcción de Bhlonnor no
estuviera más adelantada. Al final, pudieron ponerse en marcha.
Salieron de la casona, donde esperaban un
par de siervos, con los caballos listos. Detrás de ellos, esperaban sus
compañeros de viaje. Ni Ofthar ni Mhista podían llegar a saber cuánto llevaban
allí, sobre sus monturas. Los dos no les hicieron esperar demasiado. Montaron
tras despedirse de la madrastra y de Ofhini. El grupo se puso por fin en
marcha. No les llevó mucho salir de la ciudad, pero cuando por fin estuvieron
cabalgando por la campiña, rumbo sur, Ofthar comprobó que ya había pasado casi
toda la mañana, por lo que no llegarían a donde él había planeado, sino que
tendrían que hacer noche mucho antes. A Ofthar lo de hacer noche en los viajes
era lo que más le fastidiaba de su propia tradición y del ser hijo de un hombre
tan importante.
La tradición exigía que fuera recibido con
pompa, si paraban incluso en una granja, el hombre libre que la dirigía debía
compartir su cerveza y su carne con él. Era algo que se debía hacer con
cualquier viajero que recalará en el lugar, pero los halagos y la ceremonia
variaba con el rango del invitado, y Ofthar tenía uno muy alto.
Sabía de memoria el camino que tenía que
seguir hasta Bhlonnor, y estaba seguro que debería parar, a media tarde, en la
aldea de Ryam. Hasta entonces cabalgarían al trote, pues tampoco era necesario
llegar demasiado pronto o tarde. El grupo iba de dos en dos, pero solo Ofthar
iba sin compañero, hablando, haciendo chanzas, lanzando risotadas y órdagos.
Ofthar era el único silencioso, pero no intentó hacer que sus amigos le
imitasen. Solo él era el enviado de Nardiok y solo él debía parecerlo.
La aldea de Ryam por fin apareció en el
horizonte. Era un conjunto de casuchas circulares, una veintena, que rodeaba
más o menos a una más grande, la del señor de la aldea. Un terraplén de tierra
apelmazada la rodeaba formando un círculo casi perfecto si no fuera por el
acceso que solo era protegida una barricada móvil. Las defensas eran escasas,
pero quien iba a asaltar una aldea agrícola en el corazón del señorío. Ni los
bandidos eran tan ilusos. Los campos de cultivo y los prados cerrados por muros
de piedras eran el paisaje alrededor de la aldea. Había hombres y mujeres por
los campos. Ofthar recordaba que Ryam pertenecía a un hombre libre y su
familia, perteneciente al clan Arnha. El resto de los habitantes eran los
siervos del señor, excepto que hubiera un sacerdote, pues este no podía ser
esclavo.
Mientras Ofthar seguía absorto a sus
cavilaciones y el grupo se acercaba a Ryam, los siervos sí que se percataron de
ellos y enviaron a los niños para advertir a su señor de que pronto tendría
invitados. Malo era que el señor de Ryam no se enterase que se acercaban a su
feudo, pero peor es lo que les podía pasar a los siervos si se olvidaran de
avisarle tras haberlos visto. Era verdad que normalmente los señores eran
estrictos con sus trabajadores, raro era que no hubiera castigos para las
actitudes poco sociables e indecentes de estos. Pero eran justos, no se dejaban
llevar por la malicia ni por el poder que tenían. El problema venía cuando el
señor no era importante, o pertenecía a un clan inferior, o creía como el señor
de Ryam que le hacían de menos, tanto los líderes de su clan, como los del
señorío.
Los niños corrieron como alma que llevaba
el diablo, listos para rendir informe al señor. Si lo hacían bien su familia
quedaría bien con el señor y este no los castigaría. El miedo en Ryam se había
instaurado y había hundido sus garras en los corazones de todos los que allí
moraban. Y todo ello, por un triste suceso, impredecible como es el destino, pero
que había decantado todo hacia la perversión, la venganza y el terror.