Aparte de sus pertenencias, habían tenido que subir con madera que
habían cortado de los árboles más cercanos, ya que tanto Gynthar como Lybhinnia
querían hacer un pequeño fuego. Gynthar se encargó de encenderlo, mientras
Lybhinnia se quedó observando el paisaje. Gran parte del tiempo miraba hacia el
norte. Lo que pudo ver con la luz que empezaba a escasear, debido a que el
atardecer se iba completando, no le gusto demasiado. Las copas de los árboles
seguían un trecho más, pero después parecían ir desapareciendo. Sí que se veían
pequeñas acumulaciones esporádicas, pero poco más. El bosque ya no llegaba
hasta sus límites del pasado, lo que indicaba que algo malo había sucedido y se
preguntaba si Lhym seguía en su lugar.
-
Acércate al fuego, la noche parece que va a ser fría -dijo Gynthar
a su espalda, que ya había conseguido que las primeras chispas de su yesquero
se convirtieran en llamas.
Lybhinnia miró al cielo y comprobó que se mantenía despejado, lo
cual indicaba que esa noche helaría. Durante la jornada no había hecho mucho
calor, lo que le hizo suponer que la tierra no había absorbido mucho calor, así
que durante la noche lo perdería rápido.
-
¿Qué has conseguido ver antes de que la luz se fuera? -preguntó
Gynthar, cuando Lybhinnia se sentó en el lecho de hojas que había preparado el
guerrero.
-
El bosque no aguanta, desaparecerá cuando lleguemos a la mitad de
la jornada próxima -informó Lybhinnia, mientras tomaba algo de la comida que le
ofrecía Gynthar, un poco de los suministros que les habían proporcionado, el
pan de viaje. No era más que un pan duro, pero muy nutritivo, ya que llevaba
líquenes y hongos, un buen aporte de lo necesario para subsistir. Ambos habían
decidido racionarlo, por si acaso.
-
Eso no puede ser, hay cinco jornadas de viaje hasta Lhym, todo por
el bosque, no puede desaparecer sin más -indicó Gynthar.
-
Sé lo que he visto, Gynthar y mañana lo verás tú también -espetó
Lybhinnia, molesta porque el guerrero dudara de ella.
-
Lo siento, Lybhinnia, si lo has visto, es que es, no desconfío de
tu visión y tu conocimiento -pidió disculpas Gynthar-. Solo que es raro. Las
cosas han cambiado mucho y no sé si es para mejor o para peor.
-
Vale -se limitó a decir Lybhinnia, un poco culpable por haber
pensado mal del guerrero.
-
Ha sido una jornada dura y otras nos esperan igual, hasta alcanzar
Lhym, será mejor que terminemos el pan y descansemos -dijo Gynthar, esperando
apaciguar los ánimos de la cazadora con unas cuantas horas de sueño.
Lybhinnia asintió con la cabeza, terminó su ración y se tumbó
junto al fuego, intentando que la mayor parte del calor que emanaba la
calentara. Gynthar, que había previsto esta situación, sacó de una de sus
bandoleras unas capas de viaje. Echó una sobre Lybhinnia, que le dio las
gracias por el gesto, tras lo que se tumbó él al otro lado de la hoguera y se
tapó con su capa. Cuando los últimos rayos de luz se evaporaron por completo,
Gynthar cerró los ojos.
No sabía cuánto llevaba dormida cuando abrió los ojos Lybhinnia. A
su alrededor solo había oscuridad, el fuego se había reducido a unas simples
ascuas. Aun así, calentaban un poco y crepitaban de vez en cuando. Pero no
había sido eso lo que la había despertado. Sino un pequeño chirrido, como algo
duro arañando la roca. Se puso con cuidado de pie, recogió su arco y tomó un
par de flechas. Se volvió para ver como andaba Gynthar, pero descubrió que el
lecho estaba vacío. Por un momento temió que el guerrero, soñando se hubiera
caído. Desechó esa idea, por alocada, un elfo no se caía de un sitio así, sino
quería. Entonces dónde estaba. No iba a llamarle, sobre todo si había algo
dando vueltas abajo.
Decidió alejarse de la hoguera, para que sus ojos se adaptaran a
la falta de luz y descubriera que era lo que ocurría. Se detuvo cuando la luz
de la hoguera ya no la molestaba. Fue entonces cuando descubrió a Gynthar,
agachado, silencioso, haciéndole un gesto para que se acercara, pero con
sigilo. Lybhinnia, obedeció, aproximándose a dónde se encontraba el guerrero.
-
Depredadores, lobos tal vez, pero de gran tamaño, no pueden subir
y arañan la piedra, llenos de desesperación -informó Gynthar, señalando hacia
abajo, en voz queda-. Algunos dan vueltas, otros se limitan a esperar, son
raros.
Lybhinnia asintió con la cabeza y se acercó al borde. Dejó una de
las flechas en el suelo y preparó la otra. Desde su posición pronto empezó a
intuir las figuras de los lobos. Sin duda eran más grandes, más peligrosos y
claramente más voraces. No recordaba una manada así en el bosque. De dónde
habían venido y porque se habían quedado era un buen misterio. Pero Lybhinnia
supuso que su cubil actual era la charca de Vhyret.
Buscó un buen blanco y lanzó su proyectil que se perdió en la
oscuridad. Pero al poco se escuchó un alarido y un ruido de caída. Había
apuntado a un ojo, el lugar más letal, que tras ver la eficacia con el ciervo,
iba a ser su mejor jugada. Sin pararse a pensar demasiado, tomó la segunda
flecha y logró una segunda pieza. Lo que ocurrió a continuación heló los
corazones de los dos. Un par de lamentos, unos gritos que llenaron el aire,
como los lloros de un niño, que ambos ya habían escuchado, cuando ardía un
trozo de carne de ciervo. Pero también la lucha de unos seres hambrientos para
ver quien se llevaba la mejor parte. Los lobos que no habían sido alcanzados
por las flechas se lanzaron sobre sus compañeros moribundos y saciaron su gula.
Desde arriba, Gynthar y Lybhinnia, despedazados por los chillidos de dolor, que
les entraban por sus sensibles oídos y rebotaban en sus mentes, tirados contra
las rocas de las cimas, hurgando con los dedos, surcando la escasa tierra con
las uñas, intentando permanecer allí, sin perder el equilibrio o la cordura.
Cerrando los ojos, deseosos de terminar con la tortura en sus almas, de la misma
forma que los miembros de la manada devoraban a sus antiguos compañeros, con
una rapidez asombrosa.
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